GEOPOLÍTICA
PROFUNDA IV:
¿POR QUÉ
EL CAPITALISMO, TARDE O TEMPRANO, NECESITA LA GUERRA?
ARGENTINA:
MUESTRA GOZOSA DE LA CRUELDAD.
Un cálido abrazo a
toda la querida audiencia de EL CLUB DE LA PLUMA.
Otro día más, nos
encontramos en este espacio de reflexión compartida con múltiples temáticas;
hoy, continuaremos con Geopolítica Profunda o Metapolítica indagando acerca de
la funcionalidad y propósito de las guerras. Nuestro punto de vista será
conceptual, desestimando cualquier hecho que nos pueda distraer, en un proceso
de abstracción, indispensable para comprender los ciclos del capitalismo y las
crisis y destrucciones de ese poder omnipresente contra los pueblos del mundo.
Seguiremos, en líneas
generales, el análisis del Dr. Andrea Zhok, catedrático de la Universidad de Milán.
El libre mercado,
para sobrevivir, requiere un crecimiento continuo. Cuando el crecimiento se detiene,
el sistema entra en crisis. Y cuando las soluciones tradicionales como la
innovación tecnológica, la explotación de la fuerza de trabajo, la expansión de
los mercados, ya no son suficientes, entonces la guerra se convierte en el
último recurso, ofreciendo al sistema económico un mecanismo de destrucción,
reconstrucción y control social. Porque la conexión entre capitalismo y guerra
no es accidental, sino estructural y estrecha. Aunque la narrativa del
liberalismo siempre ha intentado explicar que el capitalismo, traducido como
“comercio dulce”, era una vía preferencial
hacia la pacificación internacional, en realidad, esto siempre
ha sido una flagrante falsedad.
La esencia del
capitalismo consiste en un solo punto. Se trata de un sistema idealmente
acéfalo, es decir, idealmente sin liderazgo político, pero guiado por un único
imperativo: el aumento del capital. El corazón del capitalismo es la necesidad
de que el capital rinda, es decir, aumentar el capital mismo. La dirección de
este proceso no está en manos de la política y mucho menos de la política
democrática, sino de los poseedores del capital, de los sujetos que encarnan las
necesidades de las finanzas. Lo que importa es que siempre debe existir la
perspectiva general futura de un aumento del capital disponible y el punto debe
entenderse en términos de PODER.
En el capitalismo,
una determinada clase detenta el poder y lo ostenta como la persona encargada
de la gestión del capital hacia el crecimiento y esa clase que detenta el poder
debe cederlo a otros, a un liderazgo político como ha sido más o menos siempre
a lo largo de la historia.
Constantemente,
inevitablemente, el sistema capitalista se encuentra enfrentando crisis generadas
por esa tendencia de las masas crecientes de capital que presionan para ser
utilizadas, en un proceso exponencial, mientras que la capacidad es siempre
limitada. Y entonces los poseedores del capital comienzan a agitarse porque su
propia supervivencia como poseedores del poder está en riesgo y porque el
capital disponible crece constantemente y busca usos capaces de generar intereses
y ganancia y está al acecho por encontrar frenéticamente soluciones.
Y como mencionamos
anteriormente, una solución tradicional es la innovación tecnológica y a la
espera de que se produzcan revoluciones tecnológicas que reabran la esfera de
los márgenes de ganancia, la segunda dirección en la que se busca una solución
para recuperar márgenes de beneficio es la presión sobre la fuerza de trabajo.
La reducción directa de los salarios es una forma que se adopta en casos
excepcionales; más frecuentes y fáciles de gestionar es la “flexibilización del
trabajo” para reducir los “tiempos muertos”, la rigorización de las condiciones
de trabajo, los despidos de personal, etc.
Ahora bien, ese
horizonte de presión sobre los trabajadores presenta dos problemas: difunde el
descontento, con la posibilidad de que derive en protestas, disturbios. Por
otra parte, si se presiona sobre el salario, se reduce el poder adquisitivo y
con ello se corre el riesgo de iniciar una espiral recesiva con menores ventas,
menores beneficios, consecuentemente, una reducción de las ventas. Un horizonte
final de soluciones se presenta cuando la esfera del comercio exterior entra en
la ecuación.
Aquí, las
oportunidades de ganancias se multiplican debido a las diferencias entre países.
En lugar de comprimir a la fuerza de trabajo nacional, se podría lograr acceso
a mano de obra extranjera barata. La fase actual de la corta y sangrienta
historia del capitalismo que estamos viviendo se caracteriza por el
desvanecimiento progresivo de todas las perspectivas importantes de ganancias.
El proceso de
globalización ha llegado a sus límites y ha iniciado un proceso de regresión
relativa. La crisis subprime de 2007-2008 marcó el primer punto de inflexión,
llevando a todo el sistema financiero al borde del colapso. Y usaron dos
palancas: una fuerte presión sobre el mercado laboral, con pérdida del poder
adquisitivo y el empeoramiento de las condiciones laborales a nivel mundial.
Por la otra, se produjo un aumento de la deuda pública que a su vez constituyó
una restricción indirecta impuesta a los ciudadanos y a los trabajadores. La
crisis de la Covid 2020-2021 marcó un segundo punto de inflexión, parecida a la
crisis de las subprime: más pérdida de poder adquisitivo y más aumento de la
deuda pública. En general, el sistema financiero emergió en ambas crisis con
una posición comparativamente más fuerte en relación con la población que vive
de su propio trabajo.
Cuando en el canon
occidental aparecen las guerras mundiales, suelen mostrarse bajo de bandera de
unos culpables bien definidos: los “nacionalismos”, sobre todo el alemán, para
la Primera Guerra Mundial y, las “dictaduras”, para la Segunda Guerra Mundial,
pero rara vez se reflexiona que estos acontecimientos tienen como epicentro el
punto más avanzado de desarrollo del capitalismo mundial y que la Primera
Guerra Mundial ocurrió en el auge del primer proceso de globalización
capitalista de la historia.
La guerra representa
una solución ideal a las crisis de caída de la tasa de ganancia. La guerra se
presenta como un impulso no negociable para obtener inversiones masivas que
puedan revivir una industria sin vida. ¡Oh, los grandes contratos públicos en
nombre del “deber sagrado de defensa”! La guerra representa una gran
destrucción de recursos materiales, de infraestructura y de seres humanos. Todo
esto, que desde el punto de vista de la sensibilidad humana es una desgracia,
desde el punto de vista del horizonte de inversión es una perspectiva
magnífica.
Después de una gran
destrucción, se abren espacios para inversiones fáciles: carreteras,
ferrocarriles, acueductos, casas. La mayor destrucción de recursos de todos los
tiempos,
la Segunda Guerra Mundial, fue seguida por el mayor auge
económico desde la Revolución Industrial. Con la guerra, los grandes poseedores
de capital, el capital financiero, consolida comparativamente su poder sobre el
resto de la sociedad. La guerra congela y detiene todos los procesos de
revuelta potencial, todas las manifestaciones de descontento. La guerra es el mecanismo
definitivo, el más poderoso de todos, para disciplinar a las masas,
colocándolas en una condición de subordinación de la que no pueden escapar, so
pena de ser identificadas como cómplices del “enemigo”.
Desde la consecución
del sufragio universal, en Europa, se creyó que este sería capaz de establecer
regímenes que funcionaran en interés del pueblo y todo el esfuerzo de las
clases dominantes siempre ha estado dirigido a convencer a la mayoría de que
los constantes sacrificios de la mayoría para mantener el privilegio de unos
pocos, eran el único camino correcto. La estrategia narrativa utilizada puede
variar, pero, en general, el resultado se logra persuadiendo a la mayoría de que
acecha una amenaza mucho peor que el privilegio oligárquico y que los únicos capaces
de defender al país de esa amenaza son precisamente los miembros de la élite.
El enemigo europeo
hoy es Rusia; en Argentina, los “kukas”, es decir, nosotros. Y hablando de
nuestro país e intentando describir lo que hemos visto, nos faltan palabras para
aclarar la experiencia surrealista, morbosa y gozosamente cruel, en la cual el
presidente durante una entrevista de cinco horas, cantó, rió a carcajadas con
el pseudoperiodista Fantino y se burló de todo el pueblo argentino, festejando
la devaluación. Sinceramente, ya no sabemos qué pensar de esa inimaginada
realidad.
Podemos hablar de
asombro, estupor, indignación. Supera todo análisis racional; somos incapaces
de comprender qué locura es esa, qué tipología de enajenación mental tiene
Milei, porque la maldad, la perversión y el desprecio por el pueblo nos cortó
la respiración. Se mostraba alegre, contento, feliz, radiante y encantado con
la devaluación.
Antes de finalizar,
quiero contarles que no presentaré mi columna por un tiempo porque continuaré
con otro de mis proyectos personales.
Me despido de nuestra
querida audiencia, agradeciendo su amable atención, e invitándola a una nueva
emisión de EL CLUB DE LA PLUMA, el próximo domingo. ¡Hasta la victoria siempre,
compañeros!
PROF. VIVIANA ONOFRI
Desde Islas Canarias
Profesora en Letras,
ex catedrática de la Universidad Nacional de Mar del Plata
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