RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

viernes, 26 de septiembre de 2025

DETRÁS DE LAS CRISIS SIEMPRE HAY UN GALPERÍN - PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

 

 

DETRÁS DE LAS CRISIS SIEMPRE HAY UN GALPERÍN

 


 

Desde Buenos Aires, saludo a todos los que escuchan El Club de la Pluma

 

La palabra “crisis” sobrevuela, nuevamente, el escenario argentino. Los “de a pie” tememos una devaluación que, otra vez, licuará nuestros ingresos y tornará más dificultosa nuestra supervivencia. Por todas partes se dice que el modelo está agotado. No es un tema sólo de la oposición política. Un largo coro de lamentos se escucha desde el “círculo rojo”, que hasta no hace mucho era el más férreo defensor de Milei. Ahora lloran el campo, Paolo Rocca y Galperín, quizá para recordarnos que la solución deberá contemplar sus padecimientos. Desde la formación del Estado Nacional, en la segunda mitad del siglo XIX, Argentina pasó, sin contar esta, por 16 crisis económicas. Y digo Argentina y no “los argentinos” porque ni todas las crisis fueron iguales ni afectaron a todos de la misma manera. Un repaso por nuestra historia reciente ayuda a comprender quiénes se benefician con cada crisis y quiénes las pagan.

 

En más de un siglo y medio de historia, nuestro país desarrolló 3 modelos económicos: el agro- exportador (1860 – 1930); el de Industrialización por Sustitución de Importaciones (1930 – 1975); y el de Valorización Financiera (de 1975 hasta hoy). Y si bien es cierto que a cada uno de estos modelos corresponde un tipo de crisis particular, todos comparten una causa: la crisis del sector externo. Es decir, la falta de divisas. Y esto nos obliga a abordar uno de los problemas nodales de nuestro país: la existencia de una economía bimonetaria.

 

Hasta 1930, el dólar era en Argentina una moneda más. Y aunque se hizo cada vez más fuerte en el mundo, lo que llama la atención acá es el nivel y la profundidad del fenómeno. Un informe de la Reserva Federal de 2006 da cuenta que Argentina es el país del mundo que más dólares tiene por habitante (unos 1300), superando en mucho a países que, como Panamá, tienen su economía totalmente dolarizada. Históricamente se ha afirmado que fue la inestable economía argentina, sujeta a crisis periódicas y a períodos inflacionarios, la responsable de haber impulsado la dolarización como mecanismo defensivo y de resguardo. Pero Brasil, desde su independencia, declaró 9 veces la cesación de pagos contra 6 de Argentina y en el s XX tuvo una historia inflacionaria peor que la nuestra. Sin embargo, su cultura dolarizada es infinitamente menor. En 2005, según el informe de la Reserva Federal citado, los brasileros tenían sólo 6 dólares por habitante. El mercado inmobiliario no se expresa en dólares y no están permitidas las cuentas bancarias en esa moneda.

 

En 1964, advirtiendo tempranamente los costos que este fenómeno podía tener en el futuro, el presidente Arturo Illia prohibió las cuentas bancarias en moneda extranjera y ordenó la pesificación de todos los depósitos al tipo de cambio oficial. No hace falta recordar cómo le fue…Sí, en cambio, que fue la Dictadura, con su Reforma Financiera de 1977, la que aceleró y consolidó la dolarización del sistema bancario y financiero, al habilitar la existencia irrestricta de cuentas en esa moneda y el movimiento, irrestricto también, de capitales. En este contexto se propagó la dolarización del mercado inmobiliario, a pesar de que todos sus costos son locales. En julio de 1977, según Gaggero, aparece el primer aviso clasificado con el precio expresado en dólares. Pero hay un detalle que corresponde señalar: en 1980, el 75% de las propiedades de Barrio Norte se ofrecían en dólares; pero en Almagro sólo el 25% y en Constitución y Barracas apenas el 6%. Y esto vincula la dolarización ya no con las crisis ni la incertidumbre sino con el comportamiento que, a lo largo de los años, han ido adoptando las clases más altas en Argentina.

 

El establecimiento de una economía bimonetaria requiere de ciertas condiciones. Una de ellas es la existencia de agentes muy concentrados y con gran poder económico. La otra, un Estado decidido a proveer todos los dólares que esos agentes demandan. Por eso, nuestra Historia muestra que la dolarización de la economía ocurrió en forma paralela al endeudamiento del Estado. Tampoco hay que perder de vista que este proceso se da en el marco de la proliferación de paraísos fiscales, donde van a parar las grandes fortunas de personas y empresas para evitar el pago de los impuestos que les corresponderían. Por eso, la demanda de dólares de nuestra elite, de individuos y empresas, y el endeudamiento del Estado para satisfacer esta demanda marchan de la mano de la fuga de capitales. Comprender esto tal vez nos permita dejar de preguntarnos dónde están los dólares que el FMI le prestó a Macri o los que le prestó a Milei, o dónde irá a parar el salvavidas que en estos momentos negocia el presidente con la Reserva Federal de Estados Unidos. Están y estarán en Luxemburgo, en las Islas Caimán, las Bahamas o las Seychelles, en Delawer o en alguna otra cueva, en las cuentas particulares y empresarias de nuestra elite depredadora.

 

Este esquema impuesto desde la Dictadura tiene también su expresión en el campo político. Porque la posesión de dólares en manos de un sector concentrado de la economía significa también poder. El poder de torcer el brazo a los gobiernos para acaparar ganancias extraordinarias. Sus fuertes intervenciones en el mercado de cambios y su capacidad para modificar las variables económicas pueden producir la quiebra y forzar una devaluación. Y entonces viene la crisis, que empobrece a la mayoría de la población, pero que para la elite económica significa una gran transferencia de recursos a su favor.

 

De todo esto se desprende que, para este sector, las crisis, lejos de ser catástrofes, son situaciones deseadas. Es su conducta perniciosa y su mentalidad depredadora las que tornan más frágil y vulnerable la economía de nuestro país, creando las condiciones para que ocurran golpes de mercado y ahogos financieros que engrosan siempre sus beneficios. Debemos pensar que, si todas las divisas por ellos acaparadas y fugadas retornaran al país, los desequilibrios externos no ocurrían o serían mucho menores. Porque entre la dolarización que ellos impulsan y la debilidad de la economía existe un círculo vicioso. Es hora de preguntarnos cuál es el origen del capital de estas grandes firmas y qué papel juegan en el desfinanciamiento de las cuentas públicas.

 

Una de las peores crisis que los argentinos recordamos es la hiperinflacionaria de 1989. Repasar lo ocurrido no sólo arroja luz sobre el pasado, sino que permite la comprensión del presente.

 

La Dictadura dejó un país con el tejido industrial destruido, con un alto nivel de endeudamiento, fuga de capitales y estatización de las deudas privadas. Además, había transferido al capital concentrado cuantiosos recursos públicos a través de la promoción industrial y el pago de sobreprecios en las contrataciones del Estado. Impuso un modelo donde la valorización del capital ya no se apoyaba en la producción industrial sino en la especulación financiera. Como consecuencia, la estructura social se fragmentó y se tornó cada vez más excluyente. En 1983, el alto grado de concentración de la economía le había otorgado a un grupo de empresas la capacidad para determinar los precios y apropiarse de un importante excedente. La dificultad para controlar la inflación no estuvo entonces ni está ahora disociada de esta estructura oligopólica.

 

El período de gobierno de Alfonsín se conoce como la “Década perdida”. Sin embargo, este reducido número de empresas altamente concentradas tuvo un desempeño exitoso que no guarda relación con lo que ocurría en el resto de la economía.  Mientras el PBI se contrajo 9% entre 1983 y 1989, se abrieron grandes plantas fabriles con recursos provenientes de subvenciones estatales. Más del 90% de la inversión privada estuvo financiada por transferencias del Estado. Entre 1983 y 1989, el Estado pagó 27 mil millones de dólares a los acreedores externos, equivalentes al 4% del PBI. Pero en el mismo período, el capital concentrado fugó al exterior 67 mil millones de dólares; un 10% del PBI y el 80% de la deuda externa. Y los asalariados perdieron 80 mil millones de dólares, el 13% del PBI. Un informe del Banco Central, la Fiscalía Nacional de Investigaciones y la procuración del Tesoro da cuenta de la magnitud de las transferencias al capital concentrado: D105 mil millones, más D35 mil millones pagados por sobreprecios. Todos estos beneficios no se tradujeron en mayor inversión. Por el contrario, se redujo del 17% del PBI entre 1970 y 1980 a sólo el 5% entre 1981 y 1989.  Los recursos de los que se apropiaron estos privilegiados fueron financiados con emisión monetaria, reducción de partidas presupuestarias en otras áreas, aumento de impuestos regresivos y colocación de títulos de deuda pública. Y un dato no menor: son ellos los que compraron antes y compran ahora los títulos de deuda, por los que cobran altos intereses y con los que se financia el déficit que los tiene a ellos como principales responsables.

 

Los argentinos debemos saber que no será posible revertir el deterioro de las condiciones de vida de nuestra sociedad si no cortamos de cuajo la principal fuente de déficit y avanzamos en una estructura impositiva que tienda a una mayor equidad. El modelo de valorización financiera impulsado por el neoliberalismo no soluciona ninguna crisis: las crea y profundiza en beneficio de unos pocos. Debemos cambiar los rasgos estructurales que definen al capitalismo argentino. Pero cualquier proyecto político que se proponga hacerlo, deberá hacer frente a estos sectores del gran capital que detentan un poder capaz de bloquear propuestas que no los tiene como actores protagónicos y principales beneficiarios. No alcanza con ganar una elección. También hay que tener claro el proyecto y estar dispuesto a defenderlo en las calles.

 

Les mando un gran abrazo a los oyentes de El Club de la Pluma

 

PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES –Profesora de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

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