LA
ARGENTINA DE HOY EN PERSPECTIVA HISTÓRICA
Soy Lidia
Rodríguez Olives y, desde Buenos Aires, saludo a todos los que escuchan El Club
de la Pluma
Leer noticias en
Argentina es sumergirse en una vorágine que aturde. Cuesta encontrar un hilo
conductor entre los diversos campos de la información; una lógica que permita
comprender y nos rescate del sinsentido. Será la Historia, hoy más que nunca
“maestra de la vida”, la que ordene el caos; la que enmarque los hechos en
procesos comprensibles; la que nos demuestre, a través del conocimiento
fundado, que todo tiene que ver con todo.
Dejando claro que
los represores que visitaron diputados de LLA no son “viejitos” sino asesinos,
si yo fuera Astiz, Guglielminetti o Suárez Mason estaría furiosa. No sólo por
estar detenida sino porque aquellos que fueron mis cómplices, mis socios y
colaboradores; aquellos que me cedieron sus instalaciones para torturar y sus
camionetas para secuestrar; aquellos que me pasaron listas para desaparecer
trabajadores; los que me usaron para apropiarse de patrimonios y empresas
ajenas… están en libertad y no es casualidad.
El 13 de marzo de
2023 moría el empresario Carlos Blaquier. Dueño del Ingenio Ledesma, había sido
procesado en noviembre de 2012 junto con su administrador, Alberto Lemos, por
privación ilegal de la libertad, que implicó el secuestro de 29 trabajadores y
referentes sociales entre marzo y julio de 1976. A pesar de que la causa estaba
en condiciones de ser elevada a juicio en 2013, el proceso quedó paralizado en
la Sala IV de la Cámara de Casación Penal, a cargo de los jueces Juan Carlos
Gemignani, Gustavo Hornos y Eduardo Riggi. También la Corte se tomó su tiempo y
estas demoras hicieron posible que, en 2022, fuera apartado del juicio oral por
su edad, garantizando lo que algunos llaman la “impunidad biológica”.
Otros muchos
procesos iniciados contra empresas y sus representantes por complicidad y
colaboración con la Dictadura o financiamiento de la represión terminaron en
impunidad. Lo vimos con Papel Prensa, con el juicio contra Mercedes Benz y contra
Techint y Acindar. Sólo el 7% de los acusados por delitos de Lesa Humanidad son
empresarios. En muchas de esas causas, los jueces no respondieron o negaron el
pedido de indagatoria, como hizo Julián Ercolini en beneficio de Magnetto,
Mitre y Ernestina de Noble. En otras, los acusados murieron o fueron separados
del proceso. Solo las menos se encuentran en pleno trámite. Es que ni la
justicia transicional ni la sociedad han sido capaces, en estos más de 40 años,
de captar la interrelación e interdependencia tejidas durante la Dictadura
entre lo público y lo privado. En consecuencia, el período difícilmente es
analizado por estos actores como un conflicto alimentado por problemas y
tensiones socioeconómicas. Esto nos impide crear los instrumentos adecuados
para responsabilizar a las empresas como cómplices: el Código Penal puede
reformarse para bajar la imputabilidad de menores; pero no para incluir a
empresas como personas jurídicas alcanzadas por una acusación penal. También
nos impide percibir los problemas estructurales de hoy como legado y
explicación del período autoritario y, como demuestra la historia pos
Dictadura, entender que los mismos antagonismos pueden darse en democracia.
Cuando el sentido
común analiza la Dictadura lo hace sobre 2 supuestos. Uno, que el golpe del 76 fue
la respuesta ante el accionar violento de agrupaciones armadas; el otro, que
los cambios estructurales que se implementaron eran necesarios frente a un modelo
de industrialización ya agotado. Sin embargo, abundan las investigaciones que
dan cuenta que, ya en 1975, el poder de fuego del ERP y Montoneros había sido
diezmado por la Triple A. Los mismos sectores empresarios se expresaron durante
ese año en las páginas de La Nación y La Prensa, afirmando que la amenaza no se
cifraba en la guerrilla sino en la organización misma de la sociedad
establecida a partir del peronismo. Para Alberto Benegas Lynch, Jaime Perriaux
y Ricardo Zinn, las causas de los problemas del país había que buscarlas en el
Estado y los sindicatos. No es menor esta mirada; tampoco es inocente haberla
omitido. En cuanto al agotamiento del
modelo, baste recordar que, entre 1964 y 1974, el PBI creció a un promedio del
5,1% anual acumulativo y las exportaciones de origen industrial, como
maquinarias, material eléctrico, productos químicos, petroquímicos o derivados
de la metalurgia, al 20%. En el mismo período, las exportaciones del agro
registraron un aumento del 7,1% anual. Como consecuencia, también aumentaron
las reservas del Banco Central. A esto hay que agregar que la pobreza era del
8%, la desocupación del 2,7%, la informalidad laboral sólo del 10% y la
participación de los asalariados en el ingreso nacional del 45%.
Entonces, el sentido común no es Historia.
Sí lo es encuadrar
el análisis desde la perspectiva de una resolución violenta de conflictos
derivados de la puja distributiva y la paridad de fuerzas originadas en el
modelo industrialista. La participación económica y política de los
trabajadores sumada a su alto grado de organización, fue percibida como una
amenaza por los sectores dominantes, como un impedimento para aumentar sus
ganancias. Impedimento al que se sumaba el Estado, fuertemente identificado con
el desarrollo industrial y responsable último de las relaciones de fuerza en
las que había derivado el modelo. No es casual entonces que el heterogéneo
grupo dominante que apoyó la Dictadura, haya dejado de lado sus diferencias a
la hora de plantear los objetivos del Proceso. Había que redefinir el rol del
Estado en la asignación de recursos (ya no a favor de los trabajadores sino del
capital concentrado) y restringir drásticamente el poder de negociación y de
oposición de los sindicatos. También, debían alterar violentamente y de manera
irreversible la correlación de fuerzas derivada de la presencia de una clase
obrera industrial acentuadamente organizada y movilizada en términos políticos
e ideológicos.
Resulta
ilustrativo recordar que la década del 60 vio nacer el “sindicalismo
combativo”, con los programas de La Falda y Huerta Grande, y la creación, en
1968, de la CGT de los Argentinos. Fueron estos sectores los que hicieron
fracasar el Plan de Reestructuración Ferroviaria de Frondizi, que se proponía
eliminar el 50% de las líneas férreas, despedir 75.000 trabajadores, privatizar
la fabricación y reparación de equipos y modificar el régimen laboral. Los
beneficiarios serían Fiat, General Motors, General Electric y el Grupo
Económico Acindar, cuyo principal accionista, Arturo Acevedo, también era
Ministro de Obras Públicas.
También es
ilustrativo enterarse que, en 1966, el dictador Onganía instaló una Sección de
Gendarmería dentro del Ingenio Ledesma. La repartición no tenía infraestructura
ni vehículos. Pero fueron aportados por la empresa a cambio de seguridad,
control y represión de los trabajadores, dotando a Ledesma de una fuerza
represiva propia del Estado.
La dictadura fue una
verdadera “revancha clasista” que, destruyendo una estructura industrial
construida en décadas, dividió el campo de ganadores y perdedores que conoceremos
hasta 2002. Los trabajadores tendrán la participación del ingreso más baja
desde la irrupción del peronismo; perderán derechos laborales mientras aumentan
la explotación y el desempleo. Pero un reducido número de Grupos Económicos, Empresas
Extranjeras y acreedores externos se apropiarán de una mayor parte de la renta nacional,
mientras consolidan su capacidad para subordinar al aparato estatal y dirigir y
condicionar la economía nacional. Dueños de grandes conglomerados industriales,
controlarán los precios, las cuentas nacionales, la inversión, el diseño fiscal
y la dinámica salarial y distributiva.
Pero el peronismo
triunfante en 2003 vino a demostrar que el modelo que impusieron no era
irreversible. Se reconfiguró el tejido industrial, donde crecieron las PYMES,
pero también las empresas tecnológicas; se mejoraron los salarios y la
distribución del ingreso; el Estado retomó su rol central tanto en el diseño de
políticas públicas como en la reasignación de recursos. Se estatizaron empresas
antes privatizadas. El país se desendeudó y arrebató a los grupos dominantes la
principal herramienta que tenían para condicionarlo. Crecieron las
organizaciones de base y las alianzas de los sectores populares. A partir de
entonces, la lucha será cada vez más encarnizada y destruir al peronismo, un
objetivo prioritario.
Vivimos hoy una
reedición del Proceso iniciado en 1976, donde las noticias cobran sentido si se
las enmarca en los mismos antagonismos que lo caracterizaron. Las clases
dominantes retoman la revancha clasista, esta vez contra el kirchnerismo y lo
que representa en términos de retroceso de sus privilegios, control del Estado,
industrialización y mejor distribución. El objetivo de hacerlo desaparecer se
expresa a través del gobierno de los Videla del s XXI, Mauricio Macri antes y
Javier Milei hoy. Y mientras el hambre y el saqueo se generalizan, se derrumban
la producción y el consumo, ellos afirman que “vamos camino al éxito” o que
estamos “haciendo progresos sustantivos”. Son los mismos de la Dictadura, de
los ´90, de la Alianza y del Macrismo. Pero esta vez van por todo. Van por un
modelo definitivamente irreversible. La embestida contra el peronismo no es más
que el intento por aniquilar el último bastión de resistencia. “Presa o Muerta”
no es solo el título de un libro. Pero si los dirigentes y la sociedad no lo
entienden, puede que no tengamos otra oportunidad. Luchemos entonces todos
juntos, que en esto nos va la vida.
Desde Buenos Aires, les mando un gran abrazo a todos los que escuchan El Club de la Pluma.
PROF.
LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES
Posgrado
en Ciencias sociales por FLACSO
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