CUANDO PIENSO EN MI PAÍS, ME SANGRA UN VOLCÁN
Pasando los 22 años me choqué de frente con la “politiquería” corrupta
de este país: en una conversación casual con un congresista que era
representante a la cámara por una de las provincias que en Colombia llamamos
“Departamentos”, me comentaba cómo se había construido un proyecto legislativo
que, de ser aprobado, proyectaría su región con un esquema de desarrollo
participativo sin precedentes en la historia. Era una propuesta que, de ser
aprobada, dispararía la economía y el bienestar de toda la población,
convirtiendo a este departamento en un ejemplo de desarrollo inclusivo.
La noticia me llenó de alegría y le pregunté cuándo se aprobaría tan
maravillosa iniciativa, para luego proyectarla en todo el territorio nacional.
Su respuesta me dejó frio: “No la vamos a aprobar. Hemos recibido órdenes del
jefe de la bancada de nuestro partido de sabotearla y bloquearla para que no
pase”. ¿La razón? – la iniciativa venía del partido opuesto, y si era aprobada
y tenía éxito, ese partido se consolidaría en el poder y el de mi interlocutor
se vería debilitado. No se podía permitir.
En ese momento lo supe: se había perdido para siempre la noción de que
los políticos trabajaban para mejorar las condiciones de vida de los
ciudadanos. En ese momento su interés radicaba únicamente en mantener un
capital electoral y afianzarse en el poder. Los ciudadanos poco importaban y el
beneficio común les era indiferente.
En medio del dolor que me causaba perder mi virginidad intelectual a
manos de tantos violadores por quienes ingenuamente votaba, empecé a indagar
más y mas en la realidad “política” de mi país, para ir encontrándome con más y
más suciedad y darme cuenta que, en Colombia, como en prácticamente todo el
planeta, el término objetivo había desaparecido y había sido usurpado por otro,
el de la “Politiquería”, un engendro horrible dedicado a hacer daño a su propio
pueblo en nombre del poderío electoral, de intereses mezquinos y del crimen
organizado. Nuestra patria, quizás como muchas otras en el mundo, había sido
secuestrada.
Pasaron muchos años, y en uno tras otro se afianzaba la desesperanza que
los politiqueros habían sembrado en nuestro pueblo: había ciudadanos que debían
desplazarse a pie por una cordillera, tomar una lancha y atravesar un río
caudaloso, atravesar toda clase de obstáculos porque “había que ir a votar”,
siempre con la esperanza puesta en las promesas vacías y oportunistas de estos
personajes y, año tras año, nos traicionaban con sus escándalos de corrupción,
sus robos colosales, su manipulación mediática y su eterna promesa de que
“ahora sí” cambiarían las cosas en favor de un pueblo cada vez más empobrecido
y abandonado.
También con los años de decepción, abandono y desigualdad vinieron los
cansancios y sus manifestaciones violentas, las cuales terminaban siendo
aprovechadas por los mismos politiqueros para hacer más promesas, esta vez en
nombre de la paz. Ellos, los que crearon el problema, ahora se erguían como los
proveedores de la solución… y nosotros seguimos creyendo y cayendo en su red
melosa y perversa.
Oculto detrás de las promesas, el enemigo perverso se dedicó a la
destrucción sistemática de todo aquello que los politiqueros interpretaran como
“oposición”: se asesinó a todo un partido político que buscaba devolver la
justicia social al país, se asesinó a los líderes que se atrevieran a desafiar
lo que la politiquería bautizó como “el establecimiento”, y con la ayuda del
empresariado y la prensa de su propiedad, se intentó deslegitimar a todo aquel
líder que clamara por la igualdad de oportunidades para todos los colombianos.
Este, por supuesto es un resumen muy breve de cómo la politiquería se
enraizó en la realidad colombiana y desplazó para siempre todo concepto de
política, democracia, justicia social y bienestar colectivo. Pero cuando los
colombianos nos acordamos de nuestro país, el cansancio se convirtió en
erupción y estallamos, solitos como pueblo, sin el impulso de politiqueros
oportunistas ni promesas vacías. Al unísono con varios pueblos de América
Latina, estallamos y nos mantuvimos en llamas por 55 días, hasta que el establecimiento
politiquero tuvo claro que el sistema injusto y desigual que había creado era
insostenible.
Con el estallido social, la politiquería criolla supo que perdería las
elecciones ante el progresismo y de inmediato puso en marcha su estrategia,
sacada del oscuro manual que se ha escrito en América Latina para ahogar a los
gobiernos democráticos que no sean afectos a sus intereses mezquinos:
Primer paso: dejar tierra quemada. Endeudar al país con préstamos de
corto plazo, dejarlo en bancarrota, vaciar sus arcas y robar, robar, robar todo
lo posible. Que el nuevo gobierno no tenga tiempo ni modo ni finanzas para
rescatar al país de su crisis económica.
Segundo paso: si se va a perder la presidencia, entonces hay que ponerle
un congreso que no la deje gobernar. En toda democracia es claro que un
presidente no puede hacer nada si tiene a la institucionalidad (congreso,
gobernadores y alcaldes, organismos de control y altas cortes) en su contra. Sus
manos estarán atadas y lo atacarán de manera despiadada y continua a ver si
pierde la paciencia.
Tercer paso: las coaliciones electorales. Los partidos de los
politiqueros de siempre ofrecen su colaboración al nuevo gobierno que acoge su
iniciativa con ingenuidad y esperanza y, como si se tratara de la antigua Roma,
lo apuñalan en el congreso.
Cuarto paso: el empresariado corrupto, que ha venido manipulando a
través del lobby de alto nivel al congreso para que presente y apruebe leyes
que los benefician de varias maneras, entra a sabotear y bloquear al gobierno
mediante el alarmismo económico, la advertencia de la pérdida de la inversión o
de la estampida industrial, sembrando incertidumbre y temor.
Quinto paso: la prensa de mayor circulación, manejada por el mismo
empresariado y al servicio de la politiquería que ha configurado el
establecimiento dominante, se dedica a atacar al gobierno por cuenta de la
ingobernabilidad que han generado ellos mismos y la incertidumbre económica que
anuncian los empresarios. El ataque es incesante, 24 horas al día, 7 días a la
semana, y va sembrando la desesperanza en la población.
Pero algo no estaba previsto en el manualito reaccionario del establecimiento, y es que la gente ya no los escucha. Gracias a las redes sociales, se busca más información independiente, se completa la película y se descubren sus mentiras. El volcán está despertando, compañeros, en toda América Latina.
MAURICIO
IBÁÑEZ
– Desde Colombia -Biólogo
Especialista
En Estudios Socio-Ambientales
1 comentario:
Excelente artículo
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