RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

viernes, 3 de noviembre de 2023

EL CLUB BILDELBERG - RED TAVISTOCK - Parte XXII - PROF. VIVIANA ONOFRI

 

EL CLUB BILDELBERG

LA ÉLITE QUE DOMINA EL PLANETA

RED TAVISTOCK

LAVADO DE CEREBROS A ESCALA MUNDIAL

Desde el Renacimiento, los proyectos de ingeniería social para estimular la destrucción del arte musical y sus consecuencias

Parte XXII

 

 Un cálido abrazo a la distancia a toda la querida audiencia de EL CLUB DE LA PLUMA.

 Mi columna de hoy continuará con una extensa reflexión de la mano de los lineamientos conceptuales del Dr. Daniel Estulin en sus libros LA VERDADERA HISTORIA DEL CLUB BILDELBERG, EL INSTITUTO TAVISTOCK y METAPOLÍTICA. Hoy, en particular, ahondaremos sobre la música y el arte de destrucción. ¿Suena extraño, no?

 

 Comenzaremos con una retrospectiva que nos situará en noviembre de 1923, fecha en que los círculos de la alta sociedad de Nueva York bullen de emoción y regocijo. Vuelan los telegramas entre Nueva York, París y Londres llevando la noticia del importante hito que se ha alcanzado en la música de los Estados Unidos: el último grito de la cultura. La noche de la víspera, en Nueva York, la soprano Eva Gauthier había hecho lo impensable. En el recital que ha dado en un importante teatro de música clásica, ha interpretado una selección de temas de jazz, acompañada al piano por su autor, George Gershwin. Ese concierto representaba el fruto del esfuerzo realizado durante dos décadas por dichos círculos.

 Obviamente, hubo que adoctrinar a los críticos de Nueva York respecto de la manera correcta de interpretar el significado de ese concierto y los críticos respondieron obedientemente. Gershwin era un genio.

 

 En diciembre de 1925, la Filarmónica de Nueva York, estrenó el Concierto en Fa para piano y orquesta, una amalgama dulcificada con sacarina de melodías de jazz con ecos de blues y el estilo armónico de los modernos de París (Stravinski, Ravel). Desde luego, el giro dado por Gershwin no se libró de las críticas de algunos detractores.

 La vulgaridad musical de Rhapsody in Blue, que había sido el primerísimo intento que había hecho Gershwin de escribir algo que fuera más exigente que una canción popular, era tal que varios críticos se sintieron obligados a alzar una voz de protesta. El estadounidense medio además puso objeciones a las canciones de Gershwin por su contenido pornográfico.

 El tema Do it Again, estuvo prohibido durante años en las emisoras de radio por su descarada alusión al sexo. Y ese clima creado en la prensa y en los medios, por quienes fomentaron la fusión del jazz con la música “seria” hacía crecer las voces de la oposición, pero el jazz se había vuelto respetable y había entrado en las salas de concierto. Había que escribir jazz y no sólo canciones, sino también partituras para orquestas, músicos o lo que fuera.

 

 La fusión de temas populares americanos y música “seria” que lanzó Gershwin durante los años veinte, constituyó el punto de inflexión que situó a toda la música, no sólo a la de los Estados Unidos, sino a la del mundo entero, dentro de un marco filosófico y social estrictamente aristotélico, porque a resultas de que se aceptase la fusión del jazz y de los clásicos, rápidamente quedó eliminado de la música cualquier objetivo intelectual y moral. El adolescente drogado de hoy que, en un acto de rabia infantil y antisocial, afirma que tiene derecho a exhibir su propio gusto musical poniendo música rock a todo volumen para que se escuche a varias calles de distancia, no está haciendo otra cosa que llevar el legado de Gershwin hasta las últimas consecuencias.

 

 El oyente que tenga una relación especial con música de compositores como Haydn, Beethoven, Brahms, Bach, Mozart, comprenderá en el acto de qué estamos hablando. Casi todos los adultos, cuando se les recuerda el estado actual de los valores morales y el deterioro intelectual de los jóvenes, conceden de inmediato que diversas formas musicales de hoy en día, en tanto homólogas del jazz moderno representan un material cultural y recreativo lastimosamente degradado. Ni hablar del reggaetón.

 No obstante, el estadounidense medio se sorprendería y hasta podría escandalizarse, si se le dijera que casi todo lo que él cree que es música popular americana, no sólo tuvo sus cimientos en el fascismo, sino que además fue alimentada, poco a poco, por los círculos de poder de Gran Bretaña, que giraban en torno a la Clínica de Tavistock.

 

 Parte de su plan, a largo plazo, era subvertir la base cultural de la independencia americana. Los mismos círculos que defendían y dirigían la institución de los esclavos en Estados Unidos, así como el comercio de esclavos, cultivaron los elementos más retrógrados y supersticiosos de la cultura negra de los esclavos a través del patrocinio de las sectas fundamentalistas de los siglos XVIII y XIX. Esos mismos círculos, sirviéndose de la odiosa y racista tradición de imitar el rostro de un negro, parodiaron sádicamente la propia imagen de los negros que ellos mismos habían creado y Estados Unidos lo aceptó como espectáculo.

 Los mismos círculos construyeron a continuación un imperio de muchos millones de dólares sobre esa parodia racista, con el fin de fomentar una moral infantil y regresiva de la población en general y esa falsa imagen de los negros, con el objeto de continuar con ese proceso regresivo de la población, hasta el punto de generar una franca psicosis colectiva. Hoy se nos presenta la degeneración moral de la juventud como el fruto de todos esos esfuerzos.

 

 Y ese éxito de Grershwin en los años veinte, se debió exclusivamente al resultado de un premeditado plan de la cerrada oligarquía que tiene su centro en Londres, oligarquía que representa el más alto nivel en el diseño de políticas, a lo largo de los dos últimos siglos, el Imperio Británico. Dicha oligarquía lleva siglos, desde el Renacimiento europeo, empeñada en impedir la creación de repúblicas industriales modernas que tomen como ejemplo las circunstancias en las que se fundó Estados Unidos.

 

 El crecimiento de esos Estados nación, orientados hacia la ciencia, ha sido una continua amenaza para el fundamental requisito sociopolítico del gobierno oligárquico: mantener a la población de todo el mundo en un estado de atraso que les permita manipular e instaurar una economía feudal basada en el trabajo de los siervos.

 A lo largo de la historia, esta facción y sus ancestrales homólogos se han valido de diversas formas del arte para reforzar el pensamiento mágico, la superstición y las concepciones propias de las personas incultas, con el fin de inducir a un irracionalismo paranoico e infantil en las poblaciones que pretenden controlar. Pero el interés de Gran Bretaña por el arte no se limitaba a los Estados Unidos, también se llevaron a cabo esfuerzos parecidos en Francia y Alemania, que ya se perfilaban como repúblicas industriales.

 

 A partir de la segunda y la tercera década del siglo XIX, hubo personajes pertenecientes a los círculos dirigentes de Gran Bretaña que patrocinaron el movimiento “romántico-futurista”, centrado en París, de Franz Liszt y Richard Wagner, con el fin de subvertir la tradición musical de Bach, Mozart y Beethoven. Dicha operación fue financiada generosamente por la familia de banqueros Rothschild. La doctrina de la aniquilación del arte era tan solo el medio popularizado a través del cual la nobleza gobernante británica buscaba romper el espinazo a la élite política republicana que dirigía el progreso industrial y científico de Europa.

 

 Las músicas de Wagner, Liszt y Berloiz marcaban el ritmo. Durante ese período, los británicos lanzaron numerosas operaciones políticas dentro de las artes. Más avanzado en el siglo, se formó la secta profeudal de la Hermandad Prerrafaelista que fue la base de la escuela de música, pintura y literatura del París del siglo XX. Y así, dentro de esos círculos, asociada a la música de Wagner, basadas en las teorías de la raza aria presentes en sus dramas musicales, contribuyeron al movimiento de la Alemania nazi. Y, aunque parezca mentira, la música de Wagner también sirvió de inspiración al desarrollo del sionismo dentro del judaísmo.

 

 Gertrude Stein, más que ningún otro artista, tuvo un papel fundamental dentro del movimiento del arte primitivista durante las primeras décadas del siglo XX en París. Su influencia llegó a impregnar a los músicos negros de jazz entre los años treinta y cincuenta.

 

 Stein, todas las noches, en su salón de París, entretenía a un círculo frecuentado por los pintores Picasso, Matisse y Diego Rivera, los escritores estadounidenses Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, los compositores Maurice Ravel y Stravinski, y muchísimos más, que pronunciaban frases como: “Todos vosotros pertenecéis a una generación perdida” y “Vuestro arte es un arte de destrucción”, una y otra vez.

 

 La música invoca las emociones del ser humano de forma muy convincente y directa; educa y moldea en la persona el sentimiento de identidad que alberga. Así pues, alguien que se haya criado y educado en la tradición de la música polifónica basada en el método de Platón, interioriza un sentimiento de identidad que ubica al “yo” dentro del proceso de perfeccionar la humanidad en su conjunto respecto de temas universales. Esa persona se alzará en defensa de los menos privilegiados, según los valores universales, se subordinará a la idea de perfección de la especie humana, como un todo, de la que ninguna parte es prescindible.

 Desde este punto de vista, es de importancia crucial reconocer que la propia república de Estados Unidos no se fundó sobre el principio de “libertad, sino sobre el concepto humanista neoplatónico de la perfección.

 

 Perversamente, los músicos que contrataban las compañías discográficas para crear jazz y blues eran reclutados en el submundo del crimen organizado, el menudeo de drogas y la prostitución. Para crear blues, se hacía una selección de prostitutas y homosexuales negros, se trazaban los perfiles y se escogían los que eran capaces de transmitir la imagen más profundamente obscena de degradación personal.

 

 A principios de los años cincuenta, el proyecto de ingeniería social se centró, bajo la dirección de la Inteligencia Británica, en el infame programa MK-ULTRA que dio lugar en los años sesenta a la explosión del LSD, y en los setenta, a la epidemia de drogas que asoló a la juventud estadounidense.

 

 Me despido de ustedes agradeciendo su amable atención, no sin antes introducir el tema musical que escucharán. Se trata de una sonata de Mozart para piano y orquesta, conocida como la Marcha Turca.

 Espero, sinceramente, volver a encontrarlos en una emisión más de EL CLUB DE LA PLUMA.

 

VIVIANA ONOFRI

Profesora en Letras

 ex catedrática de la Universidad Nacional de Mar del Plata

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