HISTORIA DE UN TRAICIONADO: JOSÉ GERVASIO DE ARTIGAS
Saludo a todos los
oyentes de El Club de la Pluma. Soy Lidia Rodríguez Olives y les hablo desde
Buenos Aires
En pocos días
(para ser más exactos, el 9 de Julio), los argentinos estaremos recordando
nuestra Independencia. La semana pasada les decía que, si bien la Historia como
sinónimo de lo que pasó es inalterable, no sucede lo mismo con los relatos
construidos sobre el pasado. En ellos uno puede encontrar aspectos que se ponen
en relevancia mientras otros se ocultan, se ignoran o, peor, se alteran. En
este sentido decimos que no hay Historia objetiva. Pero si queremos apostar al
pensamiento crítico, la única manera de lograrlo es ofrecer todas las miradas
posibles sobre el pasado, sacar a la luz aquello que alguien puso en las
sombras, exponer las causas de esas omisiones y dejar que quien escucha confronte
los relatos y saque conclusiones.
En el proceso que
conduce a nuestra independencia, uno de los grandes olvidados es José Gervasio
de Artigas. Olvido que no es casual pero sí de una gran importancia porque, sin
incorporarlo en la narrativa, la independencia se conoce poco y mal.
Artigas nació en
Montevideo en 1764. Su padre era un estanciero de la Banda Oriental, dedicado a
la producción de cueros para la exportación. El tener una posición económica
holgada le permitió estudiar en el colegio de los franciscanos, además de
colaborar con su padre en tareas rurales. Pero, como tantos otros a los que les
tocó vivir en un momento tan convulsionado, no le faltó formación militar. A
fines del SXVIII se incorporó al regimiento de Blandengues, fuerza militar con
la que el rey español pensaba contener dos problemas importantes del Virreinato
del Río de la Plata: el contrabando y el avance portugués por la frontera con
el Brasil. Las invasiones inglesas de 1806 y 1807, encuentran a Artigas
defendiendo Buenos Aires y Montevideo, bajo las órdenes de Santiago de Liniers.
Una vez formada la Primera Junta en 1810, el gobierno español respondió
desconociendo su autoridad y nombrando Virrey del Río de la Plata a Javier de
Elío, para entonces Gobernador de Montevideo. Sus órdenes eran reponer la
autoridad española en Buenos Aires. Entonces Artigas, que se encontraba en la
guarnición militar de Colonia, desertó para ponerse bajo las órdenes de la
Primera Junta. Recibió el grado de Coronel, hombres, dinero e instrucciones
precisas: debía levantar la Banda Oriental contra el poder español.
Pero Artigas hizo
mucho más y, repasando esos hechos, podemos entender mejor la “desmemoria” de
nuestros historiadores oficiales. Porque ahí comenzó el enfrentamiento con el
gobierno de Buenos Aires. Reclutó un importante ejército formado por gauchos
empobrecidos, entre los que repartió las tierras que les iba quitando a los
españoles. Con criterio profundamente social, inició una verdadera reforma
agraria, en la que estableció prioridades: “Los negros libres, los zambos, los
indios y los criollos pobres, las viudas pobres si tuvieren hijos; en
preferencia los casados sobre los solteros y estos antes que cualquier
extranjero, podrán ser agraciados con suerte de estancia”. Las tierras debían
ser utilizadas para el poblamiento y el trabajo. Por ello obligaba a los
beneficiados a construir un rancho y dos corrales en el término de dos meses.
Estas medidas
produjeron en Buenos Aires el mismo espanto que la Proclama de Tiahuanaco de
Juan José Castelli. Por eso, después que Artigas derrotara a los españoles en
la batalla de Las Piedras y pusiera sitio a Montevideo, sorpresivamente el
Primer Triunvirato firmó un armisticio con De Elío y se comprometió a retirar
las tropas de la Banda Oriental. Lejos de aceptar estas órdenes, Artigas
decidió retirarse a Entre Ríos para poder reorganizarse y continuar peleando.
No estaba solo: 16 mil personas lo siguieron en esa travesía de 64 días, todos
dispuestos a ofrecerse en la lucha contra los españoles, pero también contra los
portugueses que, a pedido de De Elío, habían comenzado a entrar desde la
frontera norte.
Era el Éxodo
Oriental y así lo describió el mismo Artigas: “Cada día veo con más admiración
sus rasgos singulares de heroicidad y constancia. Unos quemando sus casas y los
muebles que no pueden conducir; otros caminando leguas y leguas a pie por falta
de auxilios o por haber consumido sus cabalgaduras en el servicio. Mujeres
ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes, acompañan esta marcha
manifestando todos la mayor energía y resignación en medio de todas las
privaciones”.
Pero su “opción
por los pobres” no fue el único punto que lo enfrentó al gobierno de Buenos
Aires. También su apuesta temprana por la independencia definitiva, posición
que compartía con José de San Martín. Además, fue uno de los primeros en
percibir la tiranía con la que Buenos Aires intentaba imponer sus privilegios y
la ruina que esto significaba para el resto de los territorios. Porque tras la
derrota de aquellos que representaron las ideas más radicalizadas y
progresistas en la Primera Junta, como Mariano Moreno, los sucesivos gobiernos
fueron tomando posiciones claramente identificadas con los intereses de
comerciantes y hacendados porteños.
La independencia,
para ellos, no era una prioridad: su bandera era el libre comercio a través del
uso exclusivo del puerto, y la guerra con España podía arruinar sus negocios.
Las diferencias entre Artigas y Buenos Aires quedaron expuestas en la
convocatoria a diputados para la Asamblea General Constituyente de 1813. Las
instrucciones que dio a sus diputados nos muestran su modelo de organización
nacional, explican el conflicto desatado y ayudan a entender mejor la
irrelevancia con que lo trató nuestra Historia Oficial: debían apoyar la
inmediata declaración de Independencia; la Constitución tenía que ser
Republicana; el sistema adoptado sería el Federal; debían respetarse las
autonomías provinciales y (punto muy importante) la capital no podía estar en
Buenos Aires.
También su
adhesión irrenunciable a la voluntad general como única fuente de poder lo
distanciaba del camino que estaba recorriendo nuestra Historia Nacional. En
1813 expresaba: “Residiendo todo poder originariamente en el pueblo, y siendo
derivados de él los diferentes magistrados e individuos del gobierno (…) son
sus sustitutos y agentes suyos, responsables en todo tiempo ante él”. Como
“crónica de una muerte anunciada”, los diputados orientales para la Asamblea
Constituyente fueron rechazados. La excusa parece una ironía o un chiste de mal
gusto: siendo los únicos electos por voto popular, alegaron errores formales en
esa elección. No los querían en la Asamblea: Buenos Aires temía la expansión de
sus ideas, ya muy difundidas en varias provincias argentinas.
Pero Artigas no se
rindió. Sus diputados no asistieron al Congreso que, en Tucumán, había
organizado el Directorio, Congreso al que están ligados nuestros festejos de
independencia. Con Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Córdoba y la
Banda Oriental formó la Liga de los Pueblos Libres, expulsó a las tropas
porteñas de Montevideo, convocó a un Congreso en Concepción del Uruguay y
declaró la independencia. Adoptó como símbolo la bandera creada por Belgrano,
pero atravesada por una franja roja, símbolo del federalismo. La forma de
organización de esta Liga contrasta notablemente con lo que sucedía en la otra
orilla: se inició un nuevo reparto de tierras destinado a fomentar la
agricultura; estableció un férreo proteccionismo para los productores internos;
organizó un mercado común entre todas las provincias; y se excluyó de impuestos
aduaneros a las maquinarias, los libros y las medicinas.
Mientras tanto, en
Buenos Aires comenzaban a tejerse las redes para sacarse de encima a un
individuo tan molesto como influyente, peligroso para los planes centralistas y
excluyentes de comerciantes, hacendados y del Directorio que los representaban.
Declararon a Artigas “traidor” y pusieron precio a su cabeza: 6000 pesos. El
Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón enviará a Río de Janeiro una
comisión con estas instrucciones: “La base principal de toda negociación será
la libertad e independencia de las Provincias representadas en el Congreso de
Tucumán”. Quedó así abierta la puerta para la invasión portuguesa a los
territorios que formaban la Liga de los Pueblos Libres, que no habían asistido
al Congreso de Tucumán.
En agosto de 1816,
30 mil soldados portugueses, provistos del mejor armamento de la época,
entraron en la Banda Oriental. Iban por Artigas y su gente, su experiencia
democrática y popular, contra el “mal ejemplo” que podía tener efecto de
contagio. El mismo Pueyrredón escribía al jefe del ejército invasor: “El
interés recíproco de ambos gobiernos demanda imperiosamente que Artigas sea
perseguido hasta el caso de quitarle toda esperanza”.
Cuatro años duró
la resistencia de este oriental traicionado e inmolado en el altar de los
intereses y el centralismo de Buenos Aires. Fue derrotado definitivamente en
Las Guachas, el 13 de junio de 1820, y tuvo que exiliarse en Paraguay, donde
vivió hasta los 86 años, pobre y bajo la protección de los sucesivos gobiernos.
Y acá quiero hacer una relación, que probablemente sirva para una futura
columna.
Los gobiernos
paraguayos, desde Gaspar Rodríguez de Francia hasta Francisco Solano López,
aplicaron políticas opuestas totalmente a las implementadas desde Buenos Aires.
Fueron industrialistas y proteccionistas, priorizaron el desarrollo nacional y
el bienestar de su gente. Y a ellos también los destruimos en la guerra de la
Triple Alianza.
Volviendo a Artigas y después de todo lo dicho, pienso
que los argentinos debemos a nuestros hermanos uruguayos un pedido de perdón.
Nunca es tarde
para el desagravio. Nunca es tarde para escribir los renglones que faltan y
colocar a José Gervasio de Artigas en el lugar que tan merecidamente se ganó.
Les mando un
enorme abrazo a todos los oyentes. Y un beso especial para Violeta, mi sobrina
nieta que, con 8 años, es fans de El Club de la Pluma.
LIDIA INÉS RODRIGUEZ
OLIVÉS –Profesora de Historia - Posgrado en Ciencias sociales por FLACSO
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