PREGUNTAS
ABIERTAS SOBRE EL ÚLTIMO EPISODIO PALESTINO-ISRAELÍ
Lejos de aseverar o
de intentar descifrar todo esto que está ocurriendo en los márgenes interiores
del Estado de Israel, los territorios palestinos ocupados y los territorios
palestinos autoadministrados, esta columna será inusualmente atípica, y
solamente estará compuesta de interrogantes.
Pero a la vez, lejos
de ser una forma de evitar la responsabilidad de la hora, o de esquivar el
bulto a temas que conllevan una formidable carga de emotividad y de disparidad
intelectual, estas preguntas seguramente dispararán en cada uno de ustedes la
movilización del razonamiento, la investigación y la búsqueda del acercamiento
a la verdad, de manera mucho más honesta, probablemente, que si vertiera aquí
sentencias o leyes.
Antes cada pregunta
que se me ha ocurrido, y que me encargaré de exponer, muy posiblemente haya más
de una respuesta, de acuerdo a la visión parcializada de los acontecimientos o
de los argumentos ontogenéticos, y en otras, probablemente, tengan una cercera
y unívoca contestación, donde no haya lugar a dudas.
Probablemente también
haya preguntas que nunca tengan réplica, y sean contrarrestadas por el
silencio, el recogimiento y la repregunta, y otras, que exijan un tiempo de
maduración para ser alguna vez contestadas en el futuro.
Lo que sí aventuro a
declarar, casi con seguridad, es que cuando uno se hace preguntas, de alguna
manera desestructura las defensas, tumba preconceptos, despabila el
razonamiento y comprende más cabalmente las problemáticas, lo cual, en
definitiva, es lo que nos convoca aquí, cada domingo.
Vamos a los hechos
incuestionables: El sábado 7 de octubre de 2023, a las 6 de la mañana, en
oportunidad al 50° aniversario de la Guerra del Yom Kippur de 1973 – esa guerra
en la que Israel estuvo con serios problemas militares y se afectó todo el
mercado petrolero con escaseces y trepada de precios – el grupo palestino HAMAS
montó una operación de ataque al territorio israelí consistente en saturar las
defensas con un diluvio de cohetes y penetrar en 22 puntos de la frontera. Esas
acciones tuvieron como objetivo táctico la captura de rehenes para obtener a
cambio la liberación de los 1.256 prisiones palestinos que se hallan en
cárceles israelíes de alta seguridad.
La primera pregunta
que se ciernes es factual.
¿Cómo es posible que una organización islámica sindicada por
Israel como una amenaza a su seguridad nacional que está confinada a un
territorio de apenas 360 km² con restricción total de movimientos de bienes y
personas, y con vigilancia extrema desde aire, mar y tierra, que además está
infiltrada por los servicios secretos hebreos, pueda organizar tamaña operación
paramilitar de manera totalmente inadvertida?
¿Cómo pudieron las
Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, o sea, el brazo armado de Hamás, que usualmente
golpean desde el otro lado de la frontera a través de ataques con cohetes o
realizan pequeñas incursiones y hasta atentados suicidas, tener tal grado de
atrevimiento y seguridad como para traspasar el límite israelí en 22 sitios?
¿Cómo la estricta
vigilancia israelí sobre apenas 51 km de extensión pudo ser tan porosa y ser
sorprendida de manera fatal?
¿Cómo nadie en las
fuerzas de defensa y de seguridad de Israel advirtió que el 7 de octubre se
cumplían 50 años de la Guerra del Yom Kippur y que era un momento propicio para
realizar – al menos – algún atentado reivindicativo?
Y ¿Cómo es posible
que la comunidad de inteligencia estadounidense, tan activa en esa zona, o el
mismo CENTCOM, que colabora intensamente con los israelíes, no haya podido detectar
absolutamente nada cuando se nos dice constantemente que, luego de los
atentados del 11 de septiembre de 2001, que supuestamente provinieron del
terrorismo islámico, están en pleno estado de alerta constante?
Por supuesto, estas
preguntas desatan al menos dos aristas, una que tiene que ver con la dirección
de la representatividad palestina, y otra, con la conflictividad social
inherente al pueblo de Israel, que está en pleno debate entre ir hacia un giro
dictatorial y la preservación de condiciones democráticas.
Se sabe que Palestina
no solamente está dividida territorialmente, entre los asentamientos de
Cisjordania y la Franja de Gaza, sino que también está dividida políticamente.
Existen dos movimientos convocantes, que tienen visiones diferenciadas sobre la
administración local y su posicionamiento frente a la “potencia ocupante”,
Israel. Ellas son Hamás y Fattah, que están enemistados desde las elecciones de
2006, donde Hamás obtuvo una victoria aplastante y logró la mayoría en el
Parlamento Palestino, logrando 74 escaños sobre 132. Hamás, que fue apoyada en
sus inicios por Israel para quebrar la UNIFICACIÓN DEL PUEBLO PALESTINO BAJO LA
OLP, rechazaba los Acuerdos de Oslo de 1993 y reivindicaba tanto la lucha
armada como el no-reconocimiento del Estado Israelí.
Las desavenencias
entre Fattah y Hamás terminaría finalmente en una lucha armada, donde Hamás
obtuvo su territorialidad en la Franja de Gaza, y Fattah conservaría la Ribera
Occidental (Cisjordania) monopolizando las instituciones del gobierno
palestino. Este cisma ocurrió en 2007. El Parlamento dejó de sesionar desde ese
entonces y las elecciones se suspendieron indefinidamente.
Así las cosas, Hamás
bloquea las decisiones de Fattah por no ser representativas del TODO el pueblo
palestino, y Fattah, enquistada en la Autoridad Nacional Palestina, hace uso y
abuso del poder institucional para marginar a Hamás.
Por otro lado, está
la representatividad de la sociedad israelí: en diciembre de 2022, en un
Knesset renovado por una proliferación de partidos extremistas judíos, volvió
al poder como primer ministro Benjamin Netanyahu. Con él, llegó un proyecto de
Reforma Judicial que – a falta de constitución – compromete el equilibrio de
poderes israelí. Esto ha generado una verdadera “grieta” política entre los
sectores ultra sionistas y religiosos, y los secularistas o abiertamente
laicos. Los primeros, de más está decir, son adeptos a un Israel potente e
inclemente con los palestinos, abogando por la conquista total de Gaza y
Cisjordania. Los segundos, claman algún tipo de convivencia civilizada.
Y aquí vuelven las
preguntas:
¿Es este ataque del
Hamás una forma de sumarse adeptos, en momentos donde la causa palestina está
como nunca invisibilizada y acallada, para argüirse la representatividad total
del pueblo palestino y evidenciar la falta de dinámica de Fattah y la ANP?
¿O es, por el
contrario, o quizás simultáneamente, una “invitación al ataque” propuesta por
la derecha israelí para reivindicar su papel de «salvadora de la Patria»,
sumando rédito para unificar Israel bajo su signo?
¿Existe aquí una
“mano negra” que ha buscado un evento lo sumamente traumático como para
impulsar un 11-S israelí, un acontecimiento lo suficientemente perturbador como
para que la población hebrea se vuelque hacia posiciones extremistas?
¿Hay en cartera una
USA Patriot Act a la israelí para acallar cualquier posicionamiento en contra
de un giro dictatorial de Israel?
Y por último…
Nadie ignora que lo
que pasa en Medio Oriente, cualquiera sea el país que sea, pero muy especialmente
en Israel en relación a sus vecinos, tiene una connotación regional y hasta
global.
El gobierno israelí,
y su aliado incondicional, los Estados Unidos de América, han venido
implementando acuerdos de convivencia con los países árabes, algunos de hecho y
otros de derecho. Tras la guerra del Yom Kippur, Israel logró un acuerdo de
convivencia con Egipto, en 1978, cuando Sadat y Begin, bajo los auspicios de
Carter, firmaron los Acuerdos de Camp David. Luego, en 1994, lo logró
definitivamente con el Reino de Jordania, cuando se firmó el Tratado de Wadi
Araba entre el rey Hussein I e Isaac Rabin. Pero todos los demás países del
espectro árabe seguían en solidaridad con la causa palestina.
Fue justamente Donald
Trump, bajo los auspicios de su yerno Jared Kushner, consejero superior de la
presidencia, y Benjamín Netanyahu quienes impulsaron los llamados ACUERDOS DE
ABRAHAM, donde Israel alcanzó al menos 4 éxitos significativos al establecer
relaciones diplomáticas plenas con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y
Marruecos, todas en el año 2020.
Estos acuerdos
debilitaban la posición palestina porque representaban un abandono de la
posición asumida por la LIGA ÁRABE en la Conferencia de Jartum de 1967, que se
basaba en el “no” a la paz, “no” a la negociación y “no” al reconocimiento de
Israel.
En estos momentos, Israel estaba negociando ampliar los
Acuerdos de Abraham a Arabia Saudita… para hacer explícito un vínculo que ya es
un secreto a voces.
Y aquí entonces
vuelan las últimas preguntas.
¿Es el ataque de Hamás
a Israel una forma de evitar que la Corte de Riad llegue a un acuerdo con
Israel? ¿Es la posición saudí de visibilizar sus relaciones con Israel una
forma de legitimar su pretensión de liderazgo en el mundo árabe?
¿Eso cae bien a
turcos y egipcios, que tienen la misma pretensión y gran influencia – Hermandad
Musulmana mediante – de liderazgo en el Mundo Árabe?
¿Y qué rol juega
Irán?
¿Es verdad que Irán
pretende boicotear los Acuerdos de Abraham porque implicaría la ruina de los
conceptos pilares de la Revolución Islámica y con ello dejaría de tener
influencia en el Levante?
¿O acusar a Irán de
estar detrás de este ataque es un gambito israelí que intenta volcar a todo
Occidente a una guerra contra la potencia del Golfo, ahora que ha relanzado su
potencial diplomático y económico al ingresar al BRICS y a la Organización de
Cooperación de Shanghái?
¿Es, quizás, una
vendetta preparada por su implicación en la guerra de Ucrania al apoyar
materialmente a Rusia?
¿O es la forma que
tiene Occidente, a través de su alfil israelí, de destruir el Corredor
Logístico Norte Sur que sortea los estrechos marítimos dominados por la
Anglósfera?
Les habló Christian
Cirilli, espero hayan disfrutado de esta columna. Les mando un cordial saludo y
los espero la próxima semana por El CLUB de LA PLUMA.
Analista
Internacional
Licenciado en administración UBA De ciencias
económicas
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