RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

domingo, 10 de diciembre de 2023

EL FEDERALISMO ARGENTINO - BREVE HISTORIA - PROF. LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

 

EL FEDERALISMO ARGENTINO - BREVE HISTORIA

 

Hola. Soy Lidia Rodríguez Olives. Saludo a todos los oyentes de El Club de la Pluma.

En las manifestaciones del recientemente electo Javier Milei, un tema concitó incertidumbre y preocupación en los gobernadores. Me estoy refiriendo a su decisión de eliminar los fondos de coparticipación y también las ATN, asignaciones del Tesoro Nacional que el gobierno central gira a las provincias. En el abordaje que la derecha hace de este tema, se da por supuesto que las provincias gastan en exceso, que los gobiernos están sobredimensionados por el empleo público y que este no responde a las necesidades de funcionamiento sino a objetivos de reclutamiento político. Pero sin conocer la historia de nuestro federalismo todo diagnóstico será errado, como también lo serán las soluciones que se quieran aplicar.

La Constitución sancionada en 1853 estableció que Argentina sería una república federal. Porque las provincias preexistieron a la formación del Estado Nacional y se reservaron, en ese momento, espacios de autonomía en la toma de decisiones y una participación en el gobierno central a través de la representación en la Cámara de Senadores. El federalismo implica la unión, bajo un gobierno común, de un conjunto de estructuras menores en condición de igualdad. Pero esa “igualdad” era ya inexistente en 1853.

El inicio del marcado desequilibrio que persiste en la actualidad hay que buscarlo tempranamente en nuestra historia, porque fue la Revolución de Mayo la que produjo un desplazamiento del centro económico de gravedad del interior hacia el Río de la Plata. Y es a partir de allí que el país se divide en provincias ricas y provincias pobres.

La apertura comercial impuesta por la Primera Junta y sostenida por los gobiernos posteriores, benefició a Buenos Aires y a las provincias del Litoral. La ganadería y el comercio crecieron; se amplió el mercado de cueros y aumentó el valor de la tierra. Hacendados y comerciantes prosperaron. Pero esta riqueza se construyó sobre la pauperización del resto del territorio. Porque bajo el dominio español, las provincias del interior habían logrado cierto grado de integración y desarrollo económico. Satisfacían las necesidades locales y generaban excedentes que se comercializaban con otras regiones. La población del Virreinato se abastecía con tejidos de Córdoba, géneros de lino de Catamarca, fajas de Corrientes, vino y coñac de Cuyo, carros y azúcar de Tucumán. Las manufacturas eran el centro de su economía, en tanto que la ganadería era escasa o inexistente. La apertura del puerto de Buenos Aires inundó el territorio de mercancías importadas. El impacto resultó mortal sobre las economías del interior que, por su escaso desarrollo, necesitaban del proteccionismo para poder crecer y estar en condiciones de competir. Pero el interés de comerciantes y hacendados porteños se impuso y la industria doméstica quedó al borde de la ruina.

Las políticas económicas para exclusivo beneficio de las zonas ganaderas del Río de la Plata tuvieron continuidad durante la primera mitad del siglo XIX y fueron la principal causa de las guerras civiles que enfrentaron a Unitarios y Federales. El perjuicio que el libre comercio implicaba para la producción manufacturera del interior cobró visibilidad en los sucesivos reclamos de los gobernadores. En 1816 San Martín, desde la gobernación de Cuyo, pedía al Congreso de Tucumán medidas proteccionistas que gravaran el ingreso de bebidas desde España y Portugal, que perjudicaban seriamente la producción local. El mismo reclamo hacía en 1831 Pedro Ferré, gobernador de Corrientes, afirmando que no era suficiente el bajo precio de los productos importados, porque las provincias habían llegado a tal grado de pobreza que ya no podían comprar ni lo barato. Pero Buenos Aires se aferraba al monopolio del comercio exterior, a la exclusividad de su puerto, de su aduana y a las ventajas de exportar materias primas a cambio de manufacturas, mientras que sus intereses se ligaban cada vez más a Europa, especialmente a Inglaterra.

Como consecuencia, algunas zonas del interior primarizaron su economía para poder sobrevivir y establecieron circuitos comerciales con los países limítrofes, como lo hizo Mendoza exportando ganado a Chile, o Tucumán, con la caña de azúcar que comercializaba en Bolivia. Pero la pobreza se hizo más fuerte en las regiones que no tuvieron esa posibilidad, como Santiago del Estero o Catamarca.

En las ciudades más dinámicas del interior, antiguas familias formaron grupos dominantes vinculados a los circuitos comerciales, que concentraron en sus manos la producción pecuaria, agrícola, artesanal y manufacturera, además de acaparar la propiedad de la tierra y de constituirse en verdaderas oligarquías provinciales.

Todo esto quiere decir que, al momento de sancionarse la Constitución en 1853, y constituirse la unión territorial después de la batalla de Pavón de 1861, las provincias ya no eran iguales. La zona que concentraba la mayor riqueza era, sin duda, la pampeana, impulsada por su puerto y por los importantes recursos de su aduana. Los enclaves de Mendoza y Tucumán, a pesar de sus circuitos comerciales, no se acercaban a la prosperidad de la zona central. En otras regiones, la pobreza y la falta de recursos se extendían. Esta disparidad de intereses, que dificultaba los consensos necesarios para el ordenamiento institucional, fue superada por el roquismo en su medio siglo de hegemonía. Roca absorbió las demandas de las elites y oligarquías del interior, asegurándoles protagonismo y presencia en la administración y diseño de las políticas estatales. Con su característica agudeza, Jorge Sábato afirmaba que los grupos del interior contrapesaban con su presencia dentro del Estado los desequilibrios socio económicos del nuevo orden que se estaba conformando. Los cordobeses Juárez Celman y Figueroa Alcorta, el salteño José Evaristo Uriburu y hasta el mismo Roca, oriundo de Tucumán, son la expresión más visible de estos consensos. A partir de allí, la desigualdad se consagró.

En ese país excluyente dominado por la oligarquía, los recursos tanto del Estado Nacional como de las provincias, siempre serían escasos. La riqueza quedó excluida de la carga impositiva, que apuntó a gravar el consumo dentro de un sistema claramente regresivo. Entonces, el costo del “progreso” (si lo hubo) fue pagado por los sectores menos beneficiados. Pero gravar el consumo en una sociedad donde la pobreza alcanza el 75% deriva, necesariamente, en una muy baja recaudación. Y es entonces que aparecen las ATN, Asignaciones del Tesoro Nacional destinadas a cubrir las necesidades financieras de las provincias en un país marcado por la desigualdad. Fueron esas asignaciones las que aseguraron a Roca la gobernabilidad necesaria para plasmar un modelo de atraso con “Paz y Administración”.

La Historia posterior no hizo más que profundizar las desigualdades. La inmigración no “pobló el país” sino que se concentró en las grandes ciudades de la región pampeana, derivando en un serio desequilibrio demográfico. También las industrias desarrolladas a partir de 1930 se localizaron en la misma región: podían contar con mano de obra en abundancia, ferrocarriles y toda la infraestructura necesaria para su actividad. Para los habitantes de provincias empobrecidas, migrar hacia los centros industriales o el empleo público resultaban las únicas posibilidades de conseguir trabajo.

Lejos de solucionarse, los desequilibrios regionales se ampliaron con la Dictadura. En 1978, las escuelas primarias dependientes del Gobierno Nacional que, en La Rioja por ejemplo, absorbían el 83,9% de la matrícula, fueron transferidas sin que quedasen asegurados los recursos para su sostenimiento. Otro gobierno neoliberal, el de Carlos Menem, completó la tarea. A través de la Ley 24.049 de 1991, fueron transferidas las escuelas secundarias en las mismas condiciones que las primarias: sin presupuesto. El menemismo no sólo transfirió escuelas, sino que la descentralización abarcó también las áreas de saneamiento ambiental, vivienda y servicios sanitarios. Como consecuencia, recayó en las provincias el mayor porcentaje del gasto nacional: mientras que en 1980 representaba el 29,3%, en 1994 había ascendido al 45,8%.  

En este escueto recorrido histórico no pretendo abarcarlo todo. Sí señalar que nuestro federalismo está signado por problemas profundos y de larga data que no se solucionan con la motosierra. Porque no se trata de un tema contable sino de un modelo de desarrollo. Anular la coparticipación implica entrar en el terreno de la inconstitucionalidad. Porque es allí donde se establecen las potestades tributarias de Nación y Provincias, y la distribución de lo recaudado en concepto de impuestos indirectos. En cuanto a los porcentajes de esa distribución, existen leyes que regulan los montos y no podrán ser modificados sino a través de una norma de la misma jerarquía. Las ATN, por su parte, compensan a las provincias por modelos que las perjudicaron truncando sus posibilidades de desarrollo y por procesos históricos donde la recaudación se ha ido concentrando en cabeza del Estado Nacional, en tanto que gran parte de los servicios fueron descentralizados sin presupuesto. Desconocer todo esto es sumir a la nación en el caos y abrir paso a la ingobernabilidad; es profundizar los problemas sin solucionarlos. Si ese es el “plan Milei”, el nuestro será resistirlo.

Desde Buenos Aires, saludo a todos los oyentes de El Club de la Pluma

 

 


LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

Profesora de Historia

Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

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