MANUEL BELGRANO
LA MEMORIA CONTRA LA HISTORIA OFICIAL
Hola. Soy Lidia
Rodríguez Olives y, desde Buenos Aires, saludo a todos los que están escuchando
El Club de la Pluma.
El 20 de junio se
cumplieron 204 años de la muerte de Manuel Belgrano, creador de la bandera,
izada por primera vez a orillas del Paraná el 27 de febrero de 1812. Su figura
aparece también vinculada al “Éxodo Jujeño”. Es que, en el mismo año, Belgrano
enfrentaba a los españoles en la frontera norte. Y cuando los ejércitos
realistas se encontraban cerca de Jujuy, ordenó a toda la población abandonar
la ciudad, llevarse lo que podían y quemar el resto, para que el enemigo sólo
encontrara “tierra arrasada”. Mucho se habla de los heroicos jujeños, pero poco
de la férrea voluntad y la firmeza de quien los dirigió. En el bando que dictó el 29 de julio se puede
leer: “Entended todos que al que se encontrare fuera de las guardias
avanzadas del ejército, o que intente pasar sin mi pasaporte será pasado por
las armas inmediatamente, sin forma alguna de proceso. Que igual pena sufrirá
aquel que por sus conversaciones o por hechos, atentase contra la causa sagrada
de la Patria, sea de la clase, estado o condición que fuese. Que los que
inspirasen desaliento, estén revestidos del carácter que estuviesen, serán
igualmente pasados por las armas con sólo lo deposición de dos testigos. Que
serán tenidos por traidores a la patria todos los que, a mi primera orden, no
estuvieran prontos a marchar y no lo efectúen con la mayor escrupulosidad”. Con
estos antecedentes, Belgrano ingresará en la Historia como el general de la
heroica gesta jujeña y creador de la bandera.
La Historia como
sinónimo del pasado, de lo ocurrido y de lo que fue, es una e inalterable. Son
los discursos hechos sobre ese pasado los que presentan luces y sombras,
errores y omisiones, recuerdos y olvidos. Y ninguno es neutral. Porque no
existe la “historia objetiva”. Toda narración sobre el pasado está atravesada
por un marco ideológico, que selecciona el objeto y dirige la mirada. El
discurso histórico es, entonces, un campo de lucha permanente por la
construcción de sentido. Y los que en algún momento ganaron, decidieron cómo
los argentinos recordaríamos a Belgrano y qué cosas de él era mejor olvidar.
Porque Belgrano
fue un intelectual brillante, una usina permanente de ideas y propuestas, que
resultaban necesarias para construir una Nación. No es neutral ni objetivo entonces que los
que forjaron el mito del “general que creó la bandera” hayan omitido su perfil
más relevante. De no hacerlo, deberían rendir cuentas; explicar por qué la
lucidez de un hombre licenciado en Filosofía, elegido en 1789 presidente de la
Academia de Derecho Romano, Práctica Forense y Economía Política de la
Universidad de Salamanca, bachiller en Leyes y Abogado, políglota, lector de
autores condenados y de libros prohibidos, fue desperdiciado en guerras que
consumieron su vida. Deberían explicar por qué nos privaron de él. Y por qué
desecharon sus escritos haciendo exactamente lo contrario.
No voy a referirme
entonces al Belgrano general; ni a sus campañas militares ni a la creación de
la bandera. Quiero referirme al Belgrano de más difícil acceso, al intelectual,
al hombre que pensó la economía desde y para la periferia.
Manuel Belgrano fue Secretario Perpetuo del Consulado de
Buenos Aires, cargo que asumió el 21 de septiembre de 1794. Desde allí, produjo
una serie de informes que condensan su pensamiento económico. También fundó, en
1810, el Correo de Comercio, y colaboró con publicaciones en el Telégrafo
Mercantil y en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, de Hipólito
Vieytes. Estas, junto con sus traducciones del francés de la obra de diversos
economistas, son las fuentes que deberíamos, los argentinos, conocer mejor.
Su pensamiento económico
fue clasificado indistintamente como el de un fisiócrata, un mercantilista o un
liberal, según los intereses de quien lo analizaba. Pero estas etiquetas
puestas sobre su obra en algunos momentos sobran, en otros resultan
insuficientes y, en los más, son contradictorias. Y es que, en materia
económica, Belgrano fue un ecléctico, un pragmático más que un teórico. Siempre
sostuvo que ninguna teoría económica, pensada para una realidad determinada,
puede aplicarse, sin más, a otra muy distinta. Para él, las particularidades de
cada lugar debían conocerse si se querían tomar medidas eficientes. Y así lo expresaba
en su primer informe al Rey: “He dicho al principio de mi discurso que no
conozco el país (…). Así, por ahora, no puedo hacer presente a VVSS los medios
más oportunos y adecuados (para el desarrollo) de los países que debe atender”.
Aquellos que lo
vinculan con la fisiocracia basan su consideración en la importancia que dio a
la agricultura. Sin embargo, sus escritos arrojan más diferencias que semejanzas.
En primer lugar, rechazaba el latifundio, tanto por sus consecuencias económicas
como políticas y así lo manifestó: “No ha
habido quien piense en la felicidad del género humano que no haya traído a
consideración la importancia de que todo hombre sea un propietario para que se
valga a sí mismo y a la sociedad. Por eso se ha declamado tan altamente a fin
de que las propiedades no recaigan en pocas manos”. Sus análisis lo acercan entonces a
la escuela clásica de David Ricardo cuando afirmaba: “El interés del
terrateniente siempre es opuesto al de las demás clases de la sociedad. Su
situación nunca es tan próspera como cuando los alimentos están escasos y
caros, mientras que para todas las demás gentes es un gran beneficio tener
alimentos baratos”.
Pero ya dijimos
que Belgrano era un ecléctico, que pensaba la economía no solo en términos
teóricos sino también prácticos. Y esto implicaba el esfuerzo por distinguir
qué medidas eran las más apropiadas para aplicar en este contexto, no en otro. En
un país donde está todo por hacer, consideraba imprescindible la presencia
reguladora del Estado, especialmente para saldar el conflicto distributivo
entre productores y consumidores. Y esto queda claro cuando leemos: “Lo que
parecería más ventajoso sería entretener continuamente el precio de los granos
cerca de aquel punto justo en el que el cultivador está animado por su ganancia
en tanto el artesano no se ve obligado a aumentar su salario para poder
alimentarse (…) La policía general del Estado puede conducirlo al punto”.
También pensaba que una agricultura eficiente necesita de la aplicación de las
más modernas tecnologías. Para ello, recomendó la fundación de una Escuela de
Agricultura. Su modelo es, entonces, el de pequeños y medianos productores, que
abastecen el mercado interno, con precios regulados por el Estado. No es un
fisiócrata ni tampoco un liberal. El apuro con que se presentó esa imagen de
Belgrano resultó muy conveniente a la hora de mostrar un modelo agroexportador
como único camino al desarrollo. Argentina fue, durante casi 80 años,
exclusivamente ganadera, actividad que él rechazaba porque demandaba poca mano
de obra, no impulsaba el cambio tecnológico, concentraba la riqueza en pocas
manos, desalentaba el poblamiento del territorio y fomentaba el latifundio. Se
entiende entonces por qué los liberales decidieron enterrar sus escritos
económicos.
Y se comprende
mejor aun cuando más ahondamos en su lectura: “Ni la agricultura ni el comercio
serían casi en ningún caso suficientes para establecer la felicidad de un
pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa industria”. Es que Belgrano, al
igual que San Martín, fue industrialista. En la Memoria al Consulado de 1802
sobre el desarrollo de las curtiembres en el Río de la Plata escribió: “Todas las
naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados
a manufacturarse, y todo su empeño es conseguir, no sólo darles nueva forma,
sino aún atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo y después venderlas”.
De Adam Smith tomó la importancia de la industrialización y de la división del
trabajo como generadoras de empleo, como impulsoras del cambio tecnológico y
como bases de la riqueza. Sin embargo, también como San Martín, rechazó el
libre comercio: “La importación de mercancías que impiden el consumo de las del
país o que perjudican al progreso de sus manufacturas, llevan tras sí
necesariamente la ruina de la Nación”. Industrialista y proteccionista, todo lo
opuesto a lo que un reducido grupo de mediocres extranjerizante hizo de la
Argentina.
Parte de su
pensamiento se dirige también a denunciar la corrupción de los empresarios. Y
tenía para esto un ejemplo muy concreto: el de su padre, próspero comerciante y
gran contrabandista. La evasión resultante de esta actividad, tan arraigada en
nuestras clases dominantes, resultaba ser, para Belgrano, la principal causa de
la destrucción del Estado. “Veo empresarios empapados de codicia, que se
vuelcan al contrabando acelerando la destrucción del Estado. Jamás han podido
existir los Estados luego de que la corrupción ha llegado”. Una afirmación que,
seguramente, Paolo Rocca prefiere olvidar…
Nuestro país vive
hoy tiempos nefastos, donde la violencia del Estado se utiliza nuevamente para
imponer un modelo de exclusión. La brutal represión en el Congreso, los
detenidos ilegales y los heridos, tiene un claro objetivo: amedrentar a la
población, inhibir la protesta y someter al pueblo. Porque no es otra cosa que
sometimiento la aprobación de la Ley de Bases que impulsa el gobierno. Son
tiempos para recordar que nuestra bandera no es un simple símbolo: también
condensa y representa las ideas de su creador. No bajemos los brazos y hoy, más
que nunca, recordemos al Manuel Belgrano que dijo: “El miedo sólo sirve para
perderlo todo y el camino de la libertad es la lucha por la libertad social”.
Desde Buenos
Aires, saludo a todos los que escuchan El Club de la Pluma.
PROF.
LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES
Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO