AL SERVICIO
DEL EGOCENTRISMO
Apreciados compañeros, amigos y
escuchas de El Club de La Pluma. Desde Colombia los saluda Mauricio Ibáñez, con
nuestro acostumbrado abrazo por la unidad latinoamericana.
En varias de nuestras columnas
anteriores, hemos examinado el conjunto de motivadores que constituyen el eje
del actual comportamiento humano, siendo el miedo su raíz instintiva y la
culpa, la incertidumbre, la soledad, la desesperanza y la lucha por el
territorio algunas de sus ramificaciones más complejas, atadas al cerebro
límbico y motivadas por el deseo de supervivencia.
La corteza, esa capa racional
de nuestro cerebro, marcó la necesidad de desarrollar herramientas que nos
permitieran sobrevivir al miedo fundamental y sobrellevar sus ramificaciones.
Ya vimos cómo desarrollamos la idea de un ser superior para soportar la noción
de la muerte, el lenguaje como herramienta para comunicar ideas y resolver
conflictos, el conocimiento para adaptarnos al entorno y la construcción de
comunidad para tramitar la necesidad de reconocimiento al hacernos parte de un
conjunto.
A pesar de toda esa magnífica
evolución con su música, la literatura, las artes, la política en su forma más
básica – la búsqueda del beneficio común, de la felicidad colectiva – el
cerebro básico, el límbico, el instintivo, se nos atraviesa por el camino y nos
hace retroceder, generalmente por obra y gracia de algún interés particular,
algún ego dominante, algún macho alfa de la civilización que busca, con una
actitud regresiva, devolvernos a la cultura de la supervivencia básica, al
miedo fundamental, al círculo vicioso de dominadores y dominados.
Son varias las herramientas que
usan los dominadores para esparcir el temor y lograr que nos refugiemos en el
atraso mientras ellos progresan. Al principio de los tiempos, aquellos que
reunían y acaparaban el conocimiento se lo negaban a los demás, de manera que
la desigualdad estaba atada a la ignorancia. Con la era de la ilustración y el
surgimiento de las enciclopedias se produjo una gran revolución: la gente del
común despertó, fue consciente de la mordaza que se le había impuesto y la
reacción no fue pacífica. Por supuesto, este fenómeno no se dio en todos los
países a la vez, y los dominadores trataron de aplastarlo con sus
inquisiciones, sus quemas de brujas, sus masacres de indios y, por supuesto,
con sus ejércitos.
Pero, a la par de la evolución
de la cultura humana, la difusión de información también evolucionó y se fue
convirtiendo en una herramienta que todos usaban: los dominadores para esparcir
sus edictos y amenazas, y los dominados para expresar descontentos y alentar
revoluciones. El desarrollo de la capacidad para expresar ideas, aún a pesar de
toda clase de intentos de represión, marcó siglos enteros de turbulencia
política, económica y social.
En el último siglo, con la
economía como eje de la dominación y con el miedo y la incertidumbre como sus
principales instrumentos, y con la religión como el gran manipulador de la
culpa, la información se había convertido en una herramienta cooptada por las
élites y utilizada para manipular a los pueblos. La única esperanza de que la
opinión individual tuviera alguna incidencia en lo colectivo radicaba en
adquirir popularidad o, al menos, alguna notoriedad, a cualquier precio.
Grandes egos se apoyaron en la prensa para exacerbar los ánimos de sus
seguidores y, en el espacio de 100 años, tuvimos dos guerras en las que
participó, de una u otra manera, toda la humanidad. Dos guerras que no
sirvieron para nada más que cambiar el mapa de Europa, pero que en realidad
perdimos todos. Dos guerras que finalmente desembocaron en una tercera, la
guerra fría, que era una combinación de amenazas y prensa, y que aún continúa.
El deseo de reconocimiento
individual, la apología del egocentrismo encontró en las redes sociales su
herramienta fundamental: hoy en día la economía, la política, la religión y lo
social funcionan a través de una popularidad transitoria que se mide a través
del número de seguidores y de los “likes” que se obtienen mediante la
publicación de una opinión, una idea o un comentario provocador. La guerra se
atomizó y el campo de batalla, bastante violento, por cierto, cuenta con miles
de millones de egos en busca de reconocimiento individual. Una búsqueda que
trajo de vuelta lo que los dominadores manejaban desde su prensa: la
desinformación, la manipulación, las mentiras, lo que hoy llamamos “el Fake
News”.
Hoy estamos viendo cómo renace
el imperio de los ególatras, alimentado por los “likes” de las redes sociales y
alentado por multitudes de seguidores impetuosos y agresivos que ni siquiera
están considerando, ni de lejos, el bienestar colectivo. El fenómeno de hoy es
la satisfacción propia, sin importar lo que suceda alrededor.
Tuve la oportunidad de
conversar con un amigo sobre la propuesta de reforma laboral que estaba
liderando el gobierno del presidente Gustavo Petro en Colombia. Una reforma
cuyo objetivo es recuperar varios derechos y beneficios perdidos por los
trabajadores durante el gobierno de Álvaro Uribe, entre los cuales están el
pago de horas extras y los dominicales. Mi amigo odiaba la reforma por dos
razones: una, porque lo afectaba a él como individuo, ya que el reconocimiento
de derechos laborales para los vigilantes de su unidad residencial implicaba un
aumento en sus costos de administración (en este caso no importaba qué tanto se
beneficiase el conjunto de los trabajadores colombianos, sino el impacto sobre
su interés individual). La segunda razón, por un odio enfermizo contra Gustavo
Petro, una animadversión construida por la prensa hegemónica bajo una narrativa
cargada de la amargura que le produce a los políticos corruptos haberse visto
expuestos por sus investigaciones y denuncias como senador.
Volvamos, entonces, al problema
de la afectación del interés individual como eje del rechazo al beneficio
común. La lógica de este fenómeno es “si la decisión del estado me afecta como
individuo, así beneficie al conjunto de la población, el estado no me sirve”. El
imperio del egocentrismo se impone a través de las redes sociales, y tiene
exponentes que le hacen apología, personajes como Trump o Milei, que concentran
las miradas en ellos mismos y sus espectáculos mediáticos de culto a la
apariencia, sin importar qué tan irresponsables sean sus decisiones en relación
con los pueblos que gobiernan.
Después de que en 2.500
ciudades de los Estados Unidos salieran a marchar más de 7 millones de personas
contra el estilo monárquico de Donald Trump, la casa blanca publicó en redes un
video del presidente, con una corona en la cabeza y montado en un bombardero,
disparando materia fecal sobre los manifestantes, en una clara demostración de
lo que le importa a un ególatra la opinión del pueblo que gobierna.
¿Cómo se neutraliza esta
tendencia hacia la concentración de nuestra atención en nosotros mismos sin
importar lo que pase a nuestro alrededor? Es necesario que entendamos que el
auto aislamiento es una nueva forma de soledad que, en medio del ruido mediático
y de las redes, está afectando nuestras mentes y nos está enfermando. Es
indispensable que eduquemos a nuestros hijos en el uso adecuado de las redes
para construir comunidades, no para destruirlas.
No es viable prohibir el
desarrollo y uso de las redes sociales, la inteligencia artificial y otras
herramientas que conducen a la auto-satisfacción. Lo que es necesario es
preparar a nuestros jóvenes para que sepan como usarlas con sabiduría y
conciencia de lo colectivo y lo constructivo. Lo que tenemos al frente es una
tarea larga y difícil, pero no imposible, y debemos comenzar por nuestros
pequeños círculos de influencia.
Hasta la próxima semana,
compañeros, un abrazo.
Desde Colombia
Biólogo
Especialista En Estudios Socio-Ambientales

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