NO HAY FORMA?
Con
“Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese que se yo…” comenzaba Balada para un
Loco de Horacio Ferrer. No sólo las tardecitas, las calles de Bs.As. tienen ese
que se yo que podríamos encuadrar dentro del término “odio de clases”, herencia
del coloniaje destructor que se ha perpetuado sin interrupción hasta nuestros
tiempos.
Muestra
de ello, como para no ir muy lejos en el tiempo, han dado con, por ejemplo, el
bombardeo a la Plaza de Mayo en 1955.
Ese
odio de clases ha sido puesto de manifiesto por un sector de esa sociedad
capitalina, en cada ocasión que han podido y en cada elección en que han optado
por criminales, corruptos, estafadores y vendepatrias. No digan que nadie los
voto…
Cuando
la colonia pretendió instalar en esas costas una representación de la
ostentación europea, no sólo lo hizo desde lo arquitectónico, trasplantó ese
espíritu prepotente con el que subyugaba y sometía a toda manifestación de vida
que consideraba inferior. Un caballo era tratado con más “humanidad” que una
persona a su servicio –esclavo, esclava, sirviente, sirvienta, etc.-
Tamaña
actitud miserable ha persistido y se mantiene, casi inalterable, a pesar de
centenarios transcurridos.
No
podemos ignorar que ese deplorable modelo ha sido calcado en cada capital
provincial del territorio Argentino, ejemplo de ello a considerar sería la
denominada “sagrada familia” cordobesa.
Son
sectores de la actual sociedad que, en cada oportunidad a su disposición,
muestran las garras del odio, la discriminación y esa terrible sed de sangre.
¿Exagerado? Recorran nuestra historia y podrán comprobar que, lamentablemente,
es así.
Son
los mismos sectores de la sociedad que miraban detrás de las ventanas cuando
secuestraban o fusilaban personas en las décadas de los 60 y 70. Son las mismas
personas que guardaban silencio, cuando la destrucción de todo patrimonio
nacional era concretada junto a la imposición del fin de las ideologías.
Son
las mismas personas que defendían la paridad uno a uno, cuando el hambre se
paseaba en las casas de los más humildes y desplazados.
Son
los mismos horribles sectores de la sociedad que colgaban muñecos tratando de
representar sus nefastas ideas de libertad.
Son
los mismos sectores reaccionarios de la sociedad, que simulan sembrar cadáveres
en las calles para representar hasta dónde son capaces de llegar, a fin de
demostrar, cabalmente, ese odio de clases visceral.
Son
peligrosos y tienen conducción y representatividad. No podemos ignorar ni su
existencia, ni su influencia en otros sectores de la sociedad que repiten, sin
análisis, las consignas cargadas de ese aborrecer a todo lo que se crea
diferente.
Para
esos sectores de la sociedad, la denominación “Nacional y Popular”, es sinónimo
de contaminación. Están convencidos que lo importante es su inmaculada
perversidad.
Y
no están solos, cuentan, como desde los tiempos de la colonia, con la
complicidad de sectores de la justicia y la comunicación, serviles al poder
depredador.
Enarbolan
en sus discursos, términos como democracia, libertad, independencia, cuando
sólo practican la exclusión y el autoritarismo. Son la representación fidedigna
que lo que denomino “dictocracia” –dictadura camuflada de democracia-
¿Qué
hacer con esto? Intentar incluirlos es imposible, convencerlos menos. ¿Qué
hacemos?
Hay
formas, hay métodos, hay estrategias que puedan lograr modificar esas formas de
concebir la sociedad.
Hay
una tarea titánica por delante. Debemos tener el control de todos los medios de
comunicación para direccionar los mensajes hacia una real y auténtica
inclusión, reconvirtiendo conceptos y consignas. Debemos lograr un poder
judicial totalmente independiente, pero democrático. Necesitamos imperiosamente
que todos los factores que influyen en la producción y distribución de bienes y
servicios respondan al poder popular.
El
sistema educativo también debe responder a lineamientos orientados hacia las
auténticas raíces que hacen a nuestras identidades, desplazando, revirtiendo
todo lo inoculado desde aquella falsa historia oficial.
Hay
formas, estrategias, métodos para dar vuelta la tortilla, es sólo cuestión de
decisión.
Y
si bien los poderes foráneos son condicionantes para cada determinación en
nuestros pueblos, debemos conseguir que ello no prosiga.
¿Qué
es duro, complicado, casi imposible? Lo realmente imposible es aceptar que no
hay forma de transformar, de cambiar tanto nuestra historia como nuestro
destino. Y de nosotros depende que ello ocurra.
Nuestras
fuerzas populares son capaces de ello y mucho, mucho más…
Que
así sea.
NORBERTO GANCI
–DIRECTOR-
El Club de la Pluma
elclubdelapluma@gmail.com
–elclubdelapluma@hotmail.com
http://elclubdelapluma.wordpress.com
28-2-2021
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