FUERA DEL PODER, TODO ES ILUSIÓN
Pretendemos
hoy comenzar a abordar un problema que no está taxativamente discutido en la
mayoría de la población: el problema del poder. Algunos pocos planteamos que
uno de los significados no explicitados en la consigna Nunca más, en esa marca
nuestra desde el genocidio, es "nunca más... lucha por el poder", un
problema que estaba en el centro de la escena hasta que se consiguió la
eliminación de los que encarnaban esa lucha. Y bien, creemos necesario retomar
algunas preguntas, aunque lo hagamos como podemos. Sabido es que en ciertos
ámbitos de la militancia suelen rechazarse pensamientos o posiciones que se
oponen o contradicen a las preferidas.
Por nuestra parte, elegimos confrontarlas o
encontrar aquellos puntos en los que no hay graves desencuentros que, por lo
demás, a veces son apenas imaginarios. Vamos a leer fragmentos de una entrevista realizada a
Foucault en 1980. En ella el filósofo dice: "En cierto sentido, soy un
moralista , en la medida en que creo que una de las tareas, uno de los sentidos
de la existencia humana, aquello en lo que consiste la libertad del hombre, es
jamás aceptar nada como definitivo, intocable, evidente, inmóvil. Nada de lo
real debe erigirse para nosotros en una ley definitiva e inhumana.
En esa medida, puede considerarse que debemos
alzarnos contra todas las formas de poder, pero no entendido simplemente en el
sentido restringido de poder de un tipo de gobierno, o de un grupo social sobre
otro; eso no es más que un elemento entre otros. Llamo «poder» a todo lo que
tiende de hecho a hacer inmóvil e intocable lo que se nos ofrece como real,
como verdadero, como bien. ¿Si el poder siempre es represivo? Claro que
no, puede adoptar unas cuantas formas y, después de todo, puede haber relaciones
de poder que sean abiertas.
A lo que se le pregunta: —¿Cómo pueden los marxistas criticarlo?
Usted no es ortodoxo, qué duda cabe, pero al parecer se alinea con las
posiciones marxistas.
—¿Me alineo? No sé. Vea, no sé qué es el marxismo. Además, no creo que exista,
en sí y para sí. En realidad, la mala suerte —o la buena suerte, como se
quiera— de Marx fue que siempre hubo organizaciones políticas que hicieron suya
su doctrina. Y de un modo u otro es la única teoría histórica —y filosófica, en
última instancia— cuya permanencia, a lo largo de hace ya un siglo, siempre
estuvo ligada a la existencia de organizaciones sociopolíticas
extraordinariamente fuertes y combativas, e incluso vinculadas a aparatos de
Estado en la Unión Soviética. Por eso, cuando me hablan del marxismo, yo diría:
¿cuál? ¿El que se enseña en la República Democrática Alemana, el
Marxismus-Leninismus? ¿Son los vagos conceptos desmañados e híbridos que
utiliza alguien como Georges Marchais? ¿Es el cuerpo de doctrina al cual se
remiten algunos historiadores ingleses?
En fin, no sé qué es el marxismo. Intento
debatirme con los objetos de mi análisis y cuando en efecto me parece que hay
un concepto que puede encontrarse en Marx o en un marxista, [un concepto] que
va bien, lo utilizo. Pero me da completamente lo mismo, nunca quise, siempre me
negué a considerar que la conformidad o no conformidad respecto del marxismo
podía ser o podía constituir un criterio de diferencia para aceptar o suprimir
lo que yo estaba diciendo. Me tiene absolutamente sin cuidado.
Entonces, cuando los marxistas rechazan una
serie de cosas de las que, sin embargo, sé perfectamente, porque las encontré
en Marx […]; cuando los marxistas me critican en relación con puntos en los que
soy justamente quien más cerca está de lo que dijo Marx, me río y me convenzo,
una vez más, de que entre las muchas personas que no conocen a Marx [están
aquellos que es oportuno] poner en la primera fila de los marxistas. Eso
es todo, eso es todo. Si agregamos que, como buenos militantes políticos, desde
luego, jamás presentan la posición del adversario de manera correcta, sincera,
auténtica y objetiva, atribuyen cosas que uno nunca ha dicho, construyen
caricaturas, etc., no veo por qué tendría que entrar en esas discusiones.
En fin, las condiciones de establecimiento de
un cierto poder no pueden definirse a priori: siempre son resultado de
relaciones de fuerza dentro de una sociedad; así, en esa situación, en ese
estado de cosas, resulta que tal o cual desequilibrio que permite la existencia
de relaciones de poder, en suma, es tolerado por quienes son sus víctimas, por
quienes durante un tiempo están [en la] posición más desventajosa. Entonces,
¡vaya a decirles que eso es aceptable! Después uno advierte muy rápido, y de
hecho siempre (a veces al cabo de algunos meses, a veces al cabo de varios años
y eventualmente siglos) [que] la gente resiste, [que] ese compromiso ya no
funciona. Eso es. Pero no hay que dar una fórmula óptima y definitiva del
ejercicio del poder.
El poder tal como es, las relaciones de poder
tal como existen en alguna o alguna otra sociedad, jamás son otra cosa que las
cristalizaciones de relaciones de fuerza, y no hay razón para que esta
cristalización pueda o deba formularse como teoría ideal de las relaciones de
poder en una sociedad dada.... es un poco como si un gramático viniera a decir:
«Y bien, así es como debe ser la lengua, así es como deben hablarse el inglés o
el francés». ¡Pero no! Puede decirse cómo se habla una lengua en un momento
dado, qué es lo que se comprende y qué es inaceptable, incomprensible, y eso es
todo lo que puede decirse de ella. Sin embargo, esto no significa que ese
trabajo sobre la lengua no permita innovaciones.
El
bien no existe en un cielo intemporal, con personas que sean como los astrólogos
del bien y puedan decir cuál es la coyuntura favorable de los astros. El bien
se define, se practica, se inventa. Pero es un trabajo, es un trabajo no sólo
de muchos, [sino] un trabajo colectivo.
Hasta
aquí la entrevista a Foucault. La idea es continuar con el tema la semana que
viene. Veremos si conseguimos ordenar un poco nuestras ideas, algo
desparramadas y distraídas en medio de tanta confusión general, atrapados en la
política de la confusión que hoy nos imponen.
Desde Rosario- Militante Social

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