RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

domingo, 8 de junio de 2025

JOHN LOCKE CONTRA EL LIBERALISMO TRUCHO DE TUTTLE TWINS - PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

 

JOHN LOCKE

 CONTRA EL LIBERALISMO TRUCHO DE TUTTLE TWINS

 

 

 Soy Lidia Rodríguez Olives y, desde Buenos Aires, saludo a los que escuchan El Club de la Pluma.

 

 Aun sabiendo que este gobierno puede asombrarnos e indignarnos cada día un poco más, esto no debe conducirnos ni a la naturalización ni a la apatía respecto de las acciones que constituyen un verdadero ataque a los derechos individuales, además de un ejercicio violento de imposición de un discurso único y mentiroso.

Hace unos días nos enterábamos de la inclusión en la programación del canal estatal Paka Paka de una serie de dibujos animados importados de Estados Unidos, que se utilizará como una herramienta más en la “batalla cultural” que encara Milei. Acusado de adoctrinamiento, el gobierno se defendió: no hay adoctrinamiento porque esta es la verdad.

 

 Podríamos dedicar horas a debatir sobre qué es “verdad” en la ciencia; o a aclarar que la toma de posición de un actor social siempre es determinada y situada. Pero prefiero tomar un ejemplo de los tantos que nos brinda la nueva programación del canal oficial.

En uno de los videos de la serie Tuttle Twins, un entusiasta John Locke explica a 2 niños que “las necesidades no constituyen derechos”. Cubrirlas requiere dinero, trabajo o el tiempo de otra persona. Tener derecho al refugio implica, entonces, obligar a otro a construirme una casa gratis. El filósofo cierra su razonamiento afirmando: si tienes derechos, no obligues a otros a trabajar por ellos. Sólo queda el camino de la “amabilidad”, una especie de caridad que debe ser voluntaria, porque si el gobierno obligara a ella pasaría a ser coerción. Los únicos derechos que tenemos, entonces, son los que no obligan a nadie a trabajar para nosotros.

 

 La primera observación que surge es que ni el acceso ni la defensa de la propiedad, sagrada para los liberales, son gratuitos. Miles de personas que no son ni serán propietarias trabajan y pagan impuestos financiando, entre otras cosas, un dólar barato que comprarán los sectores más acomodados para acceder a una vivienda o para un viaje al exterior. También financian Gendarmería, que tantos servicios brindó a Joe Lewis en defensa de sus propiedades en el sur. Propiedades de las que disfrutaron políticos, jueces, empresarios y periodistas. No se trata entonces de no obligar a nadie a trabajar por mis derechos sino de un debate más profundo sobre cuáles son esos derechos, quién o quiénes sus portadores, cómo se distribuye el esfuerzo tributario y a quiénes beneficia.

 

 Pero, ¿qué escribió, finalmente, John Locke? En conjunto, su obra describe un derrotero que lo lleva de un marcado autoritarismo, intolerancia y de la defensa sin concesión del absolutismo monárquico, a la defensa de los derechos individuales y la rebelión, aunque sin desprenderse de una fuerte religiosidad, donde razón y fe se encuentran integradas. Tal vez a Locke le resultó fácil teorizar y recomendar una violencia que se ejercería sobre otros, no sobre él. Pero cuando los vientos cambiaron y la persecución a la disidencia religiosa en Inglaterra terminó con masivas ejecuciones y brutales asesinatos de puritanos como él, ya no le pareció tan conveniente. En 1683 tuvo que exiliarse en Holanda, tras haber participado de un frustrado intento de secuestro del rey, Carlos II y de su hermano, el católico y futuro Jacobo II. El objetivo era imponer en la sucesión a un hijo ilegítimo del monarca, ni anglicano furioso como su padre ni católico fanático como su tío y más inclinado a aceptar disidencias religiosas como la de Locke. En Holanda, debió cambiar periódicamente de residencia y de identidad. En 1685 aparece en una lista de 84 traidores a la patria que el gobierno inglés envió a La Haya para su inmediata extradición. Y entonces, como por arte de magia, ese mismo año publica su “Carta sobre la tolerancia”. Tolerancia limitada que no alcanza ni a católicos, ni a cuáqueros ni a ateos, considerados una amenaza para la existencia misma del Estado.  

 

 El más famoso de sus textos es el “Segundo tratado sobre el gobierno civil”. Como para muchos filósofos contemporáneos, un estado de naturaleza antecede a la formación de la sociedad civil. Junto con la razón y el mundo que ha de poblar, el hombre recibió por mandato divino la ley fundamental que siempre deberá respetar: la preservación de la humanidad. Para Locke, este mandato originario es eterno y persiste como norma suprema cuando la sociedad se organiza. Por lo tanto, ninguna acción humana que vaya contra esto, ni en estado de naturaleza ni en sociedad, puede ser válida. Ninguno debe dañar a otro en lo que atañe a su vida, salud, libertad o posesiones. Debemos al individualismo liberal el haber omitido de este texto dos conceptos fundamentales: no es el yo sino el nosotros el que debe preservarse en la sociedad civil. Y propiedad no son sólo bienes materiales, sino que incluye la vida, la salud, la libertad y la seguridad de los individuos. En palabras del autor, “siendo todos los hombres libres e iguales, no puede presuponerse que haya entre nosotros una subordinación que nos dé derecho a destruir al prójimo como si este hubiese sido creado para nuestro uso”.

 

 Pero siempre habrá quien, violando los principios de la naturaleza humana, usando la fuerza y la violencia, intenten poner a otro bajo su poder. Y es para evitar esos abusos que los hombres deciden, por mutuo consentimiento, crear la sociedad. Lejos del concepto que difunden los libertarios, la libertad no consiste en que cada uno haga lo que le plazca o viva como quiera (como hicieron en la pandemia), sino que la única libertad que existe en un régimen de gobierno es la de poseer una norma para vivir de acuerdo a ella. Locke dedica un amplio espacio al Poder Legislativo, responsable de esas normas y poder supremo del Estado.

 

 La primera y fundamental ley que obliga al Legislativo mismo es la preservación de la sociedad y, sólo en la medida en que ello sea compatible con el bien público, la de cada individuo. El legislativo es sagrado e inalterable y no puede transferir a nadie el poder de hacer las leyes. Ningún edicto, cualquiera sea el poder que lo respalde, tendrá la fuerza y la obligación de una ley. Pero el poder de los legisladores está limitado a preservar el bien público y “jamás podrá tener derecho a destruir, a esclavizar o a empobrecer premeditadamente a los súbditos”.

 

 El Poder Ejecutivo es para Locke un poder subordinado al Legislativo, ante el que debe rendir cuenta al igual que los ministros. Y aquellas prerrogativas que la ley pueda darle deberán utilizarse para el bien del pueblo, no para su daño.

 

 Cuando alguno de estos principios no es respetado, ya sea por ambición, por miedo, por insensatez o por corrupción; o porque se utiliza la fuerza, el tesoro y los servicios de la sociedad para corromper a los representantes, el pueblo, en virtud de una ley que es anterior a todas las leyes positivas de los hombres y también de autoridad mayor, se reserva el derecho de desobediencia, oposición y resistencia. Y si alguna desgracia ocurre durante la rebelión, no será por culpa de quienes defienden sus derechos sino de aquellos que, abusando de su poder, violan los del prójimo.

 

 Este apretado recorrido sirve para mostrar que el Locke que nos vendió el liberalismo se aleja en mucho de sus escritos. No es el individuo sino la comunidad la que debe ser preservada, y hasta los bienes materiales podrán acumularse en tanto y en cuanto no implique una amenaza para la preservación de la vida del resto. El Estado, depositario del poder delegado por la sociedad, deberá sancionar normas que tendrán como supremo objetivo el bien común. Para hacerlo, necesita recursos y todos los individuos están obligados a ceder al Estado parte de la riqueza que obtienen de su trabajo. Queda claro que, para Locke, un evasor nunca será un héroe sino “una criatura nociva”, porque “siempre hay un hombre que sufre daño como consecuencia de esa transgresión”.

 

 Los liberales son afectos a encumbrar la propiedad como el derecho más importante a proteger y garantizar. Olvidan convenientemente que para Locke es un concepto amplio que comprende todas las necesidades que el hombre debe satisfacer para su preservación: salud, alimentación, refugio y seguridad, además de la posesión de bienes materiales. Y, siguiendo al autor, como no cabe suponer que el hombre se asocie para perder derechos, son todos estos “derechos naturales” los que el Estado debe asegurar. Sostener que es válido destinar recursos para financiar el resguardo de bienes materiales y no para asegurar la salud de la población sosteniendo al Garrahan no es liberal sino clasista, y no defiende el bien común sino privilegios de los menos. De la misma manera que lo hace sostener que las grandes fortunas son propiedad intocable de quien las posee, pero no el salario de un trabajador o el ingreso de un jubilado.

 

 Deberíamos comenzar entonces a poner las cosas en su lugar. Y siguiendo el mandato de Locke, obligar al 1% de privilegiados que atesora en paraísos fiscales 454.886 millones de dólares y que han convertido a la Argentina en el 5° país con riqueza offshore sin declarar ni tributar, a pagar lo que nos debe por el trabajo, tiempo y dinero que pusimos para que ellos acrecentaran sus patrimonios. Me refiero a los Pagani, Magnetto y Bagó; a los Coto, Miguens, Braun, Pérez Companc y Grimoldi; a los Galperín, Argüelles, Migoya, Elsztain y Costantini; a los Rocca, Roggio, Brito, Blaquier, Soldati, Caputo, Macri, Eurnekián y Belocopitt. A los verdaderos responsables de la pobreza, la indigencia, la precarización del trabajo y el calvario de los jubilados; de la migración de nuestros científicos, la precariedad del sistema de salud y la crisis de la educación. Su conducta delictiva priva al conjunto de la sociedad de sus derechos y pone en riesgo su vida. Nos han declarado la guerra. Es hora entonces de sacar a relucir las palabras olvidadas del mismísimo John Locke: “Es razonable y justo que yo tenga el derecho de destruir a quien amenaza con destruirme a mí. Porque los hombres así no se guían por la ley común de la razón. Y deberán ser tratados como bestias o presas; como criaturas peligrosas y dañinas que destruyen a todo aquel que cae en su poder”.

 

 Desde Buenos Aires, saludo a todos los oyentes de El Club de la Pluma.

 

PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

–Profesora de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

 

 

 

 

  

 

 

 

 

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