PARA
CONOCER MEJOR AL GRAN SAN MARTÍN
Desde Buenos Aires, mando un abrazo
a todos los que escuchan El Club de la Pluma. Soy Lidia Rodríguez Olives
Hace 173 años, un 17 de agosto,
moría en Francia José Francisco de San Martín, hacedor de la independencia de
varios países sudamericanos, entre ellos Argentina. Y para él también tiene la
“neutral Historia mitrista” una versión lavada y recortada, llena de abnegación
y de hechos heroicos, pero fundamentalmente inofensiva y muy conveniente para
el modelo de país que, tanto Mitre como sus descendientes, nos impusieron.
¿Qué dice esa Historia, cuyo
contenido es para generaciones de argentinos la única y verdadera información?
Que nació en Yapeyú, una localidad de la actual provincia de Corrientes, el 25
de febrero de 1778. Que, siendo su padre funcionario de la corona, toda la
familia se trasladó a España en 1784. Que en ese país hizo la carrera militar,
llegando al grado de Teniente Coronel y participando de las luchas contra los
ejércitos de Napoleón. Que residió un tiempo en Londres, donde se vinculó con
algunas logias secretas que apoyaban la independencia de las colonias españolas.
Que llegó al Río de la Plata en 1812 y creó el Regimiento de Granaderos a
Caballo. Que participó en el combate de San Lorenzo, donde casi pierde la vida
y fue rescatado por el Sargento Cabral. Que en 1814 fue nombrado gobernador de
Cuyo. Que en Mendoza organizó el ejército con el que cruzó los Andes y liberó
Chile. Que desde allí se embarcó rumbo a Perú, en 1820, declarando su
independencia un año después. Que en 1822 se entrevistó con Simón Bolívar al
que, en un renunciamiento despojado de aspiraciones personales, cedió la
finalización de la campaña libertadora. Luego, y sin mayores detalles, se sabe
que se estableció con su hija en Francia, donde murió en 1850, no sin antes
dedicarle una serie de consejos para la vida. Es necesario entonces poner en
valor y colocar en el centro de la escena aquella información que nos permite
salir de la simple acumulación de datos y comprender la trama compleja de la
Historia en el que se desarrolló la vida de San Martín, su perfil ideológico y
su toma de posición.
Uno de los aspectos más claros de su
pensamiento, fue la convicción de que América debía ser independiente del
dominio español. Como militar formado, sabía también que el futuro del Río de
la Plata se hallaba ligado, de una manera indisoluble, al destino del resto de
los territorios que formaban el imperio español. Y son estas ideas más su
formación militar las que explican que haya pedido ser nombrado gobernador de
la provincia de Cuyo. Desde ese punto estratégico podría cruzar Los Andes,
recuperar Chile y embarcar hacia el corazón del imperio español: el Virreinato
del Perú.
Su desempeño como gobernador de Cuyo
se ha mantenido en un conveniente cono de sombras. Llegó, en 1814, a una
provincia quebrada. El libre comercio impuesto desde Buenos Aires a partir de
1810, perjudicaba seriamente la producción de vinos mendocinos y aguardiente de
San Juan. Su supervivencia dependía exclusivamente del comercio con Chile. Pero
cuando los patriotas chilenos son derrotados en Rancagua, España recupera el
control de esa región y el comercio con Cuyo queda interrumpido. Sin recursos,
disponía de un ejército de sólo 900 hombres, mal instruidos y peor aprovisionados.
Durante ese año, se cansó de pedir ayuda al Directorio. Pero este tenía otras
prioridades: imponer el centralismo porteño y combatir el federalismo
artiguista, que cuestionaba la base ideológica y material de su poder. Entonces,
San Martín se apropió de la recaudación de un impuesto extraordinario de guerra
establecido por el gobierno porteño y también del diezmo eclesiástico. Con
estos recursos, afrontó los gastos de su provincia y financió las primeras
medidas.
El cruce de los Andes siempre estuvo
revestido de una pátina entre romántica y heroica. Se habla de las campanas y
las ollas que se fundieron para hacer cañones y de las damas mendocinas que bordaron
uniformes y donaron alhajas. Pero esto no explica cómo un ejército harapiento
de una provincia quebrada se transformó, en poco más de dos años, en otro de
5423 efectivos bien entrenados, que disponía de 10 mil mulas, 1600 caballos,
600 reses en pie, 22 cañones, 900 tiros de fusil y carabina, 2000 tiros de
cañón y 2000 de metralla, 600 granadas, pólvora, vituallas, provisiones y
forraje. No podemos comprender esta transformación siguiendo la Historia
Oficial, que ha encuadrado a San Martín como militar y ha omitido su relevancia
como político y administrador.
El Ejército de Los Andes se financió
con un programa de economía de guerra que tuvo múltiples aspectos. Uno fue de
carácter impositivo. Fijó una contribución extraordinaria que adoptó la forma
de impuesto a la riqueza. Esta concepción de impuestos progresivos chocaba con
la aplicada desde la colonia, donde se gravaba la actividad comercial, el
importe se trasladaba a los precios y terminaban pagando los más pobres. Otra
parte del financiamiento provino de la expropiación de tierras de españoles
prófugos y de bienes sin testar.
Como sabía que nada podía esperar
del gobierno porteño, tomó medidas destinadas al abastecimiento del ejército y
de la población. Vendió tierras públicas que fueron destinadas al cultivo de
trigo y alfalfa. Construyó un importante sistema de riego, para el que utilizó
el modelo de los Huarpes, habitantes originarios de la región. Y fue San Martín
quien, en la República Argentina, dictó la primera ley protectora de los
derechos del peón rural, obligando a los patrones a certificar por escrito el
pago, en tiempo y forma, de los salarios. Se entiende por qué, a la Argentina
de las vacas y los cereales, les vino mejor el general.
El gobierno de Cuyo también arroja
señales inequívocas sobre su proyecto de Nación. Como su amigo Belgrano, fue
industrialista y defensor a ultranza de la producción nacional. Inició la
metalurgia en Argentina, y los talleres y fraguas montados en Mendoza, con más
de 700 operarios, fueron el mayor establecimiento industrial de ese momento. También
estableció un laboratorio de salitre, una fábrica de pólvora y un taller para
la confección de paños. Convocado el Congreso en Tucumán, envió como diputado a
Tomás Godoy con instrucciones precisas: solicitar la eliminación de los
impuestos al tránsito que gravaban la comercialización de productos cuyanos, y
reclamar medidas proteccionistas en defensa de la producción local, que
permitan aumentar la calidad y abastecer el mercado interno. La respuesta del
Congreso, ya instalado en Buenos Aires, fue tajante. Respondió que la mejor
forma de aumentar la calidad de un producto es exponerlo a la competencia
exterior; que el sistema liberal se opone a cualquier medida que restrinja el comercio;
que los productos nacionales son de inferior calidad y no pueden reemplazar a
los importados; y que, si se prohibiese la importación, el gobierno central
dejaría de percibir los impuestos que cobra la aduana de Buenos Aires.
Centralismo porteño al palo contra toda evidencia empírica que, ya en ese
momento, demostraba que al desarrollo se llega por otro lado. Y no fue el único
enfrentamiento que tuvo con Buenos Aires.
En 1819, cuando se encontraba en
Chile organizando la expedición a Perú, recibió una orden del Director Supremo
Rondeau: debía traer al Ejército Libertador para defender al Directorio en su
lucha contra los caudillos federales. Su respuesta es célebre: “El General San
Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos”. El
centralismo porteño y sus representantes jamás se lo perdonaron. El odio que le
profesaron fue intenso y persistente. Y no les alcanzó con difamarlo: también
quisieron eliminarlo. Cuando se encontraba en Lima, su esposa cae gravemente
enferma. Y fue el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, el que le advierte
en una carta que no venga a Buenos Aires. Los unitarios porteños planeaban
asesinarlo. Muerta su esposa, su partida hacia Europa resultó una necesidad
para proteger su vida y la de su hija. Su exilio (como el de tantos otros) fue
el resultado de ese odio subyacente que, en la sociedad argentina, convierte al
disidente en enemigo, lo estigmatiza y difama, y justifica así su eliminación.
También fue San Martín un ávido
lector. En el cruce de los Andes fueron trasladadas 11 cajas con 725 libros,
entre Enciclopedias, tratados de derecho civil y penal, manuales de
agricultura, ensayos sobre la libertad de comercio, diccionarios, historias de la
Revolución Francesa y biografías, como la de Rousseau y Richelieu. Algunos
fueron donados a la Biblioteca de Chile y otros (la mayoría), a la Biblioteca Nacional
que fundó en Perú, para la que utilizó el simbólico edificio que fuera sede de
la Inquisición. “Los días de fundación de bibliotecas son tan tristes para los
tiranos como felices para los amantes de la libertad”, dijo al inaugurarla. Porque
la educación estuvo en el centro de sus preocupaciones, pero con una mirada
inteligente: señaló no sólo la importancia de las escuelas sino de los
conocimientos que en ellas se tramitan: “La independencia americana habría sido
obra de momentos si la infame educación española no hubiese enervado a la mayor
parte de nuestro genio”. Reconocía así que los contenidos nunca son neutrales,
sino que transmiten la ideología de aquellos que los diseñaron.
Y cierro esta columna con una
actualidad que hubiese producido vergüenza y espanto en el Gran San Martín. Hace
unos meses, la Cámara de Diputados de la Provincia de Mendoza declaró que los
mapuches no son argentinos porque, residen en nuestro país, pero su origen es
chileno. Lamento informar a los mendocinos que, con ese criterio, ellos tampoco
son argentinos. Hasta 1776, tanto las provincias cuyanas como el resto de la
Patagonia pertenecían a la Capitanía General de Chile. Y cuando se incorporan
al Virreinato del Río de la Plata, los mapuches ya habitaban el sur de nuestro
país. Veremos entonces cómo resuelven este dilema…
Desde Buenos Aires, les mando un abrazo a todos los oyentes de El Club de la Pluma
Posgrado en Ciencias
sociales por FLACSO
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