LA MORAL
DEL AMIGO / ENEMIGO
En la Argentina de la campaña
electoral permanente, hay una mística del movimiento, pero de un movimiento
dirigido hacia lo parlamentario, una acción que se cierra sobre sí misma y no
tiene mayor proyección. El supuesto "medio" cada vez más asumido como
"fin". Los idealistas pierden sus valores más sagrados y los
socialistas sus análisis materialistas, toda su actividad deviene mero
instrumento al servicio de la promoción de la "batalla cultural" (¿a
nadie sorprende que un concepto gramsciano sea usado por el gobierno???). El
ethos político argentino dominado por el campañismo impide la posibilidad
reflexiva: todo es chicana, insulto, competencia, imitación, fanatismo. Pero
esto no se soluciona con mejores narrativas o discursos más precisos. Si
seguimos creyendo que la crisis de Argentina es sólo de naturaleza política y
de carácter nacional seguiremos en esta espiral de amigo-enemigo, en la espera
de algún milagro.
Es
un secreto a voces cómo el amplio pero difuso espectro peronista y el amplio
pero también difuso espectro liberal se necesitan uno al otro para mantenerse
en carrera. “La grieta”, en Argentina, es una expresión usual para referir a
una suerte de polarización política y cultural. SE OLVIDAN QUE FUE LANATA O
LARRATA (como prefieran llamarlo)QUIEN INVENTÓ EL TÉRMINO. Consiste en una división binaria y maniquea,
es decir, una manera de reducir la sociedad a una oposición entre lo correcto y
lo incorrecto, entre buenos y malos. Pero es algo más complejo que una grieta o
una distancia: es un vínculo incestuoso de competencia e imitación. La
distinción entre amigos y enemigos es necesaria para hacer política, para
aspirar a gobernar desde el Estado y administrar la economía capitalista. Pero
más allá de la política se evidencia el lugar de esas contraposiciones cuando
vemos su interdependencia, que los enemigos de ayer pueden ser los amigos de
hoy, y que ambos lados de la distinción existen en tanto roles necesarios de
una dinámica de acumulación que los excede.
Desde una perspectiva revolucionaria, ¿de qué
nos sirve posicionarnos en esas polarizaciones? Además, cabe subrayar que
emplear el vocablo “amistad” para estas cuestiones es cuanto menos incómodo. La
oposición amigo-enemigo no tiene por finalidad pues la neutralización del
oponente sino todo lo contrario, el enfrentamiento permanente mantiene viva la
dinámica y preserva la existencia mutua.
A
partir de Carl Schmitt (1888-1985) –autor de El concepto de lo político, libro
en el cual teoriza y defiende dicha distinción– podemos afirmar que lo político
no existiría sin la figura del enemigo. El reconocimiento de ese otro permite
la construcción de la propia identidad política. La construcción y
mantenimiento del enemigo es fundamental para la reproducción cultural y moral
de los buenos. Esto sucede simétricamente a ambos lados de la escisión. Es
psicológicamente conveniente tratar al enemigo como si fuera lo contrario a
uno, y por tanto lo malo, ya que la definición de enemigo es delineada por
quienes se consideran a sí mismos buenos. En política, el enemigo no se vuelve
tal a partir de una serie de conclusiones sino al revés: porque se lo define
como enemigo se comienzan a enumerar sus horrores. Horrores que en el bando
propio pueden no ser tales. Vistos de afuera, ambos rivales comienzan a
volverse indistinguibles entre sí.
A medida que su oposición se intensifica, sus
comportamientos se mimetizan, son “gemelos” en su obsesión. Gobierno y
oposición, no importa quién es quién sino que cumplan su rol, para lo cual
suponen tener diferentes modelos, distintos proyectos de país. A pesar de
personificar intereses de sectores capitalistas específicos, la dinámica de
conjunto de la acumulación se impone. Desde hace varios años esta es inestable,
sin un horizonte definido. Se trata de un contexto de estancamiento económico
con polarización y alternancia política que realza la utilización de la
distinción amigo-enemigo. “Argentinos de bien” En campaña o en plena función de
gobierno, Javier Milei y La Libertad Avanza, se dirigen a sus interlocutores
como «argentinos de bien». Se trata de la imagen trillada de los ciudadanos
representantes del esfuerzo laboral y la honestidad. Una imagen nada más, a la
que esta vez agregan otras características: no forman parte de la “casta” ni
“viven del Estado” (delicada expresión en un país en el cual la reproducción de
gran parte de la población depende de las ayudas sociales) y se jactan de no
sucumbir al “marxismo cultural”. La representación política en esta democracia
representativa es circular: no solo los representados eligen a sus
representantes, los representantes eligen a sus electores haciéndolos sus
representados.
Cada líder produce su narrativa para dirigirse
específicamente a su interlocutor terminando de darle forma al tipo de
ciudadano que busca representar. De este modo, el trabajador precarizado o el
emprendedor, excelentes recipientes para el discurso liberal, terminan de
delinear su subjetividad. Así, los «argentinos de bien», aquellos ciudadanos
que sienten no haber sido escuchados por el Estado, son subjetivizados
precisamente desde el Estado. Dice un imbécil:
«La batalla cultural se rige por las reglas universales y atemporales de
la política, a las que ellos han sabido adaptarse bien. Ahora nos toca a
nosotros superarlos, porque, además, nosotros somos mejores en todo, y ellos
van a perder contra nosotros». Esta frase de milei condensa todo un proceder,
no solo respecto de la utilización del nosotros y el ellos sino también porque
evidencia la importancia de la imitación.
“El pueblo argentino”: “El conductor” produce
una narrativa de pueblo al otorgarle un origen y un destino. La masa de
población se reconoce pueblo cuando hace omisión de sus determinaciones
materiales y hace suyo el proyecto del conductor que es, circularmente, el deseo
del pueblo.. “el pueblo argentino” es
una construcción social determinada por la organización en naciones de la
acumulación de capital con su división internacional del trabajo. Por otra
parte, ningún pibe nace peronista ni “argentino de bien”. «El “pueblo” es un
concepto que no distingue entre explotadores y explotados, no es más que una
construcción del Estado que constituye el orden dominante. La población existe,
claro, sin embargo, la forma de categorizarla no es natural, la manera de
designarla es política. No existe a la espera de ser reconocida y tener
significado, es algo totalmente construido. Sin lo que “pasionalmente”
conocemos como pueblo, la razón de Estado carecería de sentido. Los propios
límites geográficos gracias a los cuales se puede definir “el pueblo argentino”
se establecen a partir del Estado argentino. Primero el Estado después su
pueblo, jamás al revés.
En fin, leímos hasta aquí un texto que no produjimos pero respetamos y consideramos importante considerar. Como siempre, proponiendo un debate entre los que estamos del lado del trabajo, del lado de los explotados.
PEDRO RODRIGUEZ– Desde Rosario- Militante Social



