UNA NOCHE BUENA PARA OLVIDAR
Porque fue una circunstancia rara y dramática, fea de recordar, solo se lo he contado a los amigos más cercanos, y no sé si a mis hijos también, hoy tal vez porque me queden pocas oportunidades de hacerlo, lo cuento como para descargar el equipaje y no viajar tan pesado.
Habíamos terminado de cenar la noche buena de 1977, y mi tío Guillermo, el cuñado de mi vieja, “el marino” como le decían en la familia, porque había sido suboficial mayor de esa fuerza y ex custodio personal de Isaac Rojas, no se sentía bien, así que decidí llevarlo a la casa, estábamos en Mataderos, y él vivía en lo que en ese entonces llamaban Barrio Gral Belgrano (ciudad Evita).
Salimos un poco antes de las 12 hs en mi Citroën 3CV, mi tío, mi tía, mi prima, mi novia y yo, al llegar a Richieri y Camino de Cintura me topé con un retén policial y no entendí la orden de alto, pero si me detuve tras la ráfaga de ametralladora que nos zumbo por arriba de la lona del auto, todos abajo, y todos al destacamento detenidos.
En el lugar que nos llevaron, había dos bancos largos contra las paredes y un escritorio donde un milico no dejaba de hablar por teléfono, nosotros estábamos de frente al escritorio y a la derecha de él, había un pasillo que llevaba a otras “oficinas” y a una dependencia nueva que estaba unos metros más atrás que con el tiempo supe que eran los calabozos.
Estuvimos bastante tiempo sin que nadie nos prestase atención, en el otro banco había una pareja y un pibe, a cada rato pasaban para el fondo milicos llevando a alguien con señales de haber sido golpeado y con la cabeza tapada, todos estábamos cagados de miedo, hasta mi tío, un marino que 20 años antes metía miedo con solo verlo, ahora era un pobre viejo que ni se acordaba de sus años de golpista y ahora era uno mas para los represores y para él mismo.
De pronto por el pasillos que venia del fondo aparecieron dos milicos llevando a un hombre flaco, muy flaco y alto, tal vez me parecía tan alto por lo flaco que estaba, no supe porque lo traían, tal ves para cumplirle un pedido como un acto de cruel misericordia, el tipo canoso y cortes, nos fue saludando uno por uno, apretándonos fuertemente la mano y diciéndonos “Feliz navidad, ojala que todo pase pronto”, después de haber saludado a todos, hasta al milico que hablaba por teléfono, se lo volvieron a llevar para atrás y se perdió en la oscuridad del pasillo.
¿Cómo salimos de ahí?, aunque parezca mentira fue una llamada del asesino del almirante Rojas del que mi tío guardaba una tarjeta entre sus documentos que mostro en un momento de lucidez, ironías de la vida que justo haya sido Rojas el que me salvara el cuero.
Con el tiempo supe que a ese lugar lo llamaban “El Vesubio” y alguien dijo que aquella noche buena del 24 de diciembre de 1977 se le había permitido a un detenido salir de su calabozo para desearles feliz navidad a todos los que se encontraban en el lugar, y que ese detenido se llamaba Héctor Germán Oesterheld, todo lo guardo en la memoria como en una nebulosa y de lo que otros contaron no puedo dar fe, solo conozco la verdad de aquel apretón de manos cálido y sincero que me dio ese flaco canoso y despeinado esa noche buena de 1977.
Kamilo Centofuoco