TURQUÍA,
RUSIA
Y EL
CAMBIO DE MINISTRO UCRANIANO
(ESTADOS
UNIDOS)
La contraofensiva emprendida por Ucrania desde principios de
junio no admite bemoles y todos los analistas serios concuerdan en que ha sido
un rotundo fracaso; salvo que ocurra un milagro del tipo deus ex machina.
No hay novedad en el frente: Ucrania está perdiendo la
guerra muy a pesar de los enormes esfuerzos materiales y, amargamente, humanos,
que ha hecho y viene haciendo.
Las líneas Surovikin del frente sur y frente este, más allá
de algún retroceso de pocos kilómetros o algún revés puntual, no han sido
demolidas ni sobrepasadas, y no solamente no se ha perdido sustancia
territorial, sino que la moledora rusa sobre los intentos de las columnas
blindadas ucranianas ha sido letal.
Las armas occidentales – en las que han puesto esperanzas
demasiado infundadas - y el notable coraje sus soldados se han estrellado
contra la realidad de los hechos. La superioridad artillera, de aviación y de
planificación estratégica rusa fueron esta vez relevantes. Y aunque se quiera tapar
el cielo con las manos, eso repercute en la moral de la tropa y de la
población, que intenta ocultarse de las levas desesperadas, que ahora, para
colmos, en un grado de inhumanidad supremo, admite reclutas con “leves”
trastornos mentales.
Como bisagra política del fracaso en el frente de batalla,
el presidente ucraniano Volodimir Zelenski sustituyó al ministro de defensa
Alexei Reznikov por el jefe del Fondo Estatal de Tierras, Rustem Umerov.
Esto en principio pareciera ser una noticia poco relevante,
pero en verdad, Reznikov fue el hombre elegido por la OTAN en el régimen
banderista para organizar al ejército ucraniano bajo estándares occidentales y
el gran ideólogo detrás de la asimilación de las milicias neonazis dentro de
las fuerzas armadas. Asimismo, fue uno de los exitosos artífices de la (abro
comillas) resistencia de Kiev y de la primera ofensiva de verano lanzada sobre
Járkov y Jerson, en agosto-septiembre de 2022, que puso sobre el tapete la
necesidad por parte de Rusia de reforzar su mano de obra y plantear otro tipo
de guerra, más posicional y menos basada en maniobras.
Por supuesto, no se admite que Reznikov fue cesado por el
fracaso rotundo de la contraofensiva, que se llevó unos 60.000 muertos (no
bajas, muertos) del lado ucraniano, contando connacionales como
internacionalistas.
Se habla solamente de un “cambio necesario” para “renovar
energías”. Rustem Umerov no solamente es conocido por sus repugnantes gracias
onanistas en Internet, sino porque se trata de un crimeo de origen tártaro, que
es una etnia turca, dedicado a las telecomunicaciones y finanzas desde 2007, y
que fue asistente del Mejlis tártaro de Crimea, Mustafá Dzhemilev, un ex
disidente soviético ligado al movimiento tártaro… apoyado históricamente por
los turcos desde – podríamos decir - los tiempos de Catalina II y Mustafá III.
Pero hay algo más en este nombramiento: Umerov tiene amplias
y aceitadas conexiones en Estados Unidos y Turquía, y el nexo entre los tres
países parece ser FETÖ, la organización caritativa liderada por el predicador
turco Fethullah Gülen, a quien se le atribuye el golpe de Estado del 2016
contra Erdoğan, con la
obvia contribución de las redes staybehind de la OTAN.
Fracasado el golpe, entre otras cosas por la colaboración
del servicio secreto del exterior ruso con el mismísimo presidente Erdogan,
éste último se encargó de purgar todos los resortes del Estado y de la FFAA
turcas donde hubiese sospechosos o confesos miembros de FETÖ, que siempre
hicieron lo imposible por sabotear las relaciones de confianza ruso-turcas. De
hecho, se dice que el derribo del Su-24 ruso por F-16 turcos el 24/12/2015 y el
asesinato del embajador ruso en Ankara, Andrei Karlov, fueron con la complicidad
de hombres de FETÖ.
Umerov no es un recién llegado.
Fue uno de los representantes ucranianos en la mesa de
negociación dispuesta en Estambul, en marzo de 2022, cuando se alcanzó una
serie de tratos para aminorar la lucha, que pronto se vio reflejado en la
retirada rusa de las afueras de Kiev, el 30 de marzo, para que luego Kiev
rompiera unilateralmente y acusara a las tropas rusas de masacres organizadas
en Bucha, el 4 de abril.
Por consiguiente, no puede entenderse la designación de
Rustem Umerov como una decisión presidencial ucraniana. Claro que no. Se trata
de un lugar específicamente ocupado por Estados Unidos con uno de sus agentes
de inteligencia, cuya misión es obstaculizar un acuerdo rápido entre Ucrania y
Rusia, pues se cree que hay disidencias internas entre el generalato, en
momentos donde la derrota está cantada.
El gobierno de Joe Biden necesita que el régimen de Kiev
siga combatiendo – al menos – hasta las elecciones presidenciales de noviembre
2024, de manera de mostrar “resultados”. El pasado 10 de agosto, Biden solicitó
al Congreso una ayuda adicional militar de 13.100 millones de dólares, más
7.300 millones en concepto de ayuda humanitaria y económica. Estados Unidos ya
destinó unos 52.000 millones a Ucrania, de un total de casi 100.000 destinados
por más de 40 países de Occidente Colectivo y aliados.
La apuesta de utilizar a Zelenski como cuña para destruir
Rusia no ha salido al pie de la letra y se ha empantanado, convirtiéndose en un
barril sin fondo de dinero. Y ante las noticias aterradoras del frente y el
runrún de los generales ucranianos desestabilizando con peligro de destitución,
se necesita un golpe de timón para mantener el statu quo.
Para aseverar el rumbo hacia la persistencia de la guerra el
secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, visitó Kiev, casi como
para cerciorarse de que el último cambio de cartera funcione como es debido.
Pero ocurre también tras la cumbre en Sochi entre el
presidente ruso Vladimir Putin y el turco Recep Tayyip Erdoğan, quienes se han reunido
tras algunos desajustes importantes, como ser, la venia turca al ingreso de
Suecia en la OTAN, la insistencia en apoyar la soberanía ucraniana en Crimea, o
la entrega de terroristas de Azov sin la anuencia rusa, como así también, la
supresión del acuerdo de granos.
Lo cierto es que tanto Putin como Erdoğan parecieran regirse bajo el
lema "ten a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca",
dado que prefirieron señalar los puntos de acuerdo por encima de los de
conflictividad, como por ejemplo, el aumento del 86% del intercambio comercial
en el primer semestre de 2023, llegando a unos 100.000 millones de dólares,
como a la finalización de la planta nuclear de Akkuyu, que implica el apoyo
ruso a la incorporación de Turquía dentro del selecto club del uso pacífico del
átomo, pasando también por el proyectado hubo de gas.
Pero Erdoğan
sigue siendo el presidente de un país miembro de la OTAN... y esta organización
aún tiene gran preponderancia sobre la dirigencia otomana. Kemal Kılıçdaroğlu, su opositor en las últimas
elecciones, que tenía el apoyo confeso de los Estados Unidos y de la Unión
Europea, fue vencido recién en un balotaje apretado. Ahora Occidente pone a un
turcófono tártaro de Crimea en el más esencial ministerio de Ucrania, un tipo
con vínculos al Hizmet de Güllen, enemigo confeso de Erdoğan.
Así las cosas, Erdoğan tiene que hacer equilibrio entre una posición demasiado favorable a Rusia, que le harían perder su impronta sobre los movimientos neo-otomanistas del exterior, y otra demasiado favorable a Occidente, que fortalecería a los representantes del establishment pro-occidental.
Analista
Internacional
Licenciado en administración UBA De ciencias
económicas
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