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viernes, 17 de noviembre de 2023

EL PRINCIPIO DEL FIN DE LA GUERRA RUSO-UCRANIANA - LIC. CHRISTIAN CIRILLI

 

EL PRINCIPIO DEL FIN DE LA GUERRA RUSO-UCRANIANA 

 

 Ya ni siquiera es un secreto. La guerra para Ucrania y sus patrocinadores de la OTAN está prácticamente perdida y es un asunto de tiempo que la catástrofe militar o la mesa de negociaciones, obviamente bajo los términos rusos, finalice la contienda.

 

 La famosa contraofensiva de las fuerzas proxy atlantistas, montadas a principios del mes de junio, tanto en el Frente Este como el Sur, fue un fiasco absoluto.

 

 Las defensas de la línea Surovikin funcionaron a la perfección y rechazaron en sus varias capas de profundidad cada una de las puntas de lanza blindadas, ahora, dotadas de los definitivos tanques Leopard y tanquetas Bradley, que se mostraron mucho más efectivos en la publicidad que en el campo de batalla.

 

 Ya en las primeras dos semanas de junio se marcó una tendencia que no pudo torcerse: los ucranianos se topaban con una planificación ejecutada a la perfección de campos minados, ataques aéreos, diversos barridos en profundidad de artillería, grupos de despliegue rápido de unidades contracarro y una saturación de drones kamikaze. Se hicieron un festín de sangre y fuego, y los ucranianos gastaron todo su ímpetu, como así también sus hombres y equipos, ante una muralla de aniquilación. Durante al menos 3 meses, los rusos se dedicaron a destruir toda y cada una de las fuerzas ucranianas que avanzaban de bruces. Así, el objetivo inicial de “desmilitarización y desnazificación” se fue cumpliendo, simplemente, con la espera paciente y predecible, convocando su ingreso a los calderos. Mientras tanto, los blancos situados detrás de las líneas enemigas, esto es, los centros de mando y arsenales eran atacados metódicamente con misiles de crucero y bombas planeadoras, a la vez que las defensas antiaéreas – como los famosos Patriot - eran anuladas con misiles hipersónicos.

 

 A sabiendas de la imposibilidad de avanzar varios kilómetros y reconquistar los óblasts que pasaron de mano, la OTAN empezó a batir blancos en Sebastopol, embarcaciones rusas en el Mar Negro, sabotear la represa de Kajovka o los ductos de amoníaco entre Togliatti (en Rusia) y Odesa (en Ucrania), o proseguir los intentos terroristas sobre el puente de Kerch. Pero esos eran estertores que intentaban equilibrar, de alguna manera, el desastre de la ofensiva masiva. La prensa occidental y los funcionarios se dedicaron simplemente a alargar este periodo de decadencia, que ya marcaba una propensión hacia la derrota: hablaron de nuevas armas, de nuevos paquetes de ayuda, ensalzaron las intenciones (mendaces, falsas, hipócritas) de incorporar a Ucrania en la OTAN, y sacaron a pasear a Zelenski para llenarlos de aplausos, que éste intercambió por carne fresca para la trituradora. Pero Ucrania ya estaba vencida en las primeras semanas de junio porque la elevada tasa de bajas consumiría rápidamente las unidades frontales y las reservas. Tan simple como eso.

 

 Por algún momento, la revuelta de Evgeni Prigozhin llenó de esperanzas a los dirigentes atlantistas, confiados en que una guerra civil rápidamente correría por el interior de Rusia, casi una confirmación de un sueño húmedo. Pero aun con el surrealista escandalete a cuestas, la rebelión fue sofocada… y meses después, ajusticiada, en un descabezamiento que pudo ser, pero mucho más parecer, un accidente.

 A sabiendas de una derrota inevitable, y de reacciones probablemente estúpidas dentro del Deep State, como, por ejemplo, intentar la opción nuclear, delegaciones de China y de la Unión Africana viajaron a Kiev ya para fines de junio intentando convencer a Zelenski que estipule diversos pasos para forjar una paz duradera. Pero Zelenski, amparado en la visión mesiánica angloestadounidense, rechazó cualquier negociación con los rusos y se mantuvo intransigente.

 

 En ese periplo, la delegación africana también tocó Moscú. Allí Putin les mostró el compromiso de alto al fuego y progresiva paz, en un papel firmado por los representantes ucranianos y rusos en Estambul, el 29 de marzo de 2022, que fue borrado con los codos por Kiev apenas dos días después, con la misteriosa y oportuna “masacre de Bucha”, endilgada a las tropas rusas y desmentida fervientemente por Moscú. Lo cierto es que la “opción bélica” fue la única desplegada en la mesa. La única que inocentemente pensaba Ucrania que sería su carta ganadora.

 

 Y la única que Rusia, tras una demostración inicial de puro músculo, a través de una guerra de maniobras en la que encajó sorpresivamente muchas bajas, reconfiguró en septiembre de 2022, específicamente el día 21, con la leva de 300.000 nuevos soldados, la declaración a la sociedad de que se trataba de una guerra de supervivencia del Estado y la Federación, y el reperfilamiento de su estrategia y tácticas sobre el terreno, pasando a una “guerra de desgaste”. Desde ese preciso momento en adelante, Rusia tuvo algunos reveses, pero luego se consolidó en las posiciones actuales y resistió. La toma de la ciudad de Bajmut se hizo icónica de la ferocidad de la guerra: la guerra ruso-ucraniana tenía su Stalingrado.

 

 Tras casi 4 meses de sanguinarios combates, Bajmut cayó en manos rusas y allí permanecen. En el medio de las derrotas militares de la OTAN, el Occidente Colectivo presionó en el G20 y mediante adicionales sanciones a la Federación y a todo aquél que se opusiera a sus designios, pero también fracaso porque el mundo empezó a comprender que el esquema de poder occidental “basado en reglas” y amparado en la ley costumbrista británica estaba agotado y era injusto. Al margen de las presiones la asociación estratégica entre Rusia y China, y entre Rusia e India, extrapoladas hacia el BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái, la Unión Económica Euroasiática y la Iniciativa de la Franja y la Ruta empezaron a mostrar otros caminos posibles de interrelación más simétrica.

 

 El G20 realizado en New Delhi puso coto a las aspiraciones occidentales: no hubo condena para Rusia, sino de manera ambigua y amplia a “todos los países que recurren a la amenaza y al uso de la fuerza para ir contra la integridad territorial y la soberanía o independencia de cualquier otro Estado”. Eso, por ejemplo, le cabe a todo Occidente y puntualmente ahora, a Israel, el protegido nuevo patrocinado de occidente. Pero volvamos al tema: La última jugada de Zelenski, luego de su rechazo abierto a ser parte de la OTAN en la Cumbre de Vilna, fue el pedido desesperado de intervención hecho en el Consejo de Seguridad y en la Asamblea General de la ONU ¡incluso pidiendo la anulación del derecho a veto de Rusia!, hecho que no tuvo el eco esperado, llevándose solamente algunas palmadas en el hombro y más compromiso de armas y financiamiento para “continuar la guerra”.

 

 El viaje de Zelenski se coronó con el vergonzoso paso por el Parlamento canadiense, donde se lo homenajeó a él y a un viejo combatiente de la División Galitzia de las SS, en una asociación demasiado simbólica como para dejarla pasar por alto. El oportuno estallido del conflicto palestino-israelí, con vistas a evitar una consolidación de hub comercial-energético norafricano-arábigo-pérsico bajo los auspicios del BRICS, ha puesto al conflicto del Mar Negro en un segundo plano, casi olvidado. Pero han pasado cosas allí… que pueden sintetizarse en el siguiente axioma: las obvias ventajas de Rusia, manifestadas en su capacidad autóctona superior para movilizar hombres, producir bienes industriales y adaptar rápidamente su tecnología, se viene imponiendo. La OTAN y Ucrania en especial, han entendido que las flaquezas rusas eran una realidad estructural, y que, por antagonismo, las victorias rusas eran “propaganda”.

 

 Como sostuvo Scott Ritter, en analista estadounidense, la guerra definitivamente ha seguido el camino militar y político que impuso Rusia desde septiembre de 2022. Rusia puede lanzar ahora una ofensiva de otoño, esperar a una ofensiva de invierno o simplemente esperar a que la moral de Kiev se desplome absolutamente para generar allí los cambios políticos deseados por Moscú. Pero todos coinciden: estamos frente a una fase de desenlace. Ni la supremacía de los equipos occidentales, ni la escasez de reservas rusas, ni la incompetencia de la comandancia rusa, ni la guerra fratricida en el frente interior sucedieron. Por el contrario, los calderos de Avdiivka y Kúpiansk están ahora demostrando la capacidad de Rusia de finiquitar el esfuerzo ucroatlantista.

 

 Las recientes desavenencias entre el comandante Valery Zaluzhny, conocedor de la realidad militar ucraniana, y Volodimir Zelenski, un político que responde automáticamente a la presión internacional, queriendo sacar agua de las piedras, es un indicio de colapso que recuerda a las imágenes de la película “La Caída”, cuando Hitler imaginaba ejércitos que ya no existían. Quizás sea esta situación de quiebre interno la que frena una decisión de Putin por una ofensiva demoledora.

 O quizás, prefiera seguir usando la opción militar de manera moderada, para optar por la opción política recién cuando sucedan las elecciones presidenciales estadounidenses, dentro de un año, si es que no se derrumba, como un mazo de naipes, toda la resistencia del ejército ucraniano y con él, la organización banderista.

 

 Quizás sea hora que los planificadores occidentales empiecen a hacer sondeos por la paz… y por apartar a las figuras más recalcitrantes del régimen ucraniano. Hay síntomas de que se está tomando ese camino: la tríada dirigencial europea ya no hace declaraciones rimbombantes, los polacos y bálticos están callados y han bajado abruptamente las cifras de reclutas internacionales.

 

 Zelenski ha perdido cámaras y nadie ya se saca fotos con él. Mientras, Rusia goza de una paciencia blindada y se apresta por llevar las cosas a término según sus conveniencias estratégicas.

 

 Les habló Christian Cirilli, les mando un abrazo a todos los oyentes y los espero la semana que viene, en otra columna internacional, por el Club de la Pluma. 

 

LIC. CHRISTIAN CIRILLI

 Analista Internacional

 Licenciado en administración UBA De ciencias económicas

 

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