ARGENTINA
Y LA LEY DE BASES: 150 AÑOS PARA ATRÁS
Desde Buenos
Aires, saludo a todos los oyentes de El Club de la Pluma
Milei ya tiene su
Ley de Bases. Reúne con ella las herramientas que le permitirán hacer
retroceder a la Argentina 150 años. Porque, a contrapelo de su discurso, la
derecha libertaria es profundamente reaccionaria. Y, rechazando las voces que
hoy sostienen que vamos hacia un desastre sin precedentes, no dejan de repetir
que Argentina será, otra vez, potencia mundial. Según ellos, eso fuimos a fines
del SXIX, cuando gobernaba la “Generación del 80” y éramos “el granero del
mundo”. Tal vez sea esta la primera fake new trascendente de nuestra Historia;
el mito más importante construido por los liberales y que hoy, sin argumentos
ni información, se repite hasta el hartazgo. Vale la pena indagar entonces en
la Historia de ese período, desechar mitos y creencias para construir un
discurso basado en las fuentes. Puede que, al hacerlo, muchos de los que hoy
aplauden el modelo de este gobierno dejen de ser “idiotas útiles” al enterarse
que la opulencia fue sólo para unos pocos, mientras que a las grandes mayorías
les tocó la pobreza y la explotación. Que el sacrificio será en vano porque no
hay futuro ni prosperidad cuando el modelo contiene las semillas de su fracaso.
No es la primera
vez que recomiendo la lectura del informe Bialet Massé. Presentado en 1904 por
pedido del PEN, el trabajo de este médico exiliado en la Argentina en 1876
resulta una radiografía certera de la situación en la que vivían los
trabajadores a principios del SXX, como también la contracara perfecta de la
“Argentina potencia” del discurso liberal.
Habiendo recorrido
el país de norte a sur y de este a oeste, en todos los rincones da cuenta del mismo
fenómeno: la explotación. El trabajo “de sol a sol” en los obrajes; el empleo
de niños que suplen la maquinaria obsoleta en los ingenios y su prematura
muerte por bronconeumonía; la obligación de trabajar a la intemperie con 45° en
La Rioja; el trabajo en las caleras cordobesas que diezma la salud de los
trabajadores porque el empresario no compra máscaras; las manos carcomidas en
las piedreras de un trabajador que se descarta sin más cuando ya no sirve; el
trabajo indígena que se paga la mitad porque, según testimonio del dueño de un
algodonal en Chaco, hay que exterminarlos o llevarlos a Tierra del Fuego; los
100 Kg de las bolsas que acarreaban los estibadores en los puertos; los
accidentes de trabajo, de los que siempre resultaba culpable el trabajador; la
miseria y la pobreza extrema de los que trabajan todo el día por salarios de
hambre junto con su consecuencia, el aumento de la delincuencia violenta, con
heridas y muertes en las grandes urbes…todo está debidamente documentado en el
informe.
También lo están los
abusos permanentes de los empleadores. Así nos enteramos que las inversiones
extranjeras sin control no dieron resultados ni siquiera en esa época. Abundaron
las quejas del público por descarrilamientos, robos, pérdidas y accidentes en
los trenes ingleses. Violando la Ley General de Ferrocarriles y ante la
inacción del Estado, el empleado era obligado a trabajar hasta 72 horas, sin
dormir más que 2 horas continuas. Documentada está también la costumbre de
bajar los sueldos, sin más aviso que la liquidación el día de pago. Y la
existencia de proveedurías forzosas, de libretas y vales, que enriquecían al
dueño del almacén (dueño también de la tierra), mientras convertían al
trabajador en un deudor de por vida. O la existencia del conchabo que, aunque derogado
poco antes de 1900, siguió utilizándose en toda la República, especialmente en
las provincias del norte, donde sirvió para alimentar de brazos a las forestales,
los ingenios y algodonales; los obrajes, las fábricas de tanino y los
yerbatales del Paraná. En 1913, el Departamento Nacional del Trabajo informaba
que, en las zonas rurales, regían condiciones casi feudales. Que se enteren los
libertarios que este es el país que nos propone la Ley de Bases, con la
eliminación de sanciones para quienes no registren a sus empleados, que llevará
al crecimiento del trabajo “en negro”; con el “blanqueo laboral”, que implicará
una pérdida de años y aportes en la jubilación; con la ampliación del período
de prueba y la creación de la figura de “trabajador independiente”.
Precarización y explotación: eso están apoyando.
Y apoyan también
la respuesta que estos modelos de exclusión siempre tienen para los estallidos
que ellos mismos generan: la represión. Porque el que amenaza sus privilegios
es un enemigo, un peligro que debe ser eliminado. Vélez Sarsfield, autor del
Código Civil, afirmaba que la huelga es “una irrupción de derechos exagerados
que no se puede admitir”, porque “importa una subversión de las reglas del
trabajo”. El diario El Nacional la describía como un “recurso vicioso” y “un
movimiento inusitado e injustificable de los obreros”. Entre 1902 y 1910, las
garantías constitucionales fueron suspendidas en 5 oportunidades, se declaró el
Estado de Sitio, se sancionó la Ley de Residencia para expulsar extranjeros, y
a las fuerzas policiales se sumaron efectivos del Ejército, la Marina y hasta
Bomberos para reprimir huelgas y manifestaciones. Desde diciembre del año
pasado, el despliegue amenazante de fuerzas de seguridad y los detenidos sin
causa se han convertido en el paisaje común de cada protesta. Violencia sin
límites que aumentará con la Ley de Bases, que no sólo elimina el derecho a la
acción colectiva, sino que la coloca como causal de despido.
Y para las clases
medias, siempre reacias a defender o identificarse con los trabajadores, les
tengo una mala noticia: en este modelo, ustedes no existen. Porque consagra una
profunda polarización en la apropiación de la riqueza, polarización de la que
ya nos habló Ricardo Ortíz en 1955. En su Historia Económica describe la
composición social de nuestro país a principios del SXX. Las clases altas
representaban el 2,7% y en ella había terratenientes, industriales y financistas.
En el otro extremo, el 82,8% era pobre; eran campesinos, proletarios y
semiproletarios pero también artesanos y pequeños comerciantes. Sólo un 14,5%
era clase media, porcentaje que no varió durante el auge de la Argentina agro
exportadora. Esto ya lo advertíamos el año pasado en plena campaña electoral: cualquier
expresión del neoliberalismo conservador que ganara los tendría a ellos como
principales víctimas. Pero votaron con odio y prejuicios, y firmaron así su
acta de defunción. Porque la clase media se extingue con cada golpe neoliberal.
Hace unos días el diario Clarín, reflejando los últimos datos publicados por el
Instituto de Estadísticas y Censos de la ciudad de Buenos Aires, titulaba: “Se
derrumba la clase media”. Es que el 51,9% que representaba en 2015 se contrajo
al 37,4% actual. Mientras, el 44% de los niños menores de 17 años son pobres en
esta ciudad.
La Argentina de
hoy se asemeja peligrosamente a la del Centenario, cuando la popular ginebra
pagaba más impuestos que el elitista champagne; cuando los ricos no tributaban
y el esfuerzo recaía sobre los que menos tenían. También hoy como ayer, los
impuestos se reparten regresivamente. La Ley de Bases hará que más de 800 mil
trabajadores vuelvan a pagar Ganancias con un salario de bolsillo de
$1.400.000, mientras reduce considerablemente el impuesto por Bienes Personales
y aumenta las exenciones a las grandes empresas. La excusa es siempre la misma:
si no cobro impuestos, aumenta la inversión. Pero la “Generación del 80”
entregó los ferrocarriles a los ingleses, junto con tierras, ventajas
impositivas, ganancias aseguradas con porcentajes inexistentes en otros países,
y libertad absoluta para girar dividendos al exterior. Sin embargo, la
inversión brilló por su ausencia. El Estado no condicionó esas ventajas al
progreso técnico y, antes de la Primera Guerra Mundial, el sistema ferroviario
era obsoleto. Lo mismo ocurrió con CATE y CHADE, empresas eléctricas que se
beneficiaron con contratos de 50 años luego de un debate escandaloso donde no
faltó la corrupción, no pusieron un peso, se repartieron la ciudad de Buenos
Aires y abusaron de usuarios cautivos. Nada diferente a lo que hoy hacen EDENOR
y EDESUR. A ver si entendemos que, para
el liberalismo argentino, los únicos privilegiados son los ricos.
También hay que
entender que un modelo extractivista y primarizado, orientado sólo a beneficiar
a las clases altas que no pagan y a las grandes empresas que pagan menos, es
insostenible en el tiempo y una tragedia para el país. La Generación del 80 creó
un Estado mínimo, no encaró obras importantes, no tuvo políticas sociales ni
repartió planes, y tampoco controló al capital extranjero. Pero no pudo evitar
un déficit fiscal crónico: entre 1900 y 1914, sólo en 1908 hubo superávit. El
déficit fue siempre de 2 dígitos y en 1914, según Mario Rapoport, llegó al 40,4%.
Thirlwall nos advierte que las debilidades de un modelo pueden ser disimuladas
en el corto plazo. Y la Argentina agro exportadora pudo disimular sus
debilidades con endeudamiento. Los bonos, títulos, préstamos y canjes se sucedieron
y sólo así el fracaso pudo ser presentado como éxito. Carlos Ibarguren acusaba
a esos gobiernos de haber convertido al país en una “inmensa casa de juego”. Lo
mismo diría hoy de la dupla Caputo/Milei, ansiosos por endeudarnos y rematar
las empresas públicas para asegurar los grandes negocios de unos pocos. El RIGI
les dará a estos pocos beneficios extraordinarios sin exigirles nada. Saquearán
nuestros recursos y no dejarán un dólar en el país.
El liberalismo argentino
siempre fue una farsa. Una fachada que sirvió para ocultar los negocios y el
privilegio de unos pocos; una timba permanente donde se jugó y se perdió el
futuro de los argentinos; un sistema de conveniencias; una expresión
antipopular, violenta, reaccionaria y extranjerizante. Una oligarquía
divorciada de la democracia. Alberdi y Sarmiento lo supieron antes de morir. Nosotros
resistiremos esta farsa, aunque haya gente que, parece, no aprende más…
Les mando un gran abrazo a todos los escuchan El Club de la Pluma
PROF.
LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES
Posgrado
en Ciencias sociales por FLACSO