RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

domingo, 8 de octubre de 2023

ARMENIA Y SUS “FRENEMIES” ATLANTISTAS - LIC. CHRISTIAN CIRILLI

 

ARMENIA Y SUS “FRENEMIES” ATLANTISTAS

 

 Un viejo adagio impuesto por Henry Kissinger, el icónico ex secretario de Estado estadounidense, dice que ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser amigo es directamente fatal. Esto puede aplicarse no solamente con Ucrania, arrastrada a una espantosa guerra con su hermano-enemigo Rusia, por cuestiones económicas y geopolíticas – intereses bah – inherentes a Occidente, sino también, por ejemplo, a la Argentina, endeudada pesadamente durante el gobierno de Mauricio Macri, afiliado a los intereses estadounidenses en todo aspecto.

 

 Puede aplicarse incluso con la mismísima Unión Europea, seducida hacia una desindustrialización por pura solidaridad – o genuflexión – transatlántica. Pero también, incluso, puede aplicarse esta máxima a la pequeña Armenia, un país torturado, con una crónica sufrida, y un espíritu de renacimiento constante, aunque en los últimos años ha venido cayendo producto de decisiones lastimosas, contrarias a sus tradiciones políticas y sus alianzas históricas. Hagamos un poco de memoria, sin remontarnos tanto al pasado.

 

 Armenia y su vecina Azerbaiyán son dos pueblos caucásicos que, como georgianos, chechenos y otros, siempre han estado inmersos en una encrucijada entre tres imperios: el persa, el ruso y el otomano. A ellos debería sumarse, aunque con su insidia habitual pero menos poder de choque, el imperio británico, quien extendió su política de “El Gran Juego” también a la zona. Con la instauración de la Unión Soviética, tanto armenios y azerbaiyanos convivieron en una relativa paz, la cual persistió bajo la dirección centralizada y la fortaleza del Ejército Rojo. Sin embargo, al colapsar el bloque soviético, una importante cantidad de estallidos se sucedieron en el «espacio postsoviético», envalentonados por reivindicaciones nacionalistas, a veces incluso por diferencias étnicas y religiosas, pero fundamentalmente, por la necesidad de crear espacios identitarios nuevos o renovados.

 

 Nagorno-Karabaj, un espacio autónomo dentro de la Republica Socialista de Azerbaiyán, sin embargo, contaba con una población mayoritaria armenia. Eso no fue un problema cuando el gobierno soviético, que intentaba aunar bajo una ideología superadora de los nacionalismos, cohesionaba. El problema, por supuesto, vino después. Cuando el poder soviético empezó a entrar en decadencia, surgieron entonces movimientos irredentistas tanto en Armenia (que quería anexarse Nagorno-Karabaj) como en Azerbaiyán (que quería el control total de la autonomía). Entonces, después de muchos episodios de violencia en ambos lados, en 1991, la parte armenia anunció la formación de la República Popular de Nagorno-Karabaj, más tarde redenominada República de Artsaj, culminando con el asedio y el saqueo de la ciudad azerí de Hocala en la primavera de 1992.

 

 La guerra finalmente se expandió al territorio de Azerbaiyán propiamente dicho, culminando con la firma del Protocolo de Bishkek, en el verano de 1994. Los efectos fueron desastrosos y quedaron en la memoria colectiva: miles de muertos y un resentimiento que se expandió y multiplicó con el tiempo. Nagorno-Karabaj, y algunos distritos adyacentes del propio Azerbaiyán, cayeron bajo control armenio de facto…. No obstante, la ONU desconocía el control de derecho de Armenia de esos territorios. Sin embargo, la sangre estaba en el ojo: en 2016, Azerbaiyán intentaría la captura de esos territorios mayormente montañosos. Ocurriría entonces «la Guerra de los 4 días» (pues duró del 1 al 5 de abril) en el cual, por primera vez, Azerbaiyán capturaría parte del territorio de Karabaj, aproximadamente unas 2000 hectáreas. Era un aviso de lo que sucedería 4 años después y de la voluntad azerí de no renunciar a la soberanía sobre esos territorios. Es más: la situación pudo haber salido peor si no hubiese sido por la intervención de la Federación Rusa, ahora bajo el gobierno de Vladimir Putin, reconstituida como una jugadora global y como un actor de importancia en la vecindad cercana.

 

 Putin logró que se firme un armisticio, de ninguna manera un tratado de paz, y pudo desplegar tropas de paz en la nueva línea de contacto para evitar choques y ataques a la población civil. Los azeríes tenían respeto a la posición rusa y Armenia pudo imponer algunas condiciones gracias a esa espalda. Rusia siempre fue un aliado natural de Armenia desde los tiempos del Imperio Ruso y los zares, aun cuando tuviera aceptables relaciones con los azeríes. Pero Rusia quería mantener la situación equilibrada en el Cáucaso y no simpatizaba con la penetración de Turquía. En tal sentido, Rusia incorporó a Armenia en la Organización del Tratado se Seguridad Colectiva, una especie de mini-OTAN con cláusula 5 pero con la diferencia que las intervenciones en ayuda no eran automáticas sino a pedido del damnificado, haciendo que el bloque actúe como una confederación, no una federación.

 Además, como lo escrito en el papel debe ser correspondido con acciones fácticas, Rusia construyó una base aérea en Erebuni – una de las pocas que tiene desplegadas en el exterior – al sur de la capital Ereván, donde emplea los poderosos cazabombarderos Sukhoi Su-30, y cada tanto, por las dudas, hacía maniobras con su Flotilla del Mar Caspio, capaces de lanzar misiles de crucero Kalibr bien adentro del territorio azerbaiyano, en la frontera marítima del país caucásico, para advertir que su poder está vigente y debe escuchársele.

 Además, Rusia tomó debida nota de las ayudas de Bakú a la insurgencia siria, enviando armas ex soviéticas ¡y drogas Captagón! a través de su aerolínea Silkway.  Pero en 2018 ocurrió algo impensado para los rusos: una Revolución de Color impuso al alborotador serial de perfil neoliberal Nikol Pashinián como primer ministro, expulsando del poder a Serzh Sargsian, un tradicional aliado ruso. Por supuesto, la llegada de Pashinián fue facilitada por la operación profesional de varias ONG occidentales, entre ellas la infaltable Open Society de George Soros, y la embajada estadounidense más grande del mundo… que no se encuentra en Londres, ni en Berlín, ni en Tokio… sino en Ereván. Pashinián, el líder de la pomposamente llamada “Revolución de Terciopelo”, implementó raudamente una plataforma descaradamente antirrusa, eliminando el idioma en las escuelas, purgando militares entrenados por Moscú, evitando los compromisos asumidos en la OTSC, cortando toda colaboración con Rusia en cuestiones de inteligencia y seguridad, y promoviendo intensamente relaciones con Estados Unidos, Reino Unido y Francia. Incluso, desestimó a la diáspora armenia asentada en Rusia y fomentó la comunicación con estadounidense y francesa.

 

 Por si fuera poco, Pashinián profundizó reformas “de mercado” exigidas por instituciones financieras, entre ellas, el FMI. Esa pose era autodestructiva desde el punto de vista de los intereses nacionales de Armenia, pero era coherente con las demandas de sus mentores occidentales. Moscú consideró veladamente ofensivas esas posturas, y una forma de desestimar la ayuda rusa que había detenido el colapso armenio en 2016 en Nagorno-Karabaj. Mientras Armenia se desentendía de su aliado natural, Rusia empezaba a negociar con Azerbaiyán algunos suculentos contratos energéticos, llegando a un buen entendimiento. Aliyev, el presidente azerí, no era tanto. A pesar de sentirse cercano a Turquía y Erdoğan no desdeñaba de tener buenas relaciones con Putin, y en sus entrañas albergaba consagrar los intereses nacionales… entre ellos reintegrar Nagorno-Karabaj a su patria. En septiembre de 2020, entonces llegó el turno. En el curso de una guerra conocida como “la guerra de los 44 días” Azerbaiyán, apuntalado por una economía que explotó gracias al boom energético, armó un ejército potente con la asesoría técnica de israelíes y turcos.

 

 La ayuda turca fue tan fundamental, que el mismísimo Recep Tayyip Erdoğan se encargó de visitar el país antes y después de la corta guerra, sellando una alianza indisoluble. Esa guerra fue el ensayo de lo que podemos ver hoy en día en Ucrania. Uso extensivo de drones – especialmente los Bayraktar turcos – y de la dimensión electromagnética, la llamada guerra electrónica.

 

 Los azerbaiyanos pudieron reconquistar gran parte del territorio perdido en 1994 de Nagorno-Karabaj, incluida la ciudad estratégicamente importante de Shusha. Pashinián, que había despreciado a los rusos, pidió escupidera al Kremlin para evitar la debacle total. Rusia solo ofreció sus buenos oficios de paz y mediación, pero no ayudó militarmente a los armenios pues la República de Artsaj, a pesar de ser étnica y culturalmente armenia, era un estado de facto que no era reconocido ni siquiera por Armenia. Rusia dijo que no podía invocar la OTSC – esa que Armenia había rechazado – porque técnicamente el territorio armenio no había sido atacado. No obstante, Rusia intermedió y evitó una catástrofe humanitaria aun peor. Envió tropas de paz que controlaron el corredor de Lachín, que une Armenia y los territorios de Artsaj aún con población armenia, y los pasos entre Azerbaiyán y Najicheván, la república autónoma azerí del lado occidental, partida en dos de Bakú.

 

 Pashinián tardó un mes en solicitar la mediación rusa y solo lo hizo al saber que las fuerzas armenias de Artsaj ya no tenían posibilidad de frenar a los azeríes. Ni Estados Unidos, ni Francia fueron en su ayuda. El presidente azerí, Ilham Aliyev se convirtió en un héroe nacional al recuperar Nagorno-Karabaj, y se mostró magnánimo al obedecer a los rusos para no continuar la faena, dando “tiempo” para una relocalización de los armenios. Los eventos militares se imponían: Pashinián tuvo que «entregar» gran parte del territorio de Artsaj a Azerbaiyán (raión de Kalbajar, raión de Lachín y raión de Agdam). En realidad, tuvo que confirmar la renuncia. Las otras partes quedaron «pendientes de cesión». Se trataba de la zona central, incluyendo la ciudad de Stepanakert. Pashinián fue repudiado por la población y tratado de traidor. Pero increíblemente, gracias a los apoyos occidentales que lo pusieron allí, se mantuvo en el poder y elucubrando su pase a Occidente. En septiembre de 2023, aprovechando la relativa debilidad rusa en la campaña ucraniana, Azerbaiyán acusó a Armenia de estar fomentando el terrorismo en la zona todavía no cedida y decidió terminar la faena de la reconquista, acelerando la expulsión de armenios de lo que quedaba de Artsaj.

 

 Poco antes, Pashinián había decidido finalmente desairar a Rusia realizando ejercicios militares con la OTAN en territorio armenio, sumándose a la Corte Penal Internacional y hasta mostrando en público su sintonía con Zelenski, resolviendo, además, que el asunto de Nagorno-Karabaj no era un asunto armenio sino ruso. De esta manera, renunciando Armenia a tener un “territorio en disputa”, allanaba su deseo de unirse a la OTAN, que, en realidad, era el sueño de sus mentores.

 

 En el documento «Extending Russia» emitido por la RAND Corporation en 2019, Estados Unidos ponía entre sus objetivos de agotar a Rusia el de explotar las tensiones en el Cáucaso. Armenia cumplió su papel traicionando sus propios intereses nacionales y a su pueblo. Con el asunto prácticamente resuelto, y mientras Rusia ayudó a una penosa pero ordenada retiradas de la población armenia de Nagorno-Karabaj hacia su madre patria, Francia ahora fomenta los buenos servicios de mediación de la Unión Europea… y llega a un acuerdo de asistencia militar con Armenia. Así las cosas, se impone la geopolítica.

 ¡Es la geopolítica, estúpido! (diría Bill Clinton en campaña) Armenia, un pequeño país casi arruinado económicamente, tiene gran valor estratégico para la OTAN porque está situada entre la siempre esquiva pan-otomana Turquía, que dicho sea de paso es miembro atlantista, en el área de influencia histórica de Rusia, como un puente entre el Mar Negro y el Mar Caspio, dos “mare Nostrum” rusos, y con frontera natural con Irán, la gran nación resistente de Asia Central, que para colmos, siempre tuvo una relación especial con Armenia.

 

 Si eso vale imponer a un traidor embaucador y perder las aspiraciones sobre Nagorno-Karabaj, bienvenido sea. Si eso implica que la población armenia en ese enclave sea masacrada o desplazada, son costos a aceptar. Que hay amigos que mejor tenerlos de enemigos, como sugirió el mismo Kissinger.

 

 Les habló Christian Cirilli, espero hallan disfrutado esta columna internacional. Los espero la próxima semana en una nueva entrega, siempre aquí, por el Club de la Pluma.

 


LIC. CHRISTIAN CIRILLI

Analista Internacional

Licenciado en administración UBA De ciencias económicas

 

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