RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

lunes, 27 de mayo de 2024

25 DE MAYO: UN EJERCICIO DE MEMORIA - PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

 

25 DE MAYO: UN EJERCICIO DE MEMORIA

 

 

 

 Desde Buenos Aires, saludo a los que escuchan El Club de la Pluma. Soy Lidia Rodríguez Olives

 

 A 214 años del histórico 25 de mayo, vale la pena indagar sobre las motivaciones que los argentinos llevamos a esos festejos. Porque queda claro que no todos recordamos lo mismo. En el imaginario de nuestra sociedad existen varias revoluciones.

 

 Por un lado, están los portadores de lo mínimos. Saben que España había sido invadida; que su rey, Fernando VII, estaba prisionero de Napoleón; oyeron hablar de Bayona y, sólo a veces, la vinculan con José Bonaparte; el “juntismo” no les suena a nada y el Consejo de Regencia, menos todavía. Si tenemos suerte, identificarán a Cisneros como el último Virrey del Río de la Plata. Y, en un verdadero “per saltum” intelectual, llegarán a la formación de la Primera Junta, aunque sin saber muy bien cómo ni por qué. Para ellos, la Revolución es eso. Y pasando por espacios comunes que mezclan el mito con la Historia, hablarán del “primer gobierno patrio”, del pueblo en las calles queriendo saber, de French y Beruti repartiendo cintas celestes y blancas, de la lluvia y los paraguas, de los vendedores ambulantes y el triunfo sobre la dominación extranjera. Dibujarán el Cabildo, pero rara vez lo reconocerán como única institución criolla, y aunque puedan recitar la nómina de integrantes de la Junta, no existen para ellos diferencias entre Moreno y Saavedra, Azcuénaga y Belgrano o Matheu y Castelli. En sus cabezas, han hecho de 1810 un verdadero Cambalache.

 

 El relato más potente y que ha mostrado mayor persistencia en el tiempo, es el de la Revolución vista como una gesta patriótica en la que triunfaron la libertad y la igualdad. Gesta que fue el primer paso para la construcción de un modelo de país que nos llevó, un siglo después, a ser una “potencia mundial”. El “faro de Occidente”, afirmó hace un tiempo Milei. Es el relato de los liberales devenidos en libertarios. El de la SRA, el de la agroindustria y grandes exportadores de alimentos, el de todos los sectores vinculados a un modelo de perfil extractivista y dependiente. Los que, hoy como en 1810, ocultan el coloniaje de una nueva dependencia con palabras resonantes: abrirse al mercado, atraer inversiones, explotar ventajas comparativas. En 1810, defendieron el libre comercio y los intereses de unos pocos con la misma vehemencia con que hoy defienden el Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones que propone el gobierno y que nos conducirá, como lo hizo hace más de 200 años, a una Argentina dependiente, sin industria ni bases para un desarrollo sostenible, violenta y excluyente, económicamente unitaria, políticamente centralista y con una pobreza vergonzosa que contrasta con la opulencia de sus clases dominantes. Porque en esa Argentina que se gestó en 1810, que maduró en 1900 y que tanto admira Milei, la pobreza ascendía al 75%, según el informe Bialet Masse de 1904.  

 

 La derrota de Moreno frente a Saavedra no fue un mero desplazamiento como fruto de una interna. Significó el triunfo de un modelo de nación sobre otro muy distinto. Los sectores ganaderos y comerciantes lograron, a partir de entonces, diseñar un país para su entero beneficio, condenando a la ruina al resto del territorio. El libre comercio y la tiranía del puerto de Buenos Aires arruinaron las economías regionales que, hasta entonces, habían sido los sectores más dinámicos del imperio español. Comenzaron a gestarse las condiciones para una “nueva dependencia”, no ya con metrópolis decadentes sino con la más pujante Inglaterra. Los que a lo largo de nuestra Historia condenaron al país a un retraso permanente imponiendo sus intereses por encima de los de la Nación; los que condicionaron y derrocaron gobiernos con golpes de Estado y de mercado; los que construyeron su fortuna sobre la miseria de las mayorías son los más fervientes defensores de este relato. En él, sus privilegios se sostienen apelando a un linaje patricio que se remonta a los orígenes mismos de la patria. Pero somos muchos los que sabemos que, ya en 1810, eran todos contrabandistas que, al calor de las luchas revolucionarias, se apropiaron del más decoroso título con el que luego Mitre los ingresará en la Historia: “patriotas”. Cambio de signo equiparable al ocurrido en abril en el foro del Llao Llao, Bariloche, donde, con la impunidad de siempre, los herederos de aquellos contrabandistas, que hoy practican por estas tierras el eterno deporte de la evasión fiscal, dejaron de ser delincuentes para convertirse en héroes con la bendición presidencial.

 

 Y, finalmente, está el discurso histórico centrado en aquellos que fueron portadores, en 1810, de las ideas más progresistas; que pensaron un modelo de país con desarrollo e inclusión; que apostaron tempranamente no sólo por la independencia política sino también por la económica; que colocaron la voluntad general en la base del orden institucional. Los que fueron derrotados por la Revolución para luego ser ignorados y degradados por la Historia Oficial. Para este discurso, Belgrano, Moreno y Castelli son la mejor expresión de 1810.

 

 Para la Historia descafeinada que tanto nos gusta a los argentinos, Mariano Moreno, que ocupó el cargo de Secretario de la Primera Junta, siempre será el que se enfrentó a Saavedra, su presidente. Sin ahondar demasiado en la naturaleza del conflicto, no le faltará a su biografía el toque romántico y melancólico con que la Historia Oficial salpica la vida de muchos de nuestros próceres. Murió en alta mar y mucha tinta se ha gastado en novelar este hecho al mejor estilo Agatha Christie: ¿fue por causa natural o acaso lo asesinaron? Así, su intensa y prolífica vida revolucionaria será una cuestión secundaria. Su enfrentamiento con Saavedra giró en torno a la forma de concebir el nuevo ordenamiento institucional. Fuertemente formado en las ideas de la Revolución Francesa, Moreno sostuvo siempre los principios de división de poderes y publicidad de los actos de gobierno, y rechazó que recayera sobre los funcionarios cualquier tipo de privilegios. Por eso fundó, en junio de 1810, La Gaceta de Buenos Aires, instrumento a través del cual las autoridades daban cuenta de sus acciones. Por eso firmó, en diciembre del mismo año, el Reglamento de Supresión de Honores, que prohibía halagos y ceremonias especiales para los miembros del gobierno, afirmando que ningún ciudadano, “ni ebrio ni dormido”, podía quebrantar el sagrado principio de la igualdad. Y por eso se opuso a la formación de la Junta Grande con los diputados del interior: el Ejecutivo y el Legislativo debían estar separados. Su derrota significó la temprana consagración de principios autoritarios en la gestión de gobierno, herencia de la cual no terminamos de desprendernos.  

 

 En una fuente de la época podemos leer: “Los indios son y deben ser reputados con igual opción que los demás habitantes nacionales a todos los cargos, empleos, honores y distinciones por la igualdad de derechos de ciudadanos (…) Ordeno que, siendo los indios iguales a todas las demás clases en presencia de la ley, deberán los gobernadores intendentes dedicarse con preferencia a informar de las medidas inmediatas que puedan adoptarse para reformar los abusos introducidos en perjuicio de los indios (…) En el preciso término de 3 meses contados desde la fecha deberán estar ya derogados todos los abusos perjudiciales a los naturales y fundados todos los establecimientos necesarios para su educación, sin que a pretexto alguno se dilate o impida el cumplimiento de estas disposiciones”. Es la Proclama de Tiahuanaco, firmada el 25 de mayo de 1811 en el Alto Perú por Juan José Castelli. Vocal de la Primera Junta, brillante orador y defensor de la definitiva independencia de España, Castelli fue también el más claro portador de las ideas de igualdad. Pero la Revolución porteña, blanca, oligárquica y autoritaria que triunfaba en Buenos Aires jamás le perdonó semejante osadía. Fue encarcelado, juzgado y condenado. Y con su muerte, también se enterraron sus ideas, abriendo al porvenir las puertas del racismo y la violencia.

 

 El 20 de junio es, en Argentina, el día de la Bandera. La fecha recuerda la muerte de Manuel Belgrano, su creador. Ardua tarea la de desvincular su figura, de brillante intelectual y primer economista en el Río de la Plata, del simple acto al que siempre viene unida. Nunca serán bastantes los esfuerzos que dediquemos a recordar que Belgrano, vocal de la Primera Junta, produjo una serie de escritos económicos desde el Consulado de Comercio de Buenos Aires. Cierto es que el 2 de junio, día de su nombramiento en el cargo, ocurrido en 1794, es también el día del economista. Pero no es menos cierto que eso no le importa a nadie. En sus escritos podemos ver el país con que su incansable mente soñó. Soñó un país industrial y así lo expresó: “todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño es conseguir, no sólo el darles nueva forma, sino en atraer las del Extranjero, para ejecutar lo mismo y después vendérselas”. También, con un país de pequeños y medianos propietarios: “no ha habido quien piense en la felicidad del género humano que no haya traído a consideración la importancia de que todo hombre sea un propietario para que se valga a sí mismo y a la sociedad. Por eso se ha declamado tan altamente a fin de que las propiedades no recaigan en pocas manos”. Para la Argentina agroexportadora, terrateniente y oligárquica, el creador de la bandera era inofensivo; el economista, letal.

 

 Carbonell decía que para un pueblo recordar es existir; perder la memoria, desaparecer. Y si en este ejercicio permanente sobre nuestro pasado, que desafía el discurso dominante, encontramos que otra Argentina fue, es y será posible, más allá de la suerte corrida en 1810, Belgrano, Castelli y Moreno habrán triunfado para siempre.

 

 Desde Buenos Aires, les mando un gran abrazo a los oyentes de El Club de la Pluma

 


PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

Profesora de Historia

 Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

 

 

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