RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

lunes, 12 de junio de 2023

EL MITO AGRARIO - LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVÉS

 

EL MITO AGRARIO


Hola. Soy Lidia Rodríguez Olives. Desde Buenos Aires, saludo a todos los que están escuchando El Club de la Pluma.

El domingo pasado les decía que la etapa del modelo agroexportador en Argentina (entre 1880 y 1930) merecía una columna aparte ¿Por qué? Por el peso cultural que tiene sobre la sociedad toda. En nuestro país, el imaginario colectivo de amplios sectores cree todavía hoy que nunca estuvimos mejor que durante esa etapa.

Y esto se vio en el año 2008. Ese año, el gobierno de Cristina Kirchner se enfrentó con el campo por una resolución que establecía para las exportaciones retenciones móviles. El objetivo era desacoplar los precios internos de los internacionales, evitando que la suba de estos últimos se trasladase a la mesa de los argentinos. Mientras se desarrollaba el conflicto, sucedió lo inexplicable: un extenso abanico de actores sociales se encolumnó en defensa del campo. Organizaciones que representaban a pequeños y medianos productores, sectores de la izquierda nacional, personas comunes que nunca tuvieron más tierra que la que hay en una maceta, todos gritando al unísono “Sin campo no hay Nación”, “El campo somos todos”. El conflicto dejó ver el peso histórico y cultural, tan arraigado en el imaginario social, de una Argentina cuyo destino y grandeza están vinculados a la primarización de su economía. Es el “Mito agrario”.

Este mito se construyó a lo largo de la historia y reposa en varias creencias: la de un país potencia mundial entre 1860 y 1930; la de un modelo agro exportador como generador excluyente del desarrollo y la expansión económica del país; la de una etapa de oro basada en la producción del campo; y la de un destino de grandeza y relevancia internacional. Este conjunto de ideas, demostraron tener una gran persistencia. En septiembre de 2001, el periodista Mariano Grondona escribía en el diario La Nación, históricamente identificado con los intereses del agro: “La industrialización europea dispuso para sólo 4 países (Argentina, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) el tren que les permitió salir del subdesarrollo. No había otro mejor: era el único. La Argentina será Europa en América”. Más cercano en el tiempo y con menos luces, el ex presidente Mauricio Macri decía: “Sin campo no hay futuro”.  

Pero el modelo no perduró. Y el mito tiene una explicación para esto. Fue el peronismo, con su política industrial irracional y proteccionista, el que truncó nuestro crecimiento. De no haber existido el peronismo, hoy seríamos Canadá. Es el discurso de la SRA, de los liberales, tanto viejos como neos, de los conservadores y de los sectores más retrógrados de la sociedad. La comparación con Canadá es un clásico. Es que ambos países partieron de una estructura económica similar, se insertaron al mismo tiempo en el mercado internacional y lideraron la exportación de materias primas derivadas del agro. Pero la clave no está en las semejanzas sino en las diferencias.

El modelo agro exportador se estructuró alrededor de un modo particular de tenencia de la tierra: el latifundio. En 1878, una campaña de exterminio contra pueblos originarios logró la confiscación de esas tierras, que luego se repartieron entre pocas familias de mentalidad especulativa. Porque la campaña se financió con la venta anticipada de lotes a muy bajo precio. Pero integradas por el ferrocarril, su valor se multiplicaría por mucho. Ese era el negocio. La existencia de latifundios es uno de los elementos más importantes para explicar el atraso estructural de nuestra economía. Porque el latifundio es improductivo. Nadie pone a trabajar toda su propiedad si con el trabajo de la cuarta parte puede mantener un nivel de vida más que alto. El aumento de la producción deja así de depender de las innovaciones para pasar a depender exclusivamente de la incorporación de más tierras. Y esto es un problema serio para el desarrollo. Porque no habrá inversión en nuevas tecnologías y la expansión de la frontera agrícola tiene un límite; a partir de ahí, no se puede seguir creciendo. La concentración también aumentó el precio de los arrendamientos, expulsando hacia las ciudades a quienes alquilaban. La inmigración tendrá entonces un destino final urbano.

Otra característica del modelo agro exportador argentino es que muestra la ausencia de una burguesía nacional capaz de motorizar un desarrollo sostenible. Según Martín Schorr, la burguesía nacional es “aquel segmento de la burguesía que cuenta con un proyecto inclusivo de nación y está dispuesto a enfrentarse, en términos políticos e ideológicos, al capital extranjero y sus representantes”. La burguesía pampeana no se opuso ni confrontó nunca con el capital extranjero. Más bien, mantuvo con él una relación subordinada. Esto derivó en una temprana extranjerización de nuestra economía. Ferrocarriles, frigoríficos, puertos, sistemas de comunicación, comercialización de granos, Bancos, empresas de Seguros y otros rubros importantes, quedaron en manos de empresas cuyas casas matrices estaban en Londres. Por lo tanto, los beneficios de esas inversiones no quedaron en Argentina, sino que fueron girados rápidamente al exterior, retardando el desarrollo y transformando la falta de capitales en un problema crónico. Las grandes fortunas locales, mientras tanto, se despilfarraron en consumo improductivo: sus dueños, viajaron a Europa “con la vaca atada” y a tirar “manteca al techo”; construyeron palacetes que le valdrán a Buenos Aires el título de “la París de Sudamérica”, especularon con títulos y tierras. Pero no pusieron un peso en inversión productiva.

Y esto nos lleva a otro problema del modelo: el endeudamiento externo. En un país sin industria, todo es importado. La disponibilidad de divisas depende de las exportaciones. Pero los precios de las materias primas están sujetos a oscilaciones y pueden tener fuertes caídas. Cuando esto sucede, si la burguesía es incapaz de tomar riesgo e invertir, el único remedio es endeudarse para poder seguir importando. En todo el período la deuda creció y también el déficit fiscal. En 1930, una deuda que al inicio del modelo era de 4 millones de libras esterlinas, se había convertido en 143 millones. Y el déficit fiscal, salvo en 1908, no bajó del 8%.

¿Qué pasaba, mientras tanto, en Canadá? En 1878, el Primer Ministro MacDonald pone en marcha un programa que se conoce como la Nueva Política. Lejos de la supremacía del mercado, el Estado canadiense se asume como puntal del desarrollo socioeconómico nacional. La Nueva Política tenía 4 pilares: fomento y protección de la industria local; orientación de la producción industrial al mercado interno; articulación de ese mercado a través de la construcción del ferrocarril transcontinental, financiado con capitales canadienses; y política inmigratoria dirigida al poblamiento de las praderas más fértiles.

Es decir que, ya a fines del SXIX, Canadá había superado la incapacidad estructural para desarrollarse. Había dejado de ser un simple proveedor de materias primas. El latifundio se combatió a través de expropiaciones y de una legislación limitante del acceso a la tierra. Familias de colonos e inmigrantes se convirtieron en pequeños y medianos propietarios, recibieron del Estado una asistencia permanente y articularon con el sector industrial un círculo virtuoso: proveerán de materias primas a las industrias y, a la vez, serán su principal mercado hasta que estén en condiciones de exportar.

 En marzo de 1879, el diario The Mail presentaba al mundo el programa diciendo: “La política del gobierno es en esencia una política de Estado, deliberadamente elaborada con la intención de fortalecer al país, desarrollar sus recursos y proteger su naciente industria de la excesiva competencia extranjera. Si al hacerlo nuestro vínculo con Gran Bretaña se pone en peligro, entonces que así sea (…) Los centros manufactureros ingleses dicen que la política industrial canadiense les provoca gran disgusto. Al respecto, todo lo que podemos decir es “siéntanse disgustados”. A diferencia del liberalismo practicado a rajatablas en Argentina, Canadá fue, desde un principio, proteccionista e industrialista.

Como vemos, entre Argentina y Canadá existen más diferencias que similitudes. Y son esas diferencias las que explican los distintos resultados.

Ya en 1913 el modelo argentino comenzó a dar signos de su precariedad, mucho antes de que apareciese el peronismo. La frontera agrícola llegó al límite de su expansión en 1920. Esto, sumado a la falta de inversión tecnológica, hizo imposible seguir creciendo. El modelo se estancaba. La primera Guerra Mundial privó al país de más trabajadores inmigrantes y detuvo el flujo de capitales extranjeros. Argentina se quedó sin oxígeno. Endeudada, desindustrializada, sin base científico-tecnológica y sin financiamiento externo, no es raro que hayan retrocedido todos sus indicadores.

Para entonces, Canadá se había convertido en un país desarrollado. Su fuerte y articulado mercado interno había permitido acumular un capital que no dudó en volcarse hacia nuevas inversiones, como fundiciones de hierro, fábricas textiles, refinerías de azúcar, bancos, ferrocarriles, electricidad e industria pesada. A principios del SXX arados, cosechadoras y un sinfín de maquinarias industriales eran producidos en el país, y su competitividad hizo posible que se volcaran a las exportaciones. Quiero señalar algo que me parece relevante: el industrialismo fue para Canadá una política de Estado, independiente del partido de turno. Tuvo continuidad en el tiempo y esto permitió construir un modelo de desarrollo sobre bases sólidas.

¿De dónde sale, entonces, el mito agrario argentino? Sale de repetir hasta el hartazgo información que proviene de una base de datos incompleta e insuficiente, donde sólo se considera la evolución del PBI. No tiene en cuenta que hasta 1930 los Estados no tuvieron cuentas nacionales que aportaran información sistemática y confiable. Además, la historia y economía avanzaron. Hoy, nadie piensa seriamente que el PBI, sin otros indicadores (como la distribución del ingreso o la pobreza), sirva para reflejar la verdadera situación de un país. Cuando utilizamos la metodología y la información disponibles ahora, no hace un siglo, Argentina se ubica en el tercer decil de países más ricos durante el modelo agro exportador. Y con el peronismo, mal que le pese a sus detractores, su posición mejora: pasará a ocupar el segundo decil.

El mito agrario es entonces una construcción, un relato hecho por y para aquellos sectores que se beneficiaron con él y pretenden seguir haciéndolo. Desarticularlo resulta imprescindible si queremos una Argentina incluyente.

Y quiero terminar esta columna con una nota de color. John Alexander MacDonald, el responsable de la industrialización en Canadá, fue Primer Ministro entre 1867 y 1873. Volvió al cargo en 1878 y lo ocupó ininterrumpidamente hasta su muerte, en 1891. Si no hubiese muerto, habría sido Primer Ministro hasta 1897. Este dato se lo dedico a todos los que, por estas tierras, andan impugnando candidatos y suspendiendo elecciones porque, según ellos, aunque el pueblo los elija, la permanencia en el cargo daña la democracia.

 

Desde Buenos Aires, saludo a todos los oyentes del Club de la Pluma.

 


LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVÉSProfesora de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO