RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

sábado, 18 de octubre de 2025

REPORTE DESDE COLOMBIA - MAURICIO IBÁÑEZ

 

REPORTE DESDE COLOMBIA


 

Apreciados compañeros, amigos y oyentes de El Club de La Pluma. Desde Colombia los saluda Mauricio Ibáñez, con nuestro acostumbrado abrazo por la unidad latinoamericana.

 

Nuestro amado país, pequeñito y situado en una esquina del norte de América del Sur, no es una gran potencia energética ni minera. Somos una nación que tiene petróleo, carbón y otros minerales, pero no aparecemos en las estadísticas globales, como Venezuela, Chile, Brasil o Perú. No somos un país de vocación minera ni petrolera.

 

Nuestra nación comenzó a ser reconocida, a principios del siglo 20, como un país de inmensa vocación agrícola y cultural. Hubo un período de la historia en que Bogotá era llamada “la Atenas Suramericana”, y las ciudades recibían la enorme generosidad del trabajo de los campesinos que llenaban las plazas de mercado que se convertían en lugares de encuentro, comercio, conversación y romance todos los domingos, en un singular caleidoscopio de vestimentas llamativas que llamábamos “los trajes de domingo”, frutas de todos los colores y sabores, verduras maravillosas y productos procesados por manos campesinas que heredaban sus habilidades de padres a hijos y nietos.

 

En este ambiente casi paradisíaco se movían, entre tanto, las fuerzas oscuras de la aristocracia nacional: un conjunto de familias de apellidos de origen europeo que se movían en una especie de ambiente cerrado de hacendados dueños de grandes porciones de tierra que iban arrebatando a los campesinos mediante engaños o violencia, mientras otras con mayor preparación intelectual iban ocupando los espacios del poder político con discursos populistas, pero con agendas ocultas de entrega de nuestros recursos al mejor postor por jugosas comisiones o mejores posiciones en las esferas del poder.

 

Así sucedieron cosas delante de nuestros ojos, que apenas lográbamos entender: perdimos Panamá ante una combinación entre la presión de los Estados Unidos y la corrupción de gobernantes y presidentes que no solo no hicieron nada por evitarlo, sino que contribuyeron a que el imperio del “big stick” se saliera con la suya. Aprobamos la construcción de líneas férreas en un negocio en que sólo podíamos adquirir trenes para líneas angostas, con un solo proveedor posible, Mientras el resto del mundo trazaba las líneas amplias que aún se usan y nuestro país se quedó rezagado ante la obsolescencia de las nuestras, todo por una comisión que enriqueció a uno de esos apellidos aristocráticos que nos gobernaban.

 

Hay muchos más ejemplos de cómo la aristocracia nacional se fue quedando con las tierras y el establecimiento político, apartando a todas las demás clases sociales hasta convertirlas en una gran masa manipulable y sujeta a sus intereses electorales. Un síndrome crónico de promesas que nunca se cumplían, pueblos indígenas abandonados y olvidados, regiones enteras descuidadas y sujetas al total abandono de un estado, y una nación reducida a un feudalismo espantoso donde todos los privilegios se repartían entre una clase política cerrada y casi monárquica, donde los puestos se distribuían entre familias y se volvieron hereditarios, y los señores feudales se encargaban de mantener al pueblo campesino empobrecido y bajo su control.

 

En ese contexto, nuestro pequeño país fue perdiendo su vocación campesina y de agrícolas fuimos pasando a agroindustriales. Nos olvidamos de las rutas de acceso de los productos hacia los mercados, y las reemplazamos por carreteras por donde movíamos la manufactura. Nos convertimos en un país comercial, no muy importante, pero comercial en todo caso, un país que terminó siendo útil y rentable para unos pocos, uno de esos países donde el Producto Interno Bruto no era un indicador de desarrollo colectivo sino de injusticia social.

 

Nuestras abuelas nos enseñaron que era normal tomar una niña de 7 a 10 años de alguna familia campesina, llevársela a la ciudad y encerrarla en la casa para que hiciera los oficios domésticos, totalmente despojada de sus derechos, para que fuera creciendo hasta hacerse vieja sin saber qué pasaba afuera de la casa, e incluso convirtiéndola en campo de entrenamiento para la avidez hormonal de los adolescentes de la familia. Prácticas como estas eran parte de la tradición familiar y aún hoy día hay personas que no entienden cómo esto era una barbaridad, al punto que protestaron cuando se le empezó a garantizar sus derechos a la servidumbre.

 

Un país en manos de estos dos poderes no podía ser sostenible. A pesar de todas las limitaciones que los gobiernos de turno han impuesto a la educación del pueblo, siempre aparecen estudiantes inquietos y líderes estudiosos que mueven ala población y despiertan en las bases el cansancio y la inconformidad con las que nacen las revoluciones. Los intentos legítimos de alcanzar el poder por la vía democrática chocaban con la guerra sucia de quienes ya estaban atornillados en el gobierno, y si no se les podía desacreditar o sabotear en lo político, simplemente se deshacían del personaje. Así murió Jorge Eliécer Gaitán, un político que despertó en el pueblo la única esperanza de cambio, y que al ser asesinado desencadenó una furia sin precedentes que terminó en la destrucción del centro de Bogotá. La semilla de la respuesta popular ante los abusos de los señores feudales y su aristocracia institucional dio origen a dos escenarios: la conformación de movimientos políticos orientados a la lucha por las libertades civiles, la justicia social y la ruptura de la hegemonía conservadora, y la génesis de grupos de rebeldes que no creían en la solución política y se fueron al monte con el propósito de alcanzar el poder a través de una revolución armada. En la primera mitad de los años 50, Colombia vivió uno de los episodios de violencia política mas terribles y vergonzosos de su historia, y se convirtió en uno de nuestros mas tristes patrones culturales. Somos un país que aprendió, a través del dolor y por cuenta de una clase dirigente intransigente, que cualquier conflicto sólo podía resolverse con la muerte del contrario. Somos territorio de violencia.

 

Las décadas de los años 60 y 70 marcaron el recrudecimiento de nuestro conflicto interno, ya que todo esfuerzo de búsqueda de la igualdad social por la vía política fue reprimido mediante asesinatos y masacres de partidos enteros en medio de un creciente cansancio y descontento de unas bases que terminaban optando por una lucha armada sin objetivo ni calendario claro, también insostenible en el tiempo.

 

Los 80s y 90s marcaron el ingreso de un nuevo actor que encontró en el abandono estatal del territorio y la corrupción de sus gobernantes, el espacio preciso para instalar su negocio: el narcotráfico y las ramas del crimen organizado que nacen de su tallo. El contrabando, la corrupción regional, la minería ilegal, la trata de personas y demás. La clase dirigente cayó a sus pies sin recato alguno y los grandes capos fueron bienvenidos y acogidos en los espacios exclusivos de la aristocracia colombiana, a un punto tal que se convirtieron en parte de la alta sociedad y la macroeconomía del país sintió los efectos de un crecimiento económico que estaba sostenido en economía ilícitas que empresarios y banqueros lavaban – y aún lo hacen – sin remordimiento alguno.

 

Cuando terminó el Gobierno del Nobel de Paz Juan Manuel Santos y se iniciaba un camino hacia la reintegración de los caminos de la búsqueda del cambio por la ruta de la política y la democracia, llegó el gobierno de Iván Duque y en un acto de regresión irresponsable, quiso reimponer la represión y devolver al país al abandono cómplice de las regiones para ponerlas nuevamente al servicio del crimen organizado, pero sus reformas causaron una movilización social sin precedentes, y un estallido social que duró 55 días mostró que el cansancio y el descontento social habían crecido lo suficiente para manifestarse en democracia con un fuerte potencial electoral.

 

Esta fue la nación que eligió al actual presidente Gustavo Petro con una votación sin precedentes en la historia, un pueblo que, a pesar de una impresionante guerra sucia que le ha declarado el establishment a través de los empresarios y la prensa de su propiedad, los ataques y jugadas de los clanes políticos cuya corrupción ha destapado y denunciado públicamente y una cadena de sucios ataques a su persona, su familia y hasta su salud, cada vez que visita una ciudad llena las plazas en un fenómeno inédito de apoyo popular nunca visto en la historia de Colombia.

 

La guerra sucia ha arreciado y la oposición de derecha está desesperada, y ese desespero los hace torpes. Mientras tanto, el progresismo está creciendo como la mayor fuerza electoral del país. Llegamos para quedarnos.

Hasta la próxima semana compañeros, un abrazo.    

MAURICIO IBÁÑEZ

 Desde Colombia -Biólogo

Especialista En Estudios Socio-Ambientales

 

 

 

 

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