MIGRACIÓN
ILEGAL:
ENTRE LAS
VENTAJAS POLÍTICAS
Y LAS
DESGRACIAS HUMANAS
La crisis migratoria
en Europa toma nuevos bríos por la desbordante cantidad de inmigrantes
irregulares africanos que desembarcan día a día en la isla austral de
Lampedusa, más cercana a la costa africana que a la península itálica.
De hecho, Lampedusa
está a 150 km de Túnez, lo que supone una travesía riesgosa, pero posible, para
los botes y barcas artesanales armadas en el continente negro, usualmente, por
los mismos traficantes de personas.
La inmigración ilegal
es un flagelo, sin duda.
Lo es para las pobres
personas que se lanzan al vacío con una esperanza de mejor vida, huyendo la
mayor de las veces de la desolación, el hambre, las guerras, el desempleo o
simplemente para darle algún sentido a su vida que no sea el de morir en las
garras de la miseria.
Pero también lo es
para aquellos países que no pueden sostener tamaña afluencia de personas, casi
repentina, y que no han planificado medidas de resguardo o asimilación.
Por otra parte, es razonable pensar que oleadas tan intensas
y constantes provenientes de culturas diferentes, tengan un impacto dificultoso
en las naciones receptoras. Usualmente, no solamente se forman guettos, pues la
incorporación a la cultura receptora es compleja, sino que por una cuestión de
números y de tasa de natalidad se termina distorsionando la identidad nacional
(étnica, religiosa y cultural), lo cual, aunque nunca se confiese o se expresa
con cierta vergüenza, es un tema que debe ser justipreciado y considerado sin
maniqueísmos ni escándalos fáciles.
Lo cierto, es que, en
la isla de Lampedusa de sólo 20 km cuadrados, que tiene unos 5.000 habitantes,
en las últimas semanas llegaron unos 12.000 inmigrantes del África Ecuatorial y
Sahel. La isla solamente tiene un centro de recepción apto para 400 personas.
Se imaginarán, entonces, el grado de catástrofe humanitaria que allí está
sucediendo.
Las autoridades
italianas, para despresurizar, inmediatamente embarcan a estas pobres personas
hacia Sicilia y de allí, al continente.
Pero Italia no puede
sostener el ritmo de 'incorporaciones indeseadas': hasta el momento, 130.620
inmigrantes indocumentados llegaron a Italia, el doble que en 2022 (68.283) y
el triple que en 2021 (43.275).
Giorgia Meloni, que
basó gran parte de su campaña electoral sustentada en el problema inmigratorio,
invitó a la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, a que vea
con sus propios ojos la debacle humanitaria que se le presenta y que la tiene
atada de pies y manos - por las reglas de la UE - para hallar una 'solución'.
El 17 de septiembre,
la alemana viajó junto a la italiana a la isla para realizar una 'inspección
ocular' del desastre.
Von der Leyen se
comprometió a un plan de 10 puntos para asistir a Italia... de dudoso o casi
seguro magro resultado: básicamente son medidas administrativas, pero también
se habla de ampliar las misiones navales... ¿para qué? ¿para realizar misiones
de búsqueda y salvamento o para bloquear como pretende Meloni? ¿En qué medida
son posibles sin infringir el Derecho Marítimo Internacional que impide negar
el atraco a puerto de embarcaciones desprotegidas?
Von der Leyen también
insistió que el problema 'era europeo y no italiano'... y se le ocurrió
entonces diseminar a los inmigrantes entre los 27 para de alguna forma disipar
el peso que recae sobre la nación italiana... pero lo cierto es que de 130.000
personas que llegaron este año... ¡apenas 1159 fueron reabsorbidas por otros
estados europeos!
Por supuesto, la mayor esperanza de Europa es hacer tratados
con las naciones búfer del norte africano. Von der Leyen lo intentó con el
presidente tunecino Kais Saied... a cambio de € 900 millones para potenciar la
tecnología y entrenamiento de sus guardafronteras.
Esto no es nuevo.
Las impotencias
europeas, sesgadas por su propio discurso 'progresista' chocan con la realidad
y terminan tomando tangentes del tipo 'pagar a otros para que se manchen las
manos'.
Lejos de aumentar las
tasas de deportación, que son moralmente condenables, y que encima fracasan
porque los propios países de origen desconocen a sus ciudadanos y prefieren
instalarlos en Europa (para recibir remesas), los europeos pagan para que los
gobiernos africanos impidan el paso.
Esto, lejos de tener
buenos resultados, termina en actitud extorsivas por parte de esos mismos
gobiernos que dicen colaborar.
Así, muchos gobiernos
hacen la vista gorda sobre estas redes criminales porque les sirven para
presionar y obtener provechos económicos y hasta objetivos políticos. El «costo»
es nulo y la pelota y el deterioro de la imagen, queda en la «otra cancha», del
otro lado del Mediterráneo.
Se ha visto mucho en
el caso marroquí y su chantaje inmigratorio para con España, en los enclaves de
Ceuta y Melilla, para obtener posiciones dominantes sobre el Sahara Occidental.
Se lo ha visto al
mismo Recep Tayyip Erdoğan
exigiendo dinero a la UE a cambio de frenar a los refugiados sirios.
Y se lo ve ahora a
Kais Saied negociando de buena gana una buena porción del contribuyente
europeo.
Pero digámoslo
también: la situación caótica provocada por Europa (fundamentalmente Francia)
en Libia, y todo el caldo de cultivo que se está generando con velocidad
vertiginosa en el Sahel, contribuyen y mucho a la desesperación de pobres
gentes que son inocentes de toda inocencia y se encuentran rehenes de una
situación desesperante.
Europa también debe
reflexionar sobre eso, porque la basura que se tira en el patio del vecino,
tarde o temprano, vuelve en forma de olor nauseabundo.
Analista Internacional
Licenciado
en administración UBA De ciencias económicas
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