RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

lunes, 8 de julio de 2024

ARGENTINA Y LA LEY DE BASES: 150 AÑOS PARA ATRÁS - PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

 

ARGENTINA Y LA LEY DE BASES: 150 AÑOS PARA ATRÁS


 

 Desde Buenos Aires, saludo a todos los oyentes de El Club de la Pluma

 

 Milei ya tiene su Ley de Bases. Reúne con ella las herramientas que le permitirán hacer retroceder a la Argentina 150 años. Porque, a contrapelo de su discurso, la derecha libertaria es profundamente reaccionaria. Y, rechazando las voces que hoy sostienen que vamos hacia un desastre sin precedentes, no dejan de repetir que Argentina será, otra vez, potencia mundial. Según ellos, eso fuimos a fines del SXIX, cuando gobernaba la “Generación del 80” y éramos “el granero del mundo”. Tal vez sea esta la primera fake new trascendente de nuestra Historia; el mito más importante construido por los liberales y que hoy, sin argumentos ni información, se repite hasta el hartazgo. Vale la pena indagar entonces en la Historia de ese período, desechar mitos y creencias para construir un discurso basado en las fuentes. Puede que, al hacerlo, muchos de los que hoy aplauden el modelo de este gobierno dejen de ser “idiotas útiles” al enterarse que la opulencia fue sólo para unos pocos, mientras que a las grandes mayorías les tocó la pobreza y la explotación. Que el sacrificio será en vano porque no hay futuro ni prosperidad cuando el modelo contiene las semillas de su fracaso.

 

 No es la primera vez que recomiendo la lectura del informe Bialet Massé. Presentado en 1904 por pedido del PEN, el trabajo de este médico exiliado en la Argentina en 1876 resulta una radiografía certera de la situación en la que vivían los trabajadores a principios del SXX, como también la contracara perfecta de la “Argentina potencia” del discurso liberal.

 

 Habiendo recorrido el país de norte a sur y de este a oeste, en todos los rincones da cuenta del mismo fenómeno: la explotación. El trabajo “de sol a sol” en los obrajes; el empleo de niños que suplen la maquinaria obsoleta en los ingenios y su prematura muerte por bronconeumonía; la obligación de trabajar a la intemperie con 45° en La Rioja; el trabajo en las caleras cordobesas que diezma la salud de los trabajadores porque el empresario no compra máscaras; las manos carcomidas en las piedreras de un trabajador que se descarta sin más cuando ya no sirve; el trabajo indígena que se paga la mitad porque, según testimonio del dueño de un algodonal en Chaco, hay que exterminarlos o llevarlos a Tierra del Fuego; los 100 Kg de las bolsas que acarreaban los estibadores en los puertos; los accidentes de trabajo, de los que siempre resultaba culpable el trabajador; la miseria y la pobreza extrema de los que trabajan todo el día por salarios de hambre junto con su consecuencia, el aumento de la delincuencia violenta, con heridas y muertes en las grandes urbes…todo está debidamente documentado en el informe.

 

 También lo están los abusos permanentes de los empleadores. Así nos enteramos que las inversiones extranjeras sin control no dieron resultados ni siquiera en esa época. Abundaron las quejas del público por descarrilamientos, robos, pérdidas y accidentes en los trenes ingleses. Violando la Ley General de Ferrocarriles y ante la inacción del Estado, el empleado era obligado a trabajar hasta 72 horas, sin dormir más que 2 horas continuas. Documentada está también la costumbre de bajar los sueldos, sin más aviso que la liquidación el día de pago. Y la existencia de proveedurías forzosas, de libretas y vales, que enriquecían al dueño del almacén (dueño también de la tierra), mientras convertían al trabajador en un deudor de por vida. O la existencia del conchabo que, aunque derogado poco antes de 1900, siguió utilizándose en toda la República, especialmente en las provincias del norte, donde sirvió para alimentar de brazos a las forestales, los ingenios y algodonales; los obrajes, las fábricas de tanino y los yerbatales del Paraná. En 1913, el Departamento Nacional del Trabajo informaba que, en las zonas rurales, regían condiciones casi feudales. Que se enteren los libertarios que este es el país que nos propone la Ley de Bases, con la eliminación de sanciones para quienes no registren a sus empleados, que llevará al crecimiento del trabajo “en negro”; con el “blanqueo laboral”, que implicará una pérdida de años y aportes en la jubilación; con la ampliación del período de prueba y la creación de la figura de “trabajador independiente”. Precarización y explotación: eso están apoyando.

 

 Y apoyan también la respuesta que estos modelos de exclusión siempre tienen para los estallidos que ellos mismos generan: la represión. Porque el que amenaza sus privilegios es un enemigo, un peligro que debe ser eliminado. Vélez Sarsfield, autor del Código Civil, afirmaba que la huelga es “una irrupción de derechos exagerados que no se puede admitir”, porque “importa una subversión de las reglas del trabajo”. El diario El Nacional la describía como un “recurso vicioso” y “un movimiento inusitado e injustificable de los obreros”. Entre 1902 y 1910, las garantías constitucionales fueron suspendidas en 5 oportunidades, se declaró el Estado de Sitio, se sancionó la Ley de Residencia para expulsar extranjeros, y a las fuerzas policiales se sumaron efectivos del Ejército, la Marina y hasta Bomberos para reprimir huelgas y manifestaciones. Desde diciembre del año pasado, el despliegue amenazante de fuerzas de seguridad y los detenidos sin causa se han convertido en el paisaje común de cada protesta. Violencia sin límites que aumentará con la Ley de Bases, que no sólo elimina el derecho a la acción colectiva, sino que la coloca como causal de despido.

 

 Y para las clases medias, siempre reacias a defender o identificarse con los trabajadores, les tengo una mala noticia: en este modelo, ustedes no existen. Porque consagra una profunda polarización en la apropiación de la riqueza, polarización de la que ya nos habló Ricardo Ortíz en 1955. En su Historia Económica describe la composición social de nuestro país a principios del SXX. Las clases altas representaban el 2,7% y en ella había terratenientes, industriales y financistas. En el otro extremo, el 82,8% era pobre; eran campesinos, proletarios y semiproletarios pero también artesanos y pequeños comerciantes. Sólo un 14,5% era clase media, porcentaje que no varió durante el auge de la Argentina agro exportadora. Esto ya lo advertíamos el año pasado en plena campaña electoral: cualquier expresión del neoliberalismo conservador que ganara los tendría a ellos como principales víctimas. Pero votaron con odio y prejuicios, y firmaron así su acta de defunción. Porque la clase media se extingue con cada golpe neoliberal. Hace unos días el diario Clarín, reflejando los últimos datos publicados por el Instituto de Estadísticas y Censos de la ciudad de Buenos Aires, titulaba: “Se derrumba la clase media”. Es que el 51,9% que representaba en 2015 se contrajo al 37,4% actual. Mientras, el 44% de los niños menores de 17 años son pobres en esta ciudad.

 

 La Argentina de hoy se asemeja peligrosamente a la del Centenario, cuando la popular ginebra pagaba más impuestos que el elitista champagne; cuando los ricos no tributaban y el esfuerzo recaía sobre los que menos tenían. También hoy como ayer, los impuestos se reparten regresivamente. La Ley de Bases hará que más de 800 mil trabajadores vuelvan a pagar Ganancias con un salario de bolsillo de $1.400.000, mientras reduce considerablemente el impuesto por Bienes Personales y aumenta las exenciones a las grandes empresas. La excusa es siempre la misma: si no cobro impuestos, aumenta la inversión. Pero la “Generación del 80” entregó los ferrocarriles a los ingleses, junto con tierras, ventajas impositivas, ganancias aseguradas con porcentajes inexistentes en otros países, y libertad absoluta para girar dividendos al exterior. Sin embargo, la inversión brilló por su ausencia. El Estado no condicionó esas ventajas al progreso técnico y, antes de la Primera Guerra Mundial, el sistema ferroviario era obsoleto. Lo mismo ocurrió con CATE y CHADE, empresas eléctricas que se beneficiaron con contratos de 50 años luego de un debate escandaloso donde no faltó la corrupción, no pusieron un peso, se repartieron la ciudad de Buenos Aires y abusaron de usuarios cautivos. Nada diferente a lo que hoy hacen EDENOR y EDESUR.  A ver si entendemos que, para el liberalismo argentino, los únicos privilegiados son los ricos.

 

 También hay que entender que un modelo extractivista y primarizado, orientado sólo a beneficiar a las clases altas que no pagan y a las grandes empresas que pagan menos, es insostenible en el tiempo y una tragedia para el país. La Generación del 80 creó un Estado mínimo, no encaró obras importantes, no tuvo políticas sociales ni repartió planes, y tampoco controló al capital extranjero. Pero no pudo evitar un déficit fiscal crónico: entre 1900 y 1914, sólo en 1908 hubo superávit. El déficit fue siempre de 2 dígitos y en 1914, según Mario Rapoport, llegó al 40,4%. Thirlwall nos advierte que las debilidades de un modelo pueden ser disimuladas en el corto plazo. Y la Argentina agro exportadora pudo disimular sus debilidades con endeudamiento. Los bonos, títulos, préstamos y canjes se sucedieron y sólo así el fracaso pudo ser presentado como éxito. Carlos Ibarguren acusaba a esos gobiernos de haber convertido al país en una “inmensa casa de juego”. Lo mismo diría hoy de la dupla Caputo/Milei, ansiosos por endeudarnos y rematar las empresas públicas para asegurar los grandes negocios de unos pocos. El RIGI les dará a estos pocos beneficios extraordinarios sin exigirles nada. Saquearán nuestros recursos y no dejarán un dólar en el país.

 

 El liberalismo argentino siempre fue una farsa. Una fachada que sirvió para ocultar los negocios y el privilegio de unos pocos; una timba permanente donde se jugó y se perdió el futuro de los argentinos; un sistema de conveniencias; una expresión antipopular, violenta, reaccionaria y extranjerizante. Una oligarquía divorciada de la democracia. Alberdi y Sarmiento lo supieron antes de morir. Nosotros resistiremos esta farsa, aunque haya gente que, parece, no aprende más…

 

 Les mando un gran abrazo a todos los escuchan El Club de la Pluma

 

PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

Profesora de Historia

Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

 

 

   

 

 

 

 

 

 

 

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