LA CAMISETA MÁS VENDIDA. HISTORIA DE LA UCR
Soy Lidia
Rodríguez Olives y, desde Buenos Aires, saludo a los oyentes de El Club de la
Pluma
Parece que los
argentinos no aprendemos más…No nos alcanzó la Dictadura. Tampoco el menemismo
ni los 4 años de Mauricio Macri. Ahí lo tenemos a Javier Milei, electo por el
voto de una sociedad que oscila entre la amnesia, la ignorancia y el odio. Sin
embargo, no alcanza con que la sociedad vote. Se necesita de acuerdos y
consensos políticos que hagan posible el ejercicio del poder.
Hace poco
naufragaba en el Congreso la llamada “Ley Omnibus” con la que el gobierno
pretendía encarar una reforma del Estado, en abierta violación de los
mecanismos institucionales y procedimentales establecidos en la Constitución
Nacional. Si bien el proyecto fracasó en el debate en particular, no hay que
olvidar que un texto con esas características fue aprobado en general por el
Congreso. Y esto fue posible por la existencia de una llamada “oposición
amigable”, en la que se encuentra la UCR que, con su voto, aseguró la
aprobación.
Muchos periodistas
se preguntaban cómo era posible que la UCR, un partido centenario y con amplia tradición
democrática, se prestase a esos acuerdos. Pero esas características tienen poco
que ver con la Historia, porque una mirada retrospectiva nos muestra que el
partido podrá ser centenario, pero de democrático tiene muy poco.
Sus orígenes se remontan a fines del Siglo XIX y, aunque
de eso mucho no se habla, nació como un partido golpista, sello de nacimiento
que honrará a lo largo de toda su historia.
En 1890 gobernaba
la Argentina el Partido Autonomista Nacional, que había llevado a la
presidencia a Miguel Juárez Celman. Entre julio y agosto del año anterior, una
serie de reuniones tuvieron lugar en casa de Aristóbulo del Valle, ubicada en
la avenida Alvear, a las que concurrieron, entre otros, Bartolomé Mitre,
Bernardo de Irigoyen y Manuel Estrada. El objetivo era claro: dado que el fraude
hacía invencible al PAN en las elecciones, sólo era posible derrotarlo a través
de un golpe de Estado, de una revolución armada. En paralelo, Francisco
Barroetaveña, joven abogado que había asistido a las reuniones en casa de Del
Valle, convocaba el 1 de septiembre de 1889 a un acto público contra el gobierno
en el Jardín Florida. De allí salió la Unión Cívica de la Juventud, que no
tardó en lograr el apoyo de los políticos más renombrados de la época: a los
habitué de la avenida Alvear se unieron Vicente Fidel López, Leandro Alem y
Adolfo Alsina.
El 13 de abril de
1890, la agrupación fue rebautizada con el nombre de Unión Cívica y su
organización puesta en manos de Leandro Alem. Sin embargo, nunca fue pensada
como un partido político. Sus miembros pretendían utilizarla como una cortina
de humo que agitara a la opinión pública mientras destinaban todos sus
esfuerzos a organizar el golpe con el que derrocarían al gobierno.
Los contactos con
el ejército ya habían dado sus frutos. El general Manuel Campos aceptó ser el jefe
militar del alzamiento, mientras que Leandro Alem comandaría a los grupos
civiles. El día elegido fue el 26 de julio de 1890. El resto es Historia más
conocida: el golpe fue derrotado, pero Juárez Celman se vio obligado a renunciar,
asumiendo su vice, Carlos Pellegrini. Menos conocida es la cantidad de muertos,
que se calcula entre 800 y 1000 personas.
Las primeras
discrepancias surgieron rápidamente. Mientras en distintos actos públicos Alem
y sus seguidores afirmaban que no renunciarían al uso de la violencia, Mitre,
desde Europa, declaraba que la Revolución había sido sólo un acto de protesta,
que el gobierno era representativo y que gozaba de legitimidad. En él se
encarna otra de las características históricas de la UC: la rapidez con la que
deciden “vender la camiseta”. Vuelto al país en marzo de 1891, Mitre anunció
que él y Roca habían celebrado un acuerdo por el que el PAN y la UC se
presentarían juntos en la próxima elección presidencial. Giro Copernicano
comparable al que, 70 años después, haría su correligionario Arturo Frondizi,
que llegó a la presidencia con las banderas de la soberanía petrolera para
hacer exactamente lo contrario.
Un mes después de
ese anuncio, Alem rompió con Mitre y la UC quedó dividida para siempre. Por un
lado, los “acuerdistas” o UCN, bajo el liderazgo de Bartolomé Mitre; por otro,
los “antiacuerdistas” que, siguiendo a Leandro Alem, formaron la UCR.
Desilusionado por esta división, Aristóbulo del Valle se retiró de la vida
política en 1891. Pero este “renunciamiento” duró poco: en 1893 aceptaba la
invitación del presidente Sáenz Peña y se incorporaba a su gabinete como
Ministro de Guerra. ¡¡¡Correligionarios afuera!!!
En esa etapa
fundacional, la UCR organizó otros dos golpes contra el gobierno: en 1893 y en
1905, y en ambos fue derrotada. Pero a lo largo del siglo XX no hubo golpe de
Estado que no la tuviera entre sus protagonistas, incluyendo el que, en 1930,
derrocó a Hipólito Yrigoyen.
En el relato por
ellos construido se colocan como víctimas. Sin embargo y dada la popularidad de
la que gozaba el presidente, tanto los sectores militares como los
conservadores sabían que era necesario contar con el apoyo de los mismos radicales.
Y no sólo apoyaron. Los sectores “antipersonalistas” opuestos al estilo con que
gobernaba Yrigoyen, formaron la Concordancia, con la que se unieron a
conservadores y socialistas independientes. Con ella dieron gobernabilidad a la
“Década Infame” y en 1938 llevaron a la presidencia a uno de sus miembros,
Roberto Ortiz.
Lejos de la imagen
democrática que les gusta difundir, la UCR es un partido atravesado por la
violencia política. Desde sus orígenes, se negó a ser un partido político más.
Los concebía como organizaciones efímeras que perseguían objetivos sectoriales
y mezquinos. Ellos, en cambio, eran la expresión misma de la Nación y su
programa, la Constitución Nacional. En palabras de Marcelo T. de Alvear, “ser
radical es ser dos veces argentino”. Sostener esto implicaba convertir al
adversario en enemigo, deslegitimarlo y hacer de toda oposición un combate
decisivo que justificaba la eliminación del oponente. Así quedó demostrado no
sólo en los golpes de Estado en los que participó sino en la represión brutal
contra los trabajadores en huelga en 1919 y en las trágicas jornadas de la
Patagonia, donde miles de obreros fueron asesinados. Los etiquetó como enemigos
de la Nación y justificó así su muerte.
Violenta fue
también la Liga Patriótica, patotas armadas que incendiaban y destruían locales
de la oposición, agredían a sus militantes y eran fuerzas de choque en las
huelgas. Todo bajo la benévola mirada del mismísimo Yrigoyen. Violento fue el
asesinato del antiyrigoyenista Carlos Lencinas, en diciembre de 1929. Para la
justicia, el autor era un lobo solitario. Sin embargo, radicales identificados
con el gobierno nacional festejaron esa muerte en Mendoza y San Juan. En esta
última provincia lo hicieron con un asado y a él concurrió un joven abogado,
fiscal de la intervención federal en Mendoza decretada por Yrigoyen. Su nombre:
Ricardo Balbín. No deberíamos asombrarnos entonces cuando, más de 90 años
después, ningún radical alzó la voz para condenar el intento de asesinato
contra Cristina Kirchner ¿Y qué otra cosa sino violencia fueron las leyes de
Obediencia Debida y Punto Final?
Concebido como la
representación de la misma Nación, el Radicalismo sería incapaz de aceptar la
derrota en elecciones limpias. Y cuando el peronismo lo derrotó, utilizó contra
él su arsenal de siempre: la violencia y el golpe de Estado. Ambos, a su
entender, estaban justificados, porque su oponente no era un adversario sino el
enemigo mismo al que debían eliminar. Organizó el golpe del 55 que derrocó a
Perón. Poco les importó los 300 muertos en el bombardeo. Y se mostraron como
paladines de la democracia mientras sostenían la proscripción del peronismo
mayoritario. ¿Por qué habría de asombrarnos ahora que sus diputados se negaran a
suspender el debate en el Congreso para frenar la brutal represión que en las
calles llevaba adelante Patricia Bullrich?
Tampoco muestra la
Historia un Radicalismo respetuoso de la Constitución y el Estado de Derecho.
Yrigoyen gobernó de espaldas al Congreso. Al finalizar su primer mandato, todas
las provincias, a excepción de Santa Fe, habían sido intervenidas por decreto.
Algunas, hasta en 3 oportunidades. En ellas no sólo gobernaban conservadores
sino también radicales que se oponían al estilo personalista del presidente. Y
despreciando la República que decía defender, Yrigoyen no concurría al Congreso
para iniciar las sesiones ordinarias. En el otro extremo de la Historia Raúl
Alfonsín, “padre de la democracia”, firmó con Carlos Menem el Pacto de Olivos,
acuerdo para reformar la Constitución que violó abiertamente su artículo 30,
avasalló las potestades de la Convención General Constituyente y habilitó la
concentración del poder en el Ejecutivo. De no ser así, ni la “Ley Ómnibus” ni
el DNU de Milei hubiesen sido posibles.
Fueron responsables
de la represión que, en diciembre de 2001, mató a 39 personas e hirió a más de
500 en todo el país. Formaron la Alianza Cambiemos durante el gobierno de
Mauricio Macri, que asesinó a Santiago Maldonado y a Rafael Nahuel, además de
contraer la deuda más grande tomada por el país sin pasar por el Congreso.
Autoritarismo y violencia; estafa electoral y alianzas espurias. A no hacerse
los distraídos, correligionarios de la boina blanca, que nada de esto le es
ajeno al centenario partido Radical.
Desde Buenos
Aires, les mando un gran abrazo a todos los oyentes de El Club de la Pluma
PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES
Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO