RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

domingo, 18 de mayo de 2025

ENTRE EL ODIO Y LA RESISTENCIA: LAS CONSTANTES DE NUESTRA VIDA HISTÓRICA - PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

 

ENTRE EL ODIO Y LA RESISTENCIA:

 LAS CONSTANTES DE NUESTRA VIDA HISTÓRICA

 

 

Desde Buenos Aires, saludo a los oyentes de El Club de la Pluma. Soy Lidia Rodríguez Olives

La Argentina de hoy ofrece, a todas luces, un espectáculo lamentable. Una sociedad que se comporta sin lógica ni racionalidad, donde las víctimas, vistos los resultados de las últimas elecciones provinciales, votaron antes a sus verdugos y hoy los siguen apoyando. Una sociedad donde reinan la incoherencia y las contradicciones, como muestra el caso de Tierra del Fuego. Con una industria protegida hace más de 50 años, exenciones impositivas y produciendo la casi totalidad de la electrónica que consume el país, el 53,29% de sus habitantes aseguró el triunfo de Milei, como si no supiesen qué estaban votando. Hoy, sus puestos de trabajo peligran por la quita de aranceles y la apertura económica. Una sociedad fragmentada en mil reclamos sectoriales pero incapaz de reconocerse en un proyecto común o en una lucha mancomunada. En esta sociedad, hasta los partidos políticos han mutado en corporaciones que defienden sus intereses, cada vez más alejados de las necesidades de la gente. La campaña electoral de la Ciudad de Buenos Aires así lo muestra, con candidatos (excepto uno) que convocan a votar sólo para derrotar al enemigo, sin proyectos ni debate alguno, descarnadamente sectarios e individualistas. Diputados y senadores haciendo la suya, y un Poder Judicial atento a sus intereses, bailando al son de la música oficial y pisoteando día a día el Derecho y la Justicia. Jubilados peleando solos por una jubilación digna, sin comida, sin remedios ni pañales pero que, en su mayoría, votaron esto. Una sociedad cruel, que disfruta la humillación del otro pero que asiste indiferente a la corrupción y al saqueo mientras, como muestra de su esquizofrenia, apoya “ficha limpia” sólo para sacar de la arena política a Cristina Kirchner.

Hace ya muchos años, José Luis Romero acuñó el concepto de “vida histórica” y lo definió como un flujo continuo, un transcurrir permanente que une pasado, presente y futuro. Nos advertía entonces que no hay comprensión, acción ni creación posibles sin esa constante apelación al pasado. El pasado no muere. Sigue viviendo en el presente de cada uno, en la realidad misma y en la conciencia de los vivos, porque sólo él puede dar cuenta de quiénes somos. De estas reflexiones se desprende que será imposible comprender lo que somos hoy, y mucho menos superarlo, sin un acercamiento reflexivo a nuestra historia, sin interrogarla, sin reconocer las estructuras, valores y formas de percibir el mundo que nos ha legado y que actúan coercitivamente sobre nuestras acciones, más allá de nuestra conciencia.

Y en esta búsqueda de respuestas para nuestro presente 1955 es un punto de inflexión. Y lo es no sólo porque abrió un período de inestabilidad y ensayos autoritarios cada vez más violentos, sino porque una sociedad relativamente igualitaria e integrada se volvió marcadamente desigual y excluyente. 

El peronismo tuvo profundas raíces sociales. La Argentina de los años 50 era la sociedad más igualitaria de América Latina, característica fácilmente observable en la actividad económica, en la vida social, cultural y cotidiana de la época. En 1950, la participación de los trabajadores en el ingreso nacional era del 50%. La extensión y legitimidad de las organizaciones gremiales junto con una amplia red de protección del trabajo, la mejora sustancial de los servicios de salud y la extensión de la educación a nuevos sectores, impulsaron la maduración de las clases trabajadoras y de las medias asalariadas, que pasaron a formar parte de la nueva identidad nacional. Disfrutaron de la vida social, política y cultural a través del cine, la televisión, la radiodifusión y la literatura. A partir de entonces, la igualdad gravitó de manera decisiva en el imaginario colectivo. Según Marcos Novaro, el peronismo creó “una sociedad con fuertes valores democráticos, culturalmente homogénea, que celebraba el ascenso social de las clases subalternas y era reactiva a las jerarquías”.

Y fueron estos logros (no sus falencias) los que explican más acertadamente la reacción del antiperonismo y los enfrentamientos que signaron nuestra historia en la segunda mitad del siglo XX. Escondida detrás de otras acusaciones se encuentra la percepción, por parte de los sectores más acomodados, de la igualación como amenaza para su estatus y para el orden social. La conciencia política de una sociedad fuertemente movilizada debía ser entonces limitada, incluso a través del autoritarismo. El poder sindical se convirtió en el blanco privilegiado de los ataques de la “reacción conservadora”. De esta raíz profunda del odio al peronismo dan cuenta no sólo la “Libertadora”, Frondizi con su Plan Conintes y el Terrorismo de Estado del 76, sino los discursos y acciones de gobiernos más recientes, como el de Mauricio Macri y el de Javier Milei.

En 1983 Guillermo O´Donnell exponía lo que luego sería un ensayo (brillante, por cierto) al que tituló “¿Y a mí qué (mierda) me importa?” Comparaba en él las diferentes respuestas dadas a la misma pregunta en Brasil y Argentina: “¿Usted sabe con quién está hablando?”. Lejos de la sumisión y el respeto esperado por quien así cuestiona, la respuesta argentina no duda en mandar a la mierda al interlocutor y a la jerarquía social sobre la que se monta. Ejemplifica así una conciencia inexistente en otras regiones de América Latina: el trabajador no es un sirviente. Debe cumplir con su trabajo y para eso no necesita ser obsequioso. Primaba entonces una actitud más igualitaria y equiparadora de las distancias sociales. Sin embargo, aunque la respuesta cuestiona la vigencia de las jerarquías, no las clausura. Y una sociedad puede ser, al mismo tiempo relativamente igualitaria en la acción, y autoritaria y violenta en la reacción.

Desde el 55 hasta ahora, los gobiernos reaccionarios han tenido un solo objetivo: destruir al peronismo como sinónimo de insubordinación social y a su modelo industrialista y de pleno empleo como vector que la hace posible. Se trató y se trata de “domesticar” a los trabajadores, de “ponerlos en su lugar” hasta el punto de la humillación. No sólo porque su rebelión es nociva en sí misma sino porque su insolencia plebeya amenaza con expandirse a toda la sociedad derrumbando barreras de jerarquía y de orden. Sólo así podrá reestablecerse esa añorada sociedad donde los pocos habilitados para mandar mandaban y los que tenían que obedecer, obedecían. Donde las clases medias, en su eterna mediocridad, obedecen a quienes deben obedecer mientras les aseguren alguien a quien mandar.

Los ejemplos de disciplinamiento son la constante de nuestra “vida histórica” y explican gran parte de los conflictos y posicionamientos actuales. En el 55 se intentó la proscripción mientras se perseguía, encarcelaba y fusilaba a trabajadores y representantes sindicales. Los derechos laborales fueron cercenados y el salario real cayó abruptamente. La economía se abrió al mercado y retomó la senda del modelo agroexportador. También la dictadura del 76 atacó sin piedad a esa sociedad “subversiva” que se resistía a desaparecer. Redujo un 30% la clase trabajadora y un 25% la producción industrial, arruinó las economías regionales, pero, sobre todo, hizo muy peligroso responder “y a mí qué mierda me importa”. Choferes de colectivos y taxis fueron obligados a vestir camisa y corbata y el tuteo quedó prohibido en todas las dependencias del Estado. Y allí donde el brazo del Estado no llegó, fueron muchos los que, llenos de odio contra “esa gente insolente y agresiva”, impusieron sus micro-despotismos donde podían. Es en esta estructura de nuestra “vida histórica”, clasista y revanchista, donde se inserta González Fraga diciendo que un trabajador no puede comprar un celular o irse de vacaciones; también, el deseo morboso de Javier Milei de poner “el último clavo en el cajón del kirchnerismo”. Se odia a Cristina con la misma intensidad que a Eva y a Perón. Por ser símbolos de una sociedad plebeya que los cuestiona y desafía; por la persistencia y profundidad de su presencia que tornan estériles los esfuerzos por eliminarlos. Cristina, al igual que Eva, carga además con la misoginia de una sociedad machista, enferma y refractaria a la conjunción de inteligencia, belleza y osadía.  

Pero el golpe del 55 también nos legó una sociedad fragmentada que, frente a un Estado ilegítimo que renuncia a su papel de mediador, encontró canales de expresión a través de lo que ha dado en llamarse corporativismo anárquico. Como afirma O´Donnell, Argentina fue incapaz, desde entonces, de sostener una democracia que asegure un conjunto de reglas y garantice una competencia razonablemente civilizada.  La sociedad política se convertirá poco a poco en un sinnúmero de corporaciones que defienden en la arena pública sus intereses particulares. Atomización deseada y buscada en toda reacción conservadora. No es casual la lucha solitaria de los jubilados. Tampoco es casual la represión: la derecha sabe que, como en el truco, cuando la lucha es individual gana el que tiene el as de espadas.

Terminar con el individualismo que confronta, pero no resuelve nada; superar las divisiones del campo popular en pos de un proyecto común; aunar esfuerzos que nos hagan más fuertes y entender que, como en El Eternauta “, nadie se salva solo”, parecen ser los desafíos del momento. Nos mandarán al ejército, la policía y la gendarmería; cercenarán derechos laborales y pisarán los salarios; nos perseguirán reprimiendo e insultando; querrán someternos por el hambre y la desocupación; no se privarán ni de la crueldad ni de la humillación. Porque saben que en la solidaridad y en la unión radica nuestra capacidad de resistir, sobrevivir y volver. Y porque temen más que a nada que algún “negro”, “peroncho” y “laburante” les vuelva a contestar, con la cabeza erguida y mirando a los ojos, “¿y a mí qué mierda me importa?”.

Desde Buenos Aires, saludo a todos los oyentes de El Club de la Pluma

 

 

PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

Profesora de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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