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domingo, 1 de diciembre de 2024

APUNTEN A LA POLÍTICA (SEGUNDA PARTE) - PEDRO RODRIGUEZ

 

APUNTEN A LA POLÍTICA (SEGUNDA PARTE)

  

 

 Retomamos lo iniciado la semana pasada. El tema es árido pero necesitamos conocer los planes y fantasías del enemigo. Algunas veces consiguen concretarlas. Los dataístas creen (o podría decirse: les conviene creer) que el big data y la inteligencia artificial permiten tener una visión divina y global que capta con precisión todos los procesos sociales y los optimiza para el bien de todos. Alex Pentland, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), escribe: «Con el big data tenemos la capacidad de ver la sociedad en toda su complejidad a través de los millones de interconexiones de los intercambios humanos. Si tuviéramos un “ojo divino”, una visión global, podríamos lograr una verdadera comprensión del funcionamiento de la sociedad y tomar medidas para resolver nuestros problemas». El discurso, dirigido por el entendimiento humano, palidece ante la visión divina del big data. El conocimiento digital total hace que el discurso sea superfluo. Y que la POLÍTICA sea superflua.

 

 Esta ilusión, hay que decirlo, no es novedosa. Entusiasmado con el método estadístico del siglo XVIII, Rousseau propuso una racionalidad aritmética «sin comunicación». Rousseau concebía la voluntad general como una magnitud puramente numérico- matemática que se encontraría objetivada más allá de la acción comunicativa. No la comunicación, sino una operación aritmética, es decir, un algoritmo, determinaría la voluntad general. En el Contrato social Rousseau escribió: «Hay, con frecuencia, bastante diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general. Esta no tiene en cuenta sino el interés común; la otra se refiere al interés privado, y no es sino una suma de voluntades particulares. Pero quitad de estas mismas voluntades el más y el menos, que se destruyen mutuamente, y queda como suma de las diferencias la voluntad general». 

 

 Rousseau sostenía explícitamente que la determinación de la voluntad general debía llevarse a efecto «sin comunicación», es más, debía excluirla. El hecho de que los ciudadanos no se comuniquen entre sí, de que no se produzca ningún discurso, es la condición de la posibilidad de determinar la voluntad general. Traducida al lenguaje de los dataístas, la tesis de Rousseau es la siguiente: cuantos más datos diferentes se obtengan, más auténtica será la voluntad general determinada. El discurso, en cambio, distorsiona el resultado. Rousseau es, pues, el primer dataísta. Su racionalidad aritmética, que prescinde por completo del discurso y de la comunicación, se acerca a la racionalidad digital. Pobre Rousseau, ni podía sospechar lo que resultaba de su tesis. Los estadísticos de Rousseau son sustituidos en el régimen de la información por los informáticos. La inteligencia artificial, utilizando el big data, determina la voluntad general, es decir, CALCULA el «interés general» de una sociedad (LA IA, LO REPETIMOS, NO RAZONA: CALCULA).

 

 La racionalidad comunicativa se basa en la autonomía y la libertad de los individuos (hasta un liberal clásico estaría de acuerdo con esta afirmación). Los dataístas, en cambio, defienden un conductismo digital que rechaza la idea de un individuo libre que actúa de forma autónoma. Como conductistas, creen que el comportamiento de un individuo puede predecirse y controlarse con precisión. El conocimiento total torna obsoleta la libertad del individuo: «Su abolición ha sido diferida demasiado tiempo", dice Alex Pentland, "el hombre autónomo es un truco utilizado para explicar lo que no podíamos explicarnos de ninguna otra forma. Lo ha construido nuestra ignorancia, y conforme va aumentando nuestro conocimiento, va diluyéndose progresivamente la materia misma de que está hecho. […] Al hombre en cuanto hombre, gustosamente lo abandonamos. Solo desposeyéndolo podemos concentrar nuestra atención en las causas verdaderas de la conducta humana. Solo entonces descartaremos las inferencias, para fijarnos en los datos observados, nos olvidaremos de lo milagroso para preocuparnos de lo natural, nos despreocuparemos de lo inaccesible para preocuparnos de lo que sea posible manejar» Contrariamente a la racionalidad comunicativa, la racionalidad digital no tiene su punto de partida en el individuo, sino en la población.

 

 Desde un punto de vista dataísta, el individuo que actúa de forma autónoma es una ficción. Sigue diciendo Pentland: «Es hora de que abandonemos la ficción del individuo como unidad básica de la racionalidad y reconozcamos que nuestra racionalidad está determinada en gran medida por la estructura social que nos rodea». Nuestro comportamiento está sujeto a las leyes de una física social. Los dataístas sostienen que los humanos no son por principio diferentes de las abejas y los monos: «La fuerza de la física social proviene del hecho de que nuestras acciones diarias son casi universalmente habituales y se basan en gran medida en lo que hemos aprendido observando el comportamiento de los demás. […] Es decir, podemos observar a los humanos igual que observamos a los monos o a las abejas, y podemos derivar reglas referidas al comportamiento, las respuestas y el aprendizaje».  

 

 Los dataístas conciben la sociedad como un organismo funcional. Y dentro de la sociedad como organismo no hay pretensiones de validez. No hay discurso entre los órganos. Lo único que cuenta es un intercambio eficaz de información entre unidades funcionales que garantiza un mayor beneficio. La política y la gobernanza son sustituidos por la planificación, el control y el condicionamiento.   

 

 La visión conductista del ser humano no es fácil de conciliar con los principios democráticos. En el universo dataísta, la democracia cede al avance de una infocracia basada en datos y preocupada por optimizar el intercambio de información. Los análisis de datos mediante inteligencia artificial sustituyen a la esfera pública discursiva, lo que significa el fin de la democracia, sea cual sea la idea de democracia que tengamos.

 

 Shoshana Zuboff, socióloga estdounidense, se opone enfáticamente a la imagen dataísta del hombre: «Si queremos renovar la democracia en las próximas décadas", dice, "necesitamos un sentimiento de indignación, una sensación de pérdida de lo que nos están quitando. […] Lo que aquí está en juego es la expectativa que cada ser humano abriga de ser dueño de su propia vida y autor de su propia experiencia.

 

 Lo que está en juego es la experiencia interior con la cual conformamos nuestra voluntad de querer y los ESPACIOS PÚBLICOS  (atentos a esto: la crisis de los espacios públicos merece un próximo análisis detallado)  en los que actuar de acuerdo con esa voluntad».   A los dataístas, este apasionado compromiso con la libertad y la democracia les sonará como una voz fantasmal de una época ya pasada.

 

PEDRO RODRIGUEZ

 Desde Rosario- Militante Social

 

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