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domingo, 2 de julio de 2023

HISTORIA DE UN TRAICIONADO: JOSÉ GERVASIO DE ARTIGAS - LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVÉS

 

HISTORIA DE UN TRAICIONADO: JOSÉ GERVASIO DE ARTIGAS

 



 Saludo a todos los oyentes de El Club de la Pluma. Soy Lidia Rodríguez Olives y les hablo desde Buenos Aires

 

 En pocos días (para ser más exactos, el 9 de Julio), los argentinos estaremos recordando nuestra Independencia. La semana pasada les decía que, si bien la Historia como sinónimo de lo que pasó es inalterable, no sucede lo mismo con los relatos construidos sobre el pasado. En ellos uno puede encontrar aspectos que se ponen en relevancia mientras otros se ocultan, se ignoran o, peor, se alteran. En este sentido decimos que no hay Historia objetiva. Pero si queremos apostar al pensamiento crítico, la única manera de lograrlo es ofrecer todas las miradas posibles sobre el pasado, sacar a la luz aquello que alguien puso en las sombras, exponer las causas de esas omisiones y dejar que quien escucha confronte los relatos y saque conclusiones.

 

 En el proceso que conduce a nuestra independencia, uno de los grandes olvidados es José Gervasio de Artigas. Olvido que no es casual pero sí de una gran importancia porque, sin incorporarlo en la narrativa, la independencia se conoce poco y mal.

 

 Artigas nació en Montevideo en 1764. Su padre era un estanciero de la Banda Oriental, dedicado a la producción de cueros para la exportación. El tener una posición económica holgada le permitió estudiar en el colegio de los franciscanos, además de colaborar con su padre en tareas rurales. Pero, como tantos otros a los que les tocó vivir en un momento tan convulsionado, no le faltó formación militar. A fines del SXVIII se incorporó al regimiento de Blandengues, fuerza militar con la que el rey español pensaba contener dos problemas importantes del Virreinato del Río de la Plata: el contrabando y el avance portugués por la frontera con el Brasil. Las invasiones inglesas de 1806 y 1807, encuentran a Artigas defendiendo Buenos Aires y Montevideo, bajo las órdenes de Santiago de Liniers. Una vez formada la Primera Junta en 1810, el gobierno español respondió desconociendo su autoridad y nombrando Virrey del Río de la Plata a Javier de Elío, para entonces Gobernador de Montevideo. Sus órdenes eran reponer la autoridad española en Buenos Aires. Entonces Artigas, que se encontraba en la guarnición militar de Colonia, desertó para ponerse bajo las órdenes de la Primera Junta. Recibió el grado de Coronel, hombres, dinero e instrucciones precisas: debía levantar la Banda Oriental contra el poder español.

 

 Pero Artigas hizo mucho más y, repasando esos hechos, podemos entender mejor la “desmemoria” de nuestros historiadores oficiales. Porque ahí comenzó el enfrentamiento con el gobierno de Buenos Aires. Reclutó un importante ejército formado por gauchos empobrecidos, entre los que repartió las tierras que les iba quitando a los españoles. Con criterio profundamente social, inició una verdadera reforma agraria, en la que estableció prioridades: “Los negros libres, los zambos, los indios y los criollos pobres, las viudas pobres si tuvieren hijos; en preferencia los casados sobre los solteros y estos antes que cualquier extranjero, podrán ser agraciados con suerte de estancia”. Las tierras debían ser utilizadas para el poblamiento y el trabajo. Por ello obligaba a los beneficiados a construir un rancho y dos corrales en el término de dos meses.

 

 Estas medidas produjeron en Buenos Aires el mismo espanto que la Proclama de Tiahuanaco de Juan José Castelli. Por eso, después que Artigas derrotara a los españoles en la batalla de Las Piedras y pusiera sitio a Montevideo, sorpresivamente el Primer Triunvirato firmó un armisticio con De Elío y se comprometió a retirar las tropas de la Banda Oriental. Lejos de aceptar estas órdenes, Artigas decidió retirarse a Entre Ríos para poder reorganizarse y continuar peleando. No estaba solo: 16 mil personas lo siguieron en esa travesía de 64 días, todos dispuestos a ofrecerse en la lucha contra los españoles, pero también contra los portugueses que, a pedido de De Elío, habían comenzado a entrar desde la frontera norte.

 

 Era el Éxodo Oriental y así lo describió el mismo Artigas: “Cada día veo con más admiración sus rasgos singulares de heroicidad y constancia. Unos quemando sus casas y los muebles que no pueden conducir; otros caminando leguas y leguas a pie por falta de auxilios o por haber consumido sus cabalgaduras en el servicio. Mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes, acompañan esta marcha manifestando todos la mayor energía y resignación en medio de todas las privaciones”.

 

 Pero su “opción por los pobres” no fue el único punto que lo enfrentó al gobierno de Buenos Aires. También su apuesta temprana por la independencia definitiva, posición que compartía con José de San Martín. Además, fue uno de los primeros en percibir la tiranía con la que Buenos Aires intentaba imponer sus privilegios y la ruina que esto significaba para el resto de los territorios. Porque tras la derrota de aquellos que representaron las ideas más radicalizadas y progresistas en la Primera Junta, como Mariano Moreno, los sucesivos gobiernos fueron tomando posiciones claramente identificadas con los intereses de comerciantes y hacendados porteños.

 

 La independencia, para ellos, no era una prioridad: su bandera era el libre comercio a través del uso exclusivo del puerto, y la guerra con España podía arruinar sus negocios. Las diferencias entre Artigas y Buenos Aires quedaron expuestas en la convocatoria a diputados para la Asamblea General Constituyente de 1813. Las instrucciones que dio a sus diputados nos muestran su modelo de organización nacional, explican el conflicto desatado y ayudan a entender mejor la irrelevancia con que lo trató nuestra Historia Oficial: debían apoyar la inmediata declaración de Independencia; la Constitución tenía que ser Republicana; el sistema adoptado sería el Federal; debían respetarse las autonomías provinciales y (punto muy importante) la capital no podía estar en Buenos Aires.

 

 También su adhesión irrenunciable a la voluntad general como única fuente de poder lo distanciaba del camino que estaba recorriendo nuestra Historia Nacional. En 1813 expresaba: “Residiendo todo poder originariamente en el pueblo, y siendo derivados de él los diferentes magistrados e individuos del gobierno (…) son sus sustitutos y agentes suyos, responsables en todo tiempo ante él”. Como “crónica de una muerte anunciada”, los diputados orientales para la Asamblea Constituyente fueron rechazados. La excusa parece una ironía o un chiste de mal gusto: siendo los únicos electos por voto popular, alegaron errores formales en esa elección. No los querían en la Asamblea: Buenos Aires temía la expansión de sus ideas, ya muy difundidas en varias provincias argentinas.

 

 Pero Artigas no se rindió. Sus diputados no asistieron al Congreso que, en Tucumán, había organizado el Directorio, Congreso al que están ligados nuestros festejos de independencia. Con Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Córdoba y la Banda Oriental formó la Liga de los Pueblos Libres, expulsó a las tropas porteñas de Montevideo, convocó a un Congreso en Concepción del Uruguay y declaró la independencia. Adoptó como símbolo la bandera creada por Belgrano, pero atravesada por una franja roja, símbolo del federalismo. La forma de organización de esta Liga contrasta notablemente con lo que sucedía en la otra orilla: se inició un nuevo reparto de tierras destinado a fomentar la agricultura; estableció un férreo proteccionismo para los productores internos; organizó un mercado común entre todas las provincias; y se excluyó de impuestos aduaneros a las maquinarias, los libros y las medicinas.

 

 Mientras tanto, en Buenos Aires comenzaban a tejerse las redes para sacarse de encima a un individuo tan molesto como influyente, peligroso para los planes centralistas y excluyentes de comerciantes, hacendados y del Directorio que los representaban. Declararon a Artigas “traidor” y pusieron precio a su cabeza: 6000 pesos. El Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón enviará a Río de Janeiro una comisión con estas instrucciones: “La base principal de toda negociación será la libertad e independencia de las Provincias representadas en el Congreso de Tucumán”. Quedó así abierta la puerta para la invasión portuguesa a los territorios que formaban la Liga de los Pueblos Libres, que no habían asistido al Congreso de Tucumán.

 

 En agosto de 1816, 30 mil soldados portugueses, provistos del mejor armamento de la época, entraron en la Banda Oriental. Iban por Artigas y su gente, su experiencia democrática y popular, contra el “mal ejemplo” que podía tener efecto de contagio. El mismo Pueyrredón escribía al jefe del ejército invasor: “El interés recíproco de ambos gobiernos demanda imperiosamente que Artigas sea perseguido hasta el caso de quitarle toda esperanza”.

 

 Cuatro años duró la resistencia de este oriental traicionado e inmolado en el altar de los intereses y el centralismo de Buenos Aires. Fue derrotado definitivamente en Las Guachas, el 13 de junio de 1820, y tuvo que exiliarse en Paraguay, donde vivió hasta los 86 años, pobre y bajo la protección de los sucesivos gobiernos. Y acá quiero hacer una relación, que probablemente sirva para una futura columna.

 

 Los gobiernos paraguayos, desde Gaspar Rodríguez de Francia hasta Francisco Solano López, aplicaron políticas opuestas totalmente a las implementadas desde Buenos Aires. Fueron industrialistas y proteccionistas, priorizaron el desarrollo nacional y el bienestar de su gente. Y a ellos también los destruimos en la guerra de la Triple Alianza.

Volviendo a Artigas y después de todo lo dicho, pienso que los argentinos debemos a nuestros hermanos uruguayos un pedido de perdón.

 

 Nunca es tarde para el desagravio. Nunca es tarde para escribir los renglones que faltan y colocar a José Gervasio de Artigas en el lugar que tan merecidamente se ganó.

 

 Les mando un enorme abrazo a todos los oyentes. Y un beso especial para Violeta, mi sobrina nieta que, con 8 años, es fans de El Club de la Pluma.

 

 

LIDIA INÉS RODRIGUEZ OLIVÉSProfesora de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO

 

 

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