LA NECESARIA REVOLUCIÓN
ÉTICA
A cuarenta años de la recuperación de la
Democracia que nos costó lograr, sentimos, muchas veces, que el sistema no se
nutre de la ética que lo justifica. Debemos tener presente que, desde siempre, la
ética ha guiado el comportamiento humano y el desarrollo cultural.
Sin embargo, en una perspectiva pragmática,
sin juicio ético, hubo momentos en los que se nos hizo creer que, en nuestro
país, para mantener esta Democracia, debíamos aceptar una dosis de corrupción,
porque atacar los vicios existentes en el poder, en general, nos podría llevar
al caos. Todavía resuena en los oídos esas opciones electorales que pregonaban
que, entre la estabilidad monetaria dolarizada y la lucha contra la corrupción,
la sociedad tenía que optar por lo primero. A su vez, ahora se nos invita a un
“cambio”, pero sin una direccionalidad que nos oriente bien, parece más un
salto al vacío, que un avance moral en civilización democrática.
Todo ello planteado también, desde espejismos
económicos mentirosos, que solo beneficiaron y benefician a pocos y nos
endeudaron a todos/as, dejándonos en manos de la usura en general y los fondos
buitres.
Lamentablemente, el mensaje tramposo penetró
hondo en la conciencia social. Ahora se sienten las consecuencias negativas de esas
falsas opciones, intrínsecamente inmorales.
A lo que hay que sumar, la crudeza con la que
se trató y se trata de matar valores e ideales democráticos, con un pragmatismo
individualista, bajo el pretexto de que han muerto las ideologías.
En ese contexto, resulta inaceptable que se
proponga como puntos referenciales, por parte del candidato a presidente Javier
Miley, del partido La Libertad Avanza, por ejemplo, cuando dijo: “Si yo tuviera
que elegir entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia, porque la mafia
tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente y, sobre todas las cosas, la
mafia compite”. Esa propuesta tramposa, nos invita a formarnos en ámbitos criminales
para hacer un Estado mejor, por supuesto, desde una ética delictiva lo que es
inaceptable. Aún más, con tremendo mal gusto, llegó a decir que “El Estado es
el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en
vaselina”. Asimismo, sostuvo Milei que, “el Papa Francisco es el
representante del Maligno en la tierra”, porque pregona la justicia social.
Agrega que, “habría que informarle ‘al imbécil que está en Roma’ que `la
envidia, que es la base de la justicia social, es un pecado capital´”. Aún ´más
llega a afirmar que: “La venta de órganos es un mercado más” y otras
incongruencias más.
Todo lo antes referido implica la ruptura total de
las brújulas esenciales que nos deben guiar, en un sistema Democrático
respetuoso de los Derechos Humanos.
Revoluciones democráticas
Tenemos que llevar adelante la necesaria
revolución democrática faltante, en nuestro país.
Repárese que la primera gran revolución democrática
la dio la ley que instauró el voto universal, secreto y obligatorio, que
permitió, en 1912, que los sectores marginados en la toma de decisiones
políticas, particularmente, los gauchos, los inmigrantes y sus descendientes,
lograran ejercer el derecho de participar activamente, ser tenidos en cuenta y
contribuir, de manera eficaz, al engrandecimiento del país.
Luego, vendría la segunda revolución
democrática, en 1947, con la consagración del voto femenino. Ello incorporó a
la mujer en las determinaciones democráticas. Se produjo otro importante avance
que estaba, injustamente, demorado.
Pero todavía no se ha podido profundizar el
pacto que hace a la esencia de la Democracia, que es la revolución ética faltante.
Por mucho tiempo hemos diferido encarar las
aristas corruptas y viciosas que desnaturalizan el sistema democrático, y esa
infidelidad con el mismo nos llevó a vaciarnos y vaciar de esperanza el futuro.
En esa perspectiva, no se puede ignorar, entre
otras realidades, la inmoralidad que implica aceptar la pobreza y el desempleo como
una situación dada, cuya solución se deja librada solo al mercado.
Hoy, es imprescindible, en Democracia y desde
ella, encarar la revolución ética faltante. Debemos transformar en poder
político la voluntad firme de toda la sociedad de dar vida y eficacia al
contenido moral que presupone la plena vigencia del sistema institucional.
Rescatar la política de la
corrupción
Resulta importante rescatar la política como
el instrumento que busca consensos y que ayuda a avanzar entre todos/as para el
bien común. En ello no se puede asumir, necesariamente, la idea por la que se
sostiene que todos los políticos son corruptos, tratados como “casta”, porque
la generalización indiscriminada no es verdad. Lamentablemente, de esa manera, también
se desvalorizan los valiosos esfuerzos y entrega a lo público de muchos/as. Además,
ello facilita que se abra la puerta a los que no les importa nada, que logran,
de esa manera, asumir a cargos representativos o de gestión gubernamental, sin
pudores.
A su vez, en el compromiso con su pueblo, se
necesitan políticos que no sean construcciones en las que, como productos, se los
impone, básicamente, con slogans edulcorados, en los que no se explican las propuestas,
ni se debaten las mismas, eliminando el necesario intercambio democrático de
ideas y planes.
Las decisiones democráticas no pueden quedar
sólo en manos de gurúes del marketing
político. Esto último se transforma más peligroso, cuando los grandes costos
que significa encarar propagandas reiterativas y abrumadoras, que aturden el
juicio crítico, puedan terminar financiadas por el narcotráfico, las mafias o
la usura, y de esta forma, se anuden compromisos con el poder político, de
impunidad y complicidades inaceptables.
Hay que trabajar una cultura de transparencia,
de control y de rendición de cuentas gubernamental, porque la corrupción es
hija de la oscuridad.
También debemos comprometernos y participar en
Democracia, como un imperativo moral y de ninguna manera decir que,
necesariamente, entrar en la política es “tirar a los perros la reputación”.
Además, en este momento, la tecnología digital
nos propone nuevos desafíos, especialmente, para el desarrollo de una nueva
sociedad basada, ahora también en la Inteligencia Artificial. En ella los
aportes de la tecnología digital deben asegurar un modelo de sociedad, montada
sobre valores éticos, no solo sobre algoritmos matemáticos.
Queda claro lo imprescindible que es, que se
encare la revolución faltante, transformando en poder político, la voluntad
firme de toda la sociedad de dar vida y eficacia, al contenido ético que
presupone la plena vigencia del sistema democrático y los valores que lo nutren.
Dr.
MIGUEL JULIO RODRÍGUEZ VILLAFAÑE
Abogado
constitucionalista
y
periodista de opinión
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