RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

domingo, 13 de julio de 2025

UNA INDEPENDENCIA CUESTIONADA - PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

 

UNA INDEPENDENCIA CUESTIONADA


 

Soy Lidia Rodríguez Olives y, desde Buenos Aires, saludo a los que escuchan El Club de la Pluma

Julio es, para los argentinos, el mes de la Independencia. Y en estos tiempos nefastos se impone, más que nunca, reflexionar sobre las razones de nuestros festejos. También, pensar si la lectura que hacemos del pasado se construye con una mirada romántica o si, por el contrario, estamos dispuestos a arrojar sobre ese pasado una mirada crítica que nos haga conscientes de nuestra Historia, que nos ponga más cerca de saber quiénes y qué somos, pero fundamentalmente, qué queremos ser en el futuro.

El 9 de julio de 1816, un Congreso reunido en San Miguel de Tucumán, declaraba la independencia. Abordar la Historia como un conjunto de hechos fragmentados, como fechas colocadas en un mosaico que se torna incompresible tiene el efecto de ocultarnos una visión de conjunto, de impedirnos una mirada global sobre nuestra continuidad histórica. Porque ni la versión originaria del colonialismo se agotó ese 9 de julio ni somos tan independientes como pretendemos.

Nuestra América Latina es el continente en el que más tiempo y brutalidad invirtió el colonialismo mercantil del SXV. La conquista fue acompañada por matanzas que bien pueden ser calificadas de genocidio. Según Marc Ferro, 60 millones de personas murieron y una gran cantidad de islas del Caribe quedaron totalmente despobladas. En México se registraban 2 millones de nativos en 1650, contra 20 millones en 1519. Esta crisis demográfica fue salvada, más tarde, con el desplazamiento brutal y masivo de africanos esclavizados. El poder punitivo descontrolado fue acompañado por un discurso justificatorio que implantó en América el concepto estandarizado del “Occidente civilizado”. La contracara de este concepto es la existencia de un “otro” inferior, sujeto de castigo y de explotación. Y es en esta herencia cultural de la conquista donde estamos atrapados hace más de 200 años.

La ruptura de los lazos políticos que nos unían con España no implicó la desaparición de la dependencia propia del colonialismo, sino que una metrópolis decadente fue reemplazada por otra pujante y en pleno desarrollo: la Inglaterra industrial. Para que esto fuera posible, debía desaparecer de nuestra América Latina toda una generación que, formada en las ideas de la Ilustración del SXVIII, había tenido la inteligencia y la visión de futuro suficientes como para adaptarlas a nuestra realidad. No fueron casualidad los intentos de asesinar a Bolívar, que hubiesen triunfado si la tuberculosis no lo hubiera matado antes. Castelli murió marginado y estigmatizado, Belgrano en la pobreza y San Martín debió exiliarse. También Artigas supo de exilio, pobreza y estigmatización. Sucre y Monteagudo fueron asesinados, y Moreno murió dudosamente en alta mar bajo bandera inglesa. Todos ellos defensores de una real independencia y, por ello, poco funcionales a la nueva etapa del colonialismo que se iniciaba.

Esta nueva fase colonial estuvo protagonizada en nuestro país por una minoría terrateniente, verdaderos beneficiarios del proceso independentista. Fueron ellos los que construyeron, finalizadas las guerras civiles, la República Oligárquica de la carne enfriada, ligando nuestro destino a los intereses de Inglaterra. Admiradores del “Occidente Civilizado”, hicieron suyas las ideas racistas de una Europa neurótica y enferma. No olvidemos que, para Hegel, los indios eran inferiores sin Historia; los negros, amorales; los musulmanes, fanáticos, decadentes y sensuales; los latinos, muy lejos del alto desarrollo alcanzado por los germanos; y los asiáticos, apenas por encima de los negros. Pero nuestras elites no abrazaron al refinado Hegel sino al más burdo ingeniero de ferrocarriles Herbert Spencer, ideólogo del racismo colonialista inglés. Justificaron así la tutela que las minorías ejercían sobre un pueblo marginado. Se auto asignaron la misión de “mejorar biológicamente” a los “racialmente inferiores”, conjunto no sólo integrado por los pueblos originarios sino también por gauchos y “gringos degenerados”, etiqueta que abarcaba a los inmigrantes anarquistas, socialistas, sindicalistas y judíos. También fue blanco de su racismo el mestizaje en general, para cuya justificación utilizaron la psiquiatría racista francesa de Morel. Tanto Sarmiento como Bunge encarnan, por estas tierras, el desprecio al mestizaje y los “degenerados morales” que produce, cercanos ambos al discurso de Nina Rodrigues en Brasil. No abandonaron el liberalismo, pero lo transformaron en una caricatura grotesca, como bien comprobó tardíamente Alberdi. El resultado de este colonialismo, tanto acá como en el resto de Latinoamérica, fue el enriquecimiento de algunas familias que monopolizaron la producción primaria y usaron al Estado para su beneficio, mientras el resto de la población era marginada y condenada a una condición casi servil.

Los conquistadores del SXV nunca pudieron convertir América en el espejo europeo que soñaban. Las ciudades fueron, según Romero, mestizas y barrocas y la resistencia se instaló en un persistente multiculturalismo que hoy nos caracteriza. De la misma forma, el neocolonialismo fue resistido en todo el continente. Resistencia que se inicia con la Revolución Mexicana de 1910 que derrocó a Porfirio Díaz, que había convertido México en una colonia de EEUU. En la misma línea se encuadran el Yrigoyenismo y el Peronismo en Argentina; el Aprismo peruano y el Velasquismo en Ecuador; los gobiernos de Lázaro Cárdenas en México y de Getulio Vargas en Brasil. Se trató de gobiernos que intentaron dotar a sus países de un desarrollo autónomo basado en la producción industrial y, fundamentalmente, en la redistribución de la riqueza y en el acceso efectivo de la población a los derechos civiles, políticos y sociales. Pero la intervención de EEUU en Guatemala en 1954, el suicidio forzado de Getulio Vargas en el mismo año, el bombardeo que en nuestro país sirvió para destituir y exiliar a Perón en 1955, y derrocamiento del ecuatoriano Velazco Ibarra en 1972 señalan, para Eugenio Zaffaroni “el comienzo de un gran embate neocolonialista contra las pulsiones redistributivas de los populismos regionales”. Populismos que una aceitada campaña mediática había desprestigiado previamente, en conjunción con las “minorías iluminadas”, aliadas del extranjero y defensoras de sus intereses. Varios países de nuestra América fueron ocupados militarmente mientras se difundía el concepto de “guerra sucia” y se adoctrinaba a los ejércitos en la Escuela de las Américas. Pero los genocidios cometidos y el agotamiento del ciclo expansivo de posguerra se conjugaron para poner fin a la etapa neocolonial.

Se inicia así la que algunos autores denominan “fase superior del colonialismo”, donde reina el poder financiero transnacional y donde las corporaciones luchan por imponerse sobre la política de los Estados. Personajes marginales del mundo académico se convierten en los nuevos gurúes del mercado: Milton Friedman, vos Mises y Friedrich von Hayek. Se trata de un fenómeno de alcance mundial que opera en nuestra periferia tratando de imponer gobiernos sumisos a los intereses del capital financiero o desestabilizando y persiguiendo a quienes oponen resistencia. Pasó con Lula en Brasil; con Hugo Chávez en Venezuela; con Evo Morales en Bolivia y con Rafael Correa en Ecuador; también, con Néstor y Cristina Kirchner en Argentina. Persecución que contrasta notablemente con el apoyo incondicional que dieron al gobierno de Mauricio Macri o al actual de Javier Milei.

En este nuevo escenario, la deuda es la principal arma de colonización. Lo dice nuestra Historia, que vio crecer el endeudamiento desde la Dictadura, con cada gobierno neoliberal. Mientras el Estado se descapitaliza, crece el desempleo, quiebran PYMES, se concentran la producción y la riqueza, y el ingreso se distribuye cada vez más regresivamente, Argentina queda en manos de organismos internacionales de crédito entregando independencia y soberanía. Y lo hace con el imprescindible colaboracionismo vernáculo. Mientras políticos complacientes avalan el nuevo coloniaje a cambio del acrecentamiento de sus fortunas, la prensa monopólica (que también forma parte del capitalismo transnacional) formatea la opinión pública dirigiendo su insatisfacción hacia los nuevos estigmatizados del SXXI: ellos, no el gobierno, son los responsables de todo este desastre.

El discurso rabioso de Milei pretende instalar la polarización entre el capitalismo y el socialismo. Sin embargo, las opciones de cara al futuro se dan entre un capitalismo productivo y razonable y otro monopólico y financiero. Mientras el primero, opuesto al colonialismo, nos propone un modelo social incluyente, con menor desigualdad y mayor redistribución, el segundo consagra la dependencia con una sociedad excluyente, desigual y con una profunda concentración de la riqueza. La fase superior del colonialismo niega el derecho humano al desarrollo; la resistencia, impulsa su realización.

Y esto es lo que tendremos que decidir los argentinos en octubre. De ese resultado depende que retomemos el camino que marcaron Belgrano, Castelli, San Martín, Yrigoyen, Perón y los Kirchner o persistamos en el coloniaje de Rivadavia, Roca, Justo, Martínez de Hoz, Menem, Macri y Milei. No hay múltiples propuestas partidarias. La única disyuntiva de hoy es la liberación o la dependencia.

Desde Buenos Aires, les mando un abrazo a los oyentes de El Club de la Pluma.

 

PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

Profesora de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios: