CUANDO LA
GUERRA PIERDE SU RUMBO
Queridos amigos de El
Club de La Pluma, les presento un saludo afectuoso con mis mejores deseos para
este año que comienza. Soy Mauricio Ibáñez y les hablo desde Colombia. Hoy
quisiera hablarles de lo que sucede cuando los guerreros pierden de vista su
propósito y se van contaminando, a veces lentamente, otras veces de un momento
a otro.
Este relato lo he
construido a partir de vivencias y conversaciones con los viejos en distintos
territorios de mi país. No proviene de documentos oficiales ni de historias
escritas. Han sido horas y horas de diálogo directo con protagonistas de una
trágica historia con la que se ha construido la realidad de nuestra querida
Colombia, un país “corcho”, que flota de pies o de cabeza, pero nunca se hunde.
La guerra es la
lamentable tinta con la que se escribe la historia, y Colombia no ha sido la
excepción. Tras muchos años de opresión, esclavitud y abusos, nuestro pueblo se
levantó varias veces contra sus opresores, ya sea en el levantamiento de los
comuneros, por allá en el siglo 18 y las guerras que condujeron a nuestra
independencia de España en el siglo 19. Sin embargo, para generaciones nacidas
en la guerra, esta se convirtió en la única forma de expresar el cansancio
contra la opresión y la rabia contra la intransigencia de los poderosos. En el
camino también perdimos la noción de la democracia constructiva y
participativa: cada vez que se elegía un nuevo presidente, había un
levantamiento popular para tumbarlo, siempre de la mano de los opresores. Así
llegamos, a principios de los años 50, al vergonzoso episodio de violencia
entre hermanos que, a la manera de una guerra civil, enfrentó a lo que hemos
llamado “nuestros partidos tradicionales”, liberales contra conservadores.
Lo que siguió en las
décadas posteriores fue el nacimiento del Ejército de Liberación Nacional (hoy
conocido como el ELN) en Saravena, Arauca en 1964, bajo el comando de Fabio
Vásquez Castaño, al cual se unieron diferentes frentes de resistencia popular, entre
ellos el Frente Unido del Pueblo, del sacerdote Camilo Torres Restrepo. También
en 1964, en Marquetalia, Huila, nacieron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC), En 1967 surgió el Ejército Popular de Liberación (EPL), todos
ellos conformados por campesinos en armas, levantados contra una forma de
gobierno organizada por las élites, que repartía el ejercicio del poder entre
los dos “partidos tradicionales” sin ningún tipo de garantía para la expresión
democrática.
A raíz de un gran
escándalo de fraude electoral perpetrado en contra del partido Alianza Nacional
Popular, que había juntado una poderosa fuerza electoral del pueblo y ganado
las elecciones en 1970, las cuales les robaron en forma descarada para poner en
la presidencia al Conservador Misael Pastrana, en 1974 surgió el Movimiento 19
de Abril, guerrilla urbana que se unió a la lucha revolucionaria colombiana.
Fueron más de 15 años
de lucha no combinada, desde diferentes regiones, contra el establecimiento.
Una guerra desigual de guerrillas contra un ejército fuertemente armado, con el
propósito único de devolver, por la vía de las armas, la igualdad y la justicia
social al territorio Colombiano mediante la revolución popular y la toma del
poder.
Me cuentan los
ancianos de la región del Putumayo, que, a finales de los años 70, la hoja de
coca ya se cultivaba en la región con propósitos comerciales y era un negocio,
aunque ilegal, extremadamente lucrativo para los campesinos de la zona, al
punto que empezó a haber una fuerte migración de gente de todas partes del
país. Los cargamentos de hoja de coca se pagaban en efectivo y a buen precio, y
grandes señores de la coca como Gonzalo Rodríguez Gacha llegaban en helicóptero
a supervisar sus cultivos. Los viejos recuerdan al patrón, todo vestido de
blanco, escoltado por soldados y policías, recorriendo sus fincas y repartiendo
dinero a manos llenas en la ciudad de Puerto Asís. Este fenómeno estaba
ocurriendo paralelamente en otras regiones abandonadas del país, también con
coca y con marihuana.
Estos señores del
narcotráfico tenían sus propios ejércitos de escoltas, quienes empezaron a
matar a los campesinos cultivadores para quitarles su producto o los dineros
que habían ganado. No había guerrilla en Putumayo, y no había forma de recurrir
a las autoridades corruptas.
Sin embargo, a
inicios de 1980 una comisión de la guerrilla urbana del M-19 se instaló en
Putumayo temporalmente para coordinar el contrabando de armas y traerlas de
Ecuador y Perú, y las comunidades del putumayo, cansadas de los abusos de los
ejércitos privados de los grandes narcos locales, acudieron a esta para
solicitarle ayuda. Esta guerrilla les explicó que ellos no podían hacerlo, pero
que harían lo posible por ayudar. Posteriormente se gestó un acuerdo entre el
M-19, las FARC, el ELN y el EPL, surgió la llamada “Coordinadora Guerrillera
Simón Bolívar”, y las FARC llegaron a establecerse en el Putumayo, ofreciendo
su protección a los campesinos oprimidos por los narcos y el gobierno.
La lucha de la
guerrilla Colombiana recibía apoyo internacional. El ELN recibía apoyo de cuba
y había oficinas de las FARC y el M-19 en algunos países de Europa, donde se
recogían donaciones de ciudadanos que creían en el contexto ideológico de la
lucha armada y admiraban el enfrentamiento de unos pocos guerreros contra un
establecimiento evidentemente corrupto y opresor.
El fin de la guerra
fría y la desaparición de la Unión Soviética tuvieron un efecto devastador
sobre la capacidad financiera de las guerrillas para sostener cientos – o miles
– de combatientes en pie de guerra, así que éstas debieron implementar nuevas
estrategias de auto financiación: se comenzó con el secuestro económico, la
extorsión a comerciantes e industria, y la participación directa en actividades
de control del narcotráfico, lo cual implicó el inicio de la degradación del
conflicto y la pérdida del sentido de propósito de la lucha armada. Al entrar
en la dinámica de extorsión a finqueros y competencia con narcotraficantes,
surgió la organización de grupos paramilitares y para la década de los 90 y el
2000 el conflicto colombiano se había transformado en una vendetta entre mafias
que, finalmente, condujo a que algunos de los ideólogos de la guerrilla
descartaran la lucha como una opción válida y abandonaran las armas para
ensayar la vía política, siendo asesinados en una operación quirúrgica en la
que quedó demostrado que El Estado era cómplice de, al menos, una de las partes
en el conflicto.
Hoy en día, lo que tenemos es la total descomposición del conflicto armado, donde la guerrilla de ELN y las Disidencias de las Farc trabajan para el crimen organizado internacional y se disputan territorios clave para la producción de droga, la minería ilegal y el contrabando de armas y personas. Ya pasamos el punto de no retorno y no existe diálogo posible. El pueblo, otra vez, se quedó solo.
MAURICIO IBÁÑEZ
Desde Colombia –
Biólogo Especialista
En Estudios Socio-Ambientales
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