¿DÓNDE TENEMOS FUTURO?
En la militancia política
cotidiana, observamos un fenómeno muy característico de estos tiempos: la
trabajadora y el trabajador asumen que su paso por la empresa que se trate es
temporal, de algunos años y ya. A diferencia de nuestros abuelos o padres, casi
no existe la idea o el anhelo de entrar a un trabajo y allí jubilarse.Cada
individuo tendrá sus razones específicas para pensar y actuar de esa manera,
pero lo que socialmente ocurre es una manifestación más respecto de la incertidumbre acerca del futuro. O lo que es lo
mismo, la certeza de que ya no es posible soñar un futuro como lo hacían
nuestros mayores.
En una sociedad donde la
inmediatez, lo espontáneo, la rapidez de las cosas y de los hechos ha puesto en
jaque hasta el propio concepto de Verdad, no resulta extraño entonces que se
proyecte poco y por poco tiempo.
La base material ha cambiado;
un modo de producción que ya no es capaz de proponer proyecto de acá a tres,
cuatro o cinco décadas ni en lo social, ni en lo económico, ni en lo político,
no es capaz de asegurar futuro alguno. Esto se puede verificar hasta en los
períodos que la propia burguesía monopolista se pone como objetivo para sus
negocios. Tales períodos son cada vez más cortos, inestables, rapaces, porque
la propia clase dominante es consciente que el sistema capitalista atraviesa
una crisis de magnitudes inéditas en la estructura y en la súper estructura de
su sistema de dominación y por lo tanto sus planes deben adaptarse a esa
dinámica de crisis permanente.
Si la clase en el poder a lo
único que atina es a “amortiguar” los períodos de crisis ante la imposibilidad
de resolverla, la idea de futuro
pareciera quedar sepultada. Cuando el futuro es volver
hacia atrás es porque no hay futuro que
los dueños del capital puedan ofrecer. Basta con leer lo que se comunica en USA
y Europa: todo lo que aparece en el horizonte es guerra.
La propia lógica del sistema
por realizar negocios rápidos, por amortiguar la crisis con mayor explotación y
sojuzgamiento, provoca el rechazo, sobre todo en los jóvenes, a esa realidad.
No es sólo el rechazo al maltrato, a las malas condiciones de trabajo, a
salarios que aun altos en algunos casos representan dejar la vida en el
trabajo. Es mucho más que eso. Se trata de signos de rebeldía, pero como acto
individual. No me gusta este trabajo, no busco jubilarme en él, me voy a otro.
Y así. Esta situación, debemos decirlo, es producto de la labor ideológica que
el sistema ha desplegado por décadas. Una labor que apuntó y apunta a “desclasar”
los procesos sociales mientras, en el mismo momento, esos procesos han variado
notablemente.
Mientras el sistema capitalista
acude a la capacidad de la humanidad para que los avances de la ciencia y de la
técnica sirvan al proceso productivo y, por lo tanto, al aumento de sus
ganancias, lo que constituye una monumental socialización de la producción a
escala planetaria, al mismo tiempo se exacerba la idea del individualismo como
salida ante un fenómeno que es esencialmente colectivo.
De allí entonces que el
desclasamiento sea la “fórmula” que ha utilizado y utiliza el sistema para
retrasar un enfrentamiento inevitable.
Emprender la construcción de un
proyecto que apunte a un futuro posible, realizable, sólo puede concebirse
admitiendo que venimos de un pasado pero que es imposible volver a él, por más
venturoso que haya sido. Se trata de comprender que nuestra
acción presente ya es futuro, por lo tanto lo que hagamos o no hagamos
para transformar ese presente tendrá como resultado un devenir u otro respecto
de nuestra acción consciente.
No tener perspectivas de
trabajo estable, de realización de las mínimas necesidades humanas, hace que
corramos detrás de los problemas y no que podamos planificar para resolverlos.
Entonces, la perspectiva de futuro está íntimamente ligada a cómo nos
propongamos cambiar el presente.
La burguesía nos necesita todos
los días para crear, a través de nuestro trabajo, valor, riqueza de la que se
apropia, pero al mismo tiempo nos educa e inculca que los problemas de la
sociedad son de su exclusiva competencia. Va de suyo que en ese esquema no hay
futuro posible. Dependemos de cuánto y cómo le sirvamos a la clase en el poder.
Retomar primero que nada la
conciencia de clase, la que nos define como la clase que todos los días hace
mover al mundo a favor de una ínfima capa de la sociedad que se apropia del
esfuerzo colectivo, es el paso fundamental para iniciar un camino en el que sea
posible definir el futuro.
La conciencia de clase es el primer paso para poder abordar el futuro desde una perspectiva superadora. A partir de allí, de sabernos los hacedores de toda la riqueza social, es desde donde adoptamos una conducta que se choca de frente con la salida individualista que marca el sistema capitalista y, por ende, adoptamos una idea de futuro y de planificación del mismo, con una perspectiva que depende de la acción de nuestra clase y no de la clase enemiga. Comenzamos a ver el futuro en el presente que queremos modificar a través de la lucha contra el modo de producción capitalista y contra la clase que detenta el poder.
Desde Rosario- Militante Social
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