LA VERDAD DEL
HAMBRE (2)
El primer acto por el que nuestra especie se crea a sí misma, es el de
convertir en imperativo ético las cuatro necesidades vitales. Para ser humano,
hay que contribuir al vestido, comida, bebida y cobijo del clan. Por eso,
desde el inicio mismo, son falsos los postulados capitalistas de que la
competencia está en la base de la cultura. Lo que fundamenta la cultura, lo que
funda humanidad, por el contrario, es la cooperación. Tanto, que el hombre
establece acuerdos sobre la base de renunciamientos del deseo individual, en
aras de la creación de comunidad. TODO lo que escuchamos hoy, por el contrario,
con lo que se bombardea desde TODOS los
medios, es una sarta de pseudo teorías económicas, monetaristas, un palabrerío
hueco de términos técnicos sobre déficit fiscal, competencia de monedas y
cuanta imbecilidad puede proferirse, instaurando una compleja red de mentiras
como la única verdad posible, para mejor negar aquel imperativo ético que nos
ha dado vida y evolución.
Decíamos en la columna anterior que en la era de las fake news, la desinformación y las teorías de la conspiración, la realidad y las verdades fácticas se han esfumado. La información circula ahora completamente desconectada de la realidad, en un espacio hiperreal, en lo que se ha llamado un "nuevo nihilismo".
Como
en la distopía de Orwell, los hechos se
desvirtúan o falsean hasta hacerlos encajar en el relato constructor de otra
realidad: la que el poder difunde.
Hannah Arendt estaba todavía convencida
de que los hechos, a pesar de su índole frágil, son «obstinados», de que tienen
una «[extraña] resistencia», «resultado de algún desarrollo necesario que los
hombres no pueden evitar — y por tanto no pueden hacer nada con respecto a
ellos» . La obstinación y la resistencia de los hechos hoy corren el riesgo de
ser cosas del pasado.
El orden digital suprime la firmeza de lo fáctico. El mundo
digitalizado, es decir, informatizado, es cualquier cosa menos obstinado y
resistente. Más bien se deja moldear y manipular a voluntad. La digitalidad es
diametralmente opuesta a la facticidad. La digitalización debilita la
conciencia de los hechos y de la facticidad, incluso la conciencia de la propia
realidad.
La información por sí sola NO explica el
mundo. A partir de un punto crítico, incluso oscurece el mundo. Recibimos la
información con la sospecha de que su contenido podría ser diferente. La
información se acompaña de una desconfianza básica. Cuantas más informaciones
distintas recibimos, mayor es la desconfianza. Es una sociedad de la
desconfianza.
Existen cúmulos de información o basura
informativa. La verdad, en cambio, no forma ningún cúmulo. La verdad no es
frecuente. En muchos sentidos se opone a la información. Elimina la
contingencia y la ambivalencia. Elevada a la categoría de relato, proporciona
sentido y orientación. La sociedad de la información, en cambio, está vacía de
sentido. Hoy estamos informados, pero desorientados. La información no tiene
capacidad orientativa. Incluso una comprobación en toda regla de los hechos no
puede establecer la verdad, ya que es algo más que la corrección o exactitud de
una información.
La verdad discursiva como entendimiento y consenso garantiza la cohesión social. Estabiliza la sociedad al eliminar la contingencia y la ambivalencia.
La
crisis de la verdad es siempre una crisis de la sociedad. Sin la verdad, la
sociedad se desintegra internamente. Entonces se mantiene unida solo por
relaciones económicas externas e instrumentales. Todos los valores humanos se han vuelto en la
actualidad económicos y comerciales. La sociedad y la cultura se mercantilizan.
La mercancía sustituye a la verdad. La información o los datos por sí solos no
iluminan el mundo. Su esencia es la transparencia. La luz y la oscuridad no son
propiedades de la información. Se dan, como el bien y el mal, o la verdad y la
mentira, en el espacio narrativo. La verdad en sentido enfático tiene un
carácter narrativo. De ahí que, en la sociedad de la información
desnarrativizada, pierda radicalmente su significado.
El fin de los grandes relatos, que da
paso a la posmodernidad, se consuma en la sociedad de la información. Las
narraciones se desintegran y acaban en informaciones. La información es lo
contrario de la narración. El big data ocupa el lugar del "gran relato",
como han llamado a aquello que organiza y explica conocimientos y experiencias.
Lo contable y lo narrable (contable en números, claro), pertenecen a dos
órdenes del todo diferentes. ¿Puede una rata como caputo hablar de otra
cosa que no sean números? Ni siquiera puede dejar de distorsionarlos.
Los relatos crean sentido e identidad. Por
eso, la crisis narrativa conduce a un vacío de sentido, a una crisis de
identidad y a una falta de orientación. Las teorías de la conspiración como
microrrelatos proporcionan aquí un remedio. Se asumen como recursos de
identidad y significado.
Las teorías de la conspiración resisten a la verificación por los hechos porque son narraciones que, a pesar de su carácter ficticio, fundamentan la percepción de la realidad. Por tanto, son una narración de hechos. En ellas, la ficcionalidad se convierte en facticidad. Lo decisivo no es la facticidad, la verdad de los hechos, sino la coherencia narrativa que la hace creíble. Dentro de una teoría de la conspiración, que es un relato, la contingencia desaparece. Los relatos de la conspiración suprimen la contingencia y la complejidad, que son especialmente agobiantes en una situación de crisis. A diario escuchamos en todos lados versiones delirantes de los sucesos actuales o pasados.
La
democracia presupone un discurso de la
verdad, por eso no es compatible con este nuevo nihilismo. La infocracia puede
prescindir y prescinde de la verdad.
El
régimen de la información está desplazando al régimen de la verdad.
Necesitamos
preguntarnos cómo restituir o construir un universo de relatos, aún sin saber
si eso es posible.
PEDRO RODRIGUEZ
Militante Social
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