DETRÁS DE LAS CRISIS SIEMPRE HAY UN GALPERÍN
Desde Buenos Aires, saludo a todos los que escuchan El
Club de la Pluma
La palabra “crisis” sobrevuela, nuevamente, el escenario
argentino. Los “de a pie” tememos una devaluación que, otra vez, licuará
nuestros ingresos y tornará más dificultosa nuestra supervivencia. Por todas
partes se dice que el modelo está agotado. No es un tema sólo de la oposición
política. Un largo coro de lamentos se escucha desde el “círculo rojo”, que
hasta no hace mucho era el más férreo defensor de Milei. Ahora lloran el campo,
Paolo Rocca y Galperín, quizá para recordarnos que la solución deberá
contemplar sus padecimientos. Desde la formación del Estado Nacional, en la
segunda mitad del siglo XIX, Argentina pasó, sin contar esta, por 16 crisis
económicas. Y digo Argentina y no “los argentinos” porque ni todas las crisis
fueron iguales ni afectaron a todos de la misma manera. Un repaso por nuestra
historia reciente ayuda a comprender quiénes se benefician con cada crisis y
quiénes las pagan.
En más de un siglo y medio de historia, nuestro país
desarrolló 3 modelos económicos: el agro- exportador (1860 – 1930); el de
Industrialización por Sustitución de Importaciones (1930 – 1975); y el de Valorización
Financiera (de 1975 hasta hoy). Y si bien es cierto que a cada uno de estos
modelos corresponde un tipo de crisis particular, todos comparten una causa: la
crisis del sector externo. Es decir, la falta de divisas. Y esto nos obliga a
abordar uno de los problemas nodales de nuestro país: la existencia de una
economía bimonetaria.
Hasta 1930, el dólar era en Argentina una moneda más. Y
aunque se hizo cada vez más fuerte en el mundo, lo que llama la atención acá es
el nivel y la profundidad del fenómeno. Un informe de la Reserva Federal de
2006 da cuenta que Argentina es el país del mundo que más dólares tiene por
habitante (unos 1300), superando en mucho a países que, como Panamá, tienen su
economía totalmente dolarizada. Históricamente se ha afirmado que fue la
inestable economía argentina, sujeta a crisis periódicas y a períodos
inflacionarios, la responsable de haber impulsado la dolarización como
mecanismo defensivo y de resguardo. Pero Brasil, desde su independencia, declaró
9 veces la cesación de pagos contra 6 de Argentina y en el s XX tuvo una
historia inflacionaria peor que la nuestra. Sin embargo, su cultura dolarizada
es infinitamente menor. En 2005, según el informe de la Reserva Federal citado,
los brasileros tenían sólo 6 dólares por habitante. El mercado inmobiliario no
se expresa en dólares y no están permitidas las cuentas bancarias en esa
moneda.
En 1964, advirtiendo tempranamente los costos que este
fenómeno podía tener en el futuro, el presidente Arturo Illia prohibió las cuentas
bancarias en moneda extranjera y ordenó la pesificación de todos los depósitos
al tipo de cambio oficial. No hace falta recordar cómo le fue…Sí, en cambio,
que fue la Dictadura, con su Reforma Financiera de 1977, la que aceleró y
consolidó la dolarización del sistema bancario y financiero, al habilitar la
existencia irrestricta de cuentas en esa moneda y el movimiento, irrestricto
también, de capitales. En este contexto se propagó la dolarización del mercado
inmobiliario, a pesar de que todos sus costos son locales. En julio de 1977,
según Gaggero, aparece el primer aviso clasificado con el precio expresado en
dólares. Pero hay un detalle que corresponde señalar: en 1980, el 75% de las
propiedades de Barrio Norte se ofrecían en dólares; pero en Almagro sólo el 25%
y en Constitución y Barracas apenas el 6%. Y esto vincula la dolarización ya no
con las crisis ni la incertidumbre sino con el comportamiento que, a lo largo
de los años, han ido adoptando las clases más altas en Argentina.
El establecimiento de una economía bimonetaria requiere
de ciertas condiciones. Una de ellas es la existencia de agentes muy
concentrados y con gran poder económico. La otra, un Estado decidido a proveer
todos los dólares que esos agentes demandan. Por eso, nuestra Historia muestra
que la dolarización de la economía ocurrió en forma paralela al endeudamiento
del Estado. Tampoco hay que perder de vista que este proceso se da en el marco
de la proliferación de paraísos fiscales, donde van a parar las grandes
fortunas de personas y empresas para evitar el pago de los impuestos que les
corresponderían. Por eso, la demanda de dólares de nuestra elite, de individuos
y empresas, y el endeudamiento del Estado para satisfacer esta demanda marchan
de la mano de la fuga de capitales. Comprender esto tal vez nos permita dejar
de preguntarnos dónde están los dólares que el FMI le prestó a Macri o los que
le prestó a Milei, o dónde irá a parar el salvavidas que en estos momentos
negocia el presidente con la Reserva Federal de Estados Unidos. Están y estarán
en Luxemburgo, en las Islas Caimán, las Bahamas o las Seychelles, en Delawer o
en alguna otra cueva, en las cuentas particulares y empresarias de nuestra
elite depredadora.
Este esquema impuesto desde la Dictadura tiene también su
expresión en el campo político. Porque la posesión de dólares en manos de un
sector concentrado de la economía significa también poder. El poder de torcer
el brazo a los gobiernos para acaparar ganancias extraordinarias. Sus fuertes
intervenciones en el mercado de cambios y su capacidad para modificar las
variables económicas pueden producir la quiebra y forzar una devaluación. Y
entonces viene la crisis, que empobrece a la mayoría de la población, pero que para
la elite económica significa una gran transferencia de recursos a su favor.
De todo esto se desprende que, para este sector, las
crisis, lejos de ser catástrofes, son situaciones deseadas. Es su conducta
perniciosa y su mentalidad depredadora las que tornan más frágil y vulnerable
la economía de nuestro país, creando las condiciones para que ocurran golpes de
mercado y ahogos financieros que engrosan siempre sus beneficios. Debemos
pensar que, si todas las divisas por ellos acaparadas y fugadas retornaran al
país, los desequilibrios externos no ocurrían o serían mucho menores. Porque
entre la dolarización que ellos impulsan y la debilidad de la economía existe
un círculo vicioso. Es hora de preguntarnos cuál es el origen del capital de
estas grandes firmas y qué papel juegan en el desfinanciamiento de las cuentas
públicas.
Una de las peores crisis que los argentinos recordamos es
la hiperinflacionaria de 1989. Repasar lo ocurrido no sólo arroja luz sobre el pasado,
sino que permite la comprensión del presente.
La Dictadura dejó un país con el tejido industrial
destruido, con un alto nivel de endeudamiento, fuga de capitales y estatización
de las deudas privadas. Además, había transferido al capital concentrado
cuantiosos recursos públicos a través de la promoción industrial y el pago de
sobreprecios en las contrataciones del Estado. Impuso un modelo donde la
valorización del capital ya no se apoyaba en la producción industrial sino en
la especulación financiera. Como consecuencia, la estructura social se
fragmentó y se tornó cada vez más excluyente. En 1983, el alto grado de
concentración de la economía le había otorgado a un grupo de empresas la
capacidad para determinar los precios y apropiarse de un importante excedente.
La dificultad para controlar la inflación no estuvo entonces ni está ahora
disociada de esta estructura oligopólica.
El período de gobierno de Alfonsín se conoce como la
“Década perdida”. Sin embargo, este reducido número de empresas altamente
concentradas tuvo un desempeño exitoso que no guarda relación con lo que
ocurría en el resto de la economía.
Mientras el PBI se contrajo 9% entre 1983 y 1989, se abrieron grandes
plantas fabriles con recursos provenientes de subvenciones estatales. Más del
90% de la inversión privada estuvo financiada por transferencias del Estado.
Entre 1983 y 1989, el Estado pagó 27 mil millones de dólares a los acreedores
externos, equivalentes al 4% del PBI. Pero en el mismo período, el capital
concentrado fugó al exterior 67 mil millones de dólares; un 10% del PBI y el
80% de la deuda externa. Y los asalariados perdieron 80 mil millones de
dólares, el 13% del PBI. Un informe del Banco Central, la Fiscalía Nacional de
Investigaciones y la procuración del Tesoro da cuenta de la magnitud de las
transferencias al capital concentrado: D105 mil millones, más D35 mil millones
pagados por sobreprecios. Todos estos beneficios no se tradujeron en mayor
inversión. Por el contrario, se redujo del 17% del PBI entre 1970 y 1980 a sólo
el 5% entre 1981 y 1989. Los recursos de
los que se apropiaron estos privilegiados fueron financiados con emisión
monetaria, reducción de partidas presupuestarias en otras áreas, aumento de
impuestos regresivos y colocación de títulos de deuda pública. Y un dato no
menor: son ellos los que compraron antes y compran ahora los títulos de deuda,
por los que cobran altos intereses y con los que se financia el déficit que los
tiene a ellos como principales responsables.
Los argentinos debemos saber que no será posible revertir
el deterioro de las condiciones de vida de nuestra sociedad si no cortamos de
cuajo la principal fuente de déficit y avanzamos en una estructura impositiva
que tienda a una mayor equidad. El modelo de valorización financiera impulsado
por el neoliberalismo no soluciona ninguna crisis: las crea y profundiza en
beneficio de unos pocos. Debemos cambiar los rasgos estructurales que definen
al capitalismo argentino. Pero cualquier proyecto político que se proponga
hacerlo, deberá hacer frente a estos sectores del gran capital que detentan un
poder capaz de bloquear propuestas que no los tiene como actores protagónicos y
principales beneficiarios. No alcanza con ganar una elección. También hay que
tener claro el proyecto y estar dispuesto a defenderlo en las calles.
Les mando un gran abrazo a los oyentes de El Club de la
Pluma
PROF.
LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES –Profesora de Historia -
Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO
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