NO ES
LIBERAL SINO FASCISTA
Desde Buenos
Aires, saludo a los oyentes de El Club de la Pluma
Los argentinos no
deberíamos naturalizar un discurso que, además de frecuente, es también violento,
racista, retrógrado, xenófobo, patotero y facho. Mucho menos, justificarlo. No
alcanza con saber que con esa obscenidad se intenta desviar la mirada de una
economía que se derrumba, de un modelo descarado en beneficio de unos pocos, de
una pobreza encarnada en los sin techo de las calles. Tampoco deberíamos
permitir que el liberalismo nos escriba la Historia a su entera conveniencia,
la mutile, la silencie y, de esa forma depurada, la presente como verdad
indiscutida e incuestionable.
Milei se presenta
como la encarnación misma de Juan Bautista Alberdi. Lo hizo al ganar las
elecciones y también en la firma del Pacto de Mayo. Y la mega ley aprobada en
el Congreso fue bautizada como Bases, emulando el título con que se conoce una
de las obras de ese pensador. Esta estrategia discursiva le permite crear la
ilusión de un “paraíso perdido” que él, siguiendo al “padre de la
Constitución”, recreará para que Argentina, citando sus palabras, pueda estar
otra vez “en la cima, codo a codo con las grandes naciones del mundo”. La
fantasía de una Argentina recién nacida que, forjada a fuerza de liberalismo
económico, logró encumbrarse como potencia mundial, atravesó la formación de
generaciones enteras hasta convertirse en una verdad de la que no está permitido
dudar, inmune a las críticas de historiadores como Natalio Botana que, sin ser
precisamente peronista, nos dice que esa afirmación “no resiste a la más mínima
Historia comparada”.
El Alberdi del que
se jacta Milei fue presa también de esa mutilación de la Historia. Porque este
tucumano nacido en 1810, fue un hombre prolífico en escritos, pero también
contradictorio. Lo muestran su obra y la crítica de sus contemporáneos. Cuando
escribió las Bases, en 1852, su “gobernar es poblar” se convirtió en la síntesis
a favor de una inmigración abierta y espontánea. Sin embargo, 10 años después,
afirmó que poblar es apestar y corromper si se hace con la escoria del mundo. En
1840 se enroló con los unitarios y apoyó el levantamiento de Lavalle contra
Rosas, argumentando que es legítimo el uso de la fuerza para derrocar a un
gobierno en defensa de una causa justa. Pero derrotada la Confederación por las
tropas de Buenos Aires en Pavón, se convirtió en la principal voz opositora, sosteniendo
que “la paz impuesta a cañonazos no es una solución”, porque los conflictos
reaparecerán si no hay acuerdo. Mitre nunca se lo perdonó. Y cuando Alberdi
reclamó, en 1864, el pago de 2 años de sueldos atrasados como representante de
la Confederación en Europa, junto a Rufino de Elizalde firmó una resolución
negándose a reconocer esa deuda. La respuesta que recibió forma parte de esas
páginas enterradas que molestan, no sólo a la Argentina del SXIX sino también a
la actual: “En nuestros Estados, las discusiones de los asuntos públicos se
convierten en lides personales. El adversario es un enemigo personal. La
personalidad reemplaza a la idea y el insulto viene en lugar de la discusión”.
¿Cómo leer
entonces a Alberdi? ¿Qué textos guardan más fidelidad con su pensamiento?
Remitiéndonos a lo que él mismo escribió, es la obra de su madurez la que
condensa toda una vida de reflexión. “Dudo que uno se aleje de la verdad a
medida que más estudia, que más vive, que más observa, que más experimenta”. Y
entonces las Bases no sería su obra más representativa. Porque no fue ni
republicano ni federal sino monárquico y centralista. “La República es un bello
ideal de gobierno. Pero los hombres viven en un mundo real. La República ha
sido y es el pan de los presidentes, el oficio de vivir de los militares, la
industria de los abogados sin clientes, el sufragio de los náufragos de todo
género y la máquina de amalgamar todas las escorias”. Y es en el sistema
presidencialista que tenemos, con sus decretos y poder de veto, donde Alberdi
nos dejó el rastro de su Presidente – Rey.
También es para él
responsable la República de habernos hecho imposible una Historia veraz. Atacó
sin piedad la Historia mitrista, esa que los liberales encumbraron y todavía
hoy defienden como único discurso posible. “Tendrá la Argentina su Historia
poética, fantástica y legendaria que le escribirán los cortesanos al paladar de
la vanidad nacional. Pero su política irá de mal en peor si no tiene un día su
Historia Filosófica. Donde no hay Historia veraz no puede haber política veraz.
No se sabe a dónde se va si no se sabe de dónde se viene”. Y un pueblo
acostumbrado a la fábula no quiere cambiarla por la Historia.
Pero no todo es
contradicción en el mundo alberdiano. Entre los temas que sobrevolaron toda su
vida se encuentran las largas páginas que dedicó a la prensa, a la que acusa de
complicidad y responsabilidad en las guerras civiles. Según señaló, la libertad
de prensa tiene dos enemigos: el tirano y el detractor. Este último es el que rompe
la ley con su pluma, desacredita y condena sin juicio ni proceso,
convirtiéndose en “un vándalo de la tinta y el papel”. Esa prensa, a la que no
duda en llamar “bruta” y “bárbara”, vive la libertad sólo en beneficio del
poder o partido dominante, mientras legitima la injuria para con el antagonista.
Cree que “un adjetivo es un argumento y un ultraje una razón; cree que hoy
puede escandalizar a la sociedad y mañana convertirse en cátedra de moral”. La
describe como una “prensa de combate” donde la violencia, la destemplanza y la
procacidad más extrema del lenguaje han devenido en hábito. Y como si hubiese
podido asomarse al futuro nos advierte: “La tiranía de la pluma es prefacio de
la tiranía del gobierno y el atentado en la palabra, precursor del atentado en
la acción”. Cita para esto el caso de Nicolasa Suarez. Acusada de crímenes por
la prensa (no por la Justicia) y publicado su domicilio, fue apuñalada 2 meses
después. Y esto es posible para Alberdi porque se ha convertido a la prensa en
un ídolo sagrado, en algo intocable, santo, divino, indiscutible, inviolable,
infalible, inmaculado y superior a la paz, a la vida y a la ley. Pero el
libertinaje de la pluma es enemigo de la libertad y, de la misma manera que no
se concibe un gobierno sin freno, tampoco es posible la paz social con una
prensa omnipotente. La vida, la seguridad, la paz, la propiedad y la ley
siempre estarán por encima de la libertad de escribir.
Entonces, uno no
puede menos que pensar que los Jorge Lanata, Nelson Castro, Baby Etchecopar,
Eduardo Feinmann, Nicolás Wiñazki, Viviana Canosa, María Laura Santillán, Luis
Novaresio, Majul, Jonatan Viale, Morales Solá, Marcelo Longobardi, Antonio
Laje, Romina Manguel y otros tantos por el estilo serían para Alberdi el
paradigma del “periodismo bárbaro” del SXXI, como lo fue Bernardo Neustadt en
los 90. Tampoco dudaría nuestro constitucionalista en afirmar que el odio que
destilaron durante años contra Cristina Kirchner fue prólogo del atentado
sufrido por la ex presidenta el 1 de septiembre de 2022. Y para la incitación
permanente a la violencia que tiene en la justicia por mano propia su arista
más peligrosa, también dejó Alberdi alguna reflexión: “El que se defiende del
asesino se hace asesino él mismo si dispone de la vida de su adversario sin ser
necesaria a la salvación de la propia”. Ningún poder, tampoco el de la prensa,
se controla a sí mismo. Es deber de la Justicia entonces ponerle freno porque
la “prensa bruta” no es ejercicio de libertad sino delito. “Los abusos se
repetirán todos los días si los juzgados no se empeñan en reprimir estos
libertinajes como al enemigo asolador de la más hermosa libertad”.
Alberdi dedicó un
amplio espacio a la forma en que se tramita la política en Argentina. Nos
advierte que acá los problemas se resuelven con violencia, y que la violencia e
intolerancia que lo llevaron al exilio no son sino una mínima expresión de las
que subyacen en la sociedad. Esta patología tiene sus causas: “La anarquía del
presente es hija de la anarquía del pasado. Tenemos odios que no son nuestros y
antipatías que hemos heredado. Si no somos capaces de poner fin a esta sucesión
funesta, la anarquía será eterna. Es menester llevar paz a la Historia”.
A su entender,
Argentina también padece un mal que persiste en la actualidad: la omnipotencia
de los partidos políticos. El jefe impone a cada uno de los miembros la
opinión, la actitud, la conducta que ha de tener y la manera en que ha de votar
(pregunten, si no, a Ramito Marra…). Así, se anula la discusión y se silencia
la oposición. Entonces, la pregonada libertad se convierte en ficción, porque
sólo en los gobiernos despóticos no hay lucha ni discusión. La libertad existe
cuando también existe la seguridad de no ser perseguido como culpable por tener
opiniones contrarias al gobierno.
Al final de su
vida, Alberdi reflexionó sobre la experiencia liberal en Argentina, reflexión
que no sólo da cuenta del pasado, sino que se proyecta amenazante sobre el
presente: “Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no
han visto ni conocen…El monopolio del gobierno: he ahí todo su
liberalismo”.
A la luz de estos
escritos, vincular a Milei con Alberdi sólo puede ser el resultado de una
lectura aberrante de la Historia. No es liberal sino fascista. Por su alianza
inconmovible con el capital concentrado; por la explotación y disciplinamiento de
los trabajadores; por la omnipotencia de su voluntad totalitaria; por su
desprecio a la ciencia, al arte, a la educación y a la vida; por sus delirios
místicos; por el cercenamiento de derechos y la persecución de minorías; por su
violencia sin límites. Pero, sobre todo, por el inexplicable apoyo en la
sociedad, la Justicia, la política y la prensa. Recuerdo entonces las palabras
de Francois Furet: “El misterio del triunfo de Hitler está en el consentimiento
de una Nación”.
Les mando un gran abrazo a todos los oyentes de El Club de la Pluma
PROF.
LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES
Profesora
de Historia
Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO
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