BELGRANO: AYER, HOY Y SIEMPRE
Hola. Soy Lidia Rodríguez Olives y, desde Buenos Aires, saludo a todos los
que están escuchando El Club de la Pluma.
El 20 de junio se cumplieron 203 años de la muerte de Manuel Belgrano. Ese
día, en Argentina, muchos chicos hacen el juramento a la bandera y recuerdan a
su creador. Su figura aparece también en actos escolares que rememoran, en
medio de las luchas por la independencia, el “Éxodo Jujeño”. Es que, en 1812,
Belgrano enfrentaba a los españoles en la frontera norte, tratando de detener
su avance. Y cuando los ejércitos realistas se encontraban cerca de Jujuy,
ordenó a toda la población abandonar la ciudad, llevarse lo que podían y quemar
el resto, para que el enemigo sólo encontrara “tierra arrasada”. De esta
manera, Belgrano ingresa en el panteón de los próceres argentinos como “el
general que creó la bandera”.
La Historia como sinónimo del pasado, de lo ocurrido y de lo que fue, es
una e inalterable. Son los discursos hechos sobre ese pasado los que presentan
luces y sombras, errores y omisiones, recuerdos y olvidos. Y ninguno es neutral.
Porque no existe la “historia objetiva”. Toda narración sobre el pasado está
atravesada por un marco ideológico, que selecciona el objeto y dirige la
mirada. El discurso histórico es, entonces, un campo de lucha permanente por la
construcción de sentido. Y los que en algún momento ganaron, decidieron cómo
los argentinos recordaríamos a Belgrano y qué cosas de él era mejor olvidar.
Porque Belgrano fue un intelectual brillante, una usina permanente de ideas
y propuestas, que resultaban necesarias para construir una Nación. No es neutral ni objetivo entonces que los que
forjaron el mito del “general que creó la bandera” hayan omitido su perfil más
relevante. De no hacerlo, deberían rendir cuentas; explicar por qué la lucidez
de un hombre licenciado en Filosofía, elegido en 1789 presidente de la Academia
de Derecho Romano, Práctica Forense y Economía Política de la Universidad de
Salamanca, bachiller en Leyes y Abogado, políglota, lector de autores
condenados y de libros prohibidos, fue desperdiciado en guerras que consumieron
su vida. Deberían explicar por qué nos privaron de él. Y porqué desecharon sus
escritos haciendo exactamente lo contrario.
No voy a referirme entonces al Belgrano general; ni a sus campañas
militares ni a la creación de la bandera. Dos películas argentinas hablan de
eso y todos los detalles se pueden encontrar en Wikipedia. Pero no es tan fácil
acceder al otro Belgrano, al intelectual, al hombre que pensó la economía desde
y para la periferia.
Manuel Belgrano fue Secretario Perpetuo del Consulado de Buenos Aires,
cargo que asumió el 21 de septiembre de 1794. Desde allí, produjo una serie de
informes que condensan su pensamiento económico. También fundó, en 1810, el
Correo de Comercio, y colaboró con publicaciones en el Telégrafo Mercantil y en
el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, de Hipólito Vieytes. Estas,
junto con sus traducciones del francés de la obra de diversos economistas, son
las fuentes que deberíamos, los argentinos, conocer mucho mejor.
Su pensamiento económico fue clasificado indistintamente como el de un
fisiócrata, un mercantilista o un liberal, según los intereses de quien lo
analizaba. Pero estas etiquetas puestas sobre su obra en algunos momentos
sobran, en otros resultan insuficientes y, en los más, son contradictorias. Y
es que, en materia económica, Belgrano fue un ecléctico, un pragmático más que
un teórico. Siempre sostuvo que ninguna teoría económica, pensada para una
realidad determinada, puede aplicarse, sin más, a otra muy distinta. Para él,
las particularidades de cada lugar debían conocerse, a fin de tomar las medidas
más convenientes. Y así se expresaba en su primer informe al Rey: “He dicho al
principio de mi discurso que no conozco el país (…). Así, por ahora, no puedo
hacer presente a VVSS los medios más oportunos y adecuados (para el desarrollo)
de los países que debe atender”.
Aquellos que lo vinculan con la fisiocracia basan su consideración en la
importancia que dio a la agricultura. Sin embargo, sus escritos arrojan más
diferencias que semejanzas. En primer lugar, rechazaba el latifundio, tanto por
sus consecuencias económicas como políticas. Y aunque no podemos asegurar que
lo haya leído, sus análisis lo acercan a la escuela clásica de David Ricardo,
que afirmaba: “El interés del terrateniente siempre es opuesto al de las demás
clases de la sociedad. Su situación nunca es tan próspera como cuando los
alimentos están escasos y caros, mientras que para todas las demás gentes es un
gran beneficio tener alimentos baratos. Lamento mucho que se permita a los
intereses de una clase determinada de la sociedad impedir el progreso de la
riqueza y la población de un país”.
Pero ya dijimos que Belgrano era un ecléctico, que pensaba la economía no
solo en términos teóricos sino también prácticos. Y esto implicaba el esfuerzo
por distinguir qué medidas eran las más apropiadas para aplicar en este
contexto, no en otro. Por eso, a las observaciones de Ricardo le va a agregar
un elemento, que consideraba imprescindible para un país donde está todo por
hacer: la presencia del Estado. Entonces, para saldar el conflicto distributivo
entre productores y consumidores de alimentos, dirá: “Lo que parecería más
ventajoso sería entretener continuamente el precio de los granos cerca de aquel
punto justo en el que el cultivador está animado por su ganancia en tanto el
artesano no se ve obligado a aumentar su salario para poder alimentarse (…) La
policía general del Estado puede conducirlo al punto”. También pensaba que una
agricultura eficiente necesita de la aplicación de las más modernas
tecnologías. Para ello recomendó la fundación de una Escuela de Agricultura.
Pequeños y medianos productores que producen para el mercado interno, con
precios regulados por el Estado: esa es su propuesta. No es entonces un
fisiócrata; tampoco un liberal. El apuro con que se presentó esa imagen de
Belgrano resultó muy conveniente a la hora de mostrar un modelo agroexportador como
único camino al desarrollo. Argentina fue, durante casi 80 años, exclusivamente
ganadera, actividad que rechazó Belgrano ya que demandaba poca mano de obra, no
impulsaba cambio tecnológico alguno, concentraba la riqueza en pocas manos,
desalentaba el poblamiento del territorio y fomentaba el latifundio. Se
entiende entonces por qué sus escritos cayeron en un cono de sombras…
Y se comprende mejor aun cuando nos acercamos a otros de sus escritos: “Ni
la agricultura ni el comercio serían casi en ningún caso suficientes para
establecer la felicidad de un pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa
industria”. Es que Belgrano fue industrialista. En la Memoria al Consulado de
1802 sobre el desarrollo de las curtiembres en el Río de la Plata escribió:
“Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de
sus estados a manufacturarse, y todo su empeño es conseguir, no sólo darles
nueva forma, sino aún atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo y
después venderlas”. De Adam Smith tomó la importancia de la industrialización y
de la división del trabajo como generadoras de empleo, como impulsoras del
cambio tecnológico y como bases de la riqueza. Sin embargo, rechazó el libre
comercio: “La importación de mercancías que impiden el consumo de las del país
o que perjudican al progreso de sus manufacturas, llevan tras sí necesariamente
la ruina de la Nación”. Industrialista y proteccionista, en las antípodas de lo
que un reducido grupo de mediocres extranjerizante hizo de la Argentina. No
querían al Doctor: les vino mejor el General.
No quiero terminar esta columna sin hacer referencia a lo que está
ocurriendo en la provincia de Jujuy. El gobernador Gerardo Morales ha reformado
ilegalmente la Constitución de la provincia. Constitución viciada desde su
origen por la falta de cumplimiento de tiempos y procedimientos. Pero también,
viciada en su contenido: por la concentración de poder en el Ejecutivo y la
desaparición de todo mecanismo de control sobre sus acciones; la violación del
derecho a la tierra de pueblos originarios, la criminalización de la protesta
social, la limitación de la Intervención Federal por parte del gobierno
nacional, el retiro del Estado como garante y custodio de derechos laborales,
la posibilidad de contraer deuda externa poniendo como garantía los recursos
naturales, la precarización del trabajo por la desaparición de los Convenios
Colectivos, la privación del derecho al agua para grupos y comunidades, el
poder absoluto para entregar la explotación de recursos naturales a empresas
extranjeras, la garantía de “objeción de conciencia” en las prácticas
profesionales, la extensión de la inmunidad personal a los candidatos, la
prohibición de someter a Consulta Popular cualquier reforma constitucional. Este
programa nos advierte que lo que ocurre allí no es un hecho casual: es el plan
de la derecha para toda la Argentina. Plan que no cierra sin una brutal
represión, instalando nuevamente la violencia y resolviendo los conflictos
fuera del marco legal. Los argentinos fuimos testigos de la detención de
personas incomunicadas y con paradero incierto; allanamientos sin orden
judicial y vehículos sin identificación transportando patotas armadas. La cara
de la Dictadura del 76 y el terrorismo de Estado. Frente a esto, el pueblo
jujeño resiste. Se niega al saqueo, al autoritarismo y a naturalizar el hambre
como forma de vida. Desafían al poder, enfrentan la violencia y defienden su
libertad. Parecen tener muy presentes las palabras de Belgrano, al que
acompañaron en el “Éxodo” de 1812: “El miedo sólo sirve para perderlo todo y el
camino de la libertad es la lucha por la libertad social”. Todos, en Argentina,
deberíamos acompañarlos y entender que hoy “todos somos Jujuy”. Porque si no somos
hoy, podemos serlo mañana.
Desde Buenos Aires, un fuerte abrazo a todos los oyentes de El Club de la
Pluma.
LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVÉS
Profesora de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por
FLACSO
No hay comentarios:
Publicar un comentario