RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

domingo, 6 de agosto de 2023

RECETA PARA DAR VUELTA UNA TORTILLA - LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

 

RECETA PARA DAR VUELTA UNA TORTILLA

 

 

 Como todos los domingos, saludo desde Buenos Aires a los oyentes de El Club de la Pluma.

 

 En tiempos electorales, las noticias vienen y van. Algunas son interesantes, porque nos muestran que hay problemas estructurales que van a requerir soluciones de fondo.

 

 El 30 de julio pasado, una clarificadora nota nos advertía sobre el endeudamiento externo de las empresas privadas. No es un dato menor, porque en una economía donde faltan dólares, más de la mitad del superávit comercial generado entre 2020 y 2022 (para ser más exactos, el 53,7%), se lo llevaron esas empresas para pagar deudas en el exterior. En números, 24.600 millones de dólares. La situación empeora si tenemos en cuenta que todas ellas tienen una balanza comercial deficitaria, es decir, importan más de lo que exportan, lo que obliga al BCRA a cubrir con reservas esa diferencia ¿Qué empresas nos están desangrando? El Grupo Midlin, a través de sus empresas Pampa Energía y Transportadora Gas del Sur; el Grupo Clarín, con Cablevisión y Telecom; Techint, con Tecpetrol; Arcor; Madanes, con Aluar y Roggio, con Clisa son sólo algunos ejemplos. Para Basualdo, esta situación explica “la crisis de reservas, que limita las posibilidades de sostener el crecimiento económico y aumentar la participación de los trabajadores en el ingreso nacional”.

 

 El mismo día nos enterábamos también que las automotrices suspendían la entrega de vehículos y las concesionarias congelaban las ventas porque el Ministro de Economía decidió extender el impuesto país a todos los bienes importados. El objetivo de esta reacción empresaria era, obviamente, tomarse un tiempo para ajustar los precios, a fin de que el impuesto lo pague, finalmente, el consumidor. Porque en Argentina no se fabrican automóviles: se arman con autopartes importadas. Tampoco tiene el sector un perfil exportador: tanto su tecnología como la calificación de la mano de obra están rezagadas, lo que deriva en productos poco competitivos a nivel mundial. Entonces, la industria automotriz también resulta ser una sangría permanente de divisas porque no las genera, pero, sin embargo, las demanda para sus autopartes. Y esta ineficiencia del sector la termina pagando doblemente el consumidor: porque el producto es más caro y porque la falta de divisas para el desarrollo impacta en la sociedad toda. Como si esto fuera poco, sus importaciones se pagan al valor del dólar oficial, pero el precio de los autos lo fijan según el blue, eufemismo utilizado para nombrar el mercado ilegal de divisas, mucho más caro que el oficial.

 

 Y la frutilla del postre es que el comercio exterior, única fuente de financiamiento genuino que tiene Argentina, lo controlan 25 empresas, la mayoría de ellas extranjeras. Esta extranjerización hace que las divisas generadas no queden en el país, sino que sean giradas al exterior, conformando la paradoja que explica en buena parte la crisis económica: producimos una riqueza de la que disfrutan otros.

 

 ¿Conocimos los argentinos tiempos mejores? Y la respuesta es sí. El período industrialista, entre 1950 y 1976 fue el de mayor dinamismo y crecimiento inclusivo: la pobreza era sólo del 8%, el desempleo del 3,5% y los salarios permitían la movilidad ascendente. Es entonces una etapa que los argentinos deberíamos conocer mejor.

 

 Después de la crisis de 1930 se desarrolló la industria liviana. Pero la necesidad de producir maquinarias y equipos profundizó, a partir de 1950, la extranjerización de nuestra economía. Fue el gobierno de Frondizi, entre 1958 y 1962, el que, a través de la Ley 14780, creó el marco normativo para las inversiones extranjeras. Las empresas transnacionales tendrían el mismo tratamiento que las nacionales, habría exenciones arancelarias para sus importaciones y, lo más importante, podrían girar libremente todas sus ganancias. Pero, a pesar de los éxitos iniciales, la “luna de miel” con el capital extranjero duró apenas 10 años. ¿Qué pasó? Que esas grandes empresas no se instalaron en Argentina con un perfil dinámico y exportador. Lo hicieron para cooptar un mercado interno protegido. La transferencia de tecnología fue pobre: utilizaron equipos obsoletos, desinstalados de sus casas matrices. Mientras tanto sus importaciones, las ganancias giradas al exterior y el pago por el uso de patentes y marcas, provocaba una permanente salida de divisas, que complicó aún más nuestras cuentas nacionales. Y la industria automotriz, tan quejosa en estos días, es uno de los mejores ejemplos.

 

 Veinte años después de la experiencia de Frondizi, el diario La Nación publicaba: “Las empresas automotrices son todas grandes empresas transnacionales que llegaron al lugar que ocupan en el mercado mundial compitiendo a brazo partido para ganar cada palmo de ese mercado. Aquí, hace 18 años que operan en una rama protegida, amparadas por regímenes especiales de diverso tipo, y no han logrado un producto capaz de colocarse por calidad y precio en el mercado mundial. Y eso que cuentan con la mano de obra calificada más barata del mundo”. (La Nación. 29 de enero de 1978)

 

 ¿Y las empresas privadas nacionales? Indudablemente crecieron. Pero, siempre reticentes a tomar la iniciativa y arriesgar, su comportamiento se limitó a responder a los mecanismos generados desde el Estado para promover o sostener al sector. Como dijo Aldo Ferrer, “No hay nada genético en el ADN del empresariado argentino”. Los grupos económicos nacionales y las empresas argentinas no han contribuido con una industrialización que impulse el desarrollo de capacidades tecnoproductivas; nunca potenciaron las ventajas dinámicas de nuestra economía ni ayudaron a la construcción de un proyecto viable para una sociedad más igualitaria e inclusiva. Se refugiaron en actividades vinculadas al mercado interno bajo la protección del Estado y fueron los primeros en beneficiarse de las “áreas de negocios” que la obra pública les brindó. Así prosperaron Pérez Companc, Roggio, Bridas, Macri y Techint. Si a eso agregamos su propensión también histórica a fugar capitales, tendremos que reconocer que no tenemos “burguesía nacional”.

 

 ¿Cómo explicar entonces el crecimiento con inclusión social de ese período? A pesar de lo que sostiene la derecha liberal, no fue el mercado sino el Estado el que marcó el pulso de esa etapa. Un Estado que, siguiendo a Mazzucato, podríamos llamar emprendedor. Porque asumió riesgos y creó mercados; desplegó estrategias exitosas y se vinculó con la tecnología, la innovación y el espíritu de progreso. Y esto, a pesar de la inestabilidad política del período, que dificultó el diseño de un programa coherente.

 

 Un Estado que fue empresario no sólo por ser el dueño de empresas que lideraban la producción en su sector, como YPF, Somisa, Petroquímica General Mosconi o Astilleros y Fabricaciones Navales del Estado, sino que poseía acciones en el sector privado, derivadas tanto del cobro de deudas fiscales y previsionales como del salvataje a empresas mal administradas. Esto ocurrió con Siam Di Tella, La Emilia y Winco, cuyo funcionamiento se mantuvo para resguardar el empleo y la paz social. Un Estado que supo derivar el ahorro privado hacia la inversión productiva, a través Caja Nacional de Ahorro Postal. Un Estado que aportó capital no sólo para impulsar el desarrollo de actividades económicas sino para crear nuevas empresas en sectores clave, transformando esa inversión en participación accionaria.

 

 Así se constituyeron Propulsora Siderúrgica SA, Papel Prensa, Álcalis de la Patagonia y la planta de Misiones para la producción de papel de embalar y celulosa. Un Estado inteligente en la construcción de obras de infraestructura que permitieron el desarrollo de verdaderos polos productivos, como la represa de Futaleufu, en la provincia de Chubut, que no sólo generó empleo, sino que hizo grande a Aluar, que en poco tiempo abasteció el mercado interno de aluminio.  Un Estado que, a través de este entramado, demandaba insumos, motorizando el desarrollo de grandes jugadores privados. YPF y Gas del Estado ayudaron de este modo al crecimiento de Pérez Companc, Bridas y Techint.

 

 Entel compraba equipos telefónicos a Siemens y Ferrocarriles Argentinos adquiría coches de pasajeros de la italiana Fiat. Pero también fue proveedor de insumos para empresas de capital privado. Somisa le vendía a Techint y a Acindar, en tanto que YPF, Fabricaciones Militares y Petroquímica Bahía Blanca lo hacían con Electroclor y la transnacional PASA. En 1975, el Estado se encargaba de la totalidad de la producción y distribución de energía eléctrica y de gas natural; de las dos terceras partes de la producción y refinamiento de petróleo; controlaba el sistema ferroviario y de comunicaciones, la mitad del tráfico aéreo y marítimo nacional e internacional y la totalidad de los puertos y astilleros.

 

 También tenía una parte significativa del sistema financiero y de seguros. Más del 40% del capital de sociedades que cotizaban en bolsa estaba en su poder. Su papel como dinamizador del capitalismo nacional es entonces innegable. En 1979, Jorge Schvarzer escribía: “Este complejo fue creado sin ruidos ni estridencias, pero está a la vista, como una formidable prueba de que el sector público tiende a imbricarse con las empresas privadas de manera mucho más variada de lo que se podía haber supuesto hace algunos años”.

 

 Y por ese Estado fueron en 1976. Las reformas estructurales pusieron eje en su destrucción, paso imprescindible para convertir al país en un bastión del interés privado y los beneficios particulares. Reconstruir un Estado para todos debe ser, entonces, nuestra principal bandera. Porque sólo la acción estatal estructura las conductas empresarias, limita sus acciones, define sus estrategias y reasigna de manera eficiente los recursos. No alcanza con votar y ganar. La militancia debe incluir “el día después”, para enderezar la agenda, fijar prioridades y definir políticas públicas que permitan recuperar lo que nos han arrebatado.

 

 Desde Buenos Aires, saludo a todos los oyentes de El Club de la Pluma.

 

LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

Profesora de Historia

Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

 

 

 

  

 

 

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