RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

lunes, 30 de octubre de 2023

EL CLUB BILDELBERG - RED TAVISTOCK - La función de la publicidad - Parte XXI - PROF. VIVIANA ONOFRI

 

EL CLUB BILDELBERG

LA ÉLITE QUE DOMINA EL PLANETA

RED TAVISTOCK

LAVADO DE CEREBROS A ESCALA MUNDIAL

La función de la publicidad

 La envidia se convierte en la necesidad de destruir

Parte XXI

 

 

 Un cálido abrazo a la distancia a toda la querida audiencia de EL CLUB DE LA PLUMA.

 

 Como desde hace más de cuatro meses, mis columnas serán una amplia reflexión sobre temáticas insospechadas; algunas, muy novedosas y, otras, absolutamente, desestructurantes. Siempre de la mano de los libros del Dr. Daniel Estulin: LA VERDADERA HISTORIA DEL CLUB BILDELBERG, EL INSTITUTO TAVISTOCK y METAPOLÍTICA.

 

 Como hemos señalado, la televisión es el medio más eficaz de aplicar el lavado de cerebros de la RED TAVISTOCK, pero no es el único. La avenida Madison de Nueva York, epicentro de la publicidad, también ha aportado su granito de arena y, por extensión, el “culto a los famosos” contribuye a difundir ampliamente lo que Tavistock quería que creyéramos. En los años veinte del siglo pasado, Edward Bernays convirtió la propaganda en tiempos de paz en relaciones públicas.

 Y esas relaciones públicas crearon la sociedad de consumo, que, según se decía, iba a ser la guinda de la tarta del capitalismo de libre mercado. Las relaciones públicas consolidaron las teorías de la psicología de masas y los planes que tenían las empresas y los políticos de influir en las creencias de los ciudadanos apelando, por encima del intelecto, directamente a las emociones y los instintos.

 

 La gente ya lleva más de cincuenta años viendo anuncios publicitarios que, mediante un inteligente uso de imágenes y música, intentan manipular los impulsos inconscientes y los instintos para vender sus productos. Si lo analiza, verá que, en lo que se refiere al estímulo emocional y no racional, prácticamente no hay diferencia entre ver series de televisión y ver publicidad en la televisión. Las dos cosas venden un mismo punto de vista. Sin charlas, sin clases. Sin decirnos esto es lo correcto y esto es lo incorrecto. Se limitan a expresar, a través de experiencias ajenas, cómo es cómo puede ser la vida para el grupo de población al que va dirigido.

 

 A juzgar por lo que aparece en la publicidad hoy en día, podemos deducir que hay personas creativas, que poseen recursos y carecen de escrúpulos, intentando constantemente descubrir qué cosas valora la gente, para a continuación buscar la manera de vincular su producto a las estrellas. Precisamente por su misma razón de ser, no existe ningún producto capaz de ayudarnos a alcanzar los ideales que se nos prometen visualmente como, por ejemplo, la unión familiar, el poder personal, la autoestima, la sociabilidad, la seguridad, el atractivo sexual y una orientación clara dentro de un mundo cada vez más confuso.

 

 La publicidad es el proceso de fabricar GLAMOUR y el GLAMOUR ES EL ESTADO DE

SER ENVIDIADO. Por lo tanto, la publicidad habla de la felicidad solitaria que le llega a uno cuando es envidiado por los demás. Pero la envidia tiene un lado siniestro. Desde la Edad Media, la envidia ha sido la palabra que mejor identifica las causas del sufrimiento humano. Al igual que la desesperación, la envidia se deriva de la separación de la persona respecto del objeto de deseo, más la sensación de impotencia al no poder alcanzar lo que se desea. En la envidia, la necesidad de conseguir se convierte en la necesidad de destruir. Fuerte, ¿no?

 

 La publicidad también es la versión de la mitología que se da en la cultura del consumo.

 Ninguna sociedad existe sin contar con alguna forma de mito. Así pues, no es de sorprender que una sociedad que está basada en una economía de producción y consumo en masa, desarrolle un mito propio en forma de anuncio publicitario. Al igual que el mito, la publicidad se sirve de lo extraordinario para aplicarlo a lo trivial. ¿Para qué iban a querer los creadores de anuncios evocar la envidia y el odio?

 

 Los anuncios publicitarios cargados de imágenes repletas de valores que no guardan relación con el producto pueden alejarnos de los mismos valores que están explotando,

confundirnos acerca de cómo hay que alcanzar dichos valores y abrir la puerta a la desesperanza, el resentimiento y la apatía. Como los productos no proporcionan la recompensa psíquica que prometían las imágenes del anuncio, nos quedamos con la duda de si habrá algo que la proporcione.

 

 Si continuamos con esa duda, terminaremos deprimiéndonos y viendo casi todos los productos rodeados de un agujero negro, el negativo fotográfico de su antiguo resplandor, el agujero negro de las promesas incumplidas. Y en ese agujero negro que no es sino la explotación por parte de la publicidad de muchas imágenes ideales, se mete cualquier religión que prometa romper el círculo de la idolatría y conectarnos con el único ideal grandioso que trasciende a todos los demás: la inmortalidad, la conciencia cósmica, la iluminación, Dios, el yo profundo o como demonios se lo quiera llamar.

 

 Haciendo uso de las técnicas que son fundamentalmente religiosas, la publicidad, sin

darse cuenta, está haciendo publicidad de la religión. Vista como religión, la publicidad estimula a la gente a que crea que los ideales más vívidos y más atrayentes de nuestra cultura son fáciles de alcanzar, sólo con que demos con el producto adecuado y, por extensión, acertemos con el sabor, la filosofía, la iglesia, el gurú, la secta y hasta los fármacos que mejoran el rendimiento.

 

 Y el éxito de la publicidad moderna es el reflejo de una cultura que por sí misma ha preferido el espejismo a la realidad. La cultura del siglo XXI está guiada por ideales inalcanzables: belleza absoluta, igualdad y felicidad. La publicidad fomenta la desesperación: en primer lugar, rodeándonos de imágenes de una perfección inalcanzable y, en segundo lugar, diciendo de forma implícita que ese producto va a proporcionarnos el ideal, cuando en realidad no puede hacer tal cosa.

 

 Y la desesperanza es un producto secundario de la experiencia, que depende del modo en que la publicidad promete proporcionar los valores implícitos en sus imágenes hipernormales. La publicidad nos sugiere que el colmo de la felicidad humana se puede comprar y que el hecho de comprarlo ennoblece al comprador.

 

 La publicidad es meramente un mito moderno que cumple la misma función que la mitología en las culturas de la Antigüedad. Ahora bien, si la publicidad es de verdad un sistema mitológico, sin duda alguna es un mito que ha fracasado en su responsabilidad fundamental, la de aportar identidad personal y significado espiritual a aquellos a quienes va dirigido.

 

 Me despido de nuestra querida audiencia, agradeciendo su amable atención y esperando que volvamos a encontrarnos en otra edición más de EL CLUB DE LA PLUMA. El tema musical que elegí no necesita explicación alguna.

 


VIVIANA ONOFRI

Profesora en Letras

ex catedrática de la Universidad Nacional de Mar del Plata

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