LA FUERZA PROPIA
La vida humana, el modo en que se organiza y transcurre, es multiforme,
dinámico, complejo, diverso: en nuestras sociedades, tal como ha dicho para
siempre Karl Marx, todo lo sólido se disuelve en el aire. Las estructuras y las
instituciones tradicionales se desintegran y se renuevan constantemente,
lanzándonos a todos en una vorágine de contradicciones y ambigüedades. Por eso
todos nos esforzamos por encontrar regularidades, puntos de vista más o menos
estables, ejes de desarrollo que definan una época o un territorio.
Nuestra perspectiva nos dice, por
ejemplo, que la juventud protagonizó el momento histórico más fecundo y
creativo de Argentina en el último siglo: el período que va de la Resistencia
peronista a fines de los 50 al golpe genocida de 1976: dos décadas que vieron
surgir, desde distintos sectores del trabajo y el estudio, extraordinarios
cuadros en la política, el arte y la cultura. Si en las vanguardias de las
universidades en EE UU el feminismo, el pacifismo y la lucha contra la
segregación racial dominaron la escena, en nuestro país, fuertemente vinculado simbólica
y materialmente a la extraordinaria revolución cubana, que iluminaba con su
concreción hacia toda Nuestra América, la conciencia política se orientó a
transformar la sociedad atacando el sistema.
El movimiento juvenil, el más
potente de la historia, sobresalió en la poesía, la música, el cine, las
letras, en fin, en las artes y en el pensamiento, en la sensibilidad y en la
inteligencia, en la elaboración y en la lucha. Esa juventud no fue una promesa:
fue una realidad tangible. Esa juventud fue aniquilada y desaparecida
literalmente por “las fuerzas del orden”, y no debería sorprender que 4 décadas
después del genocidio esa juventud no haya encontrado relevos generacionales:
el terror no opera sin dejar marcas profundas. Más bien constatamos, no sin
dolor, la estulticia y la necedad y la plena ignorancia política en buena parte
de ella, formateada e inculcada casi unívocamente por la comunicación del
enemigo.
La omnipresencia del discurso
hegemónico, de la propaganda burguesa, de la ideología dominante, no debería,
sin embargo, ocultar la existencia de errores de comunicación en el campo
popular, errores de concepción y desconocimientos mutuos entre fuerzas que
tienen un enemigo en común.
Como dijimos en la columna
anterior, la tarea de la unidad, que es la más importante hacia una comunidad
de sentido emancipador, se empantana entre refriegas identitarias, sectarismos
y burocratismos haciendo un gran favor al poder porque, entre otras cosas, no
somos capaces de comunicar una salida humanista superadora de nuevo género,
mientras les ahorramos el trabajo de dividirnos porque nos dividimos solos… Esto
es, necesitamos ejercer lo que se ha llamado siempre de una sola manera:
AUTOCRÍTICA, que está en las antípodas de lo que dan en llamar autoayuda: la
autocrítica es necesariamente debate, polémica y discusión entre los que
sabemos que estamos en el mismo lado, y si nos comportamos como la llamada “generación
de cristal” no haremos más que dejar de escuchar escudados en la ofensa que
supuestamente se nos lanza.
Nuestro reaseguro, nuestra
fuerza, está en el campo de lo real, no en lo virtual. Como ha dicho no sin
humor un compañero, “el futuro es analógico” -lo que debería entenderse como
“nuestra tarea es analógica”- queriendo oponer a la digitalización de todo la
presencia de todos, la palabra oral frente a la del teclado y la pantalla, el
retorno a una presencialidad que deje de virtualizarnos como si no
existiéramos, o como si sólo existiéramos en una grabación digital: para prueba
basta un botón: el botón que en las redes prometió hacer correr a los zurdos
terminó siendo corrido y cascado en las calles.
Desde
Rosario
Militante Social
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