LA CLASE
MEDIA SUICIDA
Soy Lidia
Rodríguez Olives y, desde Buenos Aires, saludo a todos los oyentes de El Club
de la Pluma
Hace unos días, en
un bar cerca de casa, escuché una conversación entre dos personas. Una de
ellas, abogado de unos 50 años, se quejaba del aumento brutal de las prepagas.
Con una enfermedad pre existente, no podía bajarse, pero ya era imposible pagar
la cuota. También se quejaba de los aumentos de luz y gas. Su madre, decía,
vive sola. Pagaba 3 mil de luz y, en la última factura, 9 mil. Siguió con el
celular: 80 mil pesos por un pack familiar. Después le tocó el turno al auto y
al costo de mantenerlo, con la nafta que sube sin parar, el seguro, la patente
y todo lo demás. Cuando terminó de
quejarse, el abogado remató: “Yo no tengo ningún problema con el “flaco”. Lo
voté y lo banco. Pero hermano: solucioname, algún quilombo!!!”. Y se me cruzó
por la cabeza Luis Brandoni, en esa recordada escena de Esperando la Carroza:
“Ahí lo tenés al pelotudo”. Porque hay que ser pelotudo para no entender
todavía que el “flaco” que votaron no va a solucionar los problemas de la clase
media: está ahí para hacerla desaparecer; para continuar el modelo iniciado en
1976 y arrojarla a la pobreza. Sorprende que no terminen de avivarse…
Milei admira a
Carlos Menem. Y eso no es casual. Menem llegó a la presidencia el 8 de Julio de
1989 prometiendo la “revolución productiva”. Pero alcanzó con escuchar su
discurso de asunción para entender que “algo olía mal en Dinamarca…”
Su esquema
argumental apeló a una serie de recursos que se han convertido en todo un
evangelio para la derecha: se recibe una “pesada herencia”; son necesarios
fuertes sacrificios que nos llevarán a un futuro promisorio (algo así como la
luz al final del túnel…); la magnitud de la crisis requiere “soluciones
novedosas” (no más de lo mismo); y hay que hacer “cirugía mayor”. Afirmaciones
todas que no lograron ser compensadas ni con su referencia al “salariazo” ni
con su apelación a la tradición peronista. Su discurso culminó con una fuerte
interpelación religiosa: Argentina, porque era pecadora, debía redimirse; y él,
como guía iluminado (o embajador de la luz…), haría que se levante y ande…
A la hora de
analizar la Historia Argentina reciente, existen ciertos consensos. Uno de
ellos es considerar la dictadura de 1976 como el inicio de un cambio drástico
en las estructuras políticas, sociales y económicas de nuestro país. Otro, que
independientemente del gobierno de turno, esos cambios se han ido profundizando
con el correr del tiempo. No se trata entonces de partidos políticos sino del
modelo que se aplica.
El menemismo
inició un vasto y acelerado programa de reformas estructurales, facilitadas por
la rápida sanción (con los votos radicales) de las leyes de Reforma del Estado
y de Emergencia Económica. En poco tiempo, se removieron diversos mecanismos
regulatorios; se liberalizaron el mercado de cambio y los flujos financieros;
se suprimieron controles de precios; se estableció la apertura externa de la
economía, permitiendo el ingreso de importaciones sin consulta ni autorización
previa. Mientras se reconocía a “las fuerzas del mercado” como asignadoras
naturales de recursos, el Estado retrocedía y se debilitaba su capacidad de
intervención. Paralelamente, también se desreguló el mercado de trabajo, lo que
implicó la pérdida de conquistas laborales de vieja data. Continuó así las
políticas iniciadas en 1976, como harán más tarde la Alianza, el macrismo y
ahora Milei. Pero también se propuso avanzar en los “legados truncos” de la
Dictadura, por ejemplo, las privatizaciones.
Los argumentos utilizados
constituyen un clásico de la derecha liberal. El excesivo intervencionismo
estatal y las múltiples regulaciones son las causas de las “imperfecciones” del
mercado. Porque, al obturar su desarrollo, impiden que actúe optimizando la
asignación de recursos. Vender las empresas públicas y desregular libera la
competencia y favorece el bienestar general. Se lo escuchamos a Menem, a Macri
y a Milei. Sin embargo, esas afirmaciones implican un absoluto desconocimiento
del “mundo real”. La Dictadura ya había concentrado en mucho la economía. Y las
privatizaciones no hicieron otra cosa que profundizar el proceso. La venta de
empresas como SOMISA, Altos Hornos Zapla, Fabricaciones Militares, el Polo
Petroquímico Bahía Blanca y las fábricas de YPF dejó en manos de pocos actores insumos
básicos relevantes, como los petroquímicos, la refinación de petróleo y la
siderurgia, favoreciendo a empresas como Garovaglio y Zorraquín, Indupa, Pérez
Companc, Soldati y Techint.
Hoy, sólo esta
última puede proveer los caños para Vaca Muerta que, con la tuya, pagamos por
encima del precio internacional. Lo mismo ocurrió con las empresas de servicios
privatizadas, que terminaron conformando verdaderos monopolios artificiales con
usuarios cautivos. Cautivos como estamos hoy de la cartelización de las
prepagas; de SC Johnson, que concentra el 97% del mercado de repelentes en el
AMBA, no produce más porque no quiere, el Estado se borró del control y la
regulación, y a vos que te pique el dengue…Cautivos también del tarifazo de luz
y gas que se nos viene encima. Porque desregular la economía en mercados
monopólicos no deriva en libre competencia sino en ganancias extraordinarias de
unas pocas empresas, obtenidas a costa del empobrecimiento de la sociedad. Cada
vez que suben los precios a su antojo, parte de tu salario se transfiere a esas
empresas en forma de ganancia.
Menem continuó la
línea de desindustrialización iniciada en 1976. Según los censos, con la
Dictadura desaparecieron 8500 PYMES y más de la tercera parte de las plantas
con más de 300 ocupados que existían a mediados de los ´70. Continuando estas
políticas, en 1993, se registraron 10 mil unidades fabriles menos que en el
censo anterior. Esto implicó una fuerte expulsión de trabajadores y, junto con
la reducción del empleo público derivada de la Reforma del Estado, explican la
tasa de desempleo, que alcanzó el 20% en 1998. Con semejante “ejército de
reserva” los salarios bajaron drásticamente. Entre 1988 y 1998, el personal
bajo convenio había perdido el 30% de su salario; los docentes, el 20%; y los
docentes universitarios, nada menos que el 45%. A ver si entendemos de una buena
vez que 70 mil trabajadores expulsados del Estado, implica menor salario para
los que aún tienen empleo…
Si a alguno no le
alcanza con esto para saber quiénes son ganadores y perdedores en este modelo,
podemos ver qué pasó con los impuestos. La Convertibilidad hizo imposible financiar
el déficit con emisión: había que recaudar más. Menem modificó el IVA, que fue
generalizado y pasó primero al 16% y luego al 21%. En 1989, representaba el
1,6% del PBI; en 1998, el 6,3%. Pero disminuyeron los impuestos al patrimonio y
los aportes previsionales de las empresas. Se redujo notoriamente el piso de
ganancias, que terminó gravando a trabajadores de modestos ingresos, como proyecta
Milei ahora.
Y después de todo esto, ¿vimos la luz al final del túnel?
Ya deberíamos haber aprendido que al final del túnel neoliberal no hay luz sino
una crisis fenomenal. Entre 1990 y 1999, la balanza comercial fue, durante 6
años, deficitaria. Porque si el país se primariza, destruye el tejido
productivo y abre las importaciones, no hay magia: ocurre eso. Tampoco nos fue
mejor con la deuda externa. En 1991 era de D61.334 millones y representaba el
33,1% del PBI. En 1999 había ascendido a D152.563 millones y ya representaba el
54% del PBI. Mientras tanto, creció la fuga de capitales, que pasó de D60.416
millones a D106.966 millones. Y la famosa Convertibilidad, sostenida
artificialmente por los dólares de las privatizaciones, terminó volando por los
aires en 2001, cuando ya no había ni créditos ni empresas que rifar. Con 50% de
pobres, el aparato productivo arrasado, una deuda impagable, el sistema
financiero como articulador de la economía y un Estado inexistente, la derecha pensó
su triunfo asegurado: el modelo parecía irreversible. Pero entonces ocurrió el
“hecho maldito” que tanto los espanta: volvió el peronismo. Y lo hizo en su
mejor versión.
El Kirchnerismo
implicó un quiebre histórico y un cambio en la tendencia económica que se venía
registrando en el último cuarto del SXX. Y aunque no logró romper la estructura
dominante (por ejemplo, en lo que hace a la concentración y centralización de
la producción y el capital), inició una etapa de crecimiento acelerado y
prolongado como no se veía desde el decenio 1964/1974, con efectos positivos en
la inclusión social y en la diversificación productiva. El Estado recuperó
capacidades para orientar el desarrollo económico. La industria superó el
estancamiento y pudo producir más y generar empleo. Y el dato que más le duele
a la derecha: de ser, durante casi 30 años, el país con mayor retroceso
relativo de América Latina, Argentina se ubicó entre los de mejor desempeño en
términos de inclusión social y laboral. Y les duele porque significa que la
riqueza se distribuye de manera horizontal, se frena la concentración, se
reduce la pobreza y se amplían las clases medias. Y por eso que les arrebató
“la década ganada” volvieron hoy más violentos que nunca.
Tal vez fue un
error poner la atención en el aumento de la pobreza en lugar se señalar la
permanente reducción de la clase media. Quizás así el abogado cincuentón, el
jubilado, el docente, el comerciante y el inquilino hubiesen entendido con más
claridad que los pobres no caen del cielo: aumentan en la misma proporción en que
ellos se extinguen. Tal vez (y sólo tal vez…) esa comprensión los hubiese
vuelto más racionales y menos gorilas. Pero son muchos los que todavía persisten
en empujarnos a esta hecatombe social que destruye todo. Lo que no están viendo
es que Milei los tiene en la mira. Y si no reaccionan, sólo es cuestión de
tiempo para que, con otro DNU, los haga desaparecer…
Desde Buenos Aires, abrazo a los oyentes de El Club de la Pluma.
PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ
OLIVES
Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO