RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

domingo, 7 de septiembre de 2025

LA COIMERA NO ESTÁ SOLA - PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

 

LA COIMERA NO ESTÁ SOLA




Desde Buenos Aires, saludo a los que escuchan El Club de la Pluma

En Argentina, por estos días, no se habla de otra cosa. Coimas y retornos que, partiendo de la droguería Suizo- Argentina y escalando distintos niveles, llegan hasta el vértice de la pirámide de poder: el presidente y su entorno. No es la primera vez que un caso de corrupción se ventila por todos los medios. Lo que tiene de particular este caso es que desnuda la verdadera trama de la corrupción. No se trata sólo de funcionarios venales. Porque, detrás de un funcionario que recibe coimas siempre hay un empresario que las entrega por algo, que obtiene un beneficio. Pata necesaria que la Justicia se ha negado a investigar, imponiendo una mirada sesgada donde sólo el Estado se sienta en el banquillo de los acusados. José López está preso por los famosos bolsos. Pero, a casi 10 años de esos hechos, todavía no sabemos quiénes se los llenaron ni para qué. Tenemos la oportunidad entonces de avanzar en el esclarecimiento de una verdadera matriz de negocios que involucra tanto al Estado como a empresas y a empresarios privados y que, lejos de constituir hechos aislados, forma parte estructural de un modelo económico.

La Historia nos muestra que fue la Dictadura de 1976 la que rompió el comportamiento económico y social de la Argentina y transformó a la sociedad más integrada de América Latina en otra marcada por un dualismo social extremo que persiste hasta nuestros días. El modelo de valorización financiera impuesto destruyó la producción y fomentó la especulación, con tasas de interés que superaban la rentabilidad de cualquier otra actividad económica. Como consecuencia, el ingreso se distribuyó regresivamente, aumentaron la exclusión, la explotación y la desocupación. Sin embargo, el aporte más importante que la Dictadura hizo a las clases dominantes fue haber abortado la lucha social por el asesinato y el terrorismo.   

En 2001, Eduardo Basualdo escribió un maravilloso libro, “Sistema político y modelo de acumulación”, donde se preguntaba cómo fue posible que un modelo impuesto a sangre y fuego por una dictadura genocida se haya perpetuado y consolidado en períodos democráticos; cómo se logra el control político y social necesarios para imponer la valorización financiera cuando ese modelo no hace sino profundizar la concentración de la riqueza y la exclusión social. Porque queda claro que el terrorismo de Estado fue el instrumento utilizado por la Dictadura cívico militar para infligir a los sectores populares la más grande derrota del siglo XX y asegurar una cuantiosa transferencia de ingresos hacia el capital concentrado. Lo que no queda tan claro es cómo, las mismas empresas, grupos económicos y transnacionales beneficiados a partir de 1976 pudieron mantener tales beneficios bajo gobiernos democráticos.

Finalizada la Dictadura, las clases dominantes no construyeron consensos con el resto de la sociedad, sino que sus objetivos se centraron en impedir su organización e inhibir su capacidad de cuestionamiento. La estrategia consistió en la cooptación, a través de recursos materiales, de dirigentes políticos y sindicales, que se irán alejando paulatinamente de las necesidades de sus bases. Y de esta cooptación (a la que Basualdo denomina “transformismo”) se trata la corrupción, que no es otra cosa que el establecimiento de un campo de negocios comunes entre los grandes empresarios y el sistema político a costa de los intereses públicos. Si bien es cierto que siempre hubo corrupción, la que se consolida a partir de 1983 reviste características particulares: no se trata ya de casos aislados sino de un fenómeno estructural e intrínseco al nuevo patrón de acumulación, al nuevo modelo de valorización financiera. Sin ella resulta imposible la cohesión entre el sistema político y los grandes intereses económicos, donde los gobiernos, cada vez más insensibles a las necesidades del resto de la sociedad, sólo parecen gobernar para los que más tienen. En este sentido, 1983 no sólo representa la recuperación de la democracia sino los inicios del transformismo argentino.

Durante el gobierno radical, fue la Junta Coordinadora Nacional la encargada de estrechar relaciones entre el partido de gobierno y los principales referentes y propietarios de los grandes grupos económicos, conglomerados y empresas extranjeras. Mientras la sociedad enfrentaba las consecuencias de una “economía de guerra”, los salarios caían y aumentaba la pobreza, estos grupos empresarios no sólo mantuvieron las prebendas obtenidas durante la dictadura, como la promoción industrial, las compras del Estado y la estatización de sus deudas, sino que agregaron otras, como diversos incentivos a las exportaciones y avales estatales para endeudarse en el exterior. Así se aseguraron importantes transferencias de recursos provenientes del Estado. Según una evaluación de Roque Fernández, las mismas ascendieron en ese período a 6800 millones de dólares anuales, un equivalente al 9,7% del PBI.

¿Cómo se explica que un gobierno democrático, electo para representar al pueblo, haya despilfarrado tal cantidad de recursos en los sectores más ricos mientras una sociedad hambreada sólo recibía una caja alimentaria? La respuesta hay que buscarla en la forma promiscua que caracteriza, desde entonces, las relaciones entre la política y el mundo empresario. El gobierno de Alfonsín entregó sin licitación la construcción del gasoducto Loma de la Lata, entre Neuquén y Buenos Aires, a un consorcio formado por Techint, Pérez Companc y Macri. En 1993, el diario Página 12 publicó una serie de documentos que daban cuenta no sólo de los sobreprecios facturados al Estado sino también de los sobornos pagados. La nómina incluía funcionarios y políticos, tanto radicales como peronistas, y empresas competidoras excluidas del negocio. En 1987 se pagaron por los “favores recibidos” 11.527.000 dólares.

El menemismo nos ofreció, en la década de los 90, un verdadero festival de corrupción, visible ya a los ojos de la sociedad no sólo por sus escándalos sino también por el nivel de vida y ostentación de aquellos que, claramente, se desentendieron de la suerte de sus históricos representados y dejaron las famosas 3 banderas en la puerta de la Casa Rosada. No faltó nada. Desde los pollos podridos de Mazzorín hasta la leche que vendía la empresa del entonces Secretario de Estado, Carlos Spadone, contaminada con residuos radiactivos. Asistimos al remate del patrimonio del Estado en medio de denuncias de coimas y diputados “truchos” que se sentaron en las bancas para dar cuórum y votar leyes. Tampoco faltaron los sobresueldos que altos funcionarios cobraban (como Caro Figueroa, Elías Jassan, Eduardo Bauzá y Jorge Rodríguez, entre otros) provenientes de fondos públicos con otro destino y manejados con opacidad. Tampoco faltaron servilletas donde un ministro (Carlos Corach) y el Secretario de inteligencia del Estado (Hugo Anzorreguy) escribieron los nombres de Carlos Stornelli, del siempre útil para la derecha y hoy fallecido Claudio Bonadío y de otros destinados a ocupar cargos claves en el Poder Judicial sin concurso ni antecedentes. El mismo criterio de amiguismo, confianza y complicidad se utilizó para el nombramiento de jueces en la Corte Suprema de Justicia, pieza clave que permitió, a fuerza de fallos, la concentración del poder en el Ejecutivo y el gobierno de los Decretos de Necesidad y Urgencia.

Por el lado empresario, baste decir que, en medio de un fuerte proceso de desindustrialización, desempleo, caída del salario real y contracción del mercado interno, el crecimiento del PBI durante ese período se explica por las ganancias extraordinarias registradas por las firmas más importantes de la elite vinculadas a las privatizaciones. Desconocemos cuánto pagaron para apropiarse del patrimonio del Estado a precio de remate y asegurarse un mercado cautivo, fijación de precios a su antojo y libertad para fugar ganancias al exterior. Sin embargo, la causa abierta por la informatización del Banco Nación permite estimar que la tasa de “retorno” razonable fue del 20% del monto de la operación. Considerando que el Estado recibió por las privatizaciones 25.563 millones de dólares, fueron 5.112 los millones de dólares que se distribuyeron entre funcionarios según su jerarquía.

Es esta “matriz de corrupción” lo que tenemos hoy frente a nuestros ojos. Lo que diferencia a Macri y a Milei de los inicios del transformismo es que el capital concentrado defiende ahora sus intereses desde un partido propio. En ambos gobiernos, el Estado es capturado con el nombramiento de cuadros empresarios en cargos claves para sus intereses.  Según el Informe del Observatorio de la Elites de 2024, 1/3 de los funcionarios de la Administración Pública Nacional ocupan cargos de dirección en empresas privadas. 55 tienen 182 participaciones en 171 empresas que operan en 17 sectores de actividad. Guillermo Francos viene de la Corporación América, de Eduardo Eurnekian; Luis Caputo es director de empresas financieras y de consultoría; Techint colocó a Horacio Marín al frente de la petrolera YPF; Mario Lugones, actual Ministro de Salud, fue hasta su asunción presidente de la Fundación Sanatorio Güemes; y Florencia Misrahi, titular de ARCA, desde el estudio Lisicki Litvin, representó a muchos acaudalados en sus embates contra la antigua AFIP y en sus demandas contra el Estado por el Aporte Solidario a las Grandes Fortunas. Sin abundar más, lo que queda claro es el vínculo y la participación de estos funcionarios en empresas del sector que deben regular. La gestión de los intereses públicos queda así en manos de personas colocadas para defender recursos privados.  

Debemos exigir entonces que la Justicia indague, de una vez, la matriz de corrupción con que las grandes empresas cooptan funcionarios, habilitan kioscos de negocios y aseguran sus intereses. La droguería Suizo Argentina es sólo un ejemplo. No olvidemos que, detrás de la “alta coimera” está la Banda de los Pibes Chorros…

Les mando un abrazo a todos los oyentes de El Club de la Pluma. 

 

PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

Profesora de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

 

 

 

 

 

 

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