RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

viernes, 7 de noviembre de 2025

AL SERVICIO DEL EGOCENTRISMO - MAURICIO IBÁÑEZ

 

AL SERVICIO DEL EGOCENTRISMO 


Apreciados compañeros, amigos y escuchas de El Club de La Pluma. Desde Colombia los saluda Mauricio Ibáñez, con nuestro acostumbrado abrazo por la unidad latinoamericana.

 

En varias de nuestras columnas anteriores, hemos examinado el conjunto de motivadores que constituyen el eje del actual comportamiento humano, siendo el miedo su raíz instintiva y la culpa, la incertidumbre, la soledad, la desesperanza y la lucha por el territorio algunas de sus ramificaciones más complejas, atadas al cerebro límbico y motivadas por el deseo de supervivencia.

 

La corteza, esa capa racional de nuestro cerebro, marcó la necesidad de desarrollar herramientas que nos permitieran sobrevivir al miedo fundamental y sobrellevar sus ramificaciones. Ya vimos cómo desarrollamos la idea de un ser superior para soportar la noción de la muerte, el lenguaje como herramienta para comunicar ideas y resolver conflictos, el conocimiento para adaptarnos al entorno y la construcción de comunidad para tramitar la necesidad de reconocimiento al hacernos parte de un conjunto.

 

A pesar de toda esa magnífica evolución con su música, la literatura, las artes, la política en su forma más básica – la búsqueda del beneficio común, de la felicidad colectiva – el cerebro básico, el límbico, el instintivo, se nos atraviesa por el camino y nos hace retroceder, generalmente por obra y gracia de algún interés particular, algún ego dominante, algún macho alfa de la civilización que busca, con una actitud regresiva, devolvernos a la cultura de la supervivencia básica, al miedo fundamental, al círculo vicioso de dominadores y dominados.

 

Son varias las herramientas que usan los dominadores para esparcir el temor y lograr que nos refugiemos en el atraso mientras ellos progresan. Al principio de los tiempos, aquellos que reunían y acaparaban el conocimiento se lo negaban a los demás, de manera que la desigualdad estaba atada a la ignorancia. Con la era de la ilustración y el surgimiento de las enciclopedias se produjo una gran revolución: la gente del común despertó, fue consciente de la mordaza que se le había impuesto y la reacción no fue pacífica. Por supuesto, este fenómeno no se dio en todos los países a la vez, y los dominadores trataron de aplastarlo con sus inquisiciones, sus quemas de brujas, sus masacres de indios y, por supuesto, con sus ejércitos.

 

Pero, a la par de la evolución de la cultura humana, la difusión de información también evolucionó y se fue convirtiendo en una herramienta que todos usaban: los dominadores para esparcir sus edictos y amenazas, y los dominados para expresar descontentos y alentar revoluciones. El desarrollo de la capacidad para expresar ideas, aún a pesar de toda clase de intentos de represión, marcó siglos enteros de turbulencia política, económica y social.

 

En el último siglo, con la economía como eje de la dominación y con el miedo y la incertidumbre como sus principales instrumentos, y con la religión como el gran manipulador de la culpa, la información se había convertido en una herramienta cooptada por las élites y utilizada para manipular a los pueblos. La única esperanza de que la opinión individual tuviera alguna incidencia en lo colectivo radicaba en adquirir popularidad o, al menos, alguna notoriedad, a cualquier precio. Grandes egos se apoyaron en la prensa para exacerbar los ánimos de sus seguidores y, en el espacio de 100 años, tuvimos dos guerras en las que participó, de una u otra manera, toda la humanidad. Dos guerras que no sirvieron para nada más que cambiar el mapa de Europa, pero que en realidad perdimos todos. Dos guerras que finalmente desembocaron en una tercera, la guerra fría, que era una combinación de amenazas y prensa, y que aún continúa.

 

El deseo de reconocimiento individual, la apología del egocentrismo encontró en las redes sociales su herramienta fundamental: hoy en día la economía, la política, la religión y lo social funcionan a través de una popularidad transitoria que se mide a través del número de seguidores y de los “likes” que se obtienen mediante la publicación de una opinión, una idea o un comentario provocador. La guerra se atomizó y el campo de batalla, bastante violento, por cierto, cuenta con miles de millones de egos en busca de reconocimiento individual. Una búsqueda que trajo de vuelta lo que los dominadores manejaban desde su prensa: la desinformación, la manipulación, las mentiras, lo que hoy llamamos “el Fake News”.

 

Hoy estamos viendo cómo renace el imperio de los ególatras, alimentado por los “likes” de las redes sociales y alentado por multitudes de seguidores impetuosos y agresivos que ni siquiera están considerando, ni de lejos, el bienestar colectivo. El fenómeno de hoy es la satisfacción propia, sin importar lo que suceda alrededor.

 

Tuve la oportunidad de conversar con un amigo sobre la propuesta de reforma laboral que estaba liderando el gobierno del presidente Gustavo Petro en Colombia. Una reforma cuyo objetivo es recuperar varios derechos y beneficios perdidos por los trabajadores durante el gobierno de Álvaro Uribe, entre los cuales están el pago de horas extras y los dominicales. Mi amigo odiaba la reforma por dos razones: una, porque lo afectaba a él como individuo, ya que el reconocimiento de derechos laborales para los vigilantes de su unidad residencial implicaba un aumento en sus costos de administración (en este caso no importaba qué tanto se beneficiase el conjunto de los trabajadores colombianos, sino el impacto sobre su interés individual). La segunda razón, por un odio enfermizo contra Gustavo Petro, una animadversión construida por la prensa hegemónica bajo una narrativa cargada de la amargura que le produce a los políticos corruptos haberse visto expuestos por sus investigaciones y denuncias como senador.

 

Volvamos, entonces, al problema de la afectación del interés individual como eje del rechazo al beneficio común. La lógica de este fenómeno es “si la decisión del estado me afecta como individuo, así beneficie al conjunto de la población, el estado no me sirve”. El imperio del egocentrismo se impone a través de las redes sociales, y tiene exponentes que le hacen apología, personajes como Trump o Milei, que concentran las miradas en ellos mismos y sus espectáculos mediáticos de culto a la apariencia, sin importar qué tan irresponsables sean sus decisiones en relación con los pueblos que gobiernan.

 

Después de que en 2.500 ciudades de los Estados Unidos salieran a marchar más de 7 millones de personas contra el estilo monárquico de Donald Trump, la casa blanca publicó en redes un video del presidente, con una corona en la cabeza y montado en un bombardero, disparando materia fecal sobre los manifestantes, en una clara demostración de lo que le importa a un ególatra la opinión del pueblo que gobierna.

 

¿Cómo se neutraliza esta tendencia hacia la concentración de nuestra atención en nosotros mismos sin importar lo que pase a nuestro alrededor? Es necesario que entendamos que el auto aislamiento es una nueva forma de soledad que, en medio del ruido mediático y de las redes, está afectando nuestras mentes y nos está enfermando. Es indispensable que eduquemos a nuestros hijos en el uso adecuado de las redes para construir comunidades, no para destruirlas.

 

No es viable prohibir el desarrollo y uso de las redes sociales, la inteligencia artificial y otras herramientas que conducen a la auto-satisfacción. Lo que es necesario es preparar a nuestros jóvenes para que sepan como usarlas con sabiduría y conciencia de lo colectivo y lo constructivo. Lo que tenemos al frente es una tarea larga y difícil, pero no imposible, y debemos comenzar por nuestros pequeños círculos de influencia.

 

Hasta la próxima semana, compañeros, un abrazo. 

 

MAURICIO IBÁÑEZ

 Desde Colombia

Biólogo Especialista En Estudios Socio-Ambientales

 

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