EL CLUB BILDELBERG
LA ÉLITE QUE DOMINA EL
PLANETA
RED TAVISTOCK
LAVADO DE CEREBROS A
ESCALA MUNDIAL
La función de la
publicidad
La envidia se convierte en la necesidad de
destruir
Parte XXI
Un cálido abrazo a la
distancia a toda la querida audiencia de EL CLUB DE LA PLUMA.
Como desde hace más
de cuatro meses, mis columnas serán una amplia reflexión sobre temáticas insospechadas;
algunas, muy novedosas y, otras, absolutamente, desestructurantes. Siempre de
la mano de los libros del Dr. Daniel Estulin: LA VERDADERA HISTORIA DEL CLUB BILDELBERG,
EL INSTITUTO TAVISTOCK y METAPOLÍTICA.
Como hemos señalado,
la televisión es el medio más eficaz de aplicar el lavado de cerebros de la RED
TAVISTOCK, pero no es el único. La avenida Madison de Nueva York, epicentro de
la publicidad, también ha aportado su granito de arena y, por extensión, el
“culto a los famosos” contribuye a difundir ampliamente lo que Tavistock quería
que creyéramos. En los años veinte del siglo pasado, Edward Bernays convirtió
la propaganda en tiempos de paz en relaciones públicas.
Y esas relaciones
públicas crearon la sociedad de consumo, que, según se decía, iba a ser la
guinda de la tarta del capitalismo de libre mercado. Las relaciones públicas
consolidaron las teorías de la psicología de masas y los planes que tenían las
empresas y los políticos de influir en las creencias de los ciudadanos
apelando, por encima del intelecto, directamente a las emociones y los
instintos.
La gente ya lleva más
de cincuenta años viendo anuncios publicitarios que, mediante un inteligente
uso de imágenes y música, intentan manipular los impulsos inconscientes y los
instintos para vender sus productos. Si lo analiza, verá que, en lo que se
refiere al estímulo emocional y no racional, prácticamente no hay diferencia
entre ver series de televisión y ver publicidad en la televisión. Las dos cosas
venden un mismo punto de vista. Sin charlas, sin clases. Sin decirnos esto es
lo correcto y esto es lo incorrecto. Se limitan a expresar, a través de
experiencias ajenas, cómo es cómo puede ser la vida para el grupo de población
al que va dirigido.
A juzgar por lo que
aparece en la publicidad hoy en día, podemos deducir que hay personas
creativas, que poseen recursos y carecen de escrúpulos, intentando
constantemente descubrir qué cosas valora la gente, para a continuación buscar
la manera de vincular su producto a las estrellas. Precisamente por su misma razón
de ser, no existe ningún producto capaz de ayudarnos a alcanzar los ideales que
se nos prometen visualmente como, por ejemplo, la unión familiar, el poder
personal, la autoestima, la sociabilidad, la seguridad, el atractivo sexual y
una orientación clara dentro de un mundo cada vez más confuso.
La publicidad es el
proceso de fabricar GLAMOUR y el GLAMOUR ES EL ESTADO DE
SER ENVIDIADO. Por lo tanto, la publicidad habla de la
felicidad solitaria que le llega a uno cuando es envidiado por los demás. Pero
la envidia tiene un lado siniestro. Desde la Edad Media, la envidia ha sido la
palabra que mejor identifica las causas del sufrimiento humano. Al igual que la
desesperación, la envidia se deriva de la separación de la persona respecto del
objeto de deseo, más la sensación de impotencia al no poder alcanzar lo que se
desea. En la envidia, la necesidad de conseguir se convierte en la necesidad de
destruir. Fuerte, ¿no?
La publicidad también
es la versión de la mitología que se da en la cultura del consumo.
Ninguna sociedad
existe sin contar con alguna forma de mito. Así pues, no es de sorprender que
una sociedad que está basada en una economía de producción y consumo en masa,
desarrolle un mito propio en forma de anuncio publicitario. Al igual que el
mito, la publicidad se sirve de lo extraordinario para aplicarlo a lo trivial.
¿Para qué iban a querer los creadores de anuncios evocar la envidia y el odio?
Los anuncios
publicitarios cargados de imágenes repletas de valores que no guardan relación
con el producto pueden alejarnos de los mismos valores que están explotando,
confundirnos acerca de cómo hay que alcanzar dichos valores
y abrir la puerta a la desesperanza, el resentimiento y la apatía. Como los
productos no proporcionan la recompensa psíquica que prometían las imágenes del
anuncio, nos quedamos con la duda de si habrá algo que la proporcione.
Si continuamos con
esa duda, terminaremos deprimiéndonos y viendo casi todos los productos rodeados
de un agujero negro, el negativo fotográfico de su antiguo resplandor, el
agujero negro de las promesas incumplidas. Y en ese agujero negro que no es
sino la explotación por parte de la publicidad de muchas imágenes ideales, se
mete cualquier religión que prometa romper el círculo de la idolatría y
conectarnos con el único ideal grandioso que trasciende a todos los demás: la inmortalidad,
la conciencia cósmica, la iluminación, Dios, el yo profundo o como demonios se
lo quiera llamar.
Haciendo uso de las
técnicas que son fundamentalmente religiosas, la publicidad, sin
darse cuenta, está haciendo publicidad de la religión. Vista
como religión, la publicidad estimula a la gente a que crea que los ideales más
vívidos y más atrayentes de nuestra cultura son fáciles de alcanzar, sólo con
que demos con el producto adecuado y, por extensión, acertemos con el sabor, la
filosofía, la iglesia, el gurú, la secta y hasta los fármacos que mejoran el
rendimiento.
Y el éxito de la
publicidad moderna es el reflejo de una cultura que por sí misma ha preferido el
espejismo a la realidad. La cultura del siglo XXI está guiada por ideales
inalcanzables: belleza absoluta, igualdad y felicidad. La publicidad fomenta la
desesperación: en primer lugar, rodeándonos de imágenes de una perfección
inalcanzable y, en segundo lugar, diciendo de forma implícita que ese producto
va a proporcionarnos el ideal, cuando en realidad no puede hacer tal cosa.
Y la desesperanza es
un producto secundario de la experiencia, que depende del modo en que la
publicidad promete proporcionar los valores implícitos en sus imágenes
hipernormales. La publicidad nos sugiere que el colmo de la felicidad humana se
puede comprar y que el hecho de comprarlo ennoblece al comprador.
La publicidad es
meramente un mito moderno que cumple la misma función que la mitología en las
culturas de la Antigüedad. Ahora bien, si la publicidad es de verdad un sistema
mitológico, sin duda alguna es un mito que ha fracasado en su responsabilidad
fundamental, la de aportar identidad personal y significado espiritual a
aquellos a quienes va dirigido.
Me despido de nuestra querida audiencia, agradeciendo su amable atención y esperando que volvamos a encontrarnos en otra edición más de EL CLUB DE LA PLUMA. El tema musical que elegí no necesita explicación alguna.
VIVIANA ONOFRI
Profesora en Letras
ex catedrática de la
Universidad Nacional de Mar del Plata
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