MEMBRESÍA
OTAN, TERRORISMO, GRANOS:
UN HILO
CONDUCTOR
La semana pasada,
concluí en mi artículo que la Cumbre de la OTAN había arrojado como resultado
la instauración definitiva, como nuevo antagonista, de la República Popular
China, la inclusión como nuevo miembro de derecho del Reino de Suecia, una país
que por cultura e idiosincrasia política, y por ser parte de la Unión Europea,
siempre se encontró bajo la órbita occidental, y finalmente, más allá de los
deseos y las manifestaciones, la negativa a Ucrania a ampararse bajo el manto
de la Alianza.
Argumentaba que, entre varias razones, el rechazo a la
membresía ucraniana estaba dado por la firme postura rusa de no permitirlo, y
puse como ejemplo la breve Guerra de Georgia, cuando la Administración Bush,
incluso con la negativa francoalemana, intentó presionar – aunque finalmente
sin éxito - para que en 2008 se incorporase el pequeño país caucásico.
Pero el valor
relativo de Ucrania es evidentemente mayor que el de Georgia, y fomentando el
odio visceral hacia los rusos que tienen las facciones banderistas, vinculadas
ideológicamente al nazismo alemán y los integrismos nacionalistas polacos, hizo
que la Administración Obama y los neoconservadores que se ampararon en ella se
jugaran por un golpe de Estado en 2014. De esa manera, financiados por ONGs
occidentales lideradas por la NED, con la complicidad de los oligarcas
vernáculos y los fondos de inversión israelo-estadounidenses, los movimientos y
milicias lograron imponer un gobierno golpista de ultraderecha, disfrazado de
revolución libertadora (y uso este término totalmente adrede).
Lo cierto es que esa
situación anómala provocó profundas grietas en un país que durante los pocos
años de independencia real que había tenido, ya había manifestado divisiones
subyacentes.
Todos conocemos lo
historia sobre el plebiscito de Crimea, su anexión dentro de la Federación Rusa
las rebeliones de los oblast de Donetsk y Lugansk, los protocolos de Minsk
instaurados por Moscú para evitar su involucramiento y una guerra abierta, las
constantes violaciones de dichos protocolos por parte de Kiev y sus cómplices
occidentales, y finalmente, el camino hacia la guerra actual.
Lo cierto, es que de
no haber existido esta ingrata guerra, y de solo mediar advertencias o caminos
hacia el diálogo, hoy Ucrania ya sería un miembro pleno de la OTAN y tendría
armas ofensivas del bloque apuntando Moscú y los principales ciudades, incluso,
pudiéndose proyectar una especie de Operación Barbarroja II contra Rusia, ya
sin zonas búffer para preparar sus defensas.
Con la decidida
oposición rusa, que incluso teóricamente podría llevar a una conflagración
nuclear, la OTAN apoya a Ucrania en una guerra proxy, pero no la incluye,
porque incluirla significaría la activación obligada del artículo 5.
Por supuesto, ese no es el espíritu del objetivo occidental,
que fue “raptar a Europa” dentro de su compartimentación económica mundial, y
desconectarla energéticamente de Rusia para así obligarla a reacción y aplicar
una furibunda política sancionatoria que la doblegue sin que ello implique
sangre anglosajona.
Ucrania, con la
promesa de la zanahoria atlantista, ha y sigue siendo el peón de brega de
Occidente, el mejor alumno y el más sacrificado. Y su gobierno, que le debe
todo a las acciones conspirativas de sus aliados europeos y transatlánticos,
tiene como única razón de su supervivencia mantener las provocaciones y los
combates con los rusos, pues de ellos depende la ruta del dinero y de la
legitimación de sus crímenes.
En ese sentido, el
rechazo amplio pero edulcorado de la OTAN a Ucrania, y por el contrario, la
vinculación rápida y deseable de Suecia o de los 4 aliados del Indo-Pacífico
(me refiero a Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda), ha dejado a
Zelenski y compañía con un sabor amargo en la boca, pues los compele a seguir
peleando a cambio de nada, con perspectivas cada vez más funestas, con un
endeudamiento creciente, y un agotamiento político que va tendiendo a entrar en
el agujero del olvido.
Desde ese lugar y en ese marco de callejón sin salida
sobreviene apenas una semana después, un nuevo atentado terrorista sobre el
puente de Crimea, que se llevó la vida de una infortunada pareja y dejó huérfana
y luchando por su vida a una adolescente de 14 años.
La lógica no falla:
cada vez que el gobierno ucraniano se siente impotente, tanto frente a Rusia
como frente a sus patrocinadores occidentales, con el primero por no poder
doblegarlos en el campo de batalla, con los segundos por percibir desinterés,
entonces se arroja a la factura de lo que mejor sabe hacer: atentados,
terrorismo, crímenes contra inocentes y agresiones de pésimo gusto en el plano
de lo simbólico.
De esa manera,
prorroga la guerra, genera la furia redentora rusa (que se anima a ataques de
represalia) y manda un meta-mensaje a la Anglósfera sobre su persistente
utilidad como títere servil a sus intereses.
La fase terrorista
ucraniana comenzó en comenzó el 20 de agosto de 2022, con el coche-bomba
montado contra Daria Dúguina, la hija del filósofo Alexander Duguin, una no
combatiente de 30 años que sin embargo tenía cierta influencia en círculos
ideológicos euroasianistas. Su femicidio no tuvo ningún resultado concreto,
sino que fue un vil mensaje intimidante sobre los apoyos.
Pero luego vinieron
otros de igual o similar calaña: el primer sabotaje contra el Puente de Crimea,
el 8 de octubre de 2022, el bombazo al bloggero Vladlen Tatarsky en San
Petersburgo el 2 de abril de 2023, los ataques con drones sobre el Kremlin el 3
de mayo previo al Día de la Victoria, los ataques con drones navales sobre el
buque Ivan Khurs el 26 de mayo mientras vigilaba el gasoducto TurkStream, el
colosal ataque contra la represa Nova Kajovka el 6 de junio para barrer
teóricamente las defensas rusas del margen oriental del rio Dniéper, la
voladura de la tubería de amoníaco que conecta Togliati (Rusia) a Odesa
(ucrania) para sabotear la producción rusa de fertilizantes el 7 de junio, y el
ataque contra el buque Priazovie el 11 de junio mediante 6 drones marinos otra
vez frente al gasoducto Turkstream.
Y no estoy contando
los cientos de intentos desbaratados, incluyendo el reciente atentado prevista
contra la presentadora televisiva Margarita Simonian, que además es la
redactora jefa del canal de televisión internacional RT.
Por supuesto, no
estoy contando aquí el mayor acto de guerra contra una instalación civil: la
voladura de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2, acaecida el 26 de
septiembre de 2022. No la incluyo porque allí no intervinieron los servicios
secretos ni las fuerzas especiales ucranianas. Presuntamente fueron las estadounidenses en
colaboración a las danesas, suecas y noruegas.
Pero lo más
bochornoso de este ataque es que no fue SOLAMETNE CONTRA RUSIA, sino contra
Alemania, Francia y los Países Bajos, estos tres últimos accionistas la empresa
operadora, además de conminar la capacidad industrial alemana y condenarla a
una recesión. Fue una de esas acciones raras de las guerras, en que un aliado
ataca a un (supuesto) aliado.
Lo cierto, además, es
que este ataque sobre el puente de Crimea, que tiene un especial significado
para Putin porque fue su gran promesa y obra cumplida para enlazar la península
con el “continente” ruso en 2015 cae justo el día en que los rusos renunciaron
a prorrogar la Iniciativa de Granos del Mar Negro.
De hecho, podríamos
preanunciar esa decisión en el giro internacional del presidente turco Erdoğan. Días antes de la Cumbre de
la OTAN en Vilna (Lituania) desarrollada el 11-12 de Julio, Erdoğan se había reunido con
Zelenski dándole algunos gestos de buena voluntad demasiado hostiles a la vez
contra Rusia: no solamente le había devuelto 5 peligrosos cabecillas del
Batallón Azov – desafiando el propio acuerdo que tenía con Moscú de no
devolverlos hasta tanto finalizada la guerra – sino que sostuvo que la
Iniciativa de Granos continuaría con o sin la anuencia rusa, y que los buques
cerealeros ucranianos serían custodiados por la Armada Turca.
Esta osada jugada
turca, vaya a a saber a cambio de qué, irritó los ánimos en el Kremlin. Si
había alguna duda sobre la prórroga del acuerdo, la figura mediadora turca se
desvaneció de un segundo para otro, y era evidente que las dudas estaban
disipadas.
Algunos analistas
refieren que este último ataque ucraniano sobre el puente de Kerch entonces
tiene que ver con la posición rusa de no renovar, que se presuponía tomase.
Pero la realidad muestra que la fase terrorista tiene anclaje mucho antes y
viene intensificándose en los últimos meses, a medida que la contraofensiva
fracasa estrepitosamente.
Lo cierto es que
también el acuerdo de granos no estaba funcionando de acuerdo a lo previsto y
Rusia lo venía denunciando insistentemente, esperando que Turquía, en la que
depositó su fe como mediadora, corrigiese los errores. Los cargamentos se
desviaban hacia destinos no previstos y los ataques con drones navales en los
últimos tiempos habían aumentado, aprovechando el ardid del convoy cerealero.
Además, Rusia no estaba obtenido ventajas en su propia exportación de granos,
dado que Occidente utilizaba acciones sancionatorias indirecta.
No se trataba de
descuidos, sino de errores evidentemente fueron forzados. Turquía no estaba
haciendo los debidos esfuerzos e incluso llevaba agua para su molino. ídem los
países de Occidente, que por un lado fustigar a Rusia diciendo que vulnera la
“seguridad alimentaria” pero por el otro lado “desvía las cargas” evitando que
vayan a los países más necesitados, e impide negociaciones directas entre rusos
y africanos poniendo obstáculos a las compañías navieras, las aseguradoras navales
y al banco de exportación ruso de granos, el Rosselkhozbank, impidiéndole el
uso del SWIFT.
De acuerdo a la ONU,
de todos los productos alimenticios que Ucrania exportó el año pasado bajo el
acuerdo para exportar granos:
El 47% fue a "países de altos ingresos",
incluidos España, Italia y los Países Bajos.
El 26% fue a "países de ingresos medios altos"
como Turquía y China.
El 27% acabó en "países de ingresos bajos y medianos
bajos", como Egipto, Kenia y Sudán.
Por el nivel de
histeria colectiva de Occidente, con comentarios mediáticos llenos de
acusaciones y furia, algo me dice que los porcentajes están falseados y que
Occidente se beneficia mucho más de la venta ucraniana, de donde además se
cobra algo de sus préstamos por armas. Sí, son préstamos, no donaciones, y como
tal generan deuda que debe ser pagada ahora o después.
Lo que sí es cierto
es que desde que se anunció la medida, el precio internacional del trigo ha
subido sensiblemente.
Ahora el asunto cambió: Rusia decidió que finalizaba unilateralmente
la Iniciativa de Granos del Mar Negro y cesaba el funcionamiento del corredor
humanitario marítimo, a partir de las 00:00 hora de Moscú del 20 de julio de
2023. En tal sentido, todos los barcos que osen navegar en aguas del Mar Negro
hacia puertos ucranianos serán considerados como potenciales transportistas de
carga militar, o sea, serán considerados naves beligerantes, blancos de guerra.
Si había alguna duda
de que Rusia habla en serio, el 18 de julio por la noche el puerto de Odessa,
de donde se presume se originó el ataque contra el puente, sufrió un ataque
misilístico y de drones de saturación sin precedentes, entre ellas, las
terminales de granos. Se dice que 60.000 toneladas de granos ucranianos fueron
evaporadas bajo el fuego de los misiles rusos.
Sin embargo, Putin ha
insistido que la medida de fuerza obedece al incumplimiento por parte de
occidente respecto a los beneficios de la parte rusa en el acuerdo. Si esos
compromisos se cumplen, el mismo podría entrar en vigor nuevamente.
Analista
Internacional - Licenciado en administración UBA De ciencias económicas
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