EL PRINCIPIO DEL FIN DE LA GUERRA RUSO-UCRANIANA
Ya ni siquiera es un
secreto. La guerra para Ucrania y sus patrocinadores de la OTAN está
prácticamente perdida y es un asunto de tiempo que la catástrofe militar o la
mesa de negociaciones, obviamente bajo los términos rusos, finalice la
contienda.
La famosa
contraofensiva de las fuerzas proxy atlantistas, montadas a principios del mes
de junio, tanto en el Frente Este como el Sur, fue un fiasco absoluto.
Las defensas de la
línea Surovikin funcionaron a la perfección y rechazaron en sus varias capas de
profundidad cada una de las puntas de lanza blindadas, ahora, dotadas de los
definitivos tanques Leopard y tanquetas Bradley, que se mostraron mucho más
efectivos en la publicidad que en el campo de batalla.
Ya en las primeras
dos semanas de junio se marcó una tendencia que no pudo torcerse: los
ucranianos se topaban con una planificación ejecutada a la perfección de campos
minados, ataques aéreos, diversos barridos en profundidad de artillería, grupos
de despliegue rápido de unidades contracarro y una saturación de drones
kamikaze. Se hicieron un festín de sangre y fuego, y los ucranianos gastaron
todo su ímpetu, como así también sus hombres y equipos, ante una muralla de
aniquilación. Durante al menos 3 meses, los rusos se dedicaron a destruir toda
y cada una de las fuerzas ucranianas que avanzaban de bruces. Así, el objetivo
inicial de “desmilitarización y desnazificación” se fue cumpliendo,
simplemente, con la espera paciente y predecible, convocando su ingreso a los
calderos. Mientras tanto, los blancos situados detrás de las líneas enemigas,
esto es, los centros de mando y arsenales eran atacados metódicamente con
misiles de crucero y bombas planeadoras, a la vez que las defensas antiaéreas –
como los famosos Patriot - eran anuladas con misiles hipersónicos.
A sabiendas de la
imposibilidad de avanzar varios kilómetros y reconquistar los óblasts que
pasaron de mano, la OTAN empezó a batir blancos en Sebastopol, embarcaciones
rusas en el Mar Negro, sabotear la represa de Kajovka o los ductos de amoníaco
entre Togliatti (en Rusia) y Odesa (en Ucrania), o proseguir los intentos
terroristas sobre el puente de Kerch. Pero esos eran estertores que intentaban
equilibrar, de alguna manera, el desastre de la ofensiva masiva. La prensa
occidental y los funcionarios se dedicaron simplemente a alargar este periodo
de decadencia, que ya marcaba una propensión hacia la derrota: hablaron de nuevas
armas, de nuevos paquetes de ayuda, ensalzaron las intenciones (mendaces,
falsas, hipócritas) de incorporar a Ucrania en la OTAN, y sacaron a pasear a
Zelenski para llenarlos de aplausos, que éste intercambió por carne fresca para
la trituradora. Pero Ucrania ya estaba vencida en las primeras semanas de junio
porque la elevada tasa de bajas consumiría rápidamente las unidades frontales y
las reservas. Tan simple como eso.
Por algún momento, la
revuelta de Evgeni Prigozhin llenó de esperanzas a los dirigentes atlantistas,
confiados en que una guerra civil rápidamente correría por el interior de
Rusia, casi una confirmación de un sueño húmedo. Pero aun con el surrealista
escandalete a cuestas, la rebelión fue sofocada… y meses después, ajusticiada,
en un descabezamiento que pudo ser, pero mucho más parecer, un accidente.
A sabiendas de una
derrota inevitable, y de reacciones probablemente estúpidas dentro del Deep
State, como, por ejemplo, intentar la opción nuclear, delegaciones de China y
de la Unión Africana viajaron a Kiev ya para fines de junio intentando
convencer a Zelenski que estipule diversos pasos para forjar una paz duradera. Pero
Zelenski, amparado en la visión mesiánica angloestadounidense, rechazó
cualquier negociación con los rusos y se mantuvo intransigente.
En ese periplo, la
delegación africana también tocó Moscú. Allí Putin les mostró el compromiso de
alto al fuego y progresiva paz, en un papel firmado por los representantes
ucranianos y rusos en Estambul, el 29 de marzo de 2022, que fue borrado con los
codos por Kiev apenas dos días después, con la misteriosa y oportuna “masacre
de Bucha”, endilgada a las tropas rusas y desmentida fervientemente por Moscú.
Lo cierto es que la “opción bélica” fue la única desplegada en la mesa. La
única que inocentemente pensaba Ucrania que sería su carta ganadora.
Y la única que Rusia,
tras una demostración inicial de puro músculo, a través de una guerra de
maniobras en la que encajó sorpresivamente muchas bajas, reconfiguró en
septiembre de 2022, específicamente el día 21, con la leva de 300.000 nuevos
soldados, la declaración a la sociedad de que se trataba de una guerra de
supervivencia del Estado y la Federación, y el reperfilamiento de su estrategia
y tácticas sobre el terreno, pasando a una “guerra de desgaste”. Desde ese
preciso momento en adelante, Rusia tuvo algunos reveses, pero luego se
consolidó en las posiciones actuales y resistió. La toma de la ciudad de Bajmut
se hizo icónica de la ferocidad de la guerra: la guerra ruso-ucraniana tenía su
Stalingrado.
Tras casi 4 meses de
sanguinarios combates, Bajmut cayó en manos rusas y allí permanecen. En el
medio de las derrotas militares de la OTAN, el Occidente Colectivo presionó en
el G20 y mediante adicionales sanciones a la Federación y a todo aquél que se
opusiera a sus designios, pero también fracaso porque el mundo empezó a
comprender que el esquema de poder occidental “basado en reglas” y amparado en
la ley costumbrista británica estaba agotado y era injusto. Al margen de las
presiones la asociación estratégica entre Rusia y China, y entre Rusia e India,
extrapoladas hacia el BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái, la
Unión Económica Euroasiática y la Iniciativa de la Franja y la Ruta empezaron a
mostrar otros caminos posibles de interrelación más simétrica.
El G20 realizado en
New Delhi puso coto a las aspiraciones occidentales: no hubo condena para
Rusia, sino de manera ambigua y amplia a “todos los países que recurren a la
amenaza y al uso de la fuerza para ir contra la integridad territorial y la
soberanía o independencia de cualquier otro Estado”. Eso, por ejemplo, le cabe
a todo Occidente y puntualmente ahora, a Israel, el protegido nuevo patrocinado
de occidente. Pero volvamos al tema: La última jugada de Zelenski, luego de su
rechazo abierto a ser parte de la OTAN en la Cumbre de Vilna, fue el pedido
desesperado de intervención hecho en el Consejo de Seguridad y en la Asamblea
General de la ONU ¡incluso pidiendo la anulación del derecho a veto de Rusia!,
hecho que no tuvo el eco esperado, llevándose solamente algunas palmadas en el
hombro y más compromiso de armas y financiamiento para “continuar la guerra”.
El viaje de Zelenski
se coronó con el vergonzoso paso por el Parlamento canadiense, donde se lo
homenajeó a él y a un viejo combatiente de la División Galitzia de las SS, en
una asociación demasiado simbólica como para dejarla pasar por alto. El
oportuno estallido del conflicto palestino-israelí, con vistas a evitar una
consolidación de hub comercial-energético norafricano-arábigo-pérsico bajo los
auspicios del BRICS, ha puesto al conflicto del Mar Negro en un segundo plano,
casi olvidado. Pero han pasado cosas allí… que pueden sintetizarse en el
siguiente axioma: las obvias ventajas de Rusia, manifestadas en su capacidad
autóctona superior para movilizar hombres, producir bienes industriales y
adaptar rápidamente su tecnología, se viene imponiendo. La OTAN y Ucrania en
especial, han entendido que las flaquezas rusas eran una realidad estructural,
y que, por antagonismo, las victorias rusas eran “propaganda”.
Como sostuvo Scott
Ritter, en analista estadounidense, la guerra definitivamente ha seguido el
camino militar y político que impuso Rusia desde septiembre de 2022. Rusia
puede lanzar ahora una ofensiva de otoño, esperar a una ofensiva de invierno o
simplemente esperar a que la moral de Kiev se desplome absolutamente para
generar allí los cambios políticos deseados por Moscú. Pero todos coinciden:
estamos frente a una fase de desenlace. Ni la supremacía de los equipos
occidentales, ni la escasez de reservas rusas, ni la incompetencia de la
comandancia rusa, ni la guerra fratricida en el frente interior sucedieron. Por
el contrario, los calderos de Avdiivka y Kúpiansk están ahora demostrando la
capacidad de Rusia de finiquitar el esfuerzo ucroatlantista.
Las recientes
desavenencias entre el comandante Valery Zaluzhny, conocedor de la realidad
militar ucraniana, y Volodimir Zelenski, un político que responde
automáticamente a la presión internacional, queriendo sacar agua de las
piedras, es un indicio de colapso que recuerda a las imágenes de la película
“La Caída”, cuando Hitler imaginaba ejércitos que ya no existían. Quizás sea
esta situación de quiebre interno la que frena una decisión de Putin por una
ofensiva demoledora.
O quizás, prefiera
seguir usando la opción militar de manera moderada, para optar por la opción
política recién cuando sucedan las elecciones presidenciales estadounidenses,
dentro de un año, si es que no se derrumba, como un mazo de naipes, toda la
resistencia del ejército ucraniano y con él, la organización banderista.
Quizás sea hora que
los planificadores occidentales empiecen a hacer sondeos por la paz… y por
apartar a las figuras más recalcitrantes del régimen ucraniano. Hay síntomas de
que se está tomando ese camino: la tríada dirigencial europea ya no hace
declaraciones rimbombantes, los polacos y bálticos están callados y han bajado
abruptamente las cifras de reclutas internacionales.
Zelenski ha perdido
cámaras y nadie ya se saca fotos con él. Mientras, Rusia goza de una paciencia
blindada y se apresta por llevar las cosas a término según sus conveniencias
estratégicas.
Les habló Christian Cirilli, les mando un abrazo a todos los oyentes y los espero la semana que viene, en otra columna internacional, por el Club de la Pluma.
Analista
Internacional
Licenciado en administración UBA De ciencias
económicas
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