EL ASESINATO
DEL INFLUENCER
Queridos
compañeros, amigos y oyentes de El Club de La Pluma, desde Colombia los saluda
Mauricio Ibáñez, con nuestro acostumbrado abrazo por la hermandad
latinoamericana.
Durante las semanas anteriores,
mientras revisábamos el impacto regresivo que las diferentes religiones tenían
en el avance del conocimiento y el desarrollo de la humanidad, y señalábamos
cómo dos religiones con el mismo origen mitológico estaban intercambiando
odios, atentados e invasiones en nombre de su dios, en los Estados Unidos surgió
una noticia que estremeció su devenir político y religioso. El 10 de septiembre
de 2025, el activista e influencer Charlie Kirk, joven conservador recibió un
disparo mortal mientras participaba en un evento público en la Universidad de
Utah.
Kirk no era muy conocido más
allá de los Estados Unidos, pero en su país tenía millones de seguidores,
especialmente jóvenes con fuertes posturas conservadoras y miembros de las
iglesias que, como hemos mencionado, han venido asumiendo posiciones dogmáticas
y fundamentalistas semejantes a las del Talibán en el Islamismo, y de donde han
salido cosas como la toma violenta del capitolio, las propuestas delirantes,
xenofóbicas y racistas de Donald Trump y la radicalización política que ocurre
en ese país.
Charlie Kirk, fundador de
Turning Point USA a los 18 años, era un joven sin muchos estudios
universitarios ni una gran profundidad cultural, pero extremadamente
inteligente y reconocido por sus posturas fundamentalistas. A lo largo de los
años, ha realizado una serie de declaraciones que han causado controversia y
debate tanto en medios sociales como tradicionales.
Sobre el tema migratorio, Kirk
expresaba su oposición a políticas abiertas, afirmando que la inmigración
ilegal ponía en riesgo la seguridad nacional y los empleos de los
estadounidenses. Estas declaraciones habían sido criticadas por sectores que
consideraban que estigmatizan a los migrantes y alentaban la violencia en su
contra.
Kirk cuestionó el enfoque
progresista de muchas universidades, asegurando que el sistema educativo
adoctrinaba a los jóvenes en ideologías de izquierda. Llegó a sugerir que
muchos centros de educación superior deberían ser reformados o incluso cerrados
si no orientaban sus enseñanzas hacia la promoción de los valores “americanos”.
En repetidas ocasiones, Kirk fue
criticado por sus opiniones sobre los derechos de la comunidad LGBTQ+. Defendió
legislaciones que restringen el acceso de personas transgénero a ciertos
espacios públicos y deportes, lo que fue catalogado como discriminatorio por
organizaciones defensoras de los derechos humanos.
Kirk también manifestaba un
profundo escepticismo respecto al consenso científico sobre el cambio
climático. En algunos eventos y entrevistas minimizó la responsabilidad humana
en el calentamiento global, generando rechazo entre científicos y activistas
medioambientales.
Declaraciones como “se debería
invitar a los niños a presenciar les ejecuciones de condenados a muerte como
parte de un ritual de iniciación”, o “las matanzas en las escuelas son un
pequeño sacrificio que se justifica con tal de proteger nuestro derecho a
portar armas” fueron algunas de las muchas que hacía, públicamente y en medio
de los aplausos rabiosos de juventudes cristianas enardecidas, en esa mezcla
peligrosa de fanatismo religioso y política que se apoderó de la agenda de los
Estados Unidos de Norteamérica, encarnada por el peor ejemplo posible de
cristianismo, el presidente Donald Trump.
Por supuesto, aún entendiendo
el contexto de posiciones extremas en que se está debatiendo ese país, nada
justifica su asesinato. Toda muerte provocada para eliminar un adversario es un
retroceso al salvajismo. Lo curioso en este caso, es que no necesariamente se
trató de un adversario ideológico.
Como ocurrió con el asesinato
de Villavicencio en Ecuador y Uribe Turbay en Colombia, la muerte de Kirk
disparó reacciones de tipo político casi instantáneas, donde sus copartidarios
se apresuraron a acusar a “la izquierda radical” y convocar el odio nacional
hacia una radicalización del odio y el fundamentalismo, algo que siempre
resulta sospechoso. Lo curioso de este caso es que el asesino resulto ser un
joven de familia conservadora, padres mormones, aportantes a la campaña
republicana y aficionados a las armas, a lo que los ofuscados acusadores han
respondido “seguramente se volvió comunista en el último momento”.
En todo este entramado surgen
dos observaciones que creo necesario hacer:
Charlie Kirk personificaba la
diferencia entre la “verdad” y la “certeza”. Él, un muchacho de bajo nivel
cultural, educado en el contexto de las narrativas judeo-cristianas, muchas de
ellas sin sustento histórico claro, pero dotado con una gran inteligencia y
capacidad argumentativa, era capaz de sostener debates por horas y horas
haciendo uso de su seguridad, de su “certeza”, así las tesis que defendiera no
fueran “la verdad”. Su capacidad no estaba ligada a la investigación, la
lectura o el aprendizaje. Se movía como pez en el agua en escenarios estudiantiles
donde, apoyado por los aplausos de sus seguidores fundamentalistas,
identificaba las debilidades argumentativas de sus oponentes, así estuvieran
bien fundamentadas, y las ridiculizaba para conseguir “imponerse” en la
discusión. Y si aparecía algún interlocutor que estuviera a su nivel,
simplemente lo interrumpía, lo mandaba callar o le hacía retirar el micrófono.
Su “debates” eran un show mediático donde lo que se podía ver era un “Donald
Trump” joven, dispuesto a acallar un adversario antes de profundizar en una
discusión.
La segunda observación es sobre
la reacción política y mediática: Kirk sigue siendo un personaje sin
importancia para el resto del mundo, pero en los Estados Unidos se le organizó
un funeral que le costó al estado 20 millones de dólares. La tesis de un
perpetrador de la “izquierda organizada”, aunque hizo agua, se mantiene entre
la opinión pública y las investigaciones han venido bajando de perfil, como si
no se quisiera ahondar sobre lo que realmente ocurrió: lo importante era generar
ese efecto de corto plazo, convocar a la rabia nacional contra un enemigo
invisible, moldeado por la polarización política y religiosa. Nada más.
Lo interesante es el patrón que
se repite en los tres casos de Kirk, Uribe Turbay y Villavicencio: se arma un
escándalo de muy corto plazo con acusaciones a sus opositores políticos, como
si esas muertes fueran parte de una campaña. Las investigaciones se van
diluyendo y al final quedan unos perpetradores detenidos o asesinados, sin que
se sepa nada de los determinadores. Una fuerte coincidencia cuando los tres
eran personajes sin mucha fuerza política, mas bien incómodos dentro de sus
partidos, pero muy útiles como víctimas para su explotación como “mártires de
la causa”. Todos estos, indicadores de fuego amigo.
Bueno, dejamos esta reflexión
aquí por ahora. Para todos, un fuerte abrazo y nos vemos la próxima
semana.
MAURICIO
IBÁÑEZ – Desde Colombia -Biólogo
Especialista
En Estudios Socio-Ambientales
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