SUDÁN, UNA GUERRA SIN
HORIZONTE
Se cumple exactamente un año del comienzo de la guerra civil de
Sudán, en cuyo trascurso la
posibilidad de acceder a más y mejor armamento, el incremento de las
atrocidades, que han provocado los discursos de odio, han convertido al
conflicto, en un laberinto, cuya salida ha sido demolida.
Las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS), comandadas por el
general Abdel Fattah al-Burhan, ha intentado reducir, sin ningún éxito, al grupo
paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido, (FAR), fundado y liderado por Mohamed
Hamdan Dagalo, alías Hemetti.
Los líderes se habían unido en 2019, para
derrocar al presidente Omar al-Bashir, enmascarándose detrás de un movimiento popular, encabezado por sectores medios,
que protestaba contra el régimen, como un lejano coletazo de la “Primavera
Árabe”. Apenas se produjo la caída de la dictadura, se estableció un gobierno
de unidad nacional encabezado por figura civiles, que habían emergido al calor
de las protestas.
En poco más de un año, la alianza entre de al-Burhan y Hemetti, terminó de
esmerilar las esperanzas del pueblo sudanés, y una vez más, los mandos del
ejército, acompañados por las FAR, se hacían del poder al Burhan como
presidente y Hemetti, como su segundo.
Más allá de rispideces, la alianza perduró,
casi dos años, hasta que la cúpula, ordenó que la fuerza paramilitar, se
incorporase orgánicamente a sus filas. Lo que fue rechazado de plano por las
FAR, comenzado un periodo de alta tensión e inestabilidad, hasta que el quince
de abril del año pasado, en proximidades de Jartum, comenzaron los primeros
enfrentamientos armados, que de inmediato escaló a guerra civil, extendiéndose
a cada rincón de la geografía sudanesa.
Desde entonces, las batallas, se incrementaron
al ritmo, de que ambos grupos, fueron consiguiendo apoyo militar y financiación
externa, con jugadores como Egipto, Libia, o los Emiratos Árabes Unidos (EAU),
además a estas asistencias en fondos armamento y logística hay que agregar
incluso que el propio Hemetti, quien desde los tiempos de al-Bashir, y
gracias a sus “méritos” en el genocidio de Darfur (2003-2008), se le permitió
involucrarse en la explotación y comercialización ilícita del oro, con lo que
lo llegó a convertirse en el hombre más rico del país. Fortuna con la que también
financia a su fuerza.
La ferocidad de los combates, no ha permitido,
establecer de manera cierta, una hoja de ruta que permita alcanzar un mínimo
acuerdo de paz y ni siquiera mantener por más de algunas pocas horas, alguno de
los ya muchos acuerdos de alto el fuego, establecidos en la mesa de
negociaciones que se llevan a cabo en la ciudad de Jeddah (Arabia Saudita), en
los que además de los beligerantes, participan, el país anfitrión y los Estados
Unidos. Tampoco ha podido avanzar en esa dirección la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo
(IGAD), un bloque de los países del Cuerno de África, que, con el apoyo de
Washington, ha intentado en diciembre pasado, juntar las dos partes, iniciativa
que para enero ya había fracasado.
Tampoco los tibios acuerdos, de Jeddah, han
conseguido establecer caminos seguros, que permita el transporte de víveres y
medicinas, hacía los campamentos levantados por a la Cruz Roja Internacional
y las distintas ONGs, que operan en el país, para asistir al menos a unos pocos
de los diez millones de desplazados, que debieron abandonar sus ciudades y
pueblos, para huir de los encarnizados combates, donde la artillería pesada y
la aviación, se ha utilizado para combatir en grandes centros urbanos como,
Jartum, o su ciudad gemela, Omdurmán, en la ribera oeste de la confluencia del
Nilo Blanco y el Azul.
Ambas, que hasta hace un año, reunían cerca de
ocho millones de habitantes, hoy se encuentra prácticamente demolidas, sin
hospitales, servicios sanitarios, agua potable, electricidad, comunicaciones.
Sus calles se encuentran plagadas de cadáveres, ya que no hay quien se atreva a
recogerlos porque los cuerpos se han convertido en blanco de los
francotiradores, que “cazan” a quien intente recuperarlos o ayudar a quien
todavía se encuentre con vida, por lo que literalmente los muertos quedan donde
caen.
En el contexto general de la guerra son las
fuerzas paramilitares de las FAR, quien están consiguiendo, sacar más ventaja,
sobre el ejército, habiendo podido tomar la
mayor parte de las ciudades de Jartum y Omdurmán. Extendiendo su control sobre
el Gran Jartum, desde los primeros meses de la guerra. Los que les ha permitido
liberar, a miles de presos de las prisiones, los que
han sido incorporados al bando de Hemetti.
En el trascurso del año,
tuvieron su aparición diversos grupos armados, que sin incorporarse formalmente
a ninguno de los bandos, luchas para uno u otros, agregando más desorden y
confusión a la guerra.
Milicias darfuríes, junto a otras de la
región, entrenan en los estados de Gedaref y Kassala, en el este del país, para
enfrentar a las FAR, que están reeditando el genocidio.
Entre 2003 y 2008, el “general” Hemetti,
un antiguo criador de camellos, fue el protagonista principal del genocidio de
Darfur, que dejó al menos medio millón de muertos y lo hoy está intentando
repetir, exactamente igual, con los mismos métodos: Asesinatos, desapariciones
forzadas, torturas, enterramientos secretos, violaciones masivas, utilizadas
como una táctica más de guerra, contra mujeres y niñas no importa su edad, con
lo que se intenta infundir más terror a la población; A semejante abanico de
perversiones hay que agregar robos y saqueos.
Si bien este tipo de acciones se están
aplicando en todos los frentes, es en la región de Darfur, en el oeste de Sudán, donde han
quedado más expuestos. Donde con víctimas vuelven a ser las del genocidio
anterior: las etnias negras (Masalit, Zaghawa y Fur) agricultores
cristianos y animistas; y los mismos victimarios los Baggara, una
etnia árabe, musulmana, Abbala (criadores de camellos,
vacunos y cabras) en su momento conocidos como Janjaweed, (jinetes
armados) grupo que al amparo de al-Bashir, alcanzó estatus militar, por lo que
comenzaron a identificar como Fuerzas de Apoyo
Rápido, (FAR), al tiempo que su líder, Hemetti
Dagalo, fue elevado al rango de general.
En este contexto han resurgido grupos islamistas,
a los que al-Bashir, en su momento, habían perseguido, y ahora se han aliado al
general al-Burhan. Sus milicias se ubican en los estados del Río Nilo, del
Norte y de Kassala, y especialmente en Jartum y Omdurmán, para intentar
arrebatar las posiciones que mantienen las FAR, desde el comienzo del
conflicto.
El surgimiento de este tipo de grupos,
fuertemente armados y totalmente autónomos, amenazan en fragmentar la guerra,
lo que, sin duda, hace más difícil cualquier acuerdo diplomático, ya que los
muchos organismos internacionales que intentan alcanzar un acuerdo como Naciones
Unidas, la Unión Africanas, la mesa de Jeddah, el IGAD y un canal
que está labrado, Egipto junto a los Emiratos Árabes Unidos, deberán atender
los intereses de más de una docena de animadores del conflicto.
Combatir para comer
Según Naciones Unidas, cerca del
noventa por ciento de los cuarenta y siete millones de habitantes, se encuentran
con diversos grados de inseguridad alimentaria. Aunque ya unos diez, ya están
en estado de hambruna, de estos, casi cuatro millones son niños.
Esta
situación es producida, fundamentalmente, por las dificultades con que se
encuentran las organizaciones humanitarias, para llegar con las donaciones de
alimento, ya que son milicianos de las FAR, detiene los camiones, exige altos
peajes para liberar el paso, o saquean la carga, según sus necesidades, a lo
que se han agregado pequeñas bandas armadas, más cercanas al bandidaje, que a
la guerra.
Además, hay que contabilizar el
fracaso de la cosecha de la región de Wad Medani, del estado de Gezira, al sur
de Jartum, sobre el Nilo Blanco, que ha caído en el círculo siniestro de la
guerra. Gezira ha sido considerado, históricamente, el granero del país. Ya que
además de sus ricas tierras, cuenta con uno de los mayores sistemas de
irrigación del mundo.
Las graves bajas en los resultados de las
cosechas pasadas, que va octubre a febrero, pone al país frente a la peor crisis
alimentaria de décadas, mientras que las previsiones que se hace para la
próxima es todavía peor.
Mientras que, en todas las
comunidades, particularmente en los campamentos cada vez más desprovistos de
todo, avanza la hambruna, también se extienden enfermedades como el cólera y el
sarampión.
Según la Oficina de Coordinación de Asuntos
Humanitarios de la ONU (OCHA), cerca de 220 mil menores gravemente
desnutridos y más de siete mil madres primerizas, morirán, en las próximas
semanas, si no reciben asistencia.
La falta de trabajo y cualquier otra
actividad económica en las zonas de combate están obligando a muchos hombres
jóvenes e incluso niños a incorporarse a las filas de las FAR, a cambio de una
cuota alimentaria.
En febrero, se detectaron fallas por la falta
de mantenimiento en el oleoducto al-Yabalin, que, desde Sudán del Sur, a
atravesando Sudán, llega Port Sudan, en el mar Rojo. El petróleo es la
principal fuente de recursos del ese país, fronterizo, donde la guerra del
norte ha comenzado a repercutir en su economía.
Yuba, está sufriendo, una fuerte
crisis económica, tras la caída de la libra sur sudanesa, frente al dólar, lo
que ha incrementado todos los valores del mercado, provocando problemas para
pagar los sueldos de los funcionarios del gobierno y cubrir servicios básicos.
El alza de los precios, está ligado a la falta
de producción industrial y agrícola, la gran mayoría de sus insumos: alimentos,
combustibles y materiales de construcción, son importados desde países del este
del continente. La crisis que repercute en todos los segmentos de la sociedad
está provocando al aumento de la criminalidad, al tiempo que el gobierno del
presidente Salva Kiir Mayardit, no da abasto para atender a los miles de
refugiados que desde hace un año están llegando desde Sudán.
El cuadro no es diferente en la frontera del Chad, ya que es el vecino de la frontera oeste, es el que más refugiados ha recibido, más de un millón desde el comienzo de la guerra, flujo que no se detiene, agravado cada vez más las condiciones de todos, en una guerra que sin horizonte.
Guadi Calvo
escritor y periodista
argentino.
Analista Internacional
especializado en África, Medio Oriente y
Asia Central
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