BRADEN O
PERÓN; FUERZA PATRIA O DONALD TRUMP
Desde Buenos Aires, saludo a los oyentes de El Club de la
Pluma
“Para entonces, las seccionales de toda la capital
informaban que miles de personas se reunían en varios puntos de la ciudad para marchar
hacia la casa de gobierno (…) A las 16, las puertas de la Casa de Gobierno
fueron cerradas (…)”. Esto se puede leer en el diario Clarín.
“Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación
puede concebir. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de
Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de
las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas.
Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda (…) Era el subsuelo de la patria
sublevado (…)” De esta forma reflexionaba Raúl Scalabrini Ortíz.
“El malón peronista que azotó al país ha provocado
rápidamente la exteriorización del repudio popular (…) Se plantea para los
militantes de nuestro partido una serie de tareas: la higienización democrática
y la clarificación política (…) Es decir, barrer con el peronismo y todo
aquello que de alguna manera sea su expresión (…)” Esto se puede leer en un
Manifiesto del Partido Comunista.
Todas estas fuentes tienen en común su referencia al 17
de octubre de 1945, Día de la Lealtad para los peronistas y una página de
pesadilla para la oposición. Pero la Historia no sólo debe dar cuenta de los
hechos sino también de los procesos en los que se insertan. Vale entonces
preguntarse cómo llegamos a ese día que, para muchos, de un lado y del otro,
marcó nuestro destino para siempre.
La Argentina peronista no es ajena ni al impacto de la
crisis de 1929 ni a los efectos de la Segunda Guerra Mundial, como tampoco es
indiferente a la forma en que los sectores políticos y económicos dominantes
reaccionaron ante esos hechos ni al conjunto de intereses y objetivos que
distintos actores tejieron entre sí.
Acuciados por un contexto internacional desfavorable, la
restauración conservadora de los años 30 inició un proceso de industrialización
que siempre consideró transitorio. Pero la crisis económica empalmó con la
Segunda Guerra mundial y el proceso se extendió, modificando profundamente no
sólo las instituciones del estado liberal sino la estructura misma de la
sociedad. El Estado adquirió un carácter marcadamente intervencionista y la
clase obrera aumentó su tamaño, mientras un fuerte movimiento de migración
interna la concentró en las principales ciudades. Según señala Luis Beccaria,
la pobreza estructural aumentó en las grandes ciudades y las remuneraciones
reales se mantuvieron en niveles más bajos que antes de la crisis. De ello dan
cuenta los picos de huelgas que marcaron los años comprendidos entre 1936 y
1942.
A la exclusión social de los sectores trabajadores se
sumaba otra de carácter político que afectaba a toda la ciudadanía. El fraude y
la corrupción del régimen, donde no faltaron ni los grandes negociados ni el
asesinato de un senador en pleno Congreso, dañaban seriamente el sistema de
representación, convirtiendo a los sucesivos gobiernos en meros portavoces de
los intereses de unos pocos. Pero a esa Argentina, que había pasado la mayor
parte de su historia mirando a Europa, no le faltaron tampoco los conflictos
derivados del enfrentamiento bélico. La vieja oligarquía, anglófila desde
siempre, no ocultaba sus deseos rupturistas con el Eje. Pero a ella se
enfrentaba un fuerte sector nacionalista, algunos fervientes admiradores del
régimen nazi. A los argentinos desmemoriados habría que recordarles que el
mayor acto en apoyo de los nazis fuera de Alemania se realizó en Buenos Aires
en abril de 1938, bajo los auspicios del presidente radical Roberto Ortiz. Fue
en el Luna Park donde, en un escenario decorado con cruces esvásticas, se
ubicaron los anfitriones: el conservador Manuel Fresco, gobernador de la
Provincia de Buenos Aires, y Roberto Noble, quien años más tarde fundará el
diario Clarín.
Es en medio de estas tensiones que se produce el golpe
militar que, el 4 de junio de 1943, puso fin a la “Década Infame”. Golpe
confuso que, justamente por carecer de un proyecto político definido, contó con
el apoyo de los más variados sectores, a los que sólo unía la férrea oposición
a la candidatura de Robustiano Patrón Costas. Esta heterogeneidad, que fue a la
vez su fuerza y su debilidad, explica la incoherencia y la inestabilidad que
caracterizó al nuevo gobierno. Y, en este marco confuso, fue un grupo de
coroneles, el GOU, el que empezó a definir los contornos de los nuevos tiempos
que se avecinaban. En materia económica, defendían la industrialización, hija
de la crisis y de la guerra, conscientes de que su desmantelamiento acarrearía
una hecatombe social. En este sentido, el nombramiento de Perón en la
Secretaría de Trabajo y Previsión, cambió radicalmente la titubeante política
del gobierno.
Si bien es cierto que a partir de este cargo Perón
construyó gran parte de su poder político, no es menos cierto que, a principios
de 1944, su relación tanto con los sindicatos como con el mismo ejército estuvo
marcada por la desconfianza. Desconfianza a la que se sumó la oposición cada
vez más enconada de la oligarquía tradicional, la UIA y la Bolsa de Comercio.
En un discurso que pronunció ante esta última el 25 de agosto de 1944, Perón
expuso las principales ideas que orientaban su práctica: regulación estatal y
organización sindical para canalizar la conflictividad y evitar enfrentamientos
sociales y políticos de gravedad. Una alianza de clases que convocaba a la
elite argentina. Poco más de un año después, estaba preso.
Su política social se profundizó a partir de mayo de
1944. Paralelamente, el discurso de la patronal se endureció, acusando al
peronismo no sólo de instigar la lucha de clases y la “agitación subversiva” sino
de ser la versión vernácula del nazismo alemán. El punto álgido de este
enfrentamiento fue la Marcha de la Constitución y la Libertad, el 19 de
septiembre de 1945. Exigían el alejamiento de Perón y el traspaso del poder a
la Corte Suprema. Si bien asistieron conservadores, radicales, socialistas y
comunistas, la presencia que no debemos olvidar, como organizador y partícipe
activo de esa manifestación, es la del embajador de EEUU en Buenos Aires,
Spruille Braden.
El convulsionado escenario donde se gestó el peronismo no
estaría completo sin considerar los cambios geopolíticos derivados de la
creciente hegemonía de EEUU y su intención de modelar nuestro destino según la
lógica de sus intereses. Las presiones contra la neutralidad argentina se
habían hecho sentir ni bien iniciado el gobierno militar. El 1 de noviembre de
1943 ordenan un bloqueo económico contra Argentina que incluyó la
inmovilización de nuestro oro depositado en EEUU. El alcalde de Nueva York,
Fiorello La Guardia, expresaba: “Hay que tomar de las solapas a la Argentina y
preguntarle si está con nosotros o contra nosotros”. Tampoco era de su agrado
un país con fuerte presencia del Estado, con perfil industrialista y trabajadores
organizados, que limitara el accionar del capital extranjero. Por eso, aunque
nuestro país rompió relaciones con el Eje en enero de 1944, el gobierno
norteamericano pidió abiertamente a los países de América Latina retirar sus
embajadas de Buenos Aires. Y el 26 de septiembre los barcos mercantes
norteamericanos recibían la orden de no tocar puertos argentinos. En la
Conferencia de Yalta, celebrada en febrero de 1945, Roosevelt afirmaba: “El
pueblo argentino es bueno, pero de momento, hay hombres equivocados en el
poder”. Y para salvar esta “equivocación” estaba Braden que, sin preocuparse
demasiado por las formas, comenzó a intervenir de inmediato y abiertamente en
la política argentina. Realizó giras por el interior, se reunió con figuras de
la oposición y presidió los actos más violentos contra el gobierno. Según se
puede leer en documentos diplomáticos británicos, EEUU considera a la Argentina
“un foco de oposición hacia su hegemonía en América del Sur” y su hostilidad
persistirá “independientemente del gobierno que invista el poder, a no ser que
tal gobierno se subordine totalmente al de los EEUU”.
Después de la Marcha por la Constitución y la Libertad,
los hechos se sucedieron como un huracán. Perón debió renunciar y fue
encarcelado en Martín García. A tal punto vivió la oposición este triunfo que
el radical Amadeo Sabattini no dudó en expresar: “Perón está terminado”. Y esto
me recuerda un titular del diario el País de España luego de las últimas
elecciones en la provincia de Buenos Aires: “En Argentina, no es buena idea dar
por muerto al peronismo”. El 14 de octubre, la CGT declara una huelga general
para el 18 pero las bases, desbordando a la dirigencia, se movilizaron
masivamente el 17 exigiendo la libertad de Perón. Consiguieron no sólo su
liberación, sino que el 24 de febrero de 1946 y bajo la consigna “Braden o
Perón”, aplastaron las ilusiones de la opositora Unión Democrática y lo
convirtieron en Presidente.
Adhiero aquí a las palabras de Marcos Schiavi: “La
movilización social es el motor que empuja políticas de transformación; porque
sin la sociedad y sus organizaciones no hay política transformadora”. Si de
algo dotó el peronismo a los sectores populares, fue de una gran capacidad para
articular sus derechos y defenderlos en la arena política. Y es esta capacidad
la que debe desplegarse hoy en defensa de una Argentina soberana, industrialista
y con justicia social; que ponga freno al saqueo, al endeudamiento y a la
entrega de nuestros recursos; que nos devuelva la dignidad y el orgullo
nacional pisoteado por los cipayos de siempre. Hoy no es “Braden o Perón”: es
Fuerza Patria o Donald Trump. Y los argentinos sabemos qué hay que hacer.
Un gran abrazo a todos los oyentes de El Club de la Pluma
PROF.
LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES
Profesora
de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO
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