JOHN
LOCKE
CONTRA EL LIBERALISMO TRUCHO DE TUTTLE TWINS
Soy Lidia
Rodríguez Olives y, desde Buenos Aires, saludo a los que escuchan El Club de la
Pluma.
Aun sabiendo que
este gobierno puede asombrarnos e indignarnos cada día un poco más, esto no
debe conducirnos ni a la naturalización ni a la apatía respecto de las acciones
que constituyen un verdadero ataque a los derechos individuales, además de un
ejercicio violento de imposición de un discurso único y mentiroso.
Hace unos días nos enterábamos de la inclusión en la
programación del canal estatal Paka Paka de una serie de dibujos animados
importados de Estados Unidos, que se utilizará como una herramienta más en la
“batalla cultural” que encara Milei. Acusado de adoctrinamiento, el gobierno se
defendió: no hay adoctrinamiento porque esta es la verdad.
Podríamos dedicar
horas a debatir sobre qué es “verdad” en la ciencia; o a aclarar que la toma de
posición de un actor social siempre es determinada y situada. Pero prefiero
tomar un ejemplo de los tantos que nos brinda la nueva programación del canal oficial.
En uno de los videos de la serie Tuttle Twins, un entusiasta
John Locke explica a 2 niños que “las necesidades no constituyen derechos”. Cubrirlas
requiere dinero, trabajo o el tiempo de otra persona. Tener derecho al refugio
implica, entonces, obligar a otro a construirme una casa gratis. El filósofo
cierra su razonamiento afirmando: si tienes derechos, no obligues a otros a
trabajar por ellos. Sólo queda el camino de la “amabilidad”, una especie de
caridad que debe ser voluntaria, porque si el gobierno obligara a ella pasaría
a ser coerción. Los únicos derechos que tenemos, entonces, son los que no
obligan a nadie a trabajar para nosotros.
La primera
observación que surge es que ni el acceso ni la defensa de la propiedad,
sagrada para los liberales, son gratuitos. Miles de personas que no son ni
serán propietarias trabajan y pagan impuestos financiando, entre otras cosas,
un dólar barato que comprarán los sectores más acomodados para acceder a una
vivienda o para un viaje al exterior. También financian Gendarmería, que tantos
servicios brindó a Joe Lewis en defensa de sus propiedades en el sur.
Propiedades de las que disfrutaron políticos, jueces, empresarios y
periodistas. No se trata entonces de no obligar a nadie a trabajar por mis
derechos sino de un debate más profundo sobre cuáles son esos derechos, quién o
quiénes sus portadores, cómo se distribuye el esfuerzo tributario y a quiénes beneficia.
Pero, ¿qué
escribió, finalmente, John Locke? En conjunto, su obra describe un derrotero que
lo lleva de un marcado autoritarismo, intolerancia y de la defensa sin
concesión del absolutismo monárquico, a la defensa de los derechos individuales
y la rebelión, aunque sin desprenderse de una fuerte religiosidad, donde razón
y fe se encuentran integradas. Tal vez a Locke le resultó fácil teorizar y
recomendar una violencia que se ejercería sobre otros, no sobre él. Pero cuando
los vientos cambiaron y la persecución a la disidencia religiosa en Inglaterra terminó
con masivas ejecuciones y brutales asesinatos de puritanos como él, ya no le
pareció tan conveniente. En 1683 tuvo que exiliarse en Holanda, tras haber participado
de un frustrado intento de secuestro del rey, Carlos II y de su hermano, el
católico y futuro Jacobo II. El objetivo era imponer en la sucesión a un hijo
ilegítimo del monarca, ni anglicano furioso como su padre ni católico fanático
como su tío y más inclinado a aceptar disidencias religiosas como la de Locke.
En Holanda, debió cambiar periódicamente de residencia y de identidad. En 1685
aparece en una lista de 84 traidores a la patria que el gobierno inglés envió a
La Haya para su inmediata extradición. Y entonces, como por arte de magia, ese
mismo año publica su “Carta sobre la tolerancia”. Tolerancia limitada que no
alcanza ni a católicos, ni a cuáqueros ni a ateos, considerados una amenaza
para la existencia misma del Estado.
El más famoso de
sus textos es el “Segundo tratado sobre el gobierno civil”. Como para muchos
filósofos contemporáneos, un estado de naturaleza antecede a la formación de la
sociedad civil. Junto con la razón y el mundo que ha de poblar, el hombre
recibió por mandato divino la ley fundamental que siempre deberá respetar: la
preservación de la humanidad. Para Locke, este mandato originario es eterno y
persiste como norma suprema cuando la sociedad se organiza. Por lo tanto,
ninguna acción humana que vaya contra esto, ni en estado de naturaleza ni en sociedad,
puede ser válida. Ninguno debe dañar a otro en lo que atañe a su vida, salud,
libertad o posesiones. Debemos al individualismo liberal el haber omitido de
este texto dos conceptos fundamentales: no es el yo sino el nosotros el que
debe preservarse en la sociedad civil. Y propiedad no son sólo bienes
materiales, sino que incluye la vida, la salud, la libertad y la seguridad de
los individuos. En palabras del autor, “siendo todos los hombres libres e
iguales, no puede presuponerse que haya entre nosotros una subordinación que
nos dé derecho a destruir al prójimo como si este hubiese sido creado para nuestro
uso”.
Pero siempre habrá
quien, violando los principios de la naturaleza humana, usando la fuerza y la
violencia, intenten poner a otro bajo su poder. Y es para evitar esos abusos
que los hombres deciden, por mutuo consentimiento, crear la sociedad. Lejos del
concepto que difunden los libertarios, la libertad no consiste en que cada uno
haga lo que le plazca o viva como quiera (como hicieron en la pandemia), sino
que la única libertad que existe en un régimen de gobierno es la de poseer una
norma para vivir de acuerdo a ella. Locke dedica un amplio espacio al Poder
Legislativo, responsable de esas normas y poder supremo del Estado.
La primera y
fundamental ley que obliga al Legislativo mismo es la preservación de la
sociedad y, sólo en la medida en que ello sea compatible con el bien público,
la de cada individuo. El legislativo es sagrado e inalterable y no puede
transferir a nadie el poder de hacer las leyes. Ningún edicto, cualquiera sea
el poder que lo respalde, tendrá la fuerza y la obligación de una ley. Pero el
poder de los legisladores está limitado a preservar el bien público y “jamás
podrá tener derecho a destruir, a esclavizar o a empobrecer premeditadamente a
los súbditos”.
El Poder Ejecutivo
es para Locke un poder subordinado al Legislativo, ante el que debe rendir
cuenta al igual que los ministros. Y aquellas prerrogativas que la ley pueda
darle deberán utilizarse para el bien del pueblo, no para su daño.
Cuando alguno de
estos principios no es respetado, ya sea por ambición, por miedo, por
insensatez o por corrupción; o porque se utiliza la fuerza, el tesoro y los
servicios de la sociedad para corromper a los representantes, el pueblo, en
virtud de una ley que es anterior a todas las leyes positivas de los hombres y
también de autoridad mayor, se reserva el derecho de desobediencia, oposición y
resistencia. Y si alguna desgracia ocurre durante la rebelión, no será por
culpa de quienes defienden sus derechos sino de aquellos que, abusando de su
poder, violan los del prójimo.
Este apretado
recorrido sirve para mostrar que el Locke que nos vendió el liberalismo se
aleja en mucho de sus escritos. No es el individuo sino la comunidad la que
debe ser preservada, y hasta los bienes materiales podrán acumularse en tanto y
en cuanto no implique una amenaza para la preservación de la vida del resto. El
Estado, depositario del poder delegado por la sociedad, deberá sancionar normas
que tendrán como supremo objetivo el bien común. Para hacerlo, necesita
recursos y todos los individuos están obligados a ceder al Estado parte de la
riqueza que obtienen de su trabajo. Queda claro que, para Locke, un evasor
nunca será un héroe sino “una criatura nociva”, porque “siempre hay un hombre
que sufre daño como consecuencia de esa transgresión”.
Los liberales son
afectos a encumbrar la propiedad como el derecho más importante a proteger y
garantizar. Olvidan convenientemente que para Locke es un concepto amplio que
comprende todas las necesidades que el hombre debe satisfacer para su
preservación: salud, alimentación, refugio y seguridad, además de la posesión
de bienes materiales. Y, siguiendo al autor, como no cabe suponer que el hombre
se asocie para perder derechos, son todos estos “derechos naturales” los que el
Estado debe asegurar. Sostener que es válido destinar recursos para financiar
el resguardo de bienes materiales y no para asegurar la salud de la población
sosteniendo al Garrahan no es liberal sino clasista, y no defiende el bien
común sino privilegios de los menos. De la misma manera que lo hace sostener
que las grandes fortunas son propiedad intocable de quien las posee, pero no el
salario de un trabajador o el ingreso de un jubilado.
Deberíamos
comenzar entonces a poner las cosas en su lugar. Y siguiendo el mandato de
Locke, obligar al 1% de privilegiados que atesora en paraísos fiscales 454.886
millones de dólares y que han convertido a la Argentina en el 5° país con
riqueza offshore sin declarar ni tributar, a pagar lo que nos debe por el
trabajo, tiempo y dinero que pusimos para que ellos acrecentaran sus
patrimonios. Me refiero a los Pagani, Magnetto y Bagó; a los Coto, Miguens,
Braun, Pérez Companc y Grimoldi; a los Galperín, Argüelles, Migoya, Elsztain y
Costantini; a los Rocca, Roggio, Brito, Blaquier, Soldati, Caputo, Macri,
Eurnekián y Belocopitt. A los verdaderos responsables de la pobreza, la
indigencia, la precarización del trabajo y el calvario de los jubilados; de la
migración de nuestros científicos, la precariedad del sistema de salud y la
crisis de la educación. Su conducta delictiva priva al conjunto de la sociedad
de sus derechos y pone en riesgo su vida. Nos han declarado la guerra. Es hora
entonces de sacar a relucir las palabras olvidadas del mismísimo John Locke:
“Es razonable y justo que yo tenga el derecho de destruir a quien amenaza con
destruirme a mí. Porque los hombres así no se guían por la ley común de la
razón. Y deberán ser tratados como bestias o presas; como criaturas peligrosas
y dañinas que destruyen a todo aquel que cae en su poder”.
Desde Buenos Aires, saludo a todos los oyentes de El Club de la Pluma.
PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES
–Profesora
de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO
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