LA CRISIS HOY
Nos
agobia una realidad que parece salida de un delirio, de una pesadilla, de un
mal guion de película de clase B. No se trata sólo de las declaraciones y las
decisiones y las políticas del elegido presidente, ni de sus funcionarios.
Tampoco se agota en la crisis política de los partidos que tradicionalmente
dominaron la política argentina, ni de la burocratización empresarial de los
más importantes sindicatos, de larga data.
Todos padecemos la estupidez en nuestro barrio, entre los habitantes, en
los distintos espacios sociales.
Ya hemos
hablado en ocasiones del notorio empobrecimiento material y simbólico en
grandes masas de población, y de la orfandad política y del incipiente grado de
organización en las luchas. Y por estas razones, nos vemos compelidos,
empujados a elaborar, a analizar, a pensar formas de entender esta crisis.
Siendo trabajadores, tenemos la ventaja de no apelar a saberes
institucionalizados, a “experticias profesionales”, a enfoques viciados de
dogmatismos o de clichés. La desventaja es igualmente importante: un análisis
que no se inscriba en una teoría de moda sonará indefectiblemente poco creíble.
Pero
apostamos con lo que tenemos, y con las herramientas que conseguimos
recolectar, situándonos, como lo expresamos cada vez, en nuestra condición de
trabajadores. Intentamos, en primer lugar, ubicarnos en la situación
internacional y en lo que puede estar determinando nuestra realidad actual.
Hablamos, por supuesto del capitalismo, del sistema bajo el cual transcurre
nuestra vida. La crisis estructural de un sistema que, por su propio carácter
retrógrado y explotador, agudiza hasta límites intolerables la apropiación del
trabajo ajeno y de la riqueza social producida, conjugándose con la crisis
cíclica de súper producción que no encuentra fondo.
La
anarquía del capital, otra característica intrínseca del sistema, junto a la
concentración y centralización del mismo, produce contradicciones cada vez más
agudas e insalvables entre las facciones de la oligarquía financiera mundial.
Resulta así una retroalimentación de la crisis
económica y política; el pantano económico del sistema termina en un pantano
político. Ninguna facción puede disciplinar al resto de la clase dominante y,
al mismo tiempo, la lucha de clases determina que esa falta de centralización
se agudice sensiblemente.
En esta
compleja realidad, facciones del capital impulsan la salida clásica: la guerra
imperialista llevada desde el plano económico al plano militar abierto. La
guerra en Ucrania, el conflicto en Medio Oriente que ha recrudecido, las
guerras llamadas “tribales” en el continente africano, expresan esa puja que
excede ampliamente a los actores de cada país. Son guerras en las que se
entremezclan intereses del capital monopolista de todas las regiones del mundo,
con alianzas que van y vienen, se arman y se desarman. Con negocios en los que
se entrelazan capitales y corporaciones en una compleja red que hasta hace un
tiempo era imposible de imaginar.
Si se
analizan estos fenómenos desde la antigua visión de los países y Estados
capitalistas nos quedamos sin entender esa complejidad. El entrecruzamiento de
capitales que se da a nivel planetario borra cada vez más las fronteras e
intereses de las naciones para convertirse en fronteras e intereses de
facciones capitalistas, convirtiendo el tablero mundial en un rompecabezas que
sólo puede entenderse asumiendo que la etapa imperialista del capitalismo se ha
desarrollada a niveles nunca conocidos. Por lo tanto, la guerra imperialista
como opción de salida a la crisis es una ventana que se abre cada vez más con
la amenaza de una conflagración mundial más aguda y profunda que la actual.
Los
intentos de “nacionalizar” al imperialismo, o el de emprender “luchas de
liberación nacional” por fuera de los intereses de las clases antagónicas,
además de un engaño, son propuestas destinadas al fracaso más absoluto.
A
diferencia de otras etapas, la clase dominante no logra imponer ni convencer a
los pueblos de la guerra como salida. Por el contrario, los pueblos suman y
suman conflictos de toda índole en todas las regiones del planeta, para
resistir el ataque a las condiciones de vida que provoca la crisis del capital.
Pero
conocemos nuestros límites y el alcance de lo que proponemos. No tenemos
intervención directa en los grandes conflictos, y aunque, por supuesto,
tengamos simpatías o elijamos ponernos en algún lado en el conflicto mundial,
sabemos que necesitamos actuar en los lugares en donde vivimos y trabajamos, en
concordancia con lo que consideramos nuestros intereses concretos.
La
resistencia sostenida de los sectores del trabajo en nuestro país, a la cual se
está sumando el estudiantado y parte de la comunidad educativa, acorta los
plazos de durabilidad del engaño y es el camino que, sin dudas, nos llevará a
poner freno y orientar nuestro barco hacia el quiebre del plan del gobierno
actual.
Por eso, incrementar los niveles, la extensión
y la generalización nacional de esa resistencia, es el único camino que tenemos
como pueblo para avanzar, para imponer nuevas condiciones en el enfrentamiento
que tenemos entre el gran capital y sus empleados, por un lado, y los
trabajadores y el pueblo por el otro.
Desde Rosario
Militante
Social
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