OPPENHEIMER
Y EL DÍA DESPUÉS
Año 1983.
La guerra fría entre
la Unión Soviética y su bloque socialista, por un lado, y Estados Unidos y el
Occidente Colectivo, por el otro, vuelve a recalentarse tras el pico sufrido en
1962, con la Crisis de los Misiles de Cuba.
La guerra en
Afganistán avanza hacia su tercer año y no da muestras de respiro. El
neoconservador Zbigniew Brzezinski se había propuesto que la URSS se implique
tanto en esa guerra, que había reclutado al Islam político para que se levante
contra el comunismo, al que ellos veían como un ateísmo infiel, quien
rápidamente formó una base de datos (llamada Al-Qaeda) liderada por Osama bin
Laden, quien se dedicó a reclutar e insurgir combatientes especializados en
guerrilla. En esa época eran conocidos como freedom fighters y, como mataban
rusos, no hacían terrorismo.
Esta insurgencia
apoyada y financiada por todo Occidente, hizo que los soviéticos, que en origen
tenían pensado ingresar, estabilizar la gobernabilidad del Partido Democrático
Popular de Afganistán y volverse, se vieran cada vez más comprometidos.
Afganistán se convirtió en un agujero negro que devoraba fondos, equipos y
vidas soviéticas.
En 1983 también se
lanzaba oficialmente la Iniciativa de Defensa Estratégica, esto es, el proyecto
de militarización espacial, denominado propagandísticamente STAR WARS.
Previamente Reagan había nombrado a la URSS como “El Imperio del Mal” y ahora
planificaba utilizar todo el potencial tecnológico estadounidense – que era
mucho más promocional que real – en un sistema de defensa antimisilísito
montado en el espacio exterior. Asimismo, los proyectos maravillosos
estadounidenses bosquejaban bombarderos espaciales. En 1983, de hecho, se lanzó
por primera vez el transbordador Challenger, del cual se aseguraba, en los
círculos militares especializados, que era la versión civil de un bombardero
espacial de pronta disponibilidad.
Los soviéticos temían
los avances en la tecnología de la información estadounidense, o sea, la
capacidad de procesamiento de sus computadoras, que permitían conectar sistemas
aéreos y espaciales de maneras que ellos no podían hacerlo. Ese es el por qué
los desarrolladores rusos se centraron en los misiles balísticos, de tecnología
relativamente más simple. Pero el anuncio norteamericano que en teoría
permitiría interceptar desde el espacio a su única capacidad de retaliación
ponía los pelos de punta al Kremlin.
Todo ello ocurría,
asimismo, dentro de un forcejeo por los misiles nucleares tácticos, los famosos
EURO-MISILES, desplegados tanto por unos como por otros al este y oeste del
Telón de Acero.
Pero lo peor
ocurriría el 26 de septiembre del año 1983, cuando la Central de Alerta
Temprana Antimisiles de la Base Serpujov-15 recibió señales desde sus radares
de alerta temprana que indicaban el ataque de cinco misiles balísticos
estadounidenses del tipo LGM-30 Minuteman. La señal era falsa pero el mundo
nunca supo lo cerca que estuvo de un intercambio nuclear iniciado
involuntariamente por los soviéticos, que creían ver un ataque con cierta
justificación.
Es que, a principios
de ese mes, el vuelo 007 de un Boeing 747 de Korean Air había penetrado, tal
vez involuntariamente, en el espacio aéreo soviético sobre el área prohibida de
la isla de Sajalín, siendo derribado por un interceptor, matando a 269 personas
que iban a borde, incluyéndose una congresista norteamericana, Georgia
McDonald.
Demás está decir que
la ola de repudio generalizado hacia la URSS fue masiva y enérgica, aunque los
rusos dijeron que ignoraban que se tratara de un avión civil creyendo que era
de reconocimiento electrónico, ergo, un blanco militar.
Lo cierto es que, con todos esos antecedentes, que misiles
americanos vuelen hacia Siberia no era nada descabellado. Máxime cuando los
occidentales habían prometido que el crimen comunista no iba a quedar impune.
Para más inris,
Estados Unidos había preparado las gigantescas maniobras militares Able Archer
83, que simulaban un ataque a la Unión Soviética. La URSS, desconfiada, puso en
marcha la operación RYAN para prepararse contra un ataque atómico por sorpresa.
Solo las dudas del
teniente coronel Stanislav Petrov, que fantaseó con una falla del sistema,
hicieron que no hubiera un contraataque de represalia, que, en honor a la
verdad, hubiese sido un primer ataque sin saberlo.
Esta histeria nuclear
era vivida con mucha angustia en ciertos lugares de Occidente, como Alemania,
por ejemplo, que de estallar una conflagración estaría en el medio del fuego.
Pero en Estados
Unidos, con el sumo cuidado de no caer en derrotismos que serían punibles o
censurados, también hubo obras artísticas que reflejaban ese particular clima
de inquietud y temor.
El 20 noviembre de
1983, entonces, se lanzó la película para televisión EL DÍA DESPUÉS (THE DAY
AFTER), convirtiéndose en la película con más audiencia de la historia de la
televisión, más de cien millones de personas que la vieron en directo.
La película estaba
ambientada en Kansas, tanto en la ciudad (Kansas City) como en los hermosos
campos sembrados del interior del Estado. La cotidianidad de los ciudadanos,
que querían prosperar en su país y vivir normalmente, de golpe se veía
convulsionada por una serie de luchas internacionales entre las dos
superpotencias, a las que accedían por los informativos de radio, tv y
periódicos.
Sin embargo, más allá
de la preocupación, cada uno seguía con sus vidas apacibles, hasta que …
sobreviene el ataque nuclear. En el cielo se empiezan a percibir estelas
condensadas en aproximación, y en el mismo Kansas, la tierra tiembla cuando
salen los misiles propios hacia la URSS. Luego, el apocalipsis, la
desintegración, la evaporación y la destrucción inmediata. Y para aquellos que
tuvieron la desgracia de sobrevivir, la peor calamidad vino después. Sin
electricidad, con aguas contaminadas, sin alimentos, en llagas, quemados o
contaminados con la radiactividad del aire, y con un invierno nuclear que
apenas empezaba.
La visión
apocalíptica hizo reflexionar a los estadounidenses que a ELLOS TAMBIEN LES
TOCARÍA en caso de iniciarse o escalar las tensiones hacia una guerra nuclear,
y la película cumplió un cometido importante, pues llamó a la reflexión a la
ciudadanía sobre el enorme peligro reinante… que no era ficticio, sino muy
real.
Tras muchos años de distensión, ese peligro hoy está más
vigente que nunca. La guerra en Ucrania ha llevado las tensiones a puntos que
parecen de no-retorno, y la apuesta siempre es ir a más.
En ese plano de
locura, apenas disimulada por las bravuconadas y las alegorías bélicas, aparece
en Hollywood la innovadora película Oppenheimer, que no toca el tema nuclear de
una manera directa sino transversal.
Justamente por ese
enfoque, algunos ven en ella una posición chauvinista, mientras otros la
interpretan como un poderoso mensaje antinuclear.
Irónicamente, la
película aparece cuando en el Congreso estadounidense se está debatiendo si
gastar o no $ 1,7 billones de dólares durante las próximas décadas en construir
nuevas y más eficaces armas nucleares para así contrarrestar, como si ello no
implicara la muerte de absolutamente todos, los artefactos de los posibles
enemigos.
En la agenda de la dirigencia está un nuevo misil de crucero
nuclear lanzado desde el mar, una bomba de gravedad con implosión de radiación
de dos etapas, un bombardero de ataque de largo alcance y el reemplazo de 400
misiles nucleares subterráneos en el Medio Oeste con 600 nuevos misiles
balísticos intercontinentales.
Estos nuevos ICBM,
llamados “Sentinel”, podrían transportar cada uno hasta tres ojivas 20 veces
más poderosas que las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. La
película “Oppenheimer” obviamente aluda el científico jefe que supervisa el
Proyecto Manhattan, emprendido en el desierto de Los Álamos, New México, para
construir la horrible bomba atómica antes que lo logren los alemanes o que los
rusos descifren el código. No voy a dar spoilers de la película, pero a
diferencia de THE DAY AFTER aquí no se ven las víctimas japonesas retorciéndose
de dolor, con sus vidas y ciudades destruidas. La omisión de las víctimas es lo
más polémico de la decisión artística de Christopher Nolan. Sin embargo, la
película destruye ese mito justificativo que decía que Estados Unidos no tenía
ninguna otra opción más que desatar el poder nuclear contra una nación
prácticamente derrotada. De hecho, el público se entera que Japón había pedido
rendirse, pero preservando al emperador, algo rechazado por EEUU, que quería
una rendición incondicional para ocupar el país.
Además, se observa
perfectamente que el propósito de irradiar Hiroshima y Nagasaki, no era rendir
a Japón, sino demostrarles a los soviéticos que Estados Unidos poseía la
tecnología y así negociar mejor en Potsdam. Esto que lo sabe cualquier
aficionado a la Historia es desconocido por el gran público. Al menos,
Oppenhaimer pone nuevamente sobre el tapete la “cuestión nuclear”, una
siniestra sombra de destrucción que pende como espada de Damocles sobre toda la
humanidad.
Y nos trae un poco
más de consciencia en tiempos donde justamente no reina la cordura. Ya no se
trata de 2 bombas atómicas de pocos kilotones, sino de más de 11.500 ojivas
nucleares, solamente contando a Rusia y EEUU, el suficiente poder como para
destruir varias veces el planeta Tierra.
Por eso mismo, la
Humanidad no puede permitirse la “incondicionalidad”, esto es, la rigidez en
las posturas, como hizo Truman en 1945.
No hay lugar para una
Tercera Guerra Mundial.
No hay lugar para
gastos ultramillonarios en nuevas armas nucleares mientras se rasgan las
vestiduras con el calentamiento global.
Y no hay lugar para
élites belicistas con sueños de hegemonía absoluta, saliéndose unilateralmente
de los acuerdos de la Guerra Fría o, como actualmente hace la Administración
Biden que intenta incorporar una nueva postura nuclear que apruebe el primer
uso en caso de que los intereses de EEUU o sus aliados se vean amenazados.
Les habló Christian Cirilli, les mando un gran saludo y los invito la próxima semana a escuchar mi nueva columna por el «CLUB DE LA PLUMA».
Analista
Internacional - Licenciado en administración UBA De ciencias económicas
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