¿Y LA AUTOCRÍTICA?
Como ya hemos indicado en numerosas ocasiones,
nuestra columna se sostiene con el trabajo de militantes políticos y sociales,
o sociales y políticos, en el orden que se prefiera. Varios de nosotros
cargamos con una historia de décadas de militancia, y por eso podríamos dar
cuenta en buena medida de lo sucedido en el remanente del pensamiento
revolucionario desde el corte que significó el genocidio a nivel nacional y la
derrota del socialismo real a nivel internacional, ciertamente casi simultáneos.
Es un problema éste que mencionamos muy arduo, áspero y difícil de trabajar con
resultados que puedan valorarse más o menos inmediatamente en el terreno
político. En primer lugar, se nos ocurre, por el tiempo que lleva
desarrollándose, desde aquellos tiempos heroicos de Marx y Engels y Lenin. Hay, sí, y es sencillo comprobarlo, ciertas
constantes, ciertos métodos que
pueden constatarse sostenidos en
el curso de las luchas y los años. Y esos métodos, hechos carne en la práctica
diaria, ni siquiera son vistos como cuestionables. El temor es obvio, es el
temor a perder la condición revolucionaria de nuestras prácticas. Nos
encontramos, entonces, en un momento en el que los que no hemos abandonado la
pretensión de transformar la sociedad
nos abrumamos con la acumulación de problemas que han ido agregándose en
la medida que la derrota no ha sido aún suficientemente criticada, interrogada,
digerida, metabolizada. Demás está señalar que los primeros responsables de esa
crítica, de esa elaboración, son -somos- los propios marxistas. Hoy, dado el tiempo con que contamos, vamos a
puntuar dos cuestiones solamente. Esperamos continuar en próximas columnas con
esta tarea. Leemos un texto posteado por alguien que evidencia un pasado
trotskista aunque sea sólo por el furor con que cuestiona a la llamada
"izquierda", que en estos tiempos argentinos es una referencia al
FIT, a esa alianza de partidos de filiación trotskista. Dice el compañero: "Qué pobreza intelectual supone debatir
seriamente sobre acuerdos de principios en un espacio político como la
izquierda; donde lo que predomina es una federación de kioskos caníbales sin
perspectivas que comparten el 90% de los mismos principios genéricos y que por
eso buscan diferenciarse todo el tiempo para ganar iniciados a su cajita
tributaria. Los únicos que se creen eso de los acuerdos principistas son los
militantes termo que se compraron la épica de pertenencia al partido elegido de
la historia.
Esto sucede todo el tiempo porque esos espacios
lo único que pueden parir es un mecanismo en donde cada vez que a la dirección
no le cierran los números para hacer un frente, se ponen a diseccionar
permanentemente frase por frase cualquier documento del adversario con la peor
mala leche del planeta para buscar su nicho diferenciado en el mercado de la
épica bolchevique. Pero cuando los números o la necesidad apremian, de golpe
ese ahínco detallista gourmet se convierte en su contrario. Sacan de la galera
una listita de supermercado genérica con consignas abstractas sacadas de ese
90% de coincidencias y le llaman "programa electoral" o del frente
sindical de turno. Así, el militante se ve envuelto en la esquizofrenia
permanente de tener que estar dos años diciendo que todos son reformistas
traidores y dos años teniendo que justificar el tener que hacer un frente con
ellos en todos lados. Lo único que sale de este mecanismo es el entrenamiento
permanente de la militancia en el cinismo más abyecto. En la falta total de
cualquier principio estable o coherencia para pensar más allá de los intereses
inmediatos que la dirección le va poniendo sobre la mesa en el editorial de la
semana."
En fin, no podemos dejar esto, por ahora, más
que como testimonio de lectura. y pasamos a leer un párrafo muy poco
considerado de Lenin:
"El mayor peligro -y quizá el único- para un auténtico
revolucionario consiste en exagerar su radicalismo, en olvidar los límites y
las condiciones del empleo adecuado y eficaz de los métodos revolucionarios. Es
ahí donde los auténticos revolucionarios se estrellaban con la mayor frecuencia
al comenzar a escribir “revolución” con mayúscula: colocar la “revolución” a la
altura de algo casi divino, perder la cabeza, perder la capacidad de
comprender, sopesar y comprobar con la mayor serenidad y sensatez en qué
momento, en qué circunstancias y en qué terreno hay que saber actuar a lo
revolucionario y en qué momento, en qué circunstancias y en qué terreno hay que
saber pasar a la acción reformista. Los auténticos revolucionarios sucumbirán
(no en el sentido físico, sino espiritual de su causa) sólo -pero sin falta- en
el caso de que pierdan la serenidad y se figuren que la revolución, “grande,
victoriosa y mundial”, puede y debe cumplir obligatoriamente por vía
revolucionaria toda clase de tareas en cualquier circunstancia y en todos los
terrenos.
Quien se “imagine” tal cosa sucumbirá, pues se habrá imaginado una
estupidez en la cuestión fundamental; y en época de guerra encarnizada (la
revolución es la guerra más encarnizada), el castigo por una estupidez suele
consistir en la derrota.
¿De qué se deduce que la revolución, “grande, victoriosa y
mundial”, puede y debe emplear únicamente métodos revolucionarios? De nada. Eso
es absoluta y totalmente falso. La falsedad de eso es evidente de por sí sobre
el fondo de tesis puramente teóricas, si no se aparta uno del terreno del
marxismo. La falsedad de eso es confirmada también por la experiencia de
nuestra revolución. En el aspecto teórico: durante la revolución se hacen
tonterías igual que en cualquier otro tiempo, decía Engels, y decía la verdad.
Hay que tratar de hacer las menos posibles y corregir cuanto antes las ya
hechas, teniendo en cuenta con la mayor sensatez qué tareas y cuándo pueden
llevarse a la práctica con métodos revolucionarios y cuáles no. "
Esto decía Lenin el 6 y 7 de noviembre de 1921,
en el núm. 251 de Pravda.
(Tomado de V. I. Lenin. Obras Completas, tomo 44, Editorial Progreso, Moscú, 1981, pp.
221-229.) nadie en su sano juicio puede creer que el camino es lineal y
sin tropiezos, nadie puede creer, O NO DEBERÍA CREER, que posee una
cosmovisión, una comprensión total de la vida y de la humanidad. Y agrego:
desconfío de los que no púeden mantener sus convicciones SIN FIJARLAS COMO
CERTEZAS, porque en ese momento las vuelven estériles..
Desde Rosario- Militante Social
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