UNA
INDEPENDENCIA CUESTIONADA
Soy Lidia Rodríguez Olives y, desde Buenos Aires, saludo a los que escuchan
El Club de la Pluma
Julio es, para los argentinos, el mes de la Independencia. Y en estos tiempos
nefastos se impone, más que nunca, reflexionar sobre las razones de nuestros
festejos. También, pensar si la lectura que hacemos del pasado se construye con
una mirada romántica o si, por el contrario, estamos dispuestos a arrojar sobre
ese pasado una mirada crítica que nos haga conscientes de nuestra Historia, que
nos ponga más cerca de saber quiénes y qué somos, pero fundamentalmente, qué
queremos ser en el futuro.
El 9 de julio de 1816, un Congreso reunido en San Miguel de Tucumán,
declaraba la independencia. Abordar la Historia como un conjunto de hechos
fragmentados, como fechas colocadas en un mosaico que se torna incompresible
tiene el efecto de ocultarnos una visión de conjunto, de impedirnos una mirada
global sobre nuestra continuidad histórica. Porque ni la versión originaria del
colonialismo se agotó ese 9 de julio ni somos tan independientes como
pretendemos.
Nuestra América Latina es el continente en el que más tiempo y brutalidad
invirtió el colonialismo mercantil del SXV. La conquista fue acompañada por
matanzas que bien pueden ser calificadas de genocidio. Según Marc Ferro, 60
millones de personas murieron y una gran cantidad de islas del Caribe quedaron
totalmente despobladas. En México se registraban 2 millones de nativos en 1650,
contra 20 millones en 1519. Esta crisis demográfica fue salvada, más tarde, con
el desplazamiento brutal y masivo de africanos esclavizados. El poder punitivo
descontrolado fue acompañado por un discurso justificatorio que implantó en
América el concepto estandarizado del “Occidente civilizado”. La contracara de
este concepto es la existencia de un “otro” inferior, sujeto de castigo y de
explotación. Y es en esta herencia cultural de la conquista donde estamos
atrapados hace más de 200 años.
La ruptura de los lazos políticos que nos unían con España no implicó la
desaparición de la dependencia propia del colonialismo, sino que una metrópolis
decadente fue reemplazada por otra pujante y en pleno desarrollo: la Inglaterra
industrial. Para que esto fuera posible, debía desaparecer de nuestra América
Latina toda una generación que, formada en las ideas de la Ilustración del
SXVIII, había tenido la inteligencia y la visión de futuro suficientes como
para adaptarlas a nuestra realidad. No fueron casualidad los intentos de
asesinar a Bolívar, que hubiesen triunfado si la tuberculosis no lo hubiera
matado antes. Castelli murió marginado y estigmatizado, Belgrano en la pobreza
y San Martín debió exiliarse. También Artigas supo de exilio, pobreza y
estigmatización. Sucre y Monteagudo fueron asesinados, y Moreno murió
dudosamente en alta mar bajo bandera inglesa. Todos ellos defensores de una
real independencia y, por ello, poco funcionales a la nueva etapa del
colonialismo que se iniciaba.
Esta nueva fase colonial estuvo protagonizada en nuestro país por una
minoría terrateniente, verdaderos beneficiarios del proceso independentista.
Fueron ellos los que construyeron, finalizadas las guerras civiles, la
República Oligárquica de la carne enfriada, ligando nuestro destino a los
intereses de Inglaterra. Admiradores del “Occidente Civilizado”, hicieron suyas
las ideas racistas de una Europa neurótica y enferma. No olvidemos que, para
Hegel, los indios eran inferiores sin Historia; los negros, amorales; los
musulmanes, fanáticos, decadentes y sensuales; los latinos, muy lejos del alto
desarrollo alcanzado por los germanos; y los asiáticos, apenas por encima de
los negros. Pero nuestras elites no abrazaron al refinado Hegel sino al más
burdo ingeniero de ferrocarriles Herbert Spencer, ideólogo del racismo
colonialista inglés. Justificaron así la tutela que las minorías ejercían sobre
un pueblo marginado. Se auto asignaron la misión de “mejorar biológicamente” a
los “racialmente inferiores”, conjunto no sólo integrado por los pueblos originarios
sino también por gauchos y “gringos degenerados”, etiqueta que abarcaba a los
inmigrantes anarquistas, socialistas, sindicalistas y judíos. También fue
blanco de su racismo el mestizaje en general, para cuya justificación
utilizaron la psiquiatría racista francesa de Morel. Tanto Sarmiento como Bunge
encarnan, por estas tierras, el desprecio al mestizaje y los “degenerados
morales” que produce, cercanos ambos al discurso de Nina Rodrigues en Brasil.
No abandonaron el liberalismo, pero lo transformaron en una caricatura
grotesca, como bien comprobó tardíamente Alberdi. El resultado de este
colonialismo, tanto acá como en el resto de Latinoamérica, fue el
enriquecimiento de algunas familias que monopolizaron la producción primaria y
usaron al Estado para su beneficio, mientras el resto de la población era
marginada y condenada a una condición casi servil.
Los conquistadores del SXV nunca pudieron convertir América en el espejo
europeo que soñaban. Las ciudades fueron, según Romero, mestizas y barrocas y
la resistencia se instaló en un persistente multiculturalismo que hoy nos
caracteriza. De la misma forma, el neocolonialismo fue resistido en todo el
continente. Resistencia que se inicia con la Revolución Mexicana de 1910 que derrocó
a Porfirio Díaz, que había convertido México en una colonia de EEUU. En la
misma línea se encuadran el Yrigoyenismo y el Peronismo en Argentina; el
Aprismo peruano y el Velasquismo en Ecuador; los gobiernos de Lázaro Cárdenas
en México y de Getulio Vargas en Brasil. Se trató de gobiernos que intentaron
dotar a sus países de un desarrollo autónomo basado en la producción industrial
y, fundamentalmente, en la redistribución de la riqueza y en el acceso efectivo
de la población a los derechos civiles, políticos y sociales. Pero la
intervención de EEUU en Guatemala en 1954, el suicidio forzado de Getulio
Vargas en el mismo año, el bombardeo que en nuestro país sirvió para destituir
y exiliar a Perón en 1955, y derrocamiento del ecuatoriano Velazco Ibarra en
1972 señalan, para Eugenio Zaffaroni “el comienzo de un gran embate
neocolonialista contra las pulsiones redistributivas de los populismos
regionales”. Populismos que una aceitada campaña mediática había desprestigiado
previamente, en conjunción con las “minorías iluminadas”, aliadas del
extranjero y defensoras de sus intereses. Varios países de nuestra América
fueron ocupados militarmente mientras se difundía el concepto de “guerra sucia”
y se adoctrinaba a los ejércitos en la Escuela de las Américas. Pero los
genocidios cometidos y el agotamiento del ciclo expansivo de posguerra se
conjugaron para poner fin a la etapa neocolonial.
Se inicia así la que algunos autores denominan “fase superior del
colonialismo”, donde reina el poder financiero transnacional y donde las corporaciones
luchan por imponerse sobre la política de los Estados. Personajes marginales
del mundo académico se convierten en los nuevos gurúes del mercado: Milton
Friedman, vos Mises y Friedrich von Hayek. Se trata de un fenómeno de alcance
mundial que opera en nuestra periferia tratando de imponer gobiernos sumisos a
los intereses del capital financiero o desestabilizando y persiguiendo a
quienes oponen resistencia. Pasó con Lula en Brasil; con Hugo Chávez en
Venezuela; con Evo Morales en Bolivia y con Rafael Correa en Ecuador; también,
con Néstor y Cristina Kirchner en Argentina. Persecución que contrasta
notablemente con el apoyo incondicional que dieron al gobierno de Mauricio
Macri o al actual de Javier Milei.
En este nuevo escenario, la deuda es la principal arma de colonización. Lo
dice nuestra Historia, que vio crecer el endeudamiento desde la Dictadura, con
cada gobierno neoliberal. Mientras el Estado se descapitaliza, crece el
desempleo, quiebran PYMES, se concentran la producción y la riqueza, y el
ingreso se distribuye cada vez más regresivamente, Argentina queda en manos de
organismos internacionales de crédito entregando independencia y soberanía. Y
lo hace con el imprescindible colaboracionismo vernáculo. Mientras políticos
complacientes avalan el nuevo coloniaje a cambio del acrecentamiento de sus
fortunas, la prensa monopólica (que también forma parte del capitalismo
transnacional) formatea la opinión pública dirigiendo su insatisfacción hacia
los nuevos estigmatizados del SXXI: ellos, no el gobierno, son los responsables
de todo este desastre.
El discurso rabioso de Milei pretende instalar la polarización entre el
capitalismo y el socialismo. Sin embargo, las opciones de cara al futuro se dan
entre un capitalismo productivo y razonable y otro monopólico y financiero.
Mientras el primero, opuesto al colonialismo, nos propone un modelo social
incluyente, con menor desigualdad y mayor redistribución, el segundo consagra
la dependencia con una sociedad excluyente, desigual y con una profunda
concentración de la riqueza. La fase superior del colonialismo niega el derecho
humano al desarrollo; la resistencia, impulsa su realización.
Y esto es lo que tendremos que decidir los argentinos en octubre. De ese
resultado depende que retomemos el camino que marcaron Belgrano, Castelli, San
Martín, Yrigoyen, Perón y los Kirchner o persistamos en el coloniaje de
Rivadavia, Roca, Justo, Martínez de Hoz, Menem, Macri y Milei. No hay múltiples
propuestas partidarias. La única disyuntiva de hoy es la liberación o la dependencia.
Desde Buenos Aires, les mando un abrazo a los oyentes de El Club de la
Pluma.
PROF.
LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES
Profesora
de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO
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