HORA DE RESCATAR A LOS
SECUESTRADOS
Apreciados compañeros, amigos y escuchas de El Club de La Pluma, Desde
Colombia los saluda Mauricio Ibáñez, con un fuerte abrazo por la hermandad
latinoamericana.
En mi primera participación en este programa hicimos un recorrido por
algunas palabras que han perdido su significado con el pasar de los años, o que
han sido prostituidas por el uso indebido, con tintes de manipulación, que se
les ha dado en tiempos más recientes.
Las dos primeras que analizamos fueron los conceptos de Democracia y
Política, ambos totalmente perdidos en la memoria rota, y utilizados para
manipular naciones enteras donde, en nombre de una supuesta democracia, los
Estados Unidos impusieron formas de política y gobierno que fueran serviles a
sus intereses colonizadores y sus maquinarias empresariales, las cuales se
apoderaron de la política y se adueñaron de la representación ciudadana,
financiando y haciendo costoso lobby para meterse al bolsillo senadores,
representantes, jueces, militares, iglesias ministros y hasta presidentes. Y lo
que es peor, enseñaron a los empresarios locales a hacer lo mismo. De los
primeros colonizadores como Chiquita Brand, Tropical Oil o las grandes mineras,
pasamos a los empresarios locales como Sarmiento Angulo en Colombia u Odebrecht
de Brasil, cuyo veneno corruptor se esparció por toda américa latina.
El crimen organizado disfrazado de empresario secuestró la política y la
democracia participativa, y no le bastó con adueñarse de los poderes. Ahora
había que secuestrar la opinión pública, así que se apropió de la prensa: entre
más popular, más leído, más visto o escuchado fuera un medio masivo de
comunicación, más servía a sus intereses de mantener a una población
hipnotizada, de dictar cómo pensamos, de crear un escándalo alrededor de un
rival político, o de desmontar otro que afectase la reputación de uno de sus
dueños, o de los políticos que sirven a sus intereses. El derecho a la
información veraz y ética fue reemplazado por lo que los secuestradores llaman
“libertad de prensa”, donde el deber de informar se confunde con el libertinaje
de la libertad de opinión y la capacidad de manipular la opinión pública sin
que haya una sola frontera ética que no pueda ser violentada. De ahí salió,
entonces, el mote publicitaria de la prensa como “el medio más influyente” con
el que se anuncian muchos de estos medios mediocrizados por su talante
comercial para la masturbación colectiva.
La justicia estructural y las altas cortes, por supuesto, también fueron
secuestradas. En Colombia no nos habíamos percatado de eso porque el
narcotráfico de Pablo Escobar, el famoso socio de Álvaro Uribe, tenía una
gruesa cuota de jueces asesinados. Sin embargo, cuando Uribe subió a la
presidencia de Colombia, las altas cortes (corte suprema, corte constitucional)
fueron sometidas a un proceso de espionaje llamado “las chuzadas” por parte del
organismo de inteligencia de la presidencia, una oscura entidad llamada DAS
(Departamento Administrativo de Seguridad). Ese delito, que ha permanecido
impune por tantos años, nos mostró otra realidad: a la pandilla de
secuestradores empresariales, políticos y mediáticos que tenía como rehén a la
democracia colombiana se había unido, también, el narcotráfico.
Faltaba asegurar otra poderosa parte de la opinión pública: los
feligreses. En países de fuerte tradición cristiana y católica, era necesario
secuestrar las iglesias. Esto facilitaba una
colonización a profundidad mediante el uso de una narrativa que permitiera
al pueblo estar conforme con la desigualdad y la injusticia social, defender a
sus amos, aceptar o al menos ser indiferente ante los grandes escándalos de
corrupción y normalizar la pobreza como algo que venía “de la voluntad de
Dios”, despojándolo de todas las fuerzas para reclamar contra la injusticia y
poniendo su destino en manos de algo que debería llegar de afuera, algún día o
quizás después de la muerte, en un cielo que lo esperaba siempre y cuando se
resigne a su desgracia terrenal. Nos secuestraron el alma.
Surgieron los inconformes que se internaron valientemente en la montaña
para organizar la lucha armada contra el establecimiento, porque las leyes
también habían sido secuestradas y el libertario de entonces no estaba
dispuesto a reconocerlas por proteger un establecimiento represivo y regresivo.
Pero apareció el narcotráfico con su fajo de billetes y los rebeldes cayeron,
grupo por grupo, en la tentación del dinero fácil. Seguirían en el monte, pero
asegurando territorios para el negocio. Hasta la rebeldía fue secuestrada
compañeros.
¿Qué nos queda? ¿Acudir a la justicia internacional? – ya no es posible:
Los Estados Unidos, y más concretamente el gobierno de Donald Trump los amenazó
con retirar la financiación de la que dependen, por lo que la ONU, la OEA y las
Cortes Internacionales tuvieron que cerrar la boca, quedarse quietos y engrosar
el grupo de los secuestrados. Ya no hay a quien acudir ante las injusticias
internacionales. Ni Rusia, que dejó de ser potencia hegemónica desde los 90, ni
China, que está más interesada en la economía que en la política, desean
rescatar a estas organizaciones.
Sólo podemos rescatar la justicia, la democracia y la política de
nuestra patria grande a punta de pueblo. Por desgastante que esto sea, debemos
apostarle a la democracia directa, a marchar, a reunirnos, a declararnos en
asamblea permanente en todos los países, como ya los estamos haciendo. En 2019,
gigantescas protestas como los estallidos sociales en Chile y Colombia
terminaron cambiando gobiernos. Allí se inició una lucha por reparar los daños
estructurales que nos dejaron años y años de gobiernos corruptos, y ha sido muy
difícil, hemos tenido que recorrer caminos con todo en contra. Los
secuestradores mantienen estructuras de poder y dominación que son muy
complejas de derribar: van desde el sabotaje a las reformas desde el propio
gobierno y el congreso, pasando por el ataque sistemático de empresarios y su
prensa, hasta conspiraciones para hacer estallar los intentos de restablecer la
justicia social al precio que sea, no importa quien caiga en el proceso.
Pero no es sólo con movilizaciones y marchas que vamos a lograr rescatar
a nuestros países de los criminales que los tienen secuestrados: la
movilización ciudadana más fuerte tiene que darse en las urnas, y para que eso
tenga éxito, debemos educarnos unos a otros para entender que no podemos votar
con base en lo que digan las encuestas o los medios que las contratan, que por
mucha hambre que tengamos no podemos vender nuestro voto por un pan o una
bebida, que no nos podemos dejar manipular por los pseudo políticos que llegan
a las regiones cada 4 años a hacer nuevas promesas, y que tenemos la
responsabilidad de trabajar en nuestros círculos de confianza para desmontar
las mentiras con las que han secuestrado a la opinión pública y, como bien lo
dice nuestro compañero Norberto, derribar los muros de la desinformación.
Preparémonos para los próximos eventos electorales que vienen en
nuestros respectivos países, y demostremos que somos capaces de rescatar la
democracia de quienes la mantienen secuestrada.
Hasta pronto, compañeros.
MAURICIO
IBÁÑEZ – Desde
Colombia -Biólogo
Especialista En Estudios
Socio-Ambientales
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