APUNTEN A LA POLÍTICA (SEGUNDA PARTE)
Retomamos lo iniciado la
semana pasada. El tema es árido pero necesitamos conocer los planes y fantasías
del enemigo. Algunas veces consiguen concretarlas. Los dataístas creen (o
podría decirse: les conviene creer) que el big data y la inteligencia
artificial permiten tener una visión divina y global que capta con precisión
todos los procesos sociales y los optimiza para el bien de todos. Alex
Pentland, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), escribe: «Con el big
data tenemos la capacidad de ver la sociedad en toda su complejidad a través de
los millones de interconexiones de los intercambios humanos. Si tuviéramos un
“ojo divino”, una visión global, podríamos lograr una verdadera comprensión del
funcionamiento de la sociedad y tomar medidas para resolver nuestros
problemas». El discurso, dirigido por el entendimiento humano, palidece ante la
visión divina del big data. El conocimiento digital total hace que el discurso
sea superfluo. Y que la POLÍTICA sea superflua.
Esta ilusión, hay que decirlo, no es novedosa.
Entusiasmado con el método estadístico del siglo XVIII, Rousseau propuso una
racionalidad aritmética «sin comunicación». Rousseau concebía la voluntad
general como una magnitud puramente numérico- matemática que se encontraría
objetivada más allá de la acción comunicativa. No la comunicación, sino una
operación aritmética, es decir, un algoritmo, determinaría la voluntad general.
En el Contrato social Rousseau escribió: «Hay, con
frecuencia, bastante diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad
general. Esta no tiene en cuenta sino el interés común; la otra se refiere al
interés privado, y no es sino una suma de voluntades particulares. Pero quitad
de estas mismas voluntades el más y el menos, que se destruyen mutuamente, y
queda como suma de las diferencias la voluntad general».
Rousseau sostenía explícitamente que la
determinación de la voluntad general debía llevarse a efecto «sin
comunicación», es más, debía excluirla. El hecho de que los ciudadanos no se
comuniquen entre sí, de que no se produzca ningún discurso, es la condición de
la posibilidad de determinar la voluntad general. Traducida al lenguaje de los
dataístas, la tesis de Rousseau es la siguiente: cuantos más datos diferentes
se obtengan, más auténtica será la voluntad general determinada. El discurso,
en cambio, distorsiona el resultado. Rousseau es, pues, el primer dataísta. Su
racionalidad aritmética, que prescinde por completo del discurso y de la
comunicación, se acerca a la racionalidad digital. Pobre Rousseau, ni podía
sospechar lo que resultaba de su tesis. Los estadísticos de Rousseau son
sustituidos en el régimen de la información por los informáticos. La inteligencia artificial, utilizando el big data, determina la
voluntad general, es decir, CALCULA el «interés general» de una sociedad (LA
IA, LO REPETIMOS, NO RAZONA: CALCULA).
La
racionalidad comunicativa se basa en la autonomía y la libertad de los
individuos (hasta un liberal clásico estaría de acuerdo con esta afirmación).
Los dataístas, en cambio, defienden un conductismo digital que rechaza la idea
de un individuo libre que actúa de forma autónoma. Como conductistas, creen que
el comportamiento de un individuo puede predecirse y controlarse con precisión.
El conocimiento total torna obsoleta la libertad del individuo: «Su abolición
ha sido diferida demasiado tiempo", dice Alex Pentland, "el hombre
autónomo es un truco utilizado para explicar lo que no podíamos explicarnos de
ninguna otra forma. Lo ha construido nuestra ignorancia, y conforme va
aumentando nuestro conocimiento, va diluyéndose progresivamente la materia
misma de que está hecho. […] Al hombre en cuanto hombre, gustosamente lo
abandonamos. Solo desposeyéndolo podemos concentrar nuestra atención en las
causas verdaderas de la conducta humana. Solo entonces descartaremos las
inferencias, para fijarnos en los datos observados, nos olvidaremos de lo
milagroso para preocuparnos de lo natural, nos despreocuparemos de lo
inaccesible para preocuparnos de lo que sea posible manejar» Contrariamente a la
racionalidad comunicativa, la racionalidad digital no tiene su punto de partida
en el individuo, sino en la población.
Desde un
punto de vista dataísta, el individuo que actúa de forma autónoma es una
ficción. Sigue diciendo Pentland: «Es hora de que abandonemos la ficción del
individuo como unidad básica de la racionalidad y reconozcamos que nuestra
racionalidad está determinada en gran medida por la estructura social que nos
rodea». Nuestro comportamiento está sujeto a las leyes de una física social.
Los dataístas sostienen que los humanos no son por principio diferentes de las
abejas y los monos: «La fuerza de la física social proviene del hecho de que
nuestras acciones diarias son casi universalmente habituales y se basan en gran
medida en lo que hemos aprendido observando el comportamiento de los demás. […]
Es decir, podemos observar a los humanos igual que observamos a los monos o a
las abejas, y podemos derivar reglas referidas al comportamiento, las
respuestas y el aprendizaje».
Los dataístas
conciben la sociedad como un organismo funcional. Y dentro de la sociedad como
organismo no hay pretensiones de validez. No hay discurso entre los órganos. Lo
único que cuenta es un intercambio eficaz de información entre unidades
funcionales que garantiza un mayor beneficio. La política y la gobernanza son
sustituidos por la planificación, el control y el condicionamiento.
La visión conductista del
ser humano no es fácil de conciliar con los principios democráticos. En el universo
dataísta, la democracia cede al avance de una infocracia basada en datos y
preocupada por optimizar el intercambio de información. Los análisis de datos
mediante inteligencia artificial sustituyen a la esfera pública discursiva, lo
que significa el fin de la democracia, sea cual sea la idea de democracia que
tengamos.
Shoshana Zuboff, socióloga
estdounidense, se opone enfáticamente a la imagen dataísta del hombre: «Si
queremos renovar la democracia en las próximas décadas", dice,
"necesitamos un sentimiento de indignación, una sensación de pérdida de lo
que nos están quitando. […] Lo que aquí está en juego es la expectativa que
cada ser humano abriga de ser dueño de su propia vida y autor de su propia
experiencia.
Lo que está en juego es la
experiencia interior con la cual conformamos nuestra voluntad de querer y los
ESPACIOS PÚBLICOS (atentos a esto: la
crisis de los espacios públicos merece un próximo análisis detallado) en los que actuar de acuerdo con esa
voluntad». A los dataístas, este apasionado compromiso con la
libertad y la democracia les sonará como una voz fantasmal de una época ya
pasada.
Desde Rosario- Militante Social