¿QUÉ ES
EL PERONISMO?
Soy Lidia Rodríguez Olives y, desde Buenos Aires, saludo a todos los que
escuchan El Club de la Pluma
Hace un tiempo, uno de los vicedirectores del Liceo Franco Argentino me
preguntó: “¿Usted me puede explicar qué es el peronismo?” No es sorprendente
que un francés tenga esa duda, especialmente teniendo en cuenta que sobre el
peronismo se ha dicho y escrito mucho. Las más de las veces, desde lo
ideológico más que desde lo científico; desde el prejuicio más que desde la investigación.
Por eso hoy, cuando ni los peronistas parecen tener en claro una respuesta, es
apropiado un repaso de esos textos.
Desde el “aluvión zoológico” hasta el famoso “les gusta cagar en un balde”
que un usuario libertario escribió en las redes, el peronismo ha sido, para un
sector de la sociedad, el partido que expresa la irracionalidad y la ignorancia
de las masas. Supongo que la gran mayoría de los que adhieren a esta mirada
ignoran que se la deben a José Luis Romero que, allá por 1956 y en medio del
odio antiperonista desatado por el Golpe de 1955, la estampó en su libro “Las
ideas políticas en Argentina”. Partiendo del concepto de “lo desviado”, Romero
consideraba que el peronismo había llegado para “romper con la tradición
democrática de los países americanos”, convirtiéndose en una expresión política
ajena a la Historia Nacional. Sostenía que, a lo largo de los años, una gran
parte del país se había mantenido atrasado, con masas que apoyaron a caudillos paternalistas
y autoritarios. Fueron ellos los que se enfrentaron a la corriente progresista
e ilustrada que va de Mayo a Caseros. Portadores de un acentuado
individualismo, carecían por completo de conciencia política. Con la crisis de
1929 y la industrialización posterior, esas masas llegaron a la ciudad,
trayendo consigo su cultura política. “La barbarie está presente en la plebe de
las grandes ciudades” y el golpe significa “el renacimiento en nuestra
cultura”, escribirá Borges en la Revista Sur, otro bastión del antiperonismo.
Pero para Romero el peronismo no sólo es un “desvío” en nuestra Historia,
sino que también representa “lo extranjero”. Fue uno de los primeros
intelectuales en considerarlo una versión criolla del fascismo europeo, cuyo
único propósito era reducir la vida cívica del país hasta sus límites más
extremos. Los discursos, tanto de Perón como de Eva, no apelaban a la razón
sino a los instintos de una masa no politizada. Tanto Romero como los
intelectuales de la Revista Sur pensaron el peronismo como un cuerpo extraño
que debe ser extirpado y apoyaron todas las formas de desperonización
intentadas desde 1955.
Pero fue Gino Germani, sociólogo de origen italiano, el que más influyó en
el análisis sobre el origen del peronismo y su relación con la clase obrera. A
él se debe la persistente idea de una fractura entre viejos y nuevos
trabajadores. Retoma las grandes líneas trazadas por Romero al afirmar que la
industrialización de la década del 30 produjo un fuerte movimiento migratorio desde
las zonas más atrasadas hacia las ciudades. Estos “nuevos obreros” resultaron
ser una masa en disponibilidad que no encontró canales para integrarse. Desde
esta perspectiva, el peronismo fue el fenómeno autoritario a través del cual se
integraron a la política. Sin embargo, se aleja de Romero en la calificación de
“fascismo criollo”: el peronismo no representó a la burguesía concentrada sino
a los trabajadores, a los dotó de una conciencia propia y los afirmó como clase
frente a las demás.
Resulta sorprendente la perdurabilidad que en la sociedad argentina han
tenido esas ideas que, alejadas de la objetividad y escritas en un clima de
época atravesado por el odio y el resentimiento, fueron superadas hace ya
bastante tiempo. En pleno golpe de 1955, un grupo de intelectuales nucleados en
la Revista Contorno planteó la necesidad de alejarse de esa estrategia
desperonizadora, resaltando el carácter progresista que entrañaba el peronismo
en la conciencia y la praxis de los trabajadores. Escribieron allí Ismael y
David Viñas, Rodolfo Pandolfi, León Rozitchner, Osiris Troiani, Adolfo Prieto,
Oscar Masotta y, aunque a algunos de sus lectores les resulte increíble, Juan
José Sebreli.
La década del ´60 mostró que el peronismo, lejos de desaparecer, seguía
siendo, junto a sus poderosos sindicatos, la identidad política de los
trabajadores. Es en este momento que la posición de la izquierda intelectual
quedó más nítidamente dividida. Las expresiones más radicalmente opuestas al
peronismo se pueden leer en la Revista Fichas, dirigida por Milcíades Peña
entre 1964 y 1966, donde se repetían los análisis de Romero y Germani. Pero por
la misma época José Aricó, intelectual comunista, refutaba desde la Revista
Pasado y Presente la idea de viejos y nuevos trabajadores, sosteniendo que fue
la unidad (no la división) de la clase obrera lo que determinó su adhesión al
peronismo.
Tal vez la obra más importante escrita sobre el tema sea la de Miguel
Murmis y Juan Carlos Portantiero, “Estudios sobre los orígenes del peronismo”.
Según Hernán Camarero, se trata de “una obra pionera, que abrió surcos nuevos y
señaló los caminos sin salida a los que llevaban ciertas interpretaciones
establecidas”. Obra imprescindible porque se trata de la primera producción
académica que, de manera sistemática, nos presenta una reinterpretación del
surgimiento del peronismo menos ideológica y más científica. A través de una
investigación rigurosa, sometieron a la crítica no sólo la obra de Germani sino
todas las interpretaciones vigentes.
Uno de los puntos fuertes es haber replanteado la década de 1930. Donde
Germani y Romero veían la fractura entre viejos y nuevos trabajadores, ellos
demostraron que fue el proceso de industrialización sin políticas públicas de
redistribución social lo que había unido al conjunto de los trabajadores en el
padecimiento de una intensa explotación laboral y en un creciente número de
reivindicaciones insatisfechas. También refutaron la idea de extrema debilidad
de los sindicatos en ese período, que llevaba a explicar el crecimiento de las
organizaciones gremiales como resultado del amparo brindado por el Estado
peronista, que desplazó a los viejos sindicatos y a sus dirigentes tradicionales
para reemplazarlos por otros sin experiencia. Así, el apoyo de las masas al
peronismo se explicaba por la existencia poco significativa de una organización
sindical previa.
Murmis y Portantiero demostraron que los datos no confirmaban esa mirada.
Entre 1941 y 1945, el número de afiliados pasó de 441.412 a 528.523,
registrando un aumento del 19,73%, similar al que se produjo entre 1936 y 1941.
Esto indica, contra lo sostenido por Romero y Germani, que el apoyo gremial al
peronismo se instrumentó a partir de una estructura sindical preexistente, no
nueva. Lejos de la imagen de nuevos trabajadores simples marionetas de un
caudillo demagogo, demostraron que, a partir de 1935, superada la crisis y
reactivada la economía, la conflictividad laboral fue en aumento, especialmente
entre los trabajadores peor retribuidos. Pero la constante del período fue el
bajo porcentaje de reivindicaciones alcanzadas: en 1934, sólo el 2,41% de los
huelguistas obtuvo las mejoras demandas, y en 1939, el 18,39%. 1942 señala el
punto más alto de los conflictos: hubo 113 huelgas que involucraron a 39.685
trabajadores y se perdieron 634.339 jornadas de trabajo. El 89,42% de estas
huelgas estuvo motivado en reclamos salariales. Con el peronismo entonces,
después de una década de acumulación capitalista sin distribución, la novedad
no la constituye ni la fractura entre viejos y nuevos trabajadores ni la
actividad sindical. Lo novedoso reside en el cambio de la actitud estatal, que
incluyó a los trabajadores en una alianza policlasista y dio continuidad
programática a viejos reclamos.
Con posterioridad, autores como Juan Carlos Torre, Tulio Halperín Donghi y
la canadiense Louise Doyon (entre otros) remarcaron en sus estudios tanto la
autonomía sindical durante el peronismo como la gran transformación social que
este produjo. Todos ellos refutaron con creces la idea de un sindicalismo
subordinado al Estado, señalando que ejerció una influencia determinante muy
distinta de la que había previsto Perón y que la capacidad de los trabajadores
para articular sus intereses fue una fuente permanente de tensiones, quedando
muchas veces el Estado expuesto a la acción de los trabajadores organizados.
Recorro estos textos no sólo como un ejercicio historiográfico sino para
recordarles a los desmemoriados, propios y ajenos, qué es y qué ha sido el
peronismo desde sus orígenes. Fue el partido que le mejoró la vida a amplios
sectores de la sociedad, incluyendo las clases medias, esa usina permanente de
gorilas reaccionarios. El partido a través del cual los postergados y
explotados alcanzaron las reivindicaciones que siempre les habían negado. El
primero en desarrollar un programa industrialista y nacional. El que hizo
crecer al país con integración y distribución; el de la solidaridad. Y aunque a
veces pareció perder el rumbo, siempre lo retomó. En medio de las políticas más
regresivas que se recuerdan, los que militamos desde el llano estamos hartos de
internas que no llevan a nada y de compañeros comentaristas dedicados a
describir sin aportar. Queremos saber, de una buena vez, qué piensan hacer para
enfrentar un modelo que amenaza retrotraernos al siglo XIX. Cómo defenderán el
empleo y los derechos sociales, nuestras industrias, nuestra soberanía,
nuestros satélites, nuestras universidades y nuestros proyectos científicos.
Queremos que estén a la altura de nuestra Historia. Porque sólo la lucha y la
confrontación en unidad asegurará nuestra supervivencia, mientras que consentir
y negociar es el camino para sucumbir.
Nos reencontraremos el año próximo y realmente espero que sea en una sociedad más solidaria y menos rota.
PROF.
LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES
Profesora
de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

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