RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

domingo, 20 de agosto de 2023

PARA CONOCER MEJOR AL GRAN SAN MARTÍN - PROFESORA LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

 

 

PARA CONOCER MEJOR AL GRAN SAN MARTÍN

 

 

 Desde Buenos Aires, mando un abrazo a todos los que escuchan El Club de la Pluma. Soy Lidia Rodríguez Olives

 Hace 173 años, un 17 de agosto, moría en Francia José Francisco de San Martín, hacedor de la independencia de varios países sudamericanos, entre ellos Argentina. Y para él también tiene la “neutral Historia mitrista” una versión lavada y recortada, llena de abnegación y de hechos heroicos, pero fundamentalmente inofensiva y muy conveniente para el modelo de país que, tanto Mitre como sus descendientes, nos impusieron.

 ¿Qué dice esa Historia, cuyo contenido es para generaciones de argentinos la única y verdadera información? Que nació en Yapeyú, una localidad de la actual provincia de Corrientes, el 25 de febrero de 1778. Que, siendo su padre funcionario de la corona, toda la familia se trasladó a España en 1784. Que en ese país hizo la carrera militar, llegando al grado de Teniente Coronel y participando de las luchas contra los ejércitos de Napoleón. Que residió un tiempo en Londres, donde se vinculó con algunas logias secretas que apoyaban la independencia de las colonias españolas. Que llegó al Río de la Plata en 1812 y creó el Regimiento de Granaderos a Caballo. Que participó en el combate de San Lorenzo, donde casi pierde la vida y fue rescatado por el Sargento Cabral. Que en 1814 fue nombrado gobernador de Cuyo. Que en Mendoza organizó el ejército con el que cruzó los Andes y liberó Chile. Que desde allí se embarcó rumbo a Perú, en 1820, declarando su independencia un año después. Que en 1822 se entrevistó con Simón Bolívar al que, en un renunciamiento despojado de aspiraciones personales, cedió la finalización de la campaña libertadora. Luego, y sin mayores detalles, se sabe que se estableció con su hija en Francia, donde murió en 1850, no sin antes dedicarle una serie de consejos para la vida. Es necesario entonces poner en valor y colocar en el centro de la escena aquella información que nos permite salir de la simple acumulación de datos y comprender la trama compleja de la Historia en el que se desarrolló la vida de San Martín, su perfil ideológico y su toma de posición.

 Uno de los aspectos más claros de su pensamiento, fue la convicción de que América debía ser independiente del dominio español. Como militar formado, sabía también que el futuro del Río de la Plata se hallaba ligado, de una manera indisoluble, al destino del resto de los territorios que formaban el imperio español. Y son estas ideas más su formación militar las que explican que haya pedido ser nombrado gobernador de la provincia de Cuyo. Desde ese punto estratégico podría cruzar Los Andes, recuperar Chile y embarcar hacia el corazón del imperio español: el Virreinato del Perú.

 Su desempeño como gobernador de Cuyo se ha mantenido en un conveniente cono de sombras. Llegó, en 1814, a una provincia quebrada. El libre comercio impuesto desde Buenos Aires a partir de 1810, perjudicaba seriamente la producción de vinos mendocinos y aguardiente de San Juan. Su supervivencia dependía exclusivamente del comercio con Chile. Pero cuando los patriotas chilenos son derrotados en Rancagua, España recupera el control de esa región y el comercio con Cuyo queda interrumpido. Sin recursos, disponía de un ejército de sólo 900 hombres, mal instruidos y peor aprovisionados. Durante ese año, se cansó de pedir ayuda al Directorio. Pero este tenía otras prioridades: imponer el centralismo porteño y combatir el federalismo artiguista, que cuestionaba la base ideológica y material de su poder. Entonces, San Martín se apropió de la recaudación de un impuesto extraordinario de guerra establecido por el gobierno porteño y también del diezmo eclesiástico. Con estos recursos, afrontó los gastos de su provincia y financió las primeras medidas.

 El cruce de los Andes siempre estuvo revestido de una pátina entre romántica y heroica. Se habla de las campanas y las ollas que se fundieron para hacer cañones y de las damas mendocinas que bordaron uniformes y donaron alhajas. Pero esto no explica cómo un ejército harapiento de una provincia quebrada se transformó, en poco más de dos años, en otro de 5423 efectivos bien entrenados, que disponía de 10 mil mulas, 1600 caballos, 600 reses en pie, 22 cañones, 900 tiros de fusil y carabina, 2000 tiros de cañón y 2000 de metralla, 600 granadas, pólvora, vituallas, provisiones y forraje. No podemos comprender esta transformación siguiendo la Historia Oficial, que ha encuadrado a San Martín como militar y ha omitido su relevancia como político y administrador.

 El Ejército de Los Andes se financió con un programa de economía de guerra que tuvo múltiples aspectos. Uno fue de carácter impositivo. Fijó una contribución extraordinaria que adoptó la forma de impuesto a la riqueza. Esta concepción de impuestos progresivos chocaba con la aplicada desde la colonia, donde se gravaba la actividad comercial, el importe se trasladaba a los precios y terminaban pagando los más pobres. Otra parte del financiamiento provino de la expropiación de tierras de españoles prófugos y de bienes sin testar.

 Como sabía que nada podía esperar del gobierno porteño, tomó medidas destinadas al abastecimiento del ejército y de la población. Vendió tierras públicas que fueron destinadas al cultivo de trigo y alfalfa. Construyó un importante sistema de riego, para el que utilizó el modelo de los Huarpes, habitantes originarios de la región. Y fue San Martín quien, en la República Argentina, dictó la primera ley protectora de los derechos del peón rural, obligando a los patrones a certificar por escrito el pago, en tiempo y forma, de los salarios. Se entiende por qué, a la Argentina de las vacas y los cereales, les vino mejor el general.

 El gobierno de Cuyo también arroja señales inequívocas sobre su proyecto de Nación. Como su amigo Belgrano, fue industrialista y defensor a ultranza de la producción nacional. Inició la metalurgia en Argentina, y los talleres y fraguas montados en Mendoza, con más de 700 operarios, fueron el mayor establecimiento industrial de ese momento. También estableció un laboratorio de salitre, una fábrica de pólvora y un taller para la confección de paños. Convocado el Congreso en Tucumán, envió como diputado a Tomás Godoy con instrucciones precisas: solicitar la eliminación de los impuestos al tránsito que gravaban la comercialización de productos cuyanos, y reclamar medidas proteccionistas en defensa de la producción local, que permitan aumentar la calidad y abastecer el mercado interno. La respuesta del Congreso, ya instalado en Buenos Aires, fue tajante. Respondió que la mejor forma de aumentar la calidad de un producto es exponerlo a la competencia exterior; que el sistema liberal se opone a cualquier medida que restrinja el comercio; que los productos nacionales son de inferior calidad y no pueden reemplazar a los importados; y que, si se prohibiese la importación, el gobierno central dejaría de percibir los impuestos que cobra la aduana de Buenos Aires. Centralismo porteño al palo contra toda evidencia empírica que, ya en ese momento, demostraba que al desarrollo se llega por otro lado. Y no fue el único enfrentamiento que tuvo con Buenos Aires.

 En 1819, cuando se encontraba en Chile organizando la expedición a Perú, recibió una orden del Director Supremo Rondeau: debía traer al Ejército Libertador para defender al Directorio en su lucha contra los caudillos federales. Su respuesta es célebre: “El General San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos”. El centralismo porteño y sus representantes jamás se lo perdonaron. El odio que le profesaron fue intenso y persistente. Y no les alcanzó con difamarlo: también quisieron eliminarlo. Cuando se encontraba en Lima, su esposa cae gravemente enferma. Y fue el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, el que le advierte en una carta que no venga a Buenos Aires. Los unitarios porteños planeaban asesinarlo. Muerta su esposa, su partida hacia Europa resultó una necesidad para proteger su vida y la de su hija. Su exilio (como el de tantos otros) fue el resultado de ese odio subyacente que, en la sociedad argentina, convierte al disidente en enemigo, lo estigmatiza y difama, y justifica así su eliminación.   

 También fue San Martín un ávido lector. En el cruce de los Andes fueron trasladadas 11 cajas con 725 libros, entre Enciclopedias, tratados de derecho civil y penal, manuales de agricultura, ensayos sobre la libertad de comercio, diccionarios, historias de la Revolución Francesa y biografías, como la de Rousseau y Richelieu. Algunos fueron donados a la Biblioteca de Chile y otros (la mayoría), a la Biblioteca Nacional que fundó en Perú, para la que utilizó el simbólico edificio que fuera sede de la Inquisición. “Los días de fundación de bibliotecas son tan tristes para los tiranos como felices para los amantes de la libertad”, dijo al inaugurarla. Porque la educación estuvo en el centro de sus preocupaciones, pero con una mirada inteligente: señaló no sólo la importancia de las escuelas sino de los conocimientos que en ellas se tramitan: “La independencia americana habría sido obra de momentos si la infame educación española no hubiese enervado a la mayor parte de nuestro genio”. Reconocía así que los contenidos nunca son neutrales, sino que transmiten la ideología de aquellos que los diseñaron.

 Y cierro esta columna con una actualidad que hubiese producido vergüenza y espanto en el Gran San Martín. Hace unos meses, la Cámara de Diputados de la Provincia de Mendoza declaró que los mapuches no son argentinos porque, residen en nuestro país, pero su origen es chileno. Lamento informar a los mendocinos que, con ese criterio, ellos tampoco son argentinos. Hasta 1776, tanto las provincias cuyanas como el resto de la Patagonia pertenecían a la Capitanía General de Chile. Y cuando se incorporan al Virreinato del Río de la Plata, los mapuches ya habitaban el sur de nuestro país. Veremos entonces cómo resuelven este dilema…

 Desde Buenos Aires, les mando un abrazo a todos los oyentes de El Club de la Pluma

 


LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVES

Profesora de Historia

Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

 

 

 

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